A la luz de Krishnamurti

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EL MIEDO

Publicado el 15 de enero de 2012

En esta cuarta entrega abordaremos, a modo de introducción a su investigación,  la cuestión del miedo psicológico. El miedo acuñado en nuestra historia, en nuestras frustraciones, en nuestras ambiciones, en síntesis: en todo aquello que nuestro pensamiento construyó y que Krishnamurti como un castillo de naipes, «voltea»,  para intentar hacernos ver, una vez más, lo falso de aquello que siempre hemos estimado como verdadero.

En otro orden, es pertinente aclarar que apartándonos de nuestra norma, hemos seleccionado, de los tres textos publicados, dos del  mismo libro temático (denominado justamente: El Miedo), ya que tanto por la calidad de ambos contenidos como por el hecho de haber sido producto de charlas pronunciadas en distintos años, se tornaba  razonable proceder a la excepción.

Categoría Su Legado

El Miedo

Publicado el 15 de enero de 2012

Conversación con Mary Zimbalist

Krishnamurti: (…) Miramos, pues, ese miedo, y en el acto de mirarlo, de observarlo, comenzamos a descubrir el origen del miedo, el proceso que lo causa. Porque el hecho mismo de mirarlo es ver cómo surge. No el analizarlo o el disecarlo. Esa observación íntima, delicada, revela el contenido del miedo, siendo el contenido del origen, el principio, la causa; y donde hay una causa, hay una terminación. La causa jamás puede ser diferente del resultado. Así pues, en la observación, en el acto de vigilar el miedo, se revela su proceso causal.

Mary Zimbalist: El proceso causal al que usted refiere no es, presumiblemente, un miedo individual, un miedo particular, ¿verdad? Usted habla de la causa del miedo mismo.

K.: El miedo mismo, no las distintas formas del miedo. Vea cómo dividimos el miedo. Eso forma parte de nuestra tradición, ese fragmentar el miedo y, por eso, ocuparnos solamente de un tipo de miedo. No del árbol completo del miedo, sino de una rama en particular, de una hoja de ese árbol. Al observar la naturaleza total, la estructura, la cualidad del miedo, al observarlas muy estrechamente, en ese observar mismo se revela el proceso causal. No es el análisis del miedo a fin de descubrir su causa, sino la observación misma, lo que pone al descubierto la causa, que es tiempo de pensamiento. Esto es simple cuando uno no lo plantea de ese modo. Todos aceptarían que la causa es el tiempo y pensamiento. Si no hubiera tiempo y pensamiento, no habría miedo.

MZ.: ¿Podría usted ampliarlo un poco? Porque casi todos piensan que hay algo… ¿cómo puedo expresarlo?… ellos piensan: “Tengo miedo ahora”… lo piensan desde una causa, no ven que el factor del tiempo se halla involucrado.

K.: Pienso que eso es bastante simple. Hay tiempo cuando digo: “Tengo miedo porque he hecho tal cosa en el pasado”; o he tenido un dolor en el pasado, o alguien me ha ofendido y no quiero que me ofendan nunca más. Todo eso es el pasado, el trasfondo, el cual es tiempo. Y está el futuro; o sea, ahora soy esto, pero habré de morir. O podría perder mi trabajo, o mi esposa se enojará conmigo, y así sucesivamente. Están, pues, el pasado y el futuro, y estamos atrapados entre ambos. El pasado tiene relación con el futuro; el futuro no es algo que existe separadamente del pasado. Hay un movimiento de modificación desde el pasado hacia el futuro, hacia el mañana. De manera que eso es el tiempo: es este movimiento, el pasado como lo que he sido y el futuro como lo que seré; es este constante devenir. Y ése también es otro complejo problema que puede ser la causa del miedo.

El tiempo es, entonces, un factor básico del miedo. No hay duda al respecto. Ahora tengo empleo, tengo dinero, tengo un techo sobre mi cabeza, pero el mañana o muchos cientos de mañanas podrían privarme de todo eso: algún accidente, algún incendio, la falta de algún seguro… Todo eso es un factor del miedo. Y también el pensamiento es un factor del miedo. El pensamiento: he sido, pero podría no ser. El pensamiento es limitado porque se basa en el conocimiento. El conocimiento es siempre acumulativo, y aquello que se va incrementando es siempre limitado; en consecuencia, el conocimiento es limitado, porque se basa en el conocimiento, la memoria y demás.

Así pues, el pensamiento y el tiempo son los factores centrales del miedo. El pensamiento no está separado del tiempo. Son una sola cosa. Éstos son los hechos. Éste es el proceso causal del miedo. Es un hecho, no una idea, no una abstracción, eso de que el pensamiento y el tiempo son la causa del miedo. Es algo muy singular.

