A la luz de Krishnamurti

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LA RELACION

Publicado el 1 de noviembre de 2012

Los innumerables críticos de Krishnaji a lo largo del tiempo hicieron hincapié particularmente en un aparente exceso de individualismo en su enfoque. Es indudable que éstos no lo han leído ni escuchado bien. Por un lado, niega la individualidad como entidad real y, por otro, ubica a la relación del hombre con su entorno en su más amplio espectro, como eje de la existencia humana, por lo menos de una existencia que merezca ser vivida. Para fundar lo expuesto, ahora traemos a colación este tema para que no queden dudas al respecto:

Categoría Su Legado

La Raíz Del Conflicto

Publicado el 1 de noviembre de 2012

KRISHNAMURTI: Quisiera hablar acerca de la relación, acerca de lo que es amor, de lo que es esta existencia humana en la cual está implicado nuestro diario vivir; hablar sobre los problemas que uno tiene, los conflictos, placeres y temores, y sobre esa cosa tan extraordinaria que llamamos muerte.Pienso que uno ha de comprender –no como una teoría, no como un concepto especulativo y entretenido, sino más bien como un hecho real– que nosotros somos el mundo y que el mundo es nosotros, cada uno de nosotros. Sentirlo, estar total y realmente entregado a ello y a nada más, produce un sentimiento de gran responsabilidad y una acción que no puede ser fragmentaria, sino total.

Creo que somos propensos a olvidar que nuestra sociedad, la cultura en la cual vivimos y que nos ha condicionado, es la resultante de la conducta humana con su conflicto, desdicha y sufrimiento. Cada uno de nosotros es esa cultura, cada uno de nosotros es la comunidad –no estamos separados de ella–. Para sentir esto, no como una idea o un concepto, sino para percibir verdaderamente su realidad, uno ha de investigar el problema de la relación; porque nuestra vida, nuestra existencia, está basada en la relación. La vida es un movimiento de relación. Si no comprendemos qué implica la relación, no sólo nos aislamos inevitablemente sino que creamos una sociedad en la cual los seres humanos están divididos, tanto en lo nacional o en lo religioso como dentro de sí mismos, y en consecuencia proyectan lo que ellos son al mundo exterior

No sé si ustedes han investigado profundamente esta cuestión a fin de descubrir si uno puede vivir en total armonía con otro, en completo acuerdo, de modo que no haya barrera ni división sino un sentimiento de absoluta unidad. Porque relación significa estar relacionados no en una actividad, no en algún proyecto o en una ideología, sino estar unidos totalmente de modo tal que la división, la fragmentación entre individuos, entre dos seres humanos, no exista en absoluto a ningún nivel.

A menos que uno descubra esta relación, me parece que al tratar de producir orden en el mundo, teórica o tecnológicamente, no sólo estamos forzados a crear profundas divisiones entre hombre y hombre, sino que también seremos incapaces de impedir la corrupción. Ésta empieza en la falta de relación; yo pienso que ésa es la raíz del deterioro. La relación, tal como hoy la conocemos, es una continuidad de la división entre los individuos. La raíz etimológica de la palabra individuo significa “indivisible”. Un ser humano que en sí mismo no está dividido, fragmentado, es realmente un individuo. Pero la mayoría de nosotros no somos individuos; pensamos que lo somos y, por lo tanto, existe la oposición del individuo respecto de la comunidad. Uno ha de comprender el significado de esa palabra “individualidad”, no sólo en el sentido lingüístico sino en ese profundo sentido en el cual no hay fragmentación en absoluto. Eso significa armonía perfecta entre la mente, el corazón y el organismo físico. Sólo entonces existe una individualidad.

Si examinamos bien a fondo nuestra presente relación humana, sea ésta íntima o superficial, duradera o transitoria, vemos que ella está fragmentada. La esposa o el marido, el joven o la muchacha, cada uno vive encerrado en su propia ambición, en sus empeños personales y egoístas, en su propio caparazón. Todo ello es un factor que contribuye a edificar una imagen dentro de cada uno y, en consecuencia, la relación con el otro se establece a través de esa imagen. Por lo tanto, no hay verdadera relación.

