A la luz de Krishnamurti

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LO OTRO

Publicado el 5 de abril de 2015

lo-otroNuestros cerebros premoldeados disparan
casi automaticamente una palabra cuando hablamos de «lo otro»: Dios.

Es nuestro intento salir de esta trampa, para que el acercamiento a lo que no podemos racionalizar forme parte de una real investigación.

Intuimos, presentimos que hay algo más, ¿ porque la compulsión de darle nombre?..

Categoría Su Legado

El Camino de la Inteligencia

Publicado el 5 de abril de 2015

K: Sé que mi vida es conflicto. Y digo que hay una forma de mirar, de escuchar, de ver, que no tiene relación con el conocimiento. Afirmo que la hay. La siguiente pregunta es: puesto que el cerebro está repleto de conocimiento. ¿Cómo puede entender esta afirmación? El cerebro no puede contestar a esta pregunta. Está acostumbrado al conflicto, habituado a él, y ahora se le plantea una nueva pregunta. Por tanto se rebela y no puede contestar.

I: Quisiera conocer esto. La pregunta que usted ha planteado es también mi pregunta. Y usted la ha expuesto con claridad.

K: El que habla les dice: no traten de rebelarse, escuchen. Intenten escuchar sin el movimiento del pensamiento, lo que significa: ¿pueden ver algo sin nombrarlo? El nombrar es el movimiento del pensamiento. Así pues, descubran cuál es el estado del cerebro cuando no utiliza la palabra mientras ve, esa palabra que es el movimiento del pensamiento. Háganlo.

I: Eso es muy importante.

I: Su percepción es eso.

I: De acuerdo.

K: Toda mi vida ha cambiado. Por tanto ahora se pone en marcha un proceso de aprendizaje completamente diferente, que es creación.

I: Si esto mismo es el proceso de aprender, esto es la creatividad.

K: Me doy cuenta que mi vida está equivocada, no es necesario que nadie me lo haga ver, es así. Esto es un hecho, y usted se me acerca y me dice que puede hacer algo de forma instantánea. No le creo. Pienso que eso no puede suceder jamás. Pero usted viene y me dice que toda esta lucha, toda esta monstruosa manera de vivir puede terminar de inmediato. Mi cerebro dice: «Lo siento, usted está loco, no lo creo». Sin embargo, K dice que le mostrará cómo hacerlo, paso a paso. «Usted puede ser dios, puede ser el Buda, pero yo no le creo». Y K, le dice que escuche, que tenga paciencia. La paciencia no es tiempo, la impaciencia es tiempo. La paciencia no tiene tiempo.

I: ¿Qué paciencia es ésa que no es tiempo?

K: Dije que la vida es conflicto. Y ahora vengo y le digo que hay un final para el conflicto y el cerebro se resiste. Déjelo que se resista, pero siga escuchándome, no agregue más y más resistencia. Simplemente escuche, muévase. No se quede con la resistencia. Observar su resistencia y continuar moviéndose, eso es la paciencia. Conocer la resistencia y seguir adelante, eso es la paciencia. Por tanto, él le dice que no trate de reaccionar; preste atención al hecho de que su cerebro es un entramado de palabras, y de que usted no puede ver nada nuevo si está todo el tiempo usando palabras, palabras, palabras. Entonces, ¿es usted capaz de ver algo, a su esposa, al árbol, al cielo, a la nube, sin una sola palabra? No diga que es una nube; simplemente mire. Cuando lo hace así, ¿qué sucede con el cerebro?

I: Nuestra comprensión total, nuestro entendimiento es verbal. Cuando descubro esto, dejo a un lado la palabra. Entonces, todo lo que veo no es verbal. ¿Qué pasa entonces con el conocimiento acumulado?

K: ¿Qué sucede realmente, no de forma teórica, cuando usted mira sin la palabra? La palabra es el símbolo, la memoria, el conocimiento y todo eso.»>

I: Esto es solamente una percepción. Cuando miro algo, dejando a un lado el conocimiento verbal y observando lo que no es verbal. ¿Qué reacción tiene la mente? Pareciera que toda su existencia se ve amenazada.

K: Obsérvelo en usted mismo, ¿qué sucede? Es un estado de conmoción, de tambaleo. Por tanto, tenga paciencia. Observe ese tambaleo; eso es paciencia. Observe al cerebro en ese estado tambaleante y permanezca con él. Y a medida que usted observa, el cerebro se aquieta. Entonces mire las cosas con ese cerebro quieto, silencioso, observe. Eso es aprender.

