A la luz de Krishnamurti

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LA ENERGIA

Publicado el 24 de octubre de 2015

energia-solarHoy está de «moda» hablar de ella cuando nos referimos a las fuerzas que influyen en nuestras vidas.

Este término fue utilizado en la última época de las disertaciones de K, pero como sabemos esto no indica una modificación esencial en su Enseñanza, sino solo la adecuación del instrumento (la palabra), en la transmisión más precisa posible del mensaje.

Veamos pues como desde distintos ángulos nos introduce en esta cuestión. 

 

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La Persecución del Placer

Publicado el 24 de octubre de 2015

Se necesita enorme energía, vitalidad e interés para producir un cambio radical en uno mismo. Si nos interesan los fenómenos externos hemos de ver, en el proceso de cambiar nosotros mismos, qué podemos hacer con el resto del mundo, y también debemos ver no sólo cómo conservar la energía sino también cómo incrementarla. Disipamos la energía interminablemente mediante el hablar inútil, las innumerables opiniones acerca de cualquier cosa, por vivir en un mundo de conceptos, fórmulas, y por el eterno conflicto que hay dentro de nosotros mismos. Pienso que todo ello disipa energía. Pero tras de eso hay una causa mucho más profunda que desgasta la energía vital necesaria no sólo para producir un cambio en nosotros, sino también para penetrar muy hondo más allá de los confines del propio pensamiento.

Los antiguos decían: controlen el sexo, mantengan tirantes las riendas de sus sentidos, hagan promesas para que no se disipen sus energías; deben concentrar su energía en Dios o en lo que fuere. Todo este tipo de disciplinas son también un desperdicio de energía, porque cuando hacemos una promesa ello es una forma de resistencia. Se requiere energía no sólo para un superficial cambio externo, sino también para producir una profunda transformación interior o revolución. Uno debe poseer un extraordinario sentimiento de energía sin causa, sin motivo, energía que tiene la capacidad de estar completamente quieta; y esta misma quietud posee su propia cualidad explosiva. Vamos a investigar todo eso.

Uno ve cómo los seres humanos desgastan su energía en querellas, en celos, en un tremendo sentimiento de ansiedad, en la eterna persecución y urgencia del placer; resulta bastante evidente que esto es un desperdicio de energía. ¿Y no es también un desperdicio de energía tener innumerables opiniones y creencias acerca de todo?: cómo el otro debería comportarse, qué debería hacer, etc.: ¿No es un desperdicio de energía tener fórmulas y conceptos? Esta cultura nos incita a tener conceptos, y vivimos de acuerdo con ellos. ¿Acaso no tienen ustedes fórmulas y conceptos, no poseen ninguna imagen acerca de lo que deberían ser, de lo que debería ocurrir? en el sentido de pensar rechazando «lo que es» y formulando «lo que debería ser». Todo este esfuerzo es un desperdicio de energía, y espero que podamos proseguir a partir de ahí.

¿Cuál es la razón básica que hay detrás de esa disipación de energía? Aparte de los patrones culturales que uno ha adquirido y que constituyen un derroche de energía, existe una cuestión más profunda: ¿puede uno funcionar y moverse en la vida cotidiana sin ninguna forma de resistencia? Resistencia es voluntad: Sé que todos ustedes fueron educados para utilizar la voluntad, el control, en el sentido de «debes, no debes, deberías, no deberías». La voluntad es independiente del hecho. Es una afirmación del «yo», del «mi», con independencia de «lo que es». La voluntad es deseo; la manifestación del deseo es voluntad. Funcionamos superficialmente o a gran profundidad en esta afirmación de la resistencia del deseo como voluntad, que no está relacionado con el «hecho», sino que depende del deseo del «yo», del «mi».

Sabiendo qué es la voluntad, uno se pregunta: ¿Es posible vivir en este mundo sin que la voluntad opere en absoluto? La voluntad es una forma de resistencia, de división. «Yo quiero» contra algo que «yo no quiero», «yo debo» contra lo que «yo no debo». La voluntad consiste, pues, en erigir un muro que actúa contra toda otra forma de acción. Nosotros sólo conocemos la acción sujeta a un concepto, a una fórmula, o como un aproximarse a determinado ideal, a un modelo de acuerdo con el cual actuamos. A esto lo llamamos acción, y en ello hay conflicto, hay imitación de lo que «debería ser proyectado como un ideal según el cual encaramos nuestra acción; por lo tanto, hay conflicto entre la acción y el ideal, porque en ello siempre existe un acercarse, un imitar, un amoldarse. Yo siento que esto es un total desperdicio de energía y voy a mostrar por qué.