Yo no sé si ustedes son conscientes de la estructura y naturaleza de esta imagen que uno ha construido dentro y en torno a sí mismo. Todos estamos haciéndolo constantemente, ¿y cómo puede haber relación entre uno y otro si existe esa urgencia personal, esa envidia, competencia, codicia, todas aquellas cosas que son sustentadas y exageradas en la sociedad moderna? ¿Cómo puede haber relación con otro si cada cual está persiguiendo su propio logro personal, su propio éxito?

No sé si nos damos cuenta plenamente de esto. Estamos tan condicionados que aceptamos –como la norma, como nuestro patrón de vida– que cada cual debe obedecer a su particular idiosincrasia o tendencia y, no obstante, tratar de establecer una relación con otro. ¿No es eso lo que todos hacemos? Usted podrá estar casado, podrá trabajar en una oficina o en una fábrica; cualquier cosa que usted haga, durante todo el día está persiguiendo eso. Y lo mismo su mujer en el hogar, con sus propias preocupaciones, sus propias vanidades, etc. ¿Dónde está la relación entre dos seres humanos así? ¿En el sexo? Una relación tan superficial, tan limitada, tan restringida, ¿no es en sí misma corrupción?

Quizá se pregunten: ¿cómo ha de vivir uno si no va a la oficina, si no persigue su ambición personal, su deseo de alcanzar, de obtener? Si uno no hace nada de esto, ¿qué es lo que debe hacer? Yo pienso que ésta es una pregunta absolutamente errónea, ¿no es así? Porque nosotros estamos interesados en producir un cambio radical en toda la estructura de la mente. La crisis no está en el mundo externo sino en la conciencia misma. Y hasta que comprendamos esta crisis, no de modo superficial, no de acuerdo con algún filósofo, sino realmente y en profundidad, observándola, examinándola por nosotros mismos, no seremos capaces de producir un verdadero cambio. Estamos interesados en la revolución psicológica, y esta revolución sólo puede tener lugar cuando existe la correcta clase de relación entre los seres humanos.

¿Cómo ha de establecerse tal relación? El problema es claro. Por favor, compartan este problema conmigo, ¿quieren? Es el problema de ustedes, no mi problema; es la vida de ustedes, no mi vida; es de ustedes el sufrimiento, la desdicha, la ansiedad, la culpa. Esta batalla es la vida que conocemos. Si ustedes escuchan meramente una descripción, encontrarán que sólo están nadando en la superficie y que no resuelven problema alguno. Es en verdad el problema de ustedes, y quien les habla está realmente describiéndolo, sabiendo que la descripción no es la cosa descripta. Compartamos entonces este problema de cómo pueden los seres humanos –ustedes y yo– hallar una correcta relación en medio de este desorden, odio, destrucción, contaminación, entre todas esas terribles cosas que están sucediendo en el mundo.

Me parece que para descubrir uno debe examinar lo que ocurre, ver lo que realmente “es”. No lo que pensamos que nos gustaría que fuera, no tratando de cambiar nuestra relación basados en un concepto de futuro, sino observando lo que en realidad ocurre ahora. En la observación del hecho, de su verdad, de su realidad presente, existe una posibilidad de cambiarlo. Como ya dijimos, cuando existe la posibilidad, entonces hay gran energía. Lo que disipa la energía es la idea de que el cambio no es posible.

De modo que debemos observar nuestra relación de cada día tal como ella es realmente. En el observar lo que ella es, descubrimos cómo producir un cambio en esa realidad. Estamos, pues, describiendo lo que realmente es: que cada uno vive confinado en su propio mundo, en su mundo de ambición, codicia, miedo, deseo de éxito, etc. –ustedes saben lo que ocurre–. Si estoy casado, entonces tengo responsabilidades, hijos y todo eso. Voy a la oficina o adonde sea que trabaje, y luego nos encontramos uno y otro –marido y mujer, muchacho y chica– en el lecho. Y a eso lo llamamos amor, llevando vidas separadas, aisladas, construyendo en torno nuestro un muro de resistencia, persiguiendo alguna actividad egocéntrica. Todos buscamos seguridad psicológica, cada cual dependiendo del otro para su comodidad, para su placer, para su necesidad de compañía. Y por estar tan profundamente solos, aislados, necesitamos que se nos quiera, que se nos estime y tratamos cada uno de dominar al otro.

