A la luz de Krishnamurti

  • Inicio
  • Propuesta
    • Sobre nuestro sitio
    • El Inicio del camino
  • Información y algo más
  • Su Legado
  • En sintonía
  • Diálogos
  • Programas Radiales

EL CONFLICTO

Publicado el 27 de febrero de 2018

Si hay algo que conocemos porque nos acompaña permanentemente, es el Conflicto. Damos por descontado que es inevitable, que forma parte de nuestra condición y que solo podemos tratar de administrarlo para el establecimiento de una sociedad «civilizada». ¿Pero es realmente así, no habrá otro modo de abordarlo? Quizás si, prestemos atención a como lo ve Krishnamurti…

Categoría Su Legado

Libérese del Pasado

Publicado el 27 de febrero de 2018

La cesación de la violencia, problema que hemos venido examinando, no es necesariamente un estado mental de paz con uno mismo y, por lo tanto, de paz en toda clase de relaciones.

La relación entre los seres humanos tiene su base en el mecanismo defensivo creador de imágenes. En todas nuestras relaciones, cada uno de nosotros creamos una imagen del otro, y estas dos imágenes sostienen las relaciones, no los seres humanos mismos. La mujer tiene una imagen del marido ‑quizás inconsciente, pero ahí está, sin embargo‑ y el marido, de la esposa. Tenemos una imagen de nuestro país y de nosotros mismos, y estamos siempre fortaleciéndolas, acrecentándolas más y más. Y son estas imágenes las que sostienen relaciones entre sí. La verdadera relación entre dos seres humanos o entre muchos seres humanos cesa por completo cuando existe esta formación de imágenes.

Es evidente que la relación entre las imágenes nunca puede traer paz en la convivencia, porque tales imágenes son ficticias, y no podemos vivir en una abstracción. Sin embargo, esto es lo que todos hacemos: vivir de ideas, de teorías, de símbolos, de imágenes que hemos creado de nosotros mismos y de los demás, que no son realidades de manera alguna. Todas nuestras relaciones, ya sean con la propiedad, con las ideas o con las personas, se basan esencialmente en esta formación de imágenes, y de ahí que siempre haya conflicto.

¿Cómo es posible, entonces, estar por completo en paz internamente y en toda relación con los demás? Después de todo, la vida es un movimiento de relaciones, de otro modo no hay vida en absoluto, y si ésta se basa en una abstracción, una idea o una suposición especulativa, tal vivir abstracto debe inevitablemente producir una relación que se convierte en campo de batalla. ¿Será, pues, de alguna manera posible vivir una vida interior completamente ordenada, sin ninguna forma de apremio, imitación, represión o sublimación? ¿Puede el hombre producir un orden así dentro de sí mismo, o sea, una cualidad viva que no se apoya en un marco de ideas ‑una tranquilidad interior jamás perturbada‑ no en algún mítico mundo abstracto de fantasías, sino en la vida diaria de la casa y la oficina?

Pienso que tenemos que examinar esta cuestión muy cuidadosamente, porque no hay un sitio en nuestra conciencia que no esté tocado por el conflicto. En todas nuestras relaciones, ya sea con la persona más allegada, con un vecino o con la sociedad, el conflicto existe ‑conflicto que es contradicción, división, separación, una dualidad‑. Cuando nos observamos a nosotros mismos y nuestras relaciones con la sociedad, vemos que en todos los niveles de nuestro ser hay conflicto mayor o menor, el cual conduce a respuestas muy superficiales o a resultados devastadores.

El hombre ha aceptado el conflicto como parte inherente a su existencia diaria, porque entiende que la competencia, los celos, la codicia, el deseo adquisitivo y la agresión son una forma natural de vivir. Cuando creemos en ese modo de vida, aceptamos la estructura de la sociedad tal como es, y vivimos dentro del patrón de la respetabilidad. Y en eso estamos atrapados la mayoría de nosotros, pues queremos ser imponentemente respetables. Al examinar nuestra propia mente y corazón, nuestro modo de pensar, nuestro modo de sentir y de actuar diariamente, observamos que mientras nos conformemos al patrón de la sociedad, la vida tiene que ser un campo de batalla. Si no aceptamos ese patrón ‑y ninguna persona realmente religiosa lo acepta‑ entonces estaremos completamente libres de la estructura psicológica de la sociedad.

Muchos de nosotros tenemos bienes sociales en abundancia. Lo que la sociedad ha creado en nosotros y lo que hemos creado en nosotros mismos son la codicia, la envidia, la ira, el odio, los celos, la ansiedad, y con todo esto somos muy ricos. Las diversas religiones en el mundo han predicado la pobreza. El monje toma para sí un manto, cambia su nombre, rapa su cabeza, vive en una celda y hace voto de pobreza y castidad; en Oriente, tiene un taparrabo, un hábito, una comida diaria, y todos respetamos tal pobreza. Pero esos hombres que han tomado el hábito en pobreza, son todavía interna y psicológicamente ricos en bienes sociales, porque aun busca posición y prestigio; pertenecen a esta o aquella orden, a esta o aquella religión; aun viven en divisiones de cultura, de tradición. Eso no es pobreza. La pobreza consiste en estar por completo libre de la sociedad, aunque se tengan unos cuantos trajes, un poco más de comida ‑¡Dios mío! ¿A quién le importa eso? Pero por desgracia, en la mayor parte de la gente existe esta urgencia de exhibicionismo.

Cuando la mente está libre de la sociedad, la pobreza se convierte en algo maravillosamente hermoso. Uno tiene que llegar a ser pobre internamente porque así cesa la búsqueda, no hay interrogantes, ni deseos, ¡nada! Es sólo esta pobreza interna la que puede ver la verdad de la vida en que no hay conflicto en absoluto. Una vida así es la bendición que no ha de encontrarse en iglesias o en templo alguno.

¿Cómo es posible entonces, librarnos de la estructura psicológica de la sociedad, que significa estar libre de la esencia del conflicto? No es difícil poder acondicionar bien ciertas ramas del conflicto, pero nos preguntamos si sería posible vivir en completa tranquilidad interior y, por tanto, exterior. Esto no quiere decir que vegetaremos o nos estancaremos. Al contrario, nos convertiremos en seres dinámicos, llenos de vitalidad y energía.

Para comprender y estar libre de cualquier problema, necesitamos una gran cantidad de energía apasionada y sostenida, no sólo física e intelectual, sino una energía independiente de todo motivo de estímulo psicológico o de droga alguna. Si dependemos de cualquier estímulo, ese mismo estímulo entorpece la mente y la vuelve insensible. Cuando tomamos alguna droga quizás encontramos temporalmente suficiente energía para ver las cosas con mucha claridad, pero retrocedemos a nuestro estado anterior y, por lo tanto dependemos de la droga, cada vez más. Así, pues, todo estímulo, ya sea de la iglesia, del alcohol, de las drogas o de la palabra hablada o escrita, producirá dependencia inevitablemente, y esa dependencia impide que veamos con claridad por nosotros mismos y, en consecuencia, que tengamos una energía vital.

…Así, pues, debo investigar qué significa ver totalmente. Mientras esté mirando la vida desde un particular punto de vista, o desde una experiencia particular que he acariciado, o desde algún conocimiento especial que he almacenado, lo cual constituye mi transfondo, mi “yo”, no podré ver la totalidad. He descubierto intelectualmente, verbalmente, por el análisis, la causa de mi dependencia, pero cualquier cosa que el pensamiento investigue tiene que ser fragmentario inevitablemente, de ahí que sólo puedo ver la totalidad de algo, cuando el pensamiento no interfiere.

Entonces veo el hecho de mi dependencia; veo realmente lo que es. Lo veo sin agrado o desagrado; no quiero deshacerme de esa dependencia, ni librarme de la causa de ella. La observo, y cuando hay una observación de esta clase, veo todo el cuadro, no un fragmento de él, y cuando la mente ve el cuadro en su conjunto, hay libertad. Ahora he descubierto que la energía se disipa cuando hay fragmentación. He descubierto la misma fuente de la disipación de energía.

Usted puede pensar que no hay pérdida de energía si usted imita, si acepta la autoridad, si depende de sacerdotes, del ritual, del dogma, del partido o de alguna ideología. Pero el seguir y aceptar una ideología, ya sea buena o mala, ya sea sagrada o profana, es una actividad fragmentaria y, por tanto, una causa de conflicto. El conflicto surge inevitablemente mientras haya división entre lo “que es” y lo “que debería ser”. Y cualquier conflicto es un desperdicio de energía.

Si se pregunta asimismo “¿cómo voy a librarme del conflicto?”, usted está creando otro problema, y, por lo tanto, acrecentando el conflicto. Por el contrario, si simplemente lo ve como un hecho ‑como vería cualquier objeto concreto en forma clara y directa‑ entonces comprenderá esencialmente la verdad de una vida en la cual no hay conflicto en absoluto.

Pongámoslo de otro modo. Siempre estamos comparando lo que somos con lo que deberíamos ser. Él “debería ser” es una proyección de lo que pensamos que nos convendría ser. Hay contradicción cuando usted se compara, no sólo con algo o con alguien, sino también con lo que fue ayer, y de ahí surge el conflicto entre lo que ha sido y lo que es. Existe lo que es solamente cuando no hay comparación alguna. Y vivir con lo que es, significa ser pacífico. En tal caso usted puede poner toda su atención, sin ninguna distracción, en lo que está dentro de usted mismo ‑ya sea desesperación, fealdad, brutalidad, temor, ansiedad, soledad‑ y vivir con ello completamente. Entonces no hay contradicción, ni conflicto, por supuesto.

No obstante, siempre estamos comparándonos ‑con aquellos que son más ricos, o más brillantes, más intelectuales, más afectuosos, más famosos, más esto o más aquello‑. El “más” juega una parte extraordinariamente importante en nuestras vidas; este medirnos todo el tiempo con algo o con alguien, es una de las causas principales del conflicto.

…No quiero saber con quién estoy en conflicto; no quiero conocer los conflictos periféricos de mi ser. Lo que quiero saber es por qué el conflicto tiene que existir de todas maneras. Cuando me planteo esta cuestión, veo un problema fundamental que nada tiene que ver con los conflictos periféricos y sus soluciones. Estoy interesado en el problema esencial, y veo ‑tal vez ustedes también lo ven‑ que la misma naturaleza del deseo, si no se comprende en forma adecuada, tiene que conducir inevitablemente al conflicto.

El deseo está siempre en contradicción. Quiero cosas contradictorias ‑lo cual no implica que deba destruir el deseo, reprimirlo, controlarlo o sublimarlo. Simplemente veo que en sí mismo es contradictorio. No son los objetos que deseamos sino la naturaleza misma del deseo lo que es contradictorio. Y tengo que comprender la naturaleza del deseo, antes de que pueda comprender el conflicto. Internamente nos hallamos en contradicción, y ese estado de contradicción es producto del deseo, que va dirigido a perseguir el placer y evitar el dolor. Ya hemos examinado este asunto anteriormente.

…Tratar de ser como alguna otra persona, o como su ideal, es una de las causas principales de contradicción, confusión y conflicto. Una mente que está confusa no importa lo que haga, en cualquier nivel, seguirá confusa; cualquier acción nacida de la confusión, lleva a ulterior confusión. Yo veo esto muy claramente; lo veo tan claramente como vería un peligro físico inmediato. Entonces, ¿qué ocurre? Ya dejo de actuar en término de confusión. La inacción, por lo tanto, es acción completa.

Gaia Ediciones pág. 60 a 68.-

 

Categoría Su Legado

El Estado Creativo de la Mente

Publicado el 27 de febrero de 2018

Como dije al principio de estas discusiones, creo que es muy importante el ser serios. Aquí no hablamos de ideas; e infortunadamente la mayoría de nosotros parecemos estar en comunión con las ideas y no con ‘lo que es’. Me parece muy importante seguir ‘lo que es’, el hecho, el estado efectivo de nuestro propio ser; seguir lo ‘factual’ hasta el fin mismo y descubrir la esencia de las cosas es, después de todo, seriedad. Nos gusta discutir, argüir y estar en contacto con las ideas, pero me parece que las ideas no conducen a ningún parte, son muy superficiales, son sólo símbolos; y el estar atados a símbolos conduce a una existencia muy superficial. Es una muy ardua tarea la de dejar de lado o ir más allá de las ideas y estar en contacto con lo que es, con el estado real de nuestra propia mente, de nuestro propio corazón; y para mí, el penetrar en eso muy profundamente, completa y acabadamente, constituye seriedad. Mediante el proceso de llegar hasta el mismo fin, se descubre la esencia, de modo que experimenta uno la totalidad; y entonces nuestros problemas tienen un sentido del todo diferente.

Quisiera esta mañana entrar en la cuestión del conflicto, y llegar a su fin mismo, si podemos, no meramente como una idea, sino experimentar de hecho por nosotros mismos si la mente es capaz de estar completa y totalmente libre de todo conflicto. Para descubrir uno mismo eso realmente, no es posible permanecer en el nivel de las ideas.

Es evidente que no puede uno hacer nada con respecto al conflicto en el mundo exterior; es generado por unas pocas personas sin freno, en todo el mundo, y podemos ser destruidos por ellas, o seguir, viviendo. Rusia, Norteamérica u otros pueden sumirnos a todos en una guerra, y no podemos hacer gran cosa sobre esto. Pero creo que puede uno hacer algo muy radical con respecto a nuestros propios conflictos internos, y eso es lo que me gustaría discutir. ¿Por qué estamos en tales conflictos dentro de nosotros mismos, bajo nuestra piel, psicológicamente? ¿Es ello necesario? ¿Y es posible vivir una vida en que no haya conflicto alguno, sin vegetar, sin echarse a dormir? No sé si habéis pensado sobre ello y si para vosotros es un problema. Para mí, el conflicto destruye toda forma de sensibilidad, falsea todo pensamiento; y donde hay conflicto no hay amor. El conflicto es esencialmente ambición, el culto del éxito. Y nos hallamos interiormente en estado de conflicto, no sólo en el nivel superficial, sino también a mucha hondura en nuestra conciencia. Me pregunto si nos damos cuenta de esto; y si es así, ¿qué hacemos acerca de ello? ¿Lo eludimos mediante las iglesias, los libros, la radio, mediante las diversiones, los entretenimientos, el sexo y todo lo demás, incluyendo los dioses que adoramos? ¿O sabemos cómo afrontarlo, cómo contender con ese conflicto, cómo llegar a su fin mismo y descubrir si la mente puede estar por completo libre de todo conflicto?

El conflicto implica, desde luego, contradicción: contradicción en el sentimiento, en el pensamiento, en la conducta. Existe contradicción cuando uno quiere hacer algo pero se ve forzado a hacer lo opuesto. En la mayoría de nosotros, si hay amor, hay también celos, odio; y eso también es una contradicción. En el apego hay aflicción y pena, con su contradicción y conflicto. Me parece que cualquier cosa que toquemos trae conflicto, y ésa es nuestra vida de la mañana a la noche; y aun cuando dormimos nuestros sueños son los perturbadores símbolos de nuestras vidas diarias.

Así pues, cuando consideramos el estado total de nuestra conciencia, vemos que nos hallamos en el conflicto de la contradicción con nosotros mismos, el perpetuo intento de ser buenos, de ser nobles, de ser esto y no ser aquello. Me pregunto por qué ocurre esto. ¿Es acaso necesario? Y ¿es posible vivir sin este conflicto?

Como dije, vamos a entrar en esto, no ideológicamente sino de hecho, lo que significa percibir nuestro estado de conflicto, comprender sus implicaciones y estar en efectivo contacto con él, no a través de las ideas, de las palabras, sino realmente en contacto. ¿Es eso posible? Como sabéis, puede uno estar en contacto con el conflicto a través de la idea; y efectivamente estamos más en contacto con la idea del conflicto que con el hecho mismo. Y la cuestión es si la mente puede desechar la palabra y estar en contacto con el sentimiento. Y ¿podemos descubrir por qué existe este conflicto si no nos damos cuenta de todo el proceso del pensar ‑no del proceso de alguna otra persona, sino del nuestro?

Por cierto hay división entre el pensador y el pensamiento, tratando eternamente el pensador de dominar, de ajustar el pensamiento. Sabemos que esto ocurre, y mientras exista esta división tiene que haber conflicto; mientras exista un experimentador y la experiencia, como dos estados diferentes, tiene que haber conflicto. Y el conflicto destruye la sensibilidad, destruye la pasión, la intensidad; y sin pasión, sin intensidad, no podéis ir hasta el fin mismo de ningún sentimiento, de ningún pensamiento ni acción.

Para ir hasta el fin mismo y descubrir la esencia de las cosas, necesitáis pasión, intensidad, una mente muy sensible ‑no una mente informada, atiborrada de conocimientos. No podéis ser sensibles sin pasión; y la pasión, ese impulso a descubrir, se embota por la constante batalla interior. Desgraciadamente aceptamos la lucha y el conflicto como inevitables, y cada día nos volvemos más insensibles y embotados. Las formas extremas de esto llevan a la enfermedad mental; pero ordinariamente hallamos un escape en las iglesias, en las ideas y en toda clase de cosas superficiales. ¿Es posible, pues, vivir sin conflicto? ¿O es que estamos tan hondamente condicionados por la sociedad, por nuestras propias ambiciones, codicia, envidia, y por la busca de éxito, que aceptamos el conflicto como bueno, como una cosa noble y que tiene un propósito? Sería provechoso, creo, que cada uno de nosotros pudiera descubrir lo que realmente piensa sobre el conflicto. ¿Lo aceptamos, o estamos atrapados en él y no sabemos cómo escapar? ¿O es que estamos satisfechos con nuestras muchas evasiones?

Esto significa, en realidad, entrar en toda la cuestión de la autorrealización y del conflicto de los opuestos, y ver si hay alguna realidad para el pensador, el experimentador que está eternamente anhelando más experiencia, más sensación, horizontes más amplios.

¿Es que sólo existe el pensar, y no el pensador; sólo un estado de experimentar, y no el experimentador? En cuanto surge el experimentador a través de la memoria, tiene que haber conflicto. Creo que eso es bastante sencillo, si lo habéis pensado. Es la raíz misma de la autocontradicción. Para la mayoría de nosotros, el pensador ha llegado a ser de máxima importancia, y no el pensamiento; el experimentador, y no el estado de experimentar.

Esto involucra en realidad la cuestión que estábamos discutiendo el otro día, de lo que entendemos por ver. ¿Vemos la vida, otra persona, un árbol, a través de las ideas, de las opiniones, de los recuerdos? ¿O es que estamos en directa comunión con la vida, la persona o el árbol? Creo que nosotros vemos a través de ideas, de los recuerdos y juicios, y que por lo tanto jamás vemos. De la misma manera ¿me veo a mí mismo corno ‘realmente soy’, o es que me veo como ‘debería ser’, o como ‘he sido’? En otras palabras, ¿es divisible la conciencia? Hablamos muy fácilmente de la mente inconsciente y consciente, y de las muchas capas distintas que hay en ambas. Existen tales capas, tales divisiones, y están en oposición unas con otras. ¿Tenemos que pasar por todas esas capas una por una y desecharlas o tratar de comprenderlas ‑lo que es una forma muy fatigosa e ineficaz de encarar el problema- o es posible dejar de lado todas las divisiones, todo aquello, y darse cuenta de la conciencia total?

Como decía el otro día, para darse cuenta de algo totalmente, tiene que haber una percepción, una visión que no esté teñida por una idea. No es posible ver algo entera y totalmente si hay un motivo, un propósito. Si nos interesa el cambio, no estamos viendo lo que realmente es. Si estamos interesados en la idea de que tenemos que ser diferentes, que debemos cambiar lo que vemos en algo mejor, más bello y todo eso, entonces no somos capaces de ver la totalidad de ‘lo que es’. Entonces la mente se interesa simplemente en el cambio, en la modificación, en la mejora, en el perfeccionamiento.

¿Me puedo ver, pues, como soy, como una conciencia total, sin quedar atrapado en las divisiones, las capas, las ideas opuestas dentro de la conciencia? No sé si alguna vez habéis practicado alguna meditación, -y no voy a discutir esto ahora; pero si lo habéis hecho tenéis que haber observado el conflicto dentro de la meditación: la voluntad tratando de dominar el pensamiento, y el pensamiento divagando lejos. Esa es una parte de nuestra conciencia, esa ansia de controlar, de moldear, de estar satisfecho, de tener éxito, de hallar seguridad, y ver al mismo tiempo lo absurdo, lo inútil, lo fútil de todo ello. La mayoría de nosotros trata de desarrollar una acción, una idea, una voluntad de resistencia que actúe como una muralla en torno a nosotros mismos y dentro de la cual esperamos permanecer en un estado sin conflicto

Ahora bien, ¿es posible ver la totalidad de este conflicto y estar en contacto con esa totalidad? Esto no significa estar en contacto con la idea de la totalidad del conflicto, ni que os identifiquéis con las palabras que estoy usando, sino que significa estar en contacto con el hecho de la totalidad de la existencia humana, con todos sus conflictos de dolor, miseria, aspiración y lucha. Significa hacer frente al hecho, vivir con él

Como sabéis, vivir con algo es extraordinariamente difícil. Vivir con esas montañas circundantes, con la belleza de los árboles, con las sombras, la luz de la mañana y la nieve, vivir realmente con ello es muy arduo. Todos nosotros lo aceptamos, ¿no es verdad? Viéndolo día tras día, nos embotamos para ello, como les pasa a los campesinos, y nunca volvemos a mirarlo realmente de nuevo. Pero vivir con ello, verlo cada día con frescura, con claridad, con sensibilidad, con aprecio, con amor, eso requiere mucha energía. Y vivir con una cosa fea sin que lo feo pervierta, corroa la mente, eso también requiere mucha energía. Vivir tanto con lo bello como con lo feo, como tiene uno que hacerlo en la vida, requiere enorme energía; y ésta se malogra, se destruye cuando estamos en perpetuo estado de conflicto.

¿Puede, pues, la mente mirar la totalidad del conflicto, vivir con él, sin aceptarlo ni rechazarlo, sin dejar que el conflicto desvíe nuestras mentes, sino observando realmente todos los movimientos internos de nuestros propios deseos, que crean el conflicto? Creo que eso es posible; no sólo posible, sino que así sucede cuando hemos penetrado muy hondamente en ello, cuándo la mente sólo observa y no resiste, no rechaza, no escoge. Entonces, si ha llegado uno hasta ahí, no en términos de tiempo y espacio sino en efectiva experiencia de la totalidad del conflicto, entonces descubriréis por vosotros mismos que la mente puede vivir mucho más intensamente, con más pasión y vitalidad; y una mente así es esencial para que surja ese algo inmensurable. Una mente en conflicto jamás puede descubrir lo que es verdadero. Puede charlar perpetuamente sobre Dios, la bondad, la espiritualidad y todo lo demás, pero es sólo una mente que haya comprendido por completo la naturaleza del conflicto y está por consiguiente fuera de él, la que puede recibir lo innombrable, lo que no puede ser medido.

 

INTERLOCUTOR: Si vais hasta el fin del conflicto por vos mismo, ¿tenéis entonces que aceptar el conflicto que hay en el mundo?

KRISHNAMURTI: ¿Podéis separar el mundo tan neta y definitivamente de vos mismo? ¿Es el mundo tan diferente de vosotros? Como veis, señores, creo, si puedo decirlo así, que hay algo que no hemos comprendido. Para mí el conflicto es una cosa muy destructora, interior lo mismo que exteriormente; y quiero averiguar si hay una forma de vivir sin estar en conflicto. No me digo, pues, que es inevitable, y no me doy la explicación de que mientras yo sea adquisitivo tiene que haber conflicto. Quiero comprenderlo, penetrarlo, ver si puedo destruirlo, ver si es posible vivir sin él. Tengo ‘hambre’ de hacer eso, y no hay descripciones ni explicaciones que me vayan a satisfacer. Lo que significa que tengo que comprender todo este proceso de la conciencia, que es el ‘yo’, y al comprender eso, estoy comprendiendo al mundo. Las dos cosas no están separadas. Mi odio es el odio del mundo; mis celos, mi adquisividad, mi ansia de éxito, todo esto pertenece también al mundo. ¿Puede, pues, mi mente destruir todo esto? Si digo: ‘indicadme cómo destruirlo’, entonces estoy meramente usando un método para dominar el conflicto; y eso no es la comprensión del conflicto.

Veo, pues, que tengo que mantenerme despierto para el conflicto, darme cuenta de él, espiar todos sus movimientos en mis ambiciones, mi codicia, mis compulsivos apremios, etc. Y si me limito a vigilarlos, acaso descubra, pero no hay garantía. Creo que sé muy bien lo que es esencial si quiero descubrir: esto es, pasión, intensidad, desentenderse de las palabras y las explicaciones, de modo que la mente llegue a ser muy aguda, alerta, atenta a toda forma de conflicto. Ese es el único camino, por cierto, para ir hasta el fin mismo del conflicto.

Editorial Kier –  pag.163 a 168, pag. 171 a 172.-

Categoría Su Legado

Temor, Placer y Dolor

Publicado el 26 de diciembre de 2017

Decíamos el otro día cuan importante es comprender la naturaleza del conflicto, no sólo en lo exterior, como la guerra, sino también en lo interior, lo cual es mucho más complejo y necesita mayor intención y una comprensión más profunda y amplia. Los más de nosotros estamos en conflicto en distintos niveles de nuestra conciencia. No hay un punto al que no toque el conflicto. No hay área alguna que no haya sido campo de batalla; y en todas nuestras relaciones, ya sea con la persona más íntima o con el prójimo, con la sociedad, existe este conflicto: un estado de contradicción; división, separación, dualidad, los opuestos, todo lo cual contribuye a aquel. Cuanto más se da uno cuenta es simplemente observándose a sí mismo, su relación con la sociedad y su estructura, tanto más veremos que, en todos los niveles de nuestro ser hay conflicto, mayor o menor, que produce devastadores resultados, o bien respuestas muy superficiales. Mas el hecho real es que en todos nosotros está profundamente arraigada la esencia del conflicto, que se expresa de modos muy distintos, por el antagonismo, el odio, el deseo de dominar, de poseer, de guiar la vida de otro. Pero ¿es acaso posible estar libre por completo de esta esencia del conflicto? Tal vez puede uno recortar, podar algunas de sus ramas, pero ¿puede uno profundizar y desenterrar la esencia, de modo que no haya conflicto alguno dentro, ni por consiguiente, fuera? Lo cual no significa que, al librarnos de él, nos estanquemos, o vegetemos, o dejemos de ser dinámicos, vitales o plenos de energía.

Al inquirir sobre este asunto, debe uno ver primero si alguna organización exterior puede ayudar a producir la paz interna. Hay grupos enteros de personas, llamados por distintos nombres, para las que es posible crear perfectas organizaciones exteriores, una sociedad benéfica regida burocráticamente, o una sociedad basada en el pensar de una calculadora, etc. Creen que tales organizaciones pueden traer paz al hombre. Hay los comunistas, los materialistas, socialistas, y también las llamadas personas religiosas que pertenecen a diversas organizaciones. En lo fundamental, todos ellos creen que, produciendo cierto orden en lo exterior, se librará uno de toda agresión y todo conflicto mediante varias formas de castigos, compulsiones y leyes. Hay también un grupo de personas que dicen que tendremos orden sin conflicto, si en lo interior nos hemos identificado con cierto principio o ideología y vivimos de acuerdo con ello, con ciertas leyes internas establecidas. Conocemos estos diversos tipos, pero ¿es que puede cesar el conflicto por la conformidad, forzada o voluntaria? ¿Comprende Vd. la pregunta? ¿Puede cesar el conflicto si Vd. se ve obligado exteriormente a vivir en paz consigo mismo y con su prójimo: compelido, «reeducado», forzado, o si está usted tratando, en lo interno, de vivir con arreglo a ideologías y principios dados al hombre por la autoridad, forzándose, pugnando, tratando constantemente de ajustarse? El hombre lo ha ensayado todo: la obediencia, la rebelión, la Conformidad y el seguimiento de ciertas directivas, para vivir en paz en lo interno, sin conflicto alguno.

Si uno observa diversas civilizaciones y religiones, no puede dudar que el hombre lo ha intentado; pero de alguna manera, me parece, siempre ha fracasado. Tal vez sea necesaria una actitud del todo distinta, que no es conformidad, ni obediencia, ni imitación, ni identificación con un principio, imagen, o fórmula, sino una manera enteramente distinta. Al decir «manera» no me refiero a un método o sendero, sino a una actitud del todo diferente ante el problema entero. Creo que valdría la pena de examinar juntos esta posibilidad, descubrir si de algún modo es posible que el hombre viva una vida por completo ordenada, en lo interno, sin ninguna forma de compulsión, imitación, represión o sublimación, y producirla como una cualidad viviente, no como algo aprisionado dentro del marco de ideas. Una paz, una tranquilidad interna que no conoce trastorno en ningún momento, ¿es posible tal estado, de alguna manera? Creo que todo ser humano inteligente, inquisitivo, se está haciendo esta pregunta.

El hombre ha aceptado la guerra como una manera de vivir, el conflicto como cosa innata, como parte de la existencia diaria; el odio, los celos, la envidia, la codicia, la agresión, el provocar enemistad en otro, como la forma natural de la existencia. Cuando aceptamos tal modo de vivir, es natural que aceptemos la estructura de la sociedad tal como es. Si uno acoge la competencia, la cólera, el odio, la codicia, la envidia, el afán adquisitivo, entonces vive naturalmente dentro del modelo de la sociedad respetable. En esto estamos presos la mayoría de nosotros, porque queremos ser terriblemente respetables.

Le ruego que, como decíamos el otro día, comprenda que el mero hecho de escuchar unas cuantas palabras, o aceptar unas pocas ideas, no resolverá el problema en absoluto. Lo que tratamos de hacer juntos es examinar nuestras propias mentes, nuestros corazones, la forma en que pensamos, en que sentimos, y cómo actuamos en nuestra vida diaria: examinar lo que en realidad somos, no lo que deberíamos ser, ni lo que hemos sido. De modo que si está Vd. escuchando, entonces se escucha a sí mismo, no al que habla. Está Vd. observando el modelo de su propio pensar, la forma en que actúa, piensa, siente, vive. Y uno observa que, mientras se ajusta al modelo de la sociedad, tiene que aceptar la agresión, el odio, la enemistad, la envidia, como parte de la vida, esa parte de la vida que de modo inevitable crea conflicto, guerras, brutalidad, la llamada sociedad moderna. Tiene uno que aceptarla y vivir con ella y en ella, convirtiendo la propia vida en un campo de batalla. Si uno no acepta tal sociedad (y no es posible que ninguna persona religiosa la acepte), entonces ¿cómo se va a encontrar este orden interno sin ninguna dominación externa?: una tranquilidad interior que no requiere expresión alguna, una tranquilidad que es en sí misma una bendición. ¿Es posible de alguna manera llegar a ella y vivir con ella? Esta es la pregunta que nos formulamos la mayoría de nosotros y a la cual nunca encontramos respuesta. Tal vez podamos esta mañana penetrar en esta cuestión y descubrir por nosotros mismos si en realidad es posible, no como una idea, no como un concepto, sino hallar en realidad la manera de vivir una vida diaria en que no haya desorden en lo interno, una vida de tranquilidad completa, pero que tiene enorme vitalidad. Creo que si pudiéramos descubrir eso, entonces tal vez valieran la pena todas estas reuniones; de lo contrario, carecen de todo sentido. Penetremos, pues, en ello.

Me dan tentaciones de repetir la historia sobre un gran discípulo que acudió a Dios en demanda de que se le enseñara la verdad. Y este pobre Dios dijo: «Amigo mío, ¡es un día tan caluroso! Haz el favor de darme un vaso de agua.» Y así, el discípulo sale, llega a la primera casa y llama a la puerta. La abre una bella joven. El discípulo se enamora de ella, con ella se casa y tiene hijos: cuatro o cinco. Un día empieza a, llover y sigue lloviendo, lloviendo sin cesar. Los torrentes han hecho crecer los ríos, las calles están inundadas, las casas son arrastradas, por lo cual el discípulo se lleva a su esposa e hijos, los lleva sobre los hombros, y según lo arrastran las aguas dice: « ¡Señor, sálvame, por favor!» Y el Señor dice: « ¿Dónde está el vaso de agua que pedí?» Es una historia bastante buena, porque los más de nosotros pensamos en términos de tiempo, creemos que el orden interno sólo puede venir con el tiempo, que la tranquilidad se ha de crear poco a poco, aumentándola cada día. El tiempo no trae este orden y esta paz internos, de modo que una de las cosas importantes que hay que comprender es la forma de detener el tiempo, para no pensar en términos de lo gradual, cosa que es una inmensísima tarea, que en realidad significa que no hay un mañana en el cual Vd. sea pacífico. Tiene Vd. que ser ordenado al instante, no hay otro momento.

Vamos, pues, a examinar toda la estructura y naturaleza del conflicto; vamos a hacerlo juntos, no el que habla él solo, mientras Vd. se limita a ser el que escucha, el que sigue, sino más bien ambos juntos, situación en la cual no hay autoridad alguna. Pues donde haya autoridad, habrá desorden interno. Y, como estamos investigando juntos, descubriendo, comprendiendo, tiene Vd. que trabajar tanto como el que habla, es responsabilidad de Vd., no sólo del orador.

Sabemos que hay desorden, conflicto interno, que se expresa en lo externo como guerra, etc. Al darse cuenta de este desorden, este conflicto, confusión y desventura, empieza uno a mirar, para descubrir por qué existe este desorden. ¿Por qué hemos de tener que vivir en el desorden? ¿Por qué hemos de tener conflicto todos los días, desde el momento en que nos despertamos hasta que nos dormimos o acabamos por morir? Cuando hacemos tal pregunta, respondemos que es inevitable y que por lo tanto no puede cambiarse, o bien decimos que no conocemos la respuesta, y por ello esperamos que otro nos diga cómo hay que mirar. Si esperamos que otro nos diga cómo mirar este desorden, este caos, esta confusión y conflicto, entonces estaremos aguardando para descubrir la naturaleza de este último, con arreglo a alguna otra persona, por lo cual no habremos descubierto. ¿No es así? Importa, pues, inmensamente, cómo miramos, cómo decimos: «¿por qué vivo en conflicto?» Porque, cuando ya no estamos buscando una autoridad que nos diga, y desde el momento en que estamos libres de la autoridad de otro, ya estamos en claro, nuestra mente ya tiene agudeza para mirar. Y para viajar, para subir a un monte, no debemos llevar grandes cargas. Del mismo modo, si para examinar con mucha claridad este complejo problema rechazamos toda autoridad, entonces tenemos mucha mayor ligereza, libertad para mirar. Por ello, para observar, para actuar, para escuchar, tiene uno que estar libre de toda autoridad; podemos entonces empezar a preguntar por qué vivimos en este terrible y destructor conflicto interno.

Me pregunto cuál será la respuesta de Vd. cuando mira. ¿Se dirige a las causas del conflicto, o a la persona con la cual pugna Vd., o a la división entre lo que Vd. quiere y su contrario, o es a la naturaleza misma del conflicto? No quiero saber con quién estoy en pugna, no quiero conocer los conflictos periféricos de mi ser. Lo que quiero saber, en esencia, es por qué tiene que existir el conflicto. Cuando me hago esa pregunta, veo una cuestión fundamental que no tiene nada que ver con los conflictos periféricos y su solución. Lo que me interesa es la cuestión central, y veo, acaso también Vd. lo ve, que la naturaleza misma del deseo, si no se la comprende adecuadamente, conduce inevitablemente al conflicto.

Deseo cosas contradictorias. El deseo mismo está siempre en contradicción; lo cual no significa que yo deba destruir el deseo: reprimirlo, someterlo a control, sublimarlo. Veo que el deseo es en sí mismo contradictorio, no el deseo de algo, de logro, de éxito, de prestigio, de tener una casa mejor, mejores conocimientos, etc.; no en el objeto, sino en la naturaleza misma del deseo, hay contradicción. Ahora bien, tengo que comprender tal naturaleza antes de poder comprender el conflicto, y cuando me intereso en éste, no lo condeno, no lo justifico ni lo reprimo. Simplemente me doy cuenta de la naturaleza del deseo, en el cual hay contradicción, que es la que engendra conflicto. Nosotros mismos estamos en contradicción, queriendo eso y no queriendo aquello queremos ser más bellos o más inteligentes, querernos más poder. En nosotros mismos nos hallamos en estado de contradicción, y ese estado es producido por el deseo: deseo de placer y evitación del dolor.

Me veo a mí mismo en estado de contradicción. Veo cómo surgió ésta, y que ella es desorden y que no puede el pensamiento traer orden, porque el pensamiento mismo es fragmentario, limitado; el pensamiento es la respuesta de la memoria, y cuando esta memoria que es fragmentaria actúa sobre esta contradicción, engendra aún más contradicción. Veo, pues, la totalidad de este fenómeno, y el ver mismo es la acción dentro de la cual no hay contradicción. Mire, vamos a decirlo muy sencillamente. Veo que soy obtuso, estúpido; la respuesta a eso es que yo quiero ser más listo, inteligente, brillante. ¿Y qué ha pasado ahora? Estoy embotado, tonto, y quiero ser más brillante, más inteligente: en eso sí hay contradicción, por lo cual hay más conflicto, que es otro derroche más de energía. Mas si yo pudiera vivir con esa estupidez, con ese embotamiento, sin la contradicción, y, por lo tanto, con la capacidad para mirar ese embotamiento, éste último ya no existiría. No sé si lo ve Vd. O bien, soy envidioso y no quiero cambiar, no quiero volverme no-envidioso; el hecho es que soy envidioso. ¿Puedo mirar esa envidia sin introducir su opuesto, sin querer no ser envidioso o cambiar esto, o ser específico sobre ello? ¿Puedo mirar esa envidia, que es una forma de odio y celos, puedo mirarla tal como es, sin introducir ningún otro factor? En el momento en que introduzca cualquier otro factor, traeré ulterior contradicción. Pero es que la envidia misma es una contradicción, ¿no? Soy esto, quiero ser aquello, y así, mientras haya cualquier forma de pensar comparativo, tiene que haber conflicto. Y esto no significa que yo esté satisfecho con lo que soy, porque desde el momento en que esté satisfecho con lo que soy, no hago más que crear ulterior conflicto. ¿Puedo mirar mi envidia sin producir conflicto en ese mirar? ¿Puedo simplemente mirar una bella casa, un encantador jardín con sus flores, sin ninguna contradicción? Esta última ha de existir mientras haya división, y la naturaleza misma del deseo, construido por el pensamiento, es producir división.

Así, pues, para tener orden y tranquilidad internos y una mente que no esté en conflicto en ningún momento, tiene uno que comprender toda la naturaleza del pensamiento y el deseo, y esa comprensión sólo puede existir cuando el pensamiento no engendra más conflicto.

Temor, Placer y Dolor – Errepar  pág. 33 a 38 y 40 a 41.-

Categoría Su Legado

Todos los derechos reservados ©2023. A la luz de Krishnamurti.