De manera que un hombre se pregunta: ¿Cómo detengo el tiempo y el pensamiento? Porque su intención, su deseo, su anhelo, es estar libre del miedo. Por eso, está atrapado en su propio deseo de liberarse del miedo, pero no observa el proceso que lo causa, no lo observa muy cuidadosamente, sin movimiento alguno. El observar implica un estado del cerebro en el que éste se ha inmovilizado; es como observar muy estrechamente a un pájaro, tal como observábamos esta mañana a una paloma en el alféizar de la ventana: todas las plumas, los ojos colorados, el brillo que había en los ojos, el pico, la forma de la cabeza, las alas… Aquello que observamos muy estrechamente no sólo revela los factores causales, sino la terminación de la cosa que estamos observando. De modo que este observar es en verdad de una importancia sumamente extraordinaria, no así el preguntar cómo poner fin al pensamiento, o cómo librarse del miedo, o qué entendemos por tiempo, y todas esas complicaciones. Estamos observando el miedo, lo observamos sin abstracción alguna, lo cual implica el verdadero ahora. El ahora contiene todo el tiempo; eso quiere decir que contiene el pasado, el futuro y el presente. Así que podemos escuchar esto muy cuidadosamente, no sólo con el escuchar del oído, sino prestando atención a la palabra y yendo más allá de la palabra, viendo la verdadera naturaleza del miedo, y no leyendo simplemente acerca del miedo. De esta manera, el observar se torna tremendamente bello, sensible, vital.

Todo esto requiere una extraordinaria cualidad de atención, porque en la atención no hay actividad alguna del yo. El interés egocéntrico en nuestra vida es la causa del miedo. Este sentido del yo, de “mi”: mi felicidad, mi éxito, mi fracaso, mi logro –soy esto, no lo soy–, toda esta observación centrada en mí mismo, con sus expresiones de miedo, angustia, depresión, pena, ansiedad, ambición y dolor, todo eso es interés propio, ya sea en el nombre de Dios, en el nombre de la plegaria o en el nombre de la fe. Es interés egocéntrico. Donde hay interés egocéntrico tiene que haber miedo, con todas las consecuencias del miedo. Entonces uno vuelve a preguntarse: ¿Es posible vivir sin miedo en este mundo donde el interés egocéntrico es predominante? En el mundo totalitario y en el mundo capitalista domina el interés propio. En el mundo de las jerarquías católicas y en todo el mundo religioso, el interés propio es el factor dominante. Las religiones perpetúan el miedo. Aunque hablen de vivir en paz sobre la Tierra, no es eso lo que quieren decir en realidad, porque el interés propio, con su deseo de poder, posición realización personal y demás, es el factor que está destruyendo no sólo el mundo, sino la asombrosa capacidad de nuestro propio cerebro. El cerebro tiene una capacidad notable, como se demuestra en las cosas extraordinarias que se están logrando en la tecnología. Pero internamente jamás aplicamos esa misma capacidad, una capacidad inmensa, para liberarnos del miedo, para terminar con el dolor, para saber qué es el amor, qué es la compasión con su inteligencia. Jamás investigamos, jamás exploramos ese campo; estamos atrapados por el mundo con toda la desdicha que contiene.

Brockwood Park, 5 de octubre de 1984

Editorial Kier, Bs As, Argentina, pag 88 a 91

Categoría Su Legado

El Miedo

Publicado el 15 de enero de 2012

Uno se pregunta por qué los seres humanos, que han vivido en esta Tierra durante millones de años, que son tan inteligentes en lo tecnológico, no han dedicado su inteligencia a liberarse del muy complejo problema del miedo, el cual puede ser una de las razones de la guerra, de que nos matemos unos a otros. Y las religiones de todo el mundo no han resuelto el problema; tampoco lo han hecho los gurúes ni los salvadores ni los ideales. Está, pues, muy claro que ningún agente externo, por elevado que sea, por popular que se haya vuelto gracias a la propaganda, podrá jamás resolver este problema del miedo humano.

Estamos indagando, investigando, explorando en profundidad todo el problema del miedo. Y quizás hemos aceptado de tal manera el patrón del miedo, que ni siquiera queremos apartarnos de él. Entonces, ¿qué es el miedo? ¿Cuáles son los factores que contribuyen a generar miedo? Tal como ocurre con las numerosas pequeñas corrientes, con los riachuelos que forman el tremendo caudal de un río, ¿cuáles son las pequeñas corrientes que originan el miedo, que dan una vitalidad tan extraordinaria al miedo? ¿Lo es el compararse uno mismo con otra persona? Obviamente, sí. ¿Pueden, entonces, vivir una vida sin compararse con nadie? ¿Comprenden lo que digo? Cuando uno se compara con otro –ideológica, psicológica o incluso físicamente–, existe la lucha por convertirse en eso; y está el miedo de no poder lograrlo. Existe el deseo de realizarnos y el miedo de no ser capaces de realizarnos. Donde hay comparación tiene que haber miedo.