Ustedes pueden ver esto por sí mismos si se observan. ¿Es que existe en absoluto alguna clase de relación? Así no hay relación entre dos seres humanos; aunque tengan hijos, un hogar, no están realmente relacionados. Si tienen un proyecto en común, ese proyecto los sostiene, los mantiene unidos, pero eso no es relación

Ustedes pueden ver esto por sí mismos si se observan. ¿Es que existe en absoluto alguna clase de relación? Así no hay relación entre dos seres humanos; aunque tengan hijos, un hogar, no están realmente relacionados. Si tienen un proyecto en común, ese proyecto los sostiene, los mantiene unidos, pero eso no es relación.

Comprendiendo todo esto uno ve que si no existe relación entre dos seres humanos, comienza un proceso de corrupción. No en la estructura externa de la sociedad o en el fenómeno externo de la contaminación, sino internamente. La contaminación, la corrupción y destrucción internas se inician cuando los seres humanos no están en modo alguno relacionados, tal como ustedes no lo están. Ustedes podrán estrecharse las manos, besarse, dormir juntos, pero si observan bien a fondo, ¿existe una verdadera relación? Estar relacionado significa no depender el uno del otro, no tratar de encontrar satisfacción, compañía por medio del otro. Cuando uno busca su propio bienestar en el otro, cuando depende de él, etc., ¿puede entonces haber alguna clase de relación? ¿O sólo se están usando el uno al otro?

Esto no implica ser cínico, sino observar lo que realmente es. De modo que para descubrir lo que verdaderamente significa estar en relación con otro, uno debe comprender esta cuestión del aislamiento, porque la mayoría de nosotros somos terriblemente solitarios. Cuanto más envejece uno, tanto más se aísla, más solitario se vuelve, especialmente en este país. ¿Han reparado ustedes en las personas de edad, en sus escapes, en sus diversiones? Ellos han trabajado toda su vida y necesitan escapar hacia alguna clase de entretenimiento.

Viendo esto, ¿podemos encontrar un modo de vivir en el cual no utilicemos a otros ni psicológica ni emocionalmente, en el cual uno no dependa de otros, no use a otro como un medio para escapar de las propias torturas, de su desesperación, de su soledad?

(…) De manera que la relación es una de las más importantes o, mejor dicho, la más importante cosa de nuestra vida

Nueva York, 24/4/1971

La raíz del conflicto, pag. 76 a 80,  Ed Paidós, Buenos Aires

Categoría Su Legado

Urge un cambio psicológico

Publicado el 1 de noviembre de 2012

INTERLOCUTOR: He venido desde lejos para verlo. Aunque estoy casado y tengo hijos, he estado alejado de ellos, vagando y meditando, como un mendigo. He estado muy confundido en mi brega con el complicado problema de la relación. Cuando entro en una aldea y me dan comida, estoy relacionado con el dador al igual que lo estoy con mi mujer y mis hijos. Cuando en alguna otra aldea alguien me da ropa, estoy relacionado con la fábrica que la produce. Estoy relacionado con la tierra por donde camino, con el árbol bajo el cual me albergo, y con todo. Y, sin embargo, me hallo solo, aislado. Cuando estoy con mi esposa estoy separado de ella aún durante la relación sexual –es un acto separativo–. Hasta cuando entro en un templo, todavía en ello está el adorador y la cosa, objeto de adoración; otra vez la separación. Así, pues, tal como lo veo, en toda relación hay separación, dualidad, y detrás o a través de ella, o a su alrededor, hay una sensación peculiar de unidad. El ver a un mendigo me duele, porque soy como él y me siento como él se siente; solitario, desesperado, enfermo, hambriento. Siento por él y con él; por su existencia sin objeto. Cuando algún rico se me acerca en su gran automóvil y me da transportación, me siento incómodo en su compañía, pero también simpatizo con él y me relaciono con él. Así, pues, he meditado sobre este extraño fenómeno de la relación. ¿Podríamos durante esta bella mañana, mientras contemplamos el valle profundo, hablar de este problema?