I: K está diciendo que cuando se observa la inestabilidad de la mente, cuando se comprueba que esa es su naturaleza, ese estado desaparece.

K: ¿Ha ocurrido eso? La atadura está rota. La cadena está rota. Ese es el experimento. Veamos, pues; hay un escuchar, hay un ver y hay un aprender sin conocimiento. ¿Qué sucede entonces? ¿Qué se aprende? ¿Hay en absoluto algo que aprender? Eso significa que usted ha barrido totalmente con el yo. Me pregunto si usted ve esto. Porque el yo es conocimiento. El yo está hecho de experiencia, conocimiento, pensamiento, memoria; memoria, pensamiento, acción, ése es el ciclo. Ahora bien, ¿ha sucedido eso? Si no ha sucedido, empecemos de nuevo. Eso es paciencia. Esa paciencia no tiene tiempo. La impaciencia tiene tiempo.

I: ¿Qué surgirá de ese observar, de ese escuchar? ¿Se mantendrá el estado habitual o, por el contrario, surgirá de ello algo que transformará el mundo?

K: El mundo soy yo. El mundo es el yo y los otros diferentes yoes. Ese yo, soy yo. Ahora bien, ¿Qué sucede cuando esto tiene lugar de forma real y no teórica? Ante todo, hay una tremenda energía; una energía sin límites, una energía que no es creada por el pensamiento, energía que ha nacido fuera del conocimiento; una energía de una clase completamente diferente que, entonces, actúa. Esa energía es compasión, amor. Entonces, ese amor y compasión son inteligencia y esa inteligencia actúa.

I: Esa acción no tiene raíces en el «yo»

K: No, no. La pregunta de él es: si esto tiene lugar realmente, ¿cuál es el paso siguiente, qué sucede? Lo que realmente sucede es que él ha encontrado esa energía que es compasión, amor e inteligencia. Esa inteligencia actúa en la vida. Cuando no está el «yo», está lo «otro». Lo «otro» es compasión, amor y esta enorme energía sin límites. Esa inteligencia actúa. Y, por supuesto, esa inteligencia no es suya ni mía.

Madrás, 16 de enero de 1981. El Camino de la Inteligencia, Editorial Sudamericana, Bs As, 1995, pág 80 a 84

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El Conocimiento de Uno Mismo

Publicado el 5 de abril de 2015

¿Por qué es que la mayoría de nosotros busca un método para la felicidad, para el recto pensar, para la paz de la mente o la paz del alma, o lo que fuere?

En primer lugar, es con mentalidad de técnicos industriales que hacemos frente a la vida. Esto es, queremos enfrentarnos a la vida eficientemente, y para ello creemos necesario un método; y casi todas las sociedades religiosas, casi todos los instructores, ofrecen un método: cómo ser pacíficos, cómo ser felices, cómo tener una mente serena, cómo concentrarse, etc. Ahora bien, donde hay eficiencia hay crueldad; y cuanto más eficientes seáis, más intolerantes, más encastillados, más obstinados seréis. Esto desarrolla gradualmente un sentido de orgullo; y el orgullo, evidentemente, nos aisla y resulta destructivo para el entendimiento.

Admiramos a las personas eficientes; y los gobiernos del mundo entero se interesan en el fomento y la organización de la eficiencia: eficiencia para producir, para matar, para poner en práctica la ideología de un partido, de una iglesia o de tal o cual religión. Todos queremos ser eficientes: de ahí que cultivemos la exigencia psicológica de una norma a la cual nos ajustaremos con el objeto de lograr eficiencia. La eficiencia, que significa cultivo de una técnica, de un método, implica psicológicamente la práctica constante de un hábito. Sabemos acerca de los hábitos industriales, pero muy poco del hábito psicológico de la resistencia.

Y no estoy del todo seguro de que eso no sea lo que la mayoría de nosotros esté buscando: el cultivo de un hábito que nos haga eficientes para hacer frente a la vida, que es tan veloz. De suerte que si podemos comprender, no sólo verbalmente sino también en los niveles psicológicos más profundos, todo este proceso del cultivo de la técnica, del método, de los medios, entonces, a mi parecer, podremos comprender qué es lo que significa el que uno sea creador. Porque, cuando hay impulso creador, él hallará su propia técnica o su propio medio de expresión.