Así pues, uno se pregunta si es posible vivir sin una sola comparación, sin compararse jamás –si uno es hermoso o feo, agradable o desagradable–, sin aproximarse a ningún ideal, a ningún patrón de valores. Esta constante comparación prosigue todo el tiempo. Nos preguntamos: ¿Es ésa una de las causas del miedo? Evidentemente, sí. Y donde hay comparación tiene que haber amoldamiento, imitación. Decimos, pues, que la comparación, el amoldamiento y la imitación son causas que contribuyen al miedo. ¿Podemos vivir sin comparar, imitar o amoldarnos psicológicamente? Por supuesto que podemos. Si esos son los factores contribuyentes del miedo, y uno se interesa en terminar con el miedo, entonces, internamente, no hay comparación alguna, lo cual implica que no existe un devenir, un “llegar a ser”. El significado mismo de la comparación es el de convertirnos en aquello que consideramos mejor, superior, más noble, etc. Por lo tanto, la comparación es el llegar a ser. ¿Es ese uno de los factores del miedo? Ustedes tienen que descubrirlo por sí mismos. Si ésos son los factores, si la mente ve que esos factores son los que originan el miedo, entonces, la percepción misma de tales factores termina con las causas que contribuyen a la existencia del miedo. Si existe una causa física que nos produce un dolor de estómago, el dolor se termina al descubrir la causa. De manera similar, donde hay cualquier causa, hay una terminación.

Ojai, 8 de mayo de 1982

Editorial  Kier, Bs As, Argentina, Pag 10 y 11

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El Miedo, Krishnamurti Diario

Publicado el 15 de enero de 2012

Existe el temor. El temor jamás está en el ahora; está antes o después del presente activo. Cuando hay temor en el presente activo, ¿es ello temor? Está ahí y no hay modo de escapar, de evadirse de él. Ahí, en ese momento, hay atención total al instante de peligro físico o psicológico. Cuando hay completa atención, no hay temor. Pero el momento presente de inatención es el que engendra el temor; el temor surge cuando se elude el hecho, cuando se escapa de él; entonces el escape mismo es el temor.

El temor y sus múltiples formas, culpa ansiedad, esperanza, desesperación, está ahí en cada momento de la relación; está ahí en toda búsqueda de seguridad; está ahí en el llamado amor y en la adoración, en la ambición y el éxito; está ahí en la vida y en la muerte, en las cosas físicas y en los factores psicológicos. El temor existe en muchísimas formas y en todos los niveles de nuestra conciencia. La defensa, la resistencia y el rechazo provienen del temor. Temor a la oscuridad y temor a la luz; temor de ir y temor de venir. El temor empieza y termina en el deseo de estar seguro, de tener permanencia. La continuidad de la permanencia es buscada en todas las direcciones, en la virtud, en la relación, en la acción en la experiencia, en el conocimiento, en las cosas externas y en las internas. Encontrar un refugio y estar seguro, ése es el eterno clamor. Esta insistente demanda es la que engendra el miedo.

¿Pero existe la permanencia, sea externa o internamente? Tal vez podría haberla, hasta cierto punto, en lo externo, y aún así eso es precario; hay guerras revoluciones, hay progreso, accidentes, terremotos. Uno tiene que tener comida, ropa y techo; eso es esencial y necesario para todos. Aunque se la busque, ciegamente o con razón, ¿existe certidumbre interna alguna, continuidad interna, permanencia? No existe. El escape de esta realidad es temor. La incapacidad de hacer frente a esta realidad engendra todas las formas de esperanza y desesperación.

El pensamiento mismo es el origen del temor. El pensamiento es tiempo; el pensamiento acerca del mañana es placer o dolor; si es placentero, el pensamiento lo perseguirá temiendo que termine; si es doloroso, el huir de ello es miedo. Ambos, el placer y el dolor, son la causa del miedo. El tiempo como pensamiento y el tiempo como sentimiento, producen temor. El cese del temor es la comprensión del pensamiento, del mecanismo de la memoria y de la experiencia. El pensamiento es el proceso total de la conciencia, la evidente y la oculta; el pensamiento no es meramente la cosa acerca de la que se piensa sino el origen mismo de ese pensamiento. El pensamiento no es sólo la creencia, el dogma, la idea y la razón, sino el centro desde el cual estas cosas surgen. Este centro es el origen de todo temor. ¿Pero existe la experiencia del temor, o hay conciencia acerca de la causa del temor, de la cual el pensamiento está escapando? La autoprotección física es una cosa sensata, normal y sana, pero internamente toda otra forma de autoprotección implica resistencia y siempre acumula, fortalece esa energía que es el temor. Este temor interno hace de la seguridad externa un problema de clase, de prestigio, de poder, y entonces hay crueldad competitiva.

Cuando este proceso total de pensamiento, tiempo y temor es visto –no como una idea, como una fórmula intelectual—hay completa terminación del temor tanto consciente como oculto. La comprensión de sí mismo es el despertar y el fin del temor.

Y cuando el temor cesa, también cesa el poder de engendrar ilusión, mitos, visiones con esperanza y su desesperación, y sólo entonces comienza un movimiento que va más allá de la conciencia, la cual es pensamiento y sentimiento. Este movimiento es un vaciar de los recónditos rincones de la mente y de los más profundos y escondidos deseos y necesidades. Entonces, cuando existe este total vacío, cuando no hay absoluta y literalmente nada, ni influencia, ni evaluación, ni frontera, ni palabra, entonces en esta completa quietud del tiempo-espacio, está eso que es innominable.

15 de Septiembre de 1961

Editorial Sudamericana, Páginas.  112 y 113

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