KRISHNAMURTI: ¿Surge toda la relación de ese aislamiento? ¿Puede haber relación mientras exista alguna separación o división? ¿Puede haber relación con otro cuando no hay contacto con él, no sólo físico, sino en todos los niveles de nuestro ser? Uno puede estrechar la mano de otro y, sin embargo, estar a miles de millas de distancia, envuelto en sus propios pensamientos y problemas. Uno puede estar en un grupo y, sin embargo, estar dolorosamente solo. Por lo tanto, uno se pregunta: ¿puede existir alguna relación con el árbol, la flor, el ser humano, o con el cielo y la bella puesta de sol, cuando la mente se aísla en sus propias actividades? Y, ¿puede existir contacto alguno, con cosa alguna, aún cuando la mente no esté aislándose en sí misma?

INTERLOCUTOR: Cada cosa y cada persona tiene su propia existencia y está envuelta en ella. Nunca puedo penetrar la envoltura de otro ser. No importa lo mucho que ame a alguien, su existencia está separada de la mía. Quizá pueda tocarla desde fuera, mental o físicamente, pero su existencia es suya, y la mía está siempre fuera de la periferia de él. En la misma forma, él no puede tocarme. ¿Tenemos que mantenernos siempre como dos entidades separadas, cada uno en su propio mundo con sus propias limitaciones, dentro de la prisión de su propia conciencia?

KRISHNAMURTI: Cada cual vive dentro de su propia envoltura, usted y el otro, cada uno en la suya. Y, ¿hay la posibilidad de que en alguna ocasión, pueda uno salir, abriéndose paso a través de ella? ¿Es esta envoltura –esta mortaja, esta cubierta– la palabra? ¿Está hecha de la preocupación que usted siente por usted mismo, y de la que él siente por sí mismo, de los deseos de usted en contraposición a los de él? ¿Es esta cápsula el pasado? Es todo eso, ¿no es así? No es una cosa en particular, sino todo un manojo de cosas que la mente arrastra consigo de un lado a otro. Usted tiene su carga, y otro la de él. ¿Es posible que en algún momento nos libremos de esta carga de manera que la mente pueda encontrarse con la mente, y el corazón con el corazón? Este es realmente el problema, ¿no es así?

INTERLOCUTOR: Aun cuando nos liberemos de todas estas cargas, si eso fuera posible, aún así él permanecería en su propia piel con sus pensamientos, y yo en la mía con los míos. Algunas veces la brecha es angosta, y en otras, es ancha, pero siempre somos islas separadas. El hueco parece más ancho cuando más nos preocupa y tratamos de salvarlo.

KRISHNAMURTI: Uno puede identificarse con ese aldeano o con esa llameante flor, lo cual es una treta mental con pretensiones de unificación. El identificarse con algo es una de las cosas más hipócritas; identificarse con una nación, con una creencia y, sin embargo, mantenerse solo es una de las tretas favoritas para encubrir la soledad. O uno se identifica tan completamente con su creencia que se convierte en esa creencia, y ése es un estado neurótico. Pues bien, descartemos ese impulso de identificarnos con una persona, o una idea, o una cosa. En esta forma no hay armonía, unidad o amor. Así que nuestra siguiente pregunta es: ¿puede uno romper enteramente esa envoltura de manera que la misma deje de existir? Sólo entonces podría haber una posibilidad de establecer contacto total. ¿Cómo va uno a romper completamente la envoltura? El “cómo” no significa un método, sino más bien una indagación que pudiera abrir la puerta.

INTERLOCUTOR: Es verdad, ningún otro contacto podría llamarse relación de clase alguna, aunque digamos que lo es.