Espero que estemos vigilando con atención nuestras actividades, nuestras mentes, para ver de qué modo ejercitamos la voluntad en la acción. Repito: la voluntad es independiente del hecho, de «lo que es»; ella depende de «yo», de lo que éste quiere no de «lo que es», sino de lo que quiere. Y ese querer depende de las circunstancias, del medio ambiente, de la cultura, etc.; está divorciado del hecho. Por lo tanto, hay contradicción y resistencia contra «lo que es», y eso constituye un desperdicio de energía. […]

Así es que la mente ha de aprender cómo mirar. Este es, para mí, el problema fundamental. ¿Puede esta mente -que es el resultado del tiempo, de las diversas culturas, experiencias y conocimientos- mirar con ojos que no estén condicionados? Vale decir, ¿puede operar instantáneamente, libre de su condicionamiento? Debo, en consecuencia, aprender a considerar mi condicionamiento sin ningún deseo de cambiarlo, transformarlo o ir más allá de él. Debo ser capaz de mirarlo tal como es. Si quiero cambiarlo, entonces pongo otra vez en acción la voluntad. Si quiero escapar de él, de nuevo hay resistencia. Si retengo una parte y rechazo otras, eso implica opción. Y la opción, como lo hemos señalado, es confusión. ¿Puedo entonces, puede esta mente mirar sin ninguna resistencia, sin opción alguna? ¿Puedo mirar las montañas, los árboles, mirar a mi vecino, a mi familia, a los políticos, a los sacerdotes, sin ninguna imagen? La imagen es el pasado. La mente debe ser, pues, capaz de mirar. Cuando miro «lo que es» en mí mismo y en el mundo, sin resistencia, entonces desde esa observación surge una acción instantánea que no es el resultado de la voluntad. ¿Comprenden? […]

¿Podemos descubrir entonces qué es el amor? Esta es una pregunta que el hombre siempre se ha formulado. Incapaz de descubrirlo, ha dicho: «ama a Dios», «ama una idea, «ama al Estado», «ama a tu prójimo». No es que ustedes no deban amar al prójimo, pero esto se ha vuelto una mera cuestión social; no es ese amor que siempre es nuevo. De modo que el amor no es un producto del pensamiento, el cual es placer. Como dijimos: el pensamiento es viejo, no es libre, es la respuesta del pasado y, en consecuencia, el amor no tiene verdadera relación con el pensamiento. Sabemos muy bien que la mayor parte de nuestra vida es una batalla, con su tensión, su ansiedad, su culpa, su desesperación, el sentimiento inmenso de soledad y dolor; ésa es realmente nuestra vida, «lo que es», y eso no queremos afrontarlo. ¿Qué ocurre si ustedes lo afrontan sin opción ni resistencia? ¿Pueden hacerlo? No tratar de vencer el miedo, los celos, esto o aquello, sino mirar realmente el hecho sin sentido alguno de querer cambiarlo, conquistarlo, controlarlo; sólo observar de modo total concediéndole atención completa. Cuando uno examina su fatigosa vida cotidiana, su diaria vida burguesa o no burguesa, ¿Qué es lo que ocurre? ¿No disponen entonces de una tremenda energía? La energía ha sido disipada en resistir esa vida, en vencerla, en ir más allá, en tratar de comprenderla, de cambiarla, pero si miran esta vida tal como ella es, ¿no hay entonces una transformación en «lo que es»? Esa transformación ocurre sólo cuando ustedes tienen esta energía en que no opera en absoluto la voluntad. […]

Enfrentarse a algo acerca de lo que uno no sabe absolutamente nada requiere gran energía, ¿no es así? Eso sólo puedo hacerlo cuando no hay ejercicio de la voluntad, ni resistencia, ni opción, ni derroche de energía. Para enfrentarse a algo desconocido debe existir la más elevada forma de energía, y cuando existe esa energía total, ¿hay miedo a la muerte? ¿O hay miedo a la continuidad? Sólo cuando he vivido una vida de resistencia, voluntad y opción, existe el miedo de no ser, de no vivir. Cuando la mente se enfrenta con lo desconocido y todas esas cosas desaparecen, hay una energía inmensa. Y cuando hay esa suprema energía que es inteligencia, ¿existe la muerte? Descúbranlo.