Pero es obvio que si estamos consumidos, embebidos, en el cultivo de una técnica, jamás encontraremos lo otro. ¿Y por qué es que queremos una técnica, la norma psicológica de acción que nos de certeza, eficiencia, continuidad, un esfuerzo sostenido? Al fin y al cabo, si habéis de leer libros religiosos, casi todos ellos, estoy bastante seguro, contienen la línea de conducta ‑y no es que yo haya leído alguno. El camino a seguir adquiere importancia porque él indica la meta; por tanto, la meta es distinta del camino. ¿Es cierto eso? ¿Los medios son diferentes del fin? Si psicológicamente cultiváis un hábito, un método, un medio, una línea de conducta, una técnica, ¿el fin no está proyectado, cristalizado de antemano? Los medios y el fin, por lo tanto, no son distintos.

Es decir, no podéis tener paz en el mundo por medios violentos, en el terreno que fuere. Los medios y el fin son inseparables; y la mente que cultiva un hábito creará el fin que ya está previsto, cultivado, que ya existe, proyectado por la mente. Y eso es lo que casi todos queremos. La técnica es tan sólo el cultivo de lo conocido, de la seguridad, de la certeza; y con lo conocido la mente quiere percibir lo desconocido; por lo tanto, jamás podrá comprenderlo. Así, pues, lo que importa son los medios, no el fin; porque el fin y los medios son una sola cosa. Así, pues, la mente que cultiva un hábito, una línea de conducta, una técnica, impide la “creatividad”, ese extraordinario sentido de descubrimiento espontáneo.

Nuestro problema, entonces, no consiste en utilizar una nueva técnica, un nuevo hábito, o descubrir un nuevo camino, sino en librarnos por completo de la búsqueda psicológica de una técnica. Si tenéis algo que decir, lo diréis; las palabras adecuadas aparecerán. Mas si nada tenéis que decir, y si cultiváis una elocuencia maravillosa ‑ya lo sabéis: asistiendo a escuelas donde se aprende oratoria- entonces lo que proyectáis, lo que decís, tendrá escasa significación.

Así, pues, ¿por qué es que casi todos buscamos un método, una técnica? Evidentemente, queremos estar seguros, tener certeza de no ir por mal camino; no queremos experimentar, descubrir. La práctica de una técnica impide descubrir de instante en instante; porque la verdad, o lo que sea, es de instante en instante, no es un arco continuo que crece, que aumenta. ¿Podemos, pues, librarnos del impulso psicológico de estar seguros, de cultivar un hábito, una práctica?

Todas esas cosas son resistencias, defensas; y con este mecanismo defensivo queremos comprender algo que es vital, veloz. Ahora bien, si podemos ver eso, ver lo que implica el cultivo o la búsqueda de un medio, si podemos ver la significación psicológica de tal búsqueda, no simplemente la significación superficial o la significación industrial, que es evidente; si podemos comprenderla de manera cabal, según voy explicándolo y según vosotros y yo lo vamos experimentando, entonces, tal vez, podremos descubrir lo que significa estar libre de ella. ¿Y es posible librarse del deseo de estar psicológicamente en seguridad?

La técnica, un medio, ofrece seguridad. Caéis en una rutina, y entonces no es cuestión de acertar o fracasar; funcionáis, simplemente, de manera automática. ¿Es posible que una mente adiestrada durante siglos en el cultivo de un hábito, de un medio, pueda ser libre? Sólo es posible cuando nos damos cuenta del pleno significado del hábito, del proceso total de su impulso. Es decir, observad en silencio, mientras yo hablo, vuestro propio proceso; daos cuenta del efecto acumulativo de todos vuestros deseos de triunfar, de ganar, de lograr, todo lo cual niega la comprensión.

Porque la comprensión de la vida, de este proceso total, no llega por medio del deseo; tiene que haber un encuentro espontáneo con ella. Si uno puede ver todo este proceso psicológico, así como su expresión externa ‑cómo todos los gobiernos, toda la sociedad, todas las diversas comunidades, exigen eficiencia, con toda la crueldad que la acompaña- entonces, tal vez, la mente empezará a desprenderse de sus hábitos corrientes.

Entonces será realmente libre; ya no buscará un medio. Entonces, cuando la mente está quieta, surge ese “algo” creador que es la creación misma. Esta encontrará su propia expresión; no tenéis que escogérsela. Si sois pintores, pintaréis. Ese entendimiento creador, no la expresión técnica de algo que habéis aprendido, es lo vital, lo que trae la gracia, lo que brinda felicidad.