KRISHNAMURTI: ¿Perforamos poco a poco la envoltura, o la cortamos por completo de inmediato? Si perforamos poco a poco, lo que los analistas hacen a veces, según dicen, nunca terminaremos. No es a través del tiempo que podemos destruir esta separación.

INTERLOCUTOR: ¿Puedo yo penetrar dentro de la envoltura de otro? ¿Y no es esa envoltura su propia existencia, los latidos de su corazón y su sangre, sus sentimientos y sus recuerdos?

KRISHNAMURTI: ¿No es usted la envoltura misma?

INTERLOCUTOR: Sí.

KRISHNAMURTI: El mismo movimiento de pasar a través de la envoltura de otro, o de ir más allá de la propia constituye la verdadera afirmación y la acción de la propia envoltura: uno es la envoltura. Así que uno es el observador de la envoltura y también la envoltura misma. En ese caso uno es el observador y lo observado, y el otro también lo es. Así es como permanecemos. Y él trata de llegar a usted, y usted trata de llegar a él. ¿Es eso posible? Usted es la isla rodeada por el mar, y él es también la isla rodeada por océanos. Usted, por su parte, puede ver que es ambas cosas: la isla y el mar, y que, por lo tanto, no hay tal división entre isla y mar. La otra persona no ve eso. Él es la isla rodeada por el mar y trata de llegar hasta usted.

Y si usted es demasiado ingenuo puede también tratar de llegar hasta él. ¿Es eso posible? ¿Cómo puede haber contacto entre un hombre libre y un hombre atado? Como usted es el observador y lo observado, usted es el movimiento total de la tierra y el mar. Pero el otro, que no comprende eso, todavía es una isla rodeada de agua. Él trata de alcanzarlo a usted, pero fracasa siempre porque conserva su calidad de isleño. Únicamente cuando deja de ser isleño, y al igual que usted, se abre al movimiento de los cielos, de la tierra y del mar, es que puede haber contacto. El que ve que él mismo es su propia barrera ya no tendrá ninguna barrera. Por lo tanto él, en sí mismo no está separado. Como el otro no ha visto que es su propia barrera, sigue creyendo en su separación. ¿Cómo puede este hombre llegar hasta el otro? No es posible.

+ + +

INTERLOCUTOR: Si podemos, me gustaría seguir por donde nos quedamos ayer. Usted decía que la mente fabrica su propia envoltura y que esta envoltura es la mente. En realidad, no entiendo eso. Puedo estar de acuerdo intelectualmente, pero se me escapa la naturaleza de la percepción. Me gustaría mucho comprenderlo –no verbalmente, sino sentirlo en realidad–, de manera que no haya conflicto en mi vida.

KRISHNAMURTI: Existe el espacio entre lo que la mente llama envoltura, que ella ha fabricado, y ella misma. Existe el espacio entre el ideal y la acción. De estas diferentes fragmentaciones de espacio entre el observador y lo observado, o entre diferentes cosas que observa, surge todo el conflicto y la lucha, y todos los problemas de la vida. Existe la separación entre esta envoltura que me cubre y la que cubre a otro. En ese espacio está toda nuestra vida y toda nuestra relación y lucha.

INTERLOCUTOR: Cuando usted habla de la división entre el observador y lo observado, ¿se refiere usted a esas fragmentaciones de espacio en nuestro proceso de pensar y en nuestras acciones diarias?

KRISHNAMURTI: ¿Qué es ese espacio? Existe el espacio entre usted y su envoltura, el espacio entre el observador y su envoltura, y el espacio entre las dos envolturas. El observador percibe todos esos espacios. ¿De qué están hechos estos espacios? ¿Cómo surgen? ¿Cuál es la calidad y naturaleza de estos espacios divididos? Si pudiéramos eliminar estos espacios fragmentarios, ¿qué pasaría?

INTERLOCUTOR: Entonces habría verdadero contacto en todos los niveles de nuestro ser.

KRISHNAMURTI: ¿Es eso todo?