 La Persecución del Placer, (Tomo 2 : El despertar de la inteligencia), Edit. Kier, Bs As, 1994, págs. 203 a 214.-

 

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Más allá del Pensamiento

Publicado el 24 de octubre de 2015

[…] P: ¿Podríamos discutir uno de los principales bloqueos que existen para la comprensión, o sea, el factor de la actividad egocéntrica?

K: Cuando hablamos del egocentrismo, tengamos presente que un centro implica una periferia. ¿Podemos decir que donde hay un centro hay una frontera, una limitación, y que toda acción debe estar dentro del círculo que constituyen el centro y la periferia? Esa es la actividad egocéntrica.

P: ¿Cuáles son las fronteras del propio yo?

K: Pueden ser ilimitadas o estar dentro de los límites, pero siempre hay una frontera.

D: ¿Ilimitada?

K: Usted puede empujarla tan lejos como guste. Mientras haya un centro, hay una periferia, una frontera, pero esa frontera puede expandirse.

P: Señor, ¿significa eso que no hay límite para esta expansión?

K: Vayamos despacio. Cuando nos referimos a la actividad egocéntrica, eso es lo que implica: un centro y una periferia, una limitación, y toda acción tiene lugar dentro de ese círculo. Pensar acerca de uno mismo, progresar hacia algo, sigue siendo un movimiento del centro a la periferia. Donde hay un centro hay una frontera, y ese centro puede expandirse a sí mismo pero continúa estando dentro de esa frontera y, por lo tanto, toda acción tiene lugar dentro del círculo. Desde el centro uno puede extenderse tan lejos como le plazca, mediante el servicio social, el electorado democrático, o las dictaduras o tiranías ‑todo está dentro de esa área.

A: ¿Puede haber alguna acción que no alimente un centro? Ese es el punto, señor.

K: O, ¿puede no haber un centro?

A: Señor, desde nuestra posición no podemos decir eso, porque nosotros partimos de un centro. Lo que podemos afirmar honestamente, realmente, es que sabemos que hay un centro, y que toda actividad ‑incluso el respirar‑ alimenta ese centro.

K: El punto es éste: La energía que se expande dentro de la circunferencia y el círculo, es una energía limitada, mecánica. ¿Sabe usted ‑no verbalmente sino realmente, internamente- que donde existe un centro tiene que haber una circunferencia, y que cualquier acción que tenga lugar dentro de esa área es limitada, fragmentada y, por tanto, es un desperdicio de energía?

VA: Hemos estado discutiendo la circunferencia y el centro. El primer problema sería darnos cuenta de nuestro propio yo.

K: Ese es el problema, señor. Somos entidades egocéntricas. Somos seres humanos egoístas, pensamos en nosotros mismos, en nuestras preocupaciones, en nuestra familia ‑nosotros somos el centro. Podemos trasladar el centro hacia la labor social, política, pero es el centro el que sigue operando.

P: Es algo más sutil de verse, porque usted puede interesarse por alguna cosa en la cual sienta que el centro no está involucrado.

K: Uno puede creerlo así. Soy ‘yo’ el que trabaja en favor de los pobres, pero sigo operando dentro de esta limitación. […]

K: Usted preguntó si existe una energía que no provenga del centro, una energía sin causa, una energía inagotable y, por lo tanto, no mecánica. Hemos descubierto algo. O sea, que el cerebro ha sido condicionado por milenios para moverse del centro a la circunferencia y de la circunferencia al centro, hacia atrás y hacia adelante, extendiéndose, limitándose y así sucesivamente. Y, ¿hay un modo de terminar con ese movimiento? Acabamos de decir que se termina cuando hay una detención, cuando uno desconecta el enchufe. Es decir que el cerebro cesa de moverse en esa dirección, pero si para ello ha habido alguna motivación, usted está de vuelta en el círculo. ¿Contesta eso su pregunta? O sea: ¿Puede el cerebro, que ha sido tan condicionado por miles de años para funcionar del centro a la periferia y de la periferia al centro, puede ese movimiento detenerse? Ahora bien, la próxima pregunta será: ¿Es eso posible? ¿Entiende? Creo que esa es una pregunta errónea. Cuando usted ve la necesidad de una detención, cuando el cerebro mismo ve la necesidad de que cese el movimiento, éste se detiene. No sé si me estoy expresando con claridad. […]

K: Entonces, ¿por qué llamarlo energía e introducir la palabra ‘terreno’? Prepárese, trabaje en ello. Vivimos una vida de contradicción, conflicto, desdicha. Yo quiero descubrir si el sufrimiento puede terminar ‑la totalidad del sufrimiento humano- e investigar la naturaleza de la compasión.