Así, pues, la realidad, o Dios, o lo que os plazca, es algo que no puede llegar por conducto de una técnica, de un medio, mediante una larga práctica y una resuelta disciplina. No es un curso trazado con un fin conocido. Hay que lanzarse al mar inexplorado. Tiene que haber “unitotalidad”. La “unitotalidad” no implica medio alguno. No sois “unitotales” cuando disponéis de un medio.

Ha de haber completa desnudez, ausencia total de todas estas prácticas, esperanzas, placeres y deseos de seguridad acumulados, todo lo cual mantiene consistentemente un medio, un método, una técnica. Sólo entonces surge “lo otro”, y entonces el problema se resuelve. El hombre que muere de instante en instante, y que, por lo tanto, se renueva, es capaz de enfrentar la vida. No es que él sea distinto de la vida; él es la vida.

El Conocimiento de Uno Mismo, Editorial Orion, Mexico 12° conferencia del 21 de abril de 1949.

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Diario I

Publicado el 5 de abril de 2015

Caminando a lo largo de la vía pavimentada que domina la basílica mayor y más abajo los famosos escalones que llevan a la fuente, con gran cantidad de flores selectas de variados y múltiples colores, y cruzando la atestada plaza seguimos por una estrecha calle de dirección única [vía Margutta], tranquila, con no demasiados automóviles; ahí, en esa calle oscuramente ilumi­nada, súbitamente y del modo más inesperado advino «lo otro» con tan intensa ternura y belleza que el cuerpo y el cerebro que­daron inmóviles. Hasta ahora y por algunos días ello no había hecho sentir su inmensa presencia; estaba ahí vagamente, a la distancia, sólo un susurro y, no obstante, en él lo inmenso se manifestaba sutilmente, con expectante paciencia. El pensamiento y el habla se desvanecieron y había un júbilo peculiar acompañado de claridad. Ello prosiguió con menor intensidad por la larga y estrecha calle hasta que el rugir del tráfico y el atestado pavimento nos tragaron a todos. Era una bendición que estaba más allá de todas las imágenes y pensamientos…

…En raros e inesperados momentos, «lo otro» ha venido súbita e imprevisiblemente y prosiguió su camino, sin invitación y sin que hubiera habido necesidad de ello. Toda necesidad y toda exigencia interna deben cesar por completo para que ello sea.

La meditación en las tranquilas horas de la madrugada, sin ningún automóvil cerca que metiera ruido, era el descubrimiento de la belleza. No era el pensamiento; no era ninguna sustancia externa o interna que estuviera expresándose a sí misma; no era el movimiento del tiempo, porque el cerebro estaba quieto. Era la negación total de todo lo conocido, no una reacción sino una negación que no tenía causa; era un movimiento en com­pleta libertad, un movimiento que no tenía dirección ni medida; en ese movimiento había una energía ilimitada cuya misma esen­cia era silencio, quietud. Su acción era inacción total, y la esencia de esa inacción es libertad. Había una gran bienaventuranza, un gran éxtasis que pereció al ser tocado por el pensamiento…

…En los jardines [de la villa Borghese], justo en medio del ruido y de los olores de la ciudad, con sus chatos pinos y sus muchos árboles que se estaban tornando de color amarillo cas­taño, y con el aroma de la tierra húmeda, ahí, mientras uno se hallaba paseando con cierta seriedad, surgió la percepción de «lo otro». Estaba ahí con admirable belleza y dulzura; no era que uno se hallara pensando al respecto ‑ello impide todo pen­samiento‑ sino que estaba ahí con tal plenitud que causaba sorpresa y un intenso deleite. La seriedad del pensamiento es muy fragmentaria e inmadura, y no obstante tiene que haber una seriedad que no es el producto del deseo. Existe una serie­dad que tiene la cualidad de la luz, cuya misma naturaleza con­siste en profundizar, una luz que carece de sombra; esta es infinitamente flexible y, por tanto, gozosa. Estaba ahí, y cada árbol, cada hoja, cada brizna de hierba y cada flor cobraron intensa vida y esplendidez; el color era rico y el cielo inmensu­rable. La tierra, húmeda y sembrada de hojas, era la vida.

Diario I, Editorial Sudamericana, pág. 137 a 138 y pag. 152.-

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