INTERLOCUTOR: No habría conflicto porque todo conflicto es relación a través de esos espacios.

KRISHNAMURTI: ¿Es eso todo? Cuando ese espacio desaparece realmente –no de manera verbal o intelectual–, sino que desaparece realmente, hay completa armonía, unidad entre usted y él, entre usted y otro. En esa armonía cesan usted y él, y queda únicamente ese vasto espacio que nunca puede ser fraccionado. La pequeña estructura de la mente termina, porque la mente es fragmentación.

INTERLOCUTOR: No hay duda de que no puedo comprender esto en forma alguna aun cuando siento profundamente dentro de mí que eso es así. Puedo ver que cuando hay amor eso ocurre realmente, pero no conozco ese amor. No está en mí todo el tiempo. No está en mi corazón. Lo veo únicamente como si fuera a través de un cristal nublado. Francamente, no puedo captarlo con todo mi ser. ¿Podríamos considerar, como usted lo ha sugerido, de qué están hechos estos espacios, y cómo surgen?

KRISHNAMURTI: Vamos a estar bien seguros de que ambos comprendemos la misma cosa cuando usamos la palabra espacio. Existe el espacio físico entre las personas y las cosas, y existe el espacio psicológico entre las personas y las cosas. Existe también el espacio entre la idea y lo real. Así que todo eso, lo físico y lo psicológico es espacio, más o menos limitado y definido. No estamos hablando ahora del espacio físico. Hablamos del espacio psicológico entre personas y del espacio psicológico en el ser humano en sí, en sus pensamientos y actividades. ¿Cómo surge ese espacio? ¿Es ficticio, ilusorio, o es real? Siéntalo, esté consciente de él, esté seguro de que no tiene meramente una imagen mental de él; tenga en mente que la descripción nunca es la cosa. Esté bien seguro de que sabe de qué estamos hablando. Esté muy consciente de que este espacio limitado, esta división, existe en usted. No se mueva de ahí si no comprende. Ahora, ¿cómo surge ese espacio?

INTERLOCUTOR: Vemos el espacio físico entre las cosas…

KRISHNAMURTI: No explique nada; únicamente sienta que penetra en ello. Preguntamos cómo surge ese espacio. No dé una explicación, o una causa, sino permanezca en ese espacio y siéntalo. Entonces la causa y la descripción tendrán muy poco significado y ningún valor. Ese espacio ha surgido con motivo del pensamiento, que es el “yo”, la palabra, lo cual es toda la división. El mismo pensamiento es esa distancia, esa división. El pensamiento está siempre dividiéndose en fragmentos y creando división. El pensamiento siempre divide en fragmentos lo que observa dentro el espacio –como el usted y el yo, lo suyo y lo mío, yo y mis pensamientos, etc.–. Ese espacio que el pensamiento ha creado entre las cosas que observa, se ha vuelto real; y es ese espacio el que divide. Entonces el pensamiento trata de construir un puente encima de esa división, y así se juega tretas a sí mismo todo el tiempo, engañándose, y con esperanzas de unidad.

INTERLOCUTOR: Eso me recuerda el viejo dicho acerca del pensamiento: es un ladrón que se disfraza de policía para capturar al pillo.

KRISHNAMURTI: No se moleste con citar, señor, no importa lo antigua que sea la cita. Estamos considerando lo que realmente ocurre. Cuando vemos la verdadera naturaleza del pensamiento y de sus actividades, el pensamiento se aquieta. Si está quieto el pensamiento, no forzado a estarlo, ¿existe el espacio?

INTERLOCUTOR: Ahora es el pensamiento mismo el que se apresura a contestar la pregunta.

KRISHNAMURTI: ¡Exactamente! Así que ni aun formulamos la pregunta. La mente está ahora por completo armoniosa, sin fragmentación; el pequeño espacio ha cesado, y sólo hay espacio. Cuando la mente está completamente quieta, surge la inmensidad del espacio y del silencio.