S: ¿Hay algún modo de vivir en el que la compasión forme también parte de la preparación del terreno? ¿Por qué formula usted esta pregunta, por qué necesita uno preparar el terreno?

K: Yo digo que mientras usted tenga un motivo para preparar ese terreno a fin de recibir aquella energía, nunca la recibirá.

S: ¿Cuál es el motivo, señor? Es la totalidad de la prisión. Ver la totalidad de la prisión y preguntar si existe alguna otra salida de esto, ¿es un motivo? Entonces, uno queda atrapado en un círculo vicioso, está en una trampa.

K: No, usted no ha escuchado. Yo vivo una vida de tortura, desdicha, confusión. Ese es mi sentimiento básico; ¿puede eso terminar? No hay un motivo.

S: Aquí no hay un motivo. Pero usted también formula una pregunta más.

K: No, yo no tengo más preguntas, sólo esa primera pregunta. ¿Puede todo ese proceso terminar? Unicamente entonces puedo responder a las otras preguntas, que tienen un significado inmenso.

P: ¿Cuál es la naturaleza del terreno de la mente humana que tiene que ser preparada para recibir lo otro? Usted me dice que ésa también es una pregunta errónea. Dice: “Estoy en conflicto, sufro y veo que una vida de conflicto y sufrimiento no tiene fin”.

K: Eso es todo. Si esto no puede terminar, entonces las otras preguntas y la investigación y el querer despertar lo otro para aniquilar esto, constituyen un proceso equivocado.

P: Obviamente.

K: Es pedir que un agente externo venga y ponga orden en la casa. Yo digo que en el proceso de ordenar la casa, esta casa, hay muchísimas cosas que van a ocurrir. Usted tendrá clarividencia, los llamados ‘siddhis’ o poderes, etcétera. Todas esas cosas van a suceder. Pero si usted queda atrapada en ellas, no podrá proseguir más adelante. Si no queda atrapada en ellas’ los cielos están abiertos para usted.

¿Usted pregunta, Pupul, si hay un terreno que deba ser preparado, no con el fin de recibir aquello, sino que simplemente el terreno tiene que ser preparado? Prepárelo, trabaje en eso, limpie la casa tan completamente que no quede en ella ni un vestigio de escape. Después sí, podemos preguntar cuál es el estado del que todos estamos hablando. Si usted está haciendo eso, preparando el terreno, trabajando sin desmayo en la terminación del sufrimiento, si está trabajando en ello y viene y dice que hay algo que se conoce como el poder del kundalini, entonces estoy dispuesto a escuchar.

K: … El cuerpo debe ser sensible. Si uno está trabajando, poniendo la casa en orden, el cuerpo se vuelve muy sensible. El cuerpo tiene entonces su propia inteligencia, no la inteligencia que la mente le impone al cuerpo. Por lo tanto, el cuerpo se torna extraordinariamente sensible, no sensible a sus propios deseos o necesidades, sino que se vuelve sensible per se. ..

…Pupul pregunta: “¿Podemos hablar de la energía que yo siento debe existir?” ‑no teóricamente, sino que ella ha tenido una vislumbre, el sentimiento de esa energía, una energía que es infinita; y viene K y dice que sí, que una cosa así existe. Hay una energía que se está renovando a sí misma todo el tiempo y, por tanto, no tiene fin. Es un movimiento eterno. Yo digo que existe. ¿Qué valor tiene eso para el que escucha? Yo digo ‘sí’ y usted me escucha Y yo me pregunto qué valor tiene eso para usted. ¿Se dejará estar en eso y no pondrá en orden la casa?

P: Eso quiere decir, señor, que para la persona que inquiere, lo esencial es la preparación del terreno -que significa la terminación del sufrimiento.

K: Es la única tarea. Ninguna otra. Esa es la cosa más sagrada; por lo tanto, uno no puede invitarla. Y todos ustedes la están invitando.

Poner en orden la casa requiere una disciplina tremenda, no la disciplina del control, de la represión y la obediencia, ¿entienden? Esa disciplina exige, en sí misma, una atención extraordinaria. Cuando ustedes prestan atención completa, verán que tiene lugar una cosa totalmente diferente, una clase de energía en la cual no existe repetición alguna, una energía que no está yendo y viniendo ‑no es como si uno la tuviera un día y un mes después ya no la tuviera. Ello implica mantener la mente por completo vacía. ¿Puede usted hacer eso?

VA: Por un rato.

K: No, no. Yo he preguntado: ¿Puede la mente mantenerse vacía? Entonces existe esa energía. Usted ni siquiera tiene que pedirla. Cuando hay espacio, la mente está vacía y, por tanto, llena de energía. Así, al limpiar la casa, al terminar con las cosas que contiene, con el sufrimiento, ¿puede la mente hallarse por completo vacía, sin ningún motivo, sin ningún deseo? Cuando uno está trabajando en esto, manteniendo la casa limpia, las otras cosas llegan naturalmente. No es usted quien está preparando el terreno para ello. Eso es la meditación.

P: Y la naturaleza de eso es la transformación de la mente humana.

K: Vea, como Saheb Apa decía, estamos programados por siglos de condicionamiento. Cuando el programa se detiene, ello toca a su fin. Si uno desconecta el enchufe de la computadora, ésta no puede funcionar más. Entonces, la pregunta es: ¿Puede ese centro, que es el egoísmo, terminar y no continuar repitiéndose y repitiéndose? ¿Puede ese centro terminar? Cuando eso se termina, no hay movimiento del tiempo. Es todo. Cuando el movimiento de la mente desde el centro a la periferia se detiene, se detiene el tiempo. Cuando no hay movimiento del egocentrismo, existe una clase por completo diferente de movimiento.

J. Krishnamurti: Más allá del pensamiento, Editorial Sirio, Barcelona, pg. 105 a 124

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La Libertad Total, Reto Esencial del Hombre

Publicado el 24 de octubre de 2015

[…] Volvamos a esta cuestión; que significa estar consciente (aware). ¿Está la mente consciente frente a ese árbol, esa nube, la verde yerba que brilla a primera hora de la mañana? ¿Se da cuenta de ello, sin elección alguna, sin ninguna intervención del pensamiento ni del conocimiento que divide? Decíamos el otro día: mire en efecto el árbol o una nube, o lo que sea, sin crear un espacio. ¿Lo hizo usted? ¿Ha intentado alguna vez mirar a su esposa, al marido, a la amiga o al amigo, sin la imagen que tiene de ellos? ¿Ha visto sus implicaciones y ha visto si puede estar libre de implicaciones para poder mirar? Creo muy importante que comprendamos esto, y creo que es la clave de todo el asunto.

Cuando no hay separación entre el observador y la cosa observada, no hay conflicto y, por consiguiente, hay acción inmediata. Me doy cuenta de que tengo ira. Si el observador está separado de lo observado, ve la ira como algo que está separado de sí, fuera de sí mismo. Cuando hay esta división entre el observador y lo observado, el observador dice: “tengo que desembarazarme de esto”, “tengo que reprimirlo” o “tengo que comprenderlo”, “tratar de ver su causa”, etc. En eso hay conflicto, un estado de perturbación, de dominio, de represión, de ceder al hecho o de racionalizarlo, justificarlo, etc. Todo eso es un despilfarro de energía, a causa del conflicto que hay en ello. Pero, cuando el observador se da cuenta de que él mismo es la cosa observada, entonces ve que él es la ira (que no existen él mismo y la ira como dos cosas separadas). Cuando ve que él es la ira, no hay desperdicio de energía. ¿Qué ocurre efectivamente, qué sucede entonces? Veo que estoy irritado. (Ese estado lo conocen todos ustedes). No estoy separado de la ira. Soy la ira y me doy cuenta de ello, no hay división. ¿Y qué ocurre entonces? Cuando no hay esfuerzo ni pugna, ni contradicción ni batalla, sólo hay una cosa: aquello que en realidad es. Y lo que en realidad es soy yo mismo. (El observador que creía ser distinto de lo observado), y sólo existe ese hecho real: la ira, los celos o lo que sea. Y todo el movimiento del pensar contradictorio ha terminado. Por lo tanto, sólo hay percepción, un ver en el cual no hay división o contradicción. Y surge un nuevo estado de energía. Este nuevo estado de energía va a disipar por completo aquel hecho real.

La libertad total reto esencial del hombre, Edit. Orión, México, 1984, pág. 76 a 78.

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