KRISHNAMURTI: Quisiera hablar acerca de la relación, acerca de lo que es amor, de lo que es esta existencia humana en la cual está implicado nuestro diario vivir; hablar sobre los problemas que uno tiene, los conflictos, placeres y temores, y sobre esa cosa tan extraordinaria que llamamos muerte.Pienso que uno ha de comprender –no como una teoría, no como un concepto especulativo y entretenido, sino más bien como un hecho real– que nosotros somos el mundo y que el mundo es nosotros, cada uno de nosotros. Sentirlo, estar total y realmente entregado a ello y a nada más, produce un sentimiento de gran responsabilidad y una acción que no puede ser fragmentaria, sino total.
Creo que somos propensos a olvidar que nuestra sociedad, la cultura en la cual vivimos y que nos ha condicionado, es la resultante de la conducta humana con su conflicto, desdicha y sufrimiento. Cada uno de nosotros es esa cultura, cada uno de nosotros es la comunidad –no estamos separados de ella–. Para sentir esto, no como una idea o un concepto, sino para percibir verdaderamente su realidad, uno ha de investigar el problema de la relación; porque nuestra vida, nuestra existencia, está basada en la relación. La vida es un movimiento de relación. Si no comprendemos qué implica la relación, no sólo nos aislamos inevitablemente sino que creamos una sociedad en la cual los seres humanos están divididos, tanto en lo nacional o en lo religioso como dentro de sí mismos, y en consecuencia proyectan lo que ellos son al mundo exterior
No sé si ustedes han investigado profundamente esta cuestión a fin de descubrir si uno puede vivir en total armonía con otro, en completo acuerdo, de modo que no haya barrera ni división sino un sentimiento de absoluta unidad. Porque relación significa estar relacionados no en una actividad, no en algún proyecto o en una ideología, sino estar unidos totalmente de modo tal que la división, la fragmentación entre individuos, entre dos seres humanos, no exista en absoluto a ningún nivel.
A menos que uno descubra esta relación, me parece que al tratar de producir orden en el mundo, teórica o tecnológicamente, no sólo estamos forzados a crear profundas divisiones entre hombre y hombre, sino que también seremos incapaces de impedir la corrupción. Ésta empieza en la falta de relación; yo pienso que ésa es la raíz del deterioro. La relación, tal como hoy la conocemos, es una continuidad de la división entre los individuos. La raíz etimológica de la palabra individuo significa “indivisible”. Un ser humano que en sí mismo no está dividido, fragmentado, es realmente un individuo. Pero la mayoría de nosotros no somos individuos; pensamos que lo somos y, por lo tanto, existe la oposición del individuo respecto de la comunidad. Uno ha de comprender el significado de esa palabra “individualidad”, no sólo en el sentido lingüístico sino en ese profundo sentido en el cual no hay fragmentación en absoluto. Eso significa armonía perfecta entre la mente, el corazón y el organismo físico. Sólo entonces existe una individualidad.
Si examinamos bien a fondo nuestra presente relación humana, sea ésta íntima o superficial, duradera o transitoria, vemos que ella está fragmentada. La esposa o el marido, el joven o la muchacha, cada uno vive encerrado en su propia ambición, en sus empeños personales y egoístas, en su propio caparazón. Todo ello es un factor que contribuye a edificar una imagen dentro de cada uno y, en consecuencia, la relación con el otro se establece a través de esa imagen. Por lo tanto, no hay verdadera relación.
Yo no sé si ustedes son conscientes de la estructura y naturaleza de esta imagen que uno ha construido dentro y en torno a sí mismo. Todos estamos haciéndolo constantemente, ¿y cómo puede haber relación entre uno y otro si existe esa urgencia personal, esa envidia, competencia, codicia, todas aquellas cosas que son sustentadas y exageradas en la sociedad moderna? ¿Cómo puede haber relación con otro si cada cual está persiguiendo su propio logro personal, su propio éxito?
No sé si nos damos cuenta plenamente de esto. Estamos tan condicionados que aceptamos –como la norma, como nuestro patrón de vida– que cada cual debe obedecer a su particular idiosincrasia o tendencia y, no obstante, tratar de establecer una relación con otro. ¿No es eso lo que todos hacemos? Usted podrá estar casado, podrá trabajar en una oficina o en una fábrica; cualquier cosa que usted haga, durante todo el día está persiguiendo eso. Y lo mismo su mujer en el hogar, con sus propias preocupaciones, sus propias vanidades, etc. ¿Dónde está la relación entre dos seres humanos así? ¿En el sexo? Una relación tan superficial, tan limitada, tan restringida, ¿no es en sí misma corrupción?
Quizá se pregunten: ¿cómo ha de vivir uno si no va a la oficina, si no persigue su ambición personal, su deseo de alcanzar, de obtener? Si uno no hace nada de esto, ¿qué es lo que debe hacer? Yo pienso que ésta es una pregunta absolutamente errónea, ¿no es así? Porque nosotros estamos interesados en producir un cambio radical en toda la estructura de la mente. La crisis no está en el mundo externo sino en la conciencia misma. Y hasta que comprendamos esta crisis, no de modo superficial, no de acuerdo con algún filósofo, sino realmente y en profundidad, observándola, examinándola por nosotros mismos, no seremos capaces de producir un verdadero cambio. Estamos interesados en la revolución psicológica, y esta revolución sólo puede tener lugar cuando existe la correcta clase de relación entre los seres humanos.
¿Cómo ha de establecerse tal relación? El problema es claro. Por favor, compartan este problema conmigo, ¿quieren? Es el problema de ustedes, no mi problema; es la vida de ustedes, no mi vida; es de ustedes el sufrimiento, la desdicha, la ansiedad, la culpa. Esta batalla es