INTERLOCUTOR: Así, pues, comienzo a ver que mi relación con otro es entre pensamiento y pensamiento; cualquier contestación que dé es el ruido del pensamiento, y al darme cuenta de ello, estoy silencioso.

KRISHNAMURTI: Ese silencio es la bienaventuranza

Urge un cambio psicológico, Fundación Krishnamurti Pto. Rico, California 1972, pg 41 a 49

Categoría Su Legado

Diario II

Publicado el 1 de noviembre de 2012

Abril 4, de 1975

Quiso la ocasión que uno viviera por algunos meses en una pequeña casa ruinosa, en lo alto de las montañas y muy lejos de otras casas. Había muchísimos árboles y, al llegar la primavera, el aire se impregnaba de perfume. La soledad era de las montañas y la belleza de la tierra roja. Los altísimos picos estaban cubiertos de nieve y algunos de los árboles se hallaban florecidos. Uno vivía solo en medio de este esplendor. El bosque estaba cerca, con sus ciervos, algún oso ocasional y esos grandes monos de caras negras y largas colas; y, por supuesto, también había serpientes. En la profunda soledad, y de un modo extraño, uno estaba relacionado con todos ellos, y no podía dañar cosa alguna, ni aún esa blanca margarita en el sendero. En esa relación, el espacio entre uno mismo y ellos no existía; no era algo inventado, no era una convicción intelectual o emocional la que producía esto; era simplemente así.

Un grupo de grandes monos vendría a visitarnos, especialmente en los atardeceres; unos pocos permanecían en tierra, pero en su gran mayoría se sentaban tranquilamente en los árboles y vigilaban. Sorprendentemente, se mantenían silenciosos; en ocasiones, se rascaban una o dos veces y nos quedábamos así, contemplándonos mutuamente. Acudirían ahora en cada atardecer, sin acercarse demasiado y sin alejarse tampoco muy alto entre los árboles, y así podíamos estar en silencio, observándonos. Habíamos llegado a ser bastante buenos amigos, pero ellos no deseaban invadir nuestra soledad. Cierta tarde, paseando por el bosque, uno dio de pronto con ellos en un espacio abierto. Debían ser más de treinta, jóvenes y viejos, sentados entre los árboles alrededor del espacio abierto, absolutamente quietos y silenciosos. Uno podía haberlos tocado; no había temor en ellos y, sentados en el suelo, nos estuvimos observando atentamente hasta que el sol se ocultó detrás de las cumbres.

Si uno pierde contacto con la naturaleza, pierde contacto con la humanidad. Si no hay relación con la naturaleza, nos convertimos en asesinos; entonces matamos a los cachorros de foca, a las ballenas, a los delfines y al hombre –sea por provecho, por deporte, por comida o en aras del conocimiento. Entonces la naturaleza se asusta de nosotros y repliega su belleza. Podremos hacer largas caminatas por los bosques o los campos en lugares encantadores, pero si somos unos asesinos habremos perdido la amistad con la naturaleza. Y es probable que tampoco estemos relacionados con nada, ni con nuestra propia esposa o marido; nos hallamos demasiado ocupados –ganando o perdiendo– con nuestros propios pensamientos privados, con nuestros placeres y pesares. Vivimos en nuestro oscuro aislamiento particular, y el escape de ello es más oscuridad. El interés está puesto en una corta, insensata supervivencia, plácida o violenta. Y miles mueren de hambre o son sangrientamente asesinados a causa de nuestra irresponsabilidad. Dejamos el arreglo del mundo a los corruptos y mentirosos políticos, a los intelectuales, a los expertos. Debido a que carecemos de integridad, construimos una sociedad que es inmoral, deshonesta, una sociedad que se basa en el más absoluto egoísmo. Y entonces escapamos de todo esto, siendo como somos los únicos responsables; escapamos a las playas, a los bosques o empuñamos una escopeta por ‘deporte’.

Podemos conocer todo esto, pero el conocimiento no produce transformación alguna en nosotros. Cuando tengamos este sentimiento de lo total, estaremos relacionados con el universo.

Diario II, Ed. Sudamericana, Pgs. 119 y 120.-

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