PREGUNTA: ¿Por qué no alimenta usted a los pobres en vez de disertar?
Krishnamurti: Es esencial ser críticamente perceptivo, pero no emitir juicios; porque, en cuanto emitís juicios, ya habéis, llegado a una conclusión. No sois críticamente perceptivos. En el momento en que llegáis a una conclusión, vuestra capacidad crítica está muerta. Ahora bien, el interlocutor quiere decir que él alimenta a los pobres y yo no. Desearía saber si el interlocutor alimenta a los pobres…Haceos, pues esta pregunta: “¿Alimentáis vosotros a los pobres?» Estoy tratando de investigar la mentalidad del interlocutor. O él critica para descubrir, y por lo tanto está en perfecta libertad para criticar, para indagar; o él critica con una conclusión, y entonces ya no es un crítico y no hace más que imponer su conclusión; o bien, si el interlocutor alimenta a los pobres, su pregunta está justificada. ¿Pero es que alimentáis a los pobres? ¿Tenéis noción alguna acerca de los pobres? Como término medio la gente muere en la India a los 27; en América y Nueva Zelandia a los 64 0 67. Si vosotros os dieseis cuenta de la pobreza, este estado de cosas no continuaría en la India.
Luego, el interlocutor desea saber por qué yo hablo. Os lo diré. Para alimentar a los pobres, no hace falta una revolución completa, no una revolución superficial de izquierda o de derecha, sino una revolución radical; y sólo podréis tener revolución radical cuando las ideas hayan cesado. Una revolución basada en una idea no es una revolución; porque una idea es mera reacción ante determinado condicionamiento y la acción basada en el condicionamiento no produce un cambio fundamental. Así, yo hablo para producir, no un mero cambio superficial, sino un cambio fundamental. Esto no es cuestión de inventar nuevas ideas. Sólo cuando vosotros y yo estemos libres de ideas, sean ellas de izquierda o de derecha, podremos producir una revolución radical, en lo íntimo y por tanto exteriormente. Entonces ya no se trata de ricos o de pobres. Entonces hay dignidad humana, derecho al trabajo, oportunidad y felicidad para cada uno. Entonces ya no hay hombre que, teniendo demasiado, deba alimentar a los que tienen muy poco. No hay diferencias de clases. Esto no es una simple idea; no es una utopía. Es un hecho cuando esta revolución radical ocurre interiormente, cuando en cada uno de nosotros hay cambio fundamental. Entonces no habrá clases, ni nacionalidades, ni guerras, si separatismo destructivo; y eso puede advenir tan sólo cuando en vuestro corazón hay amor. La verdadera revolución sólo puede llegar cuando hay amor, no de otro modo. El amor es la única llama sin humo; pero, infortunadamente, hemos llenado nuestro corazón con las cosas de la mente y por eso nuestro corazón está vacío y nuestra mente llena. Cuando llenáis el corazón de pensamientos, el amor resulta mera idea. El amor no es idea. Y si pensáis en el amor, ello no es amor: es simplemente una proyección del pensamiento. Para depurar la mente, tiene que haber plenitud de corazón; pero, antes de que pueda estar pleno, el corazón debe vaciarse de la mente, y eso es una tremenda revolución. Todas las otras revoluciones son mera continuación de un estado modificado.
Señores, cuando amáis a alguien, no como amamos a las personas que sólo es pensar en ellas, cuando amáis al prójimo completamente, íntegramente, entonces no hay ricos ni pobres. Entonces no sois conscientes de vosotros mismos. Entonces existe esa llama en la que no hay humo de celos, de envidia, de codicia, de sensación. Sólo esa revolución puede alimentar al mundo; y ella os incumbe a vosotros, no a mí. Pero la mayoría de nosotros se ha acostumbrado a escuchar conferencias porque vivimos en las palabras. Las palabras han llegado a ser importantes porque somos lectores de periódicos; habitualmente escuchamos discursos políticos que están llenos de palabras sin mucho sentido. Se nos llena, pues, de palabras; sobrevivimos a fuerza de palabras. Y la mayoría de vosotros sólo escucha estas pláticas en el nivel verbal, y por eso no hay en vosotros verdadera revolución. Pero a vosotros os incumbe producir esa revolución, no la revolución con sangre, la cual es una continuidad modificada que impropiamente llamamos “revolución”, sino aquella revolución que adviene cuando la mente ya no llena el corazón, cuando el pensamiento ya no ocupa el lugar del afecto, de la compasión. Pero no podéis tener amor cuando la mente predomina. La mayoría de vosotros no es culta, sino simplemente leída; y vivís con lo que habéis aprendido. Tal saber no produce revolución, no trae transformación. Lo que causa transformación es el comprender los conflictos de todos los días, las diarias relaciones. Cuando el corazón está vacío de las cosas de la mente, sólo entonces esa llama de la realidad llega. Pero hay que ser capaz de recibirla; y, para recibirla, uno no puede tener una conclusión basada en el conocimiento y la decisión. Una mente así, pacífica, no atada por ideas, resulta capaz de recibir aquello que es infinito, y por lo tanto engendra revolución, no simplemente para alimentar a los pobres o para darles empleo o para dar el poder a lo que no lo tienen. Será un mundo diferente, de valores diferentes que no se basarán en la satisfacción monetaria.
Las palabras, pues, no alimentan a los hambrientos. Para mí las palabras no son importantes; sólo empleo palabras como medio de comunicación. Podemos usar cualquier palabra mientras nos comprendamos unos a otros; y yo no os estoy dando ideas, no os estoy alimentando con palabras. Hablo para que veáis claramente por vosotros mismos aquello que sois; y con esa percepción podréis actuar claramente y con propósitos definidos. Sólo entonces habrá una posibilidad de acción cooperativa. Hablar tan sólo para divertirnos carece de valor; pero hablar para comprendernos a nosotros mismos y así producir la transformación, es esencial.
La Revolución Fundamental, Editorial Kier, 1985, Buenos Aires, págs; 28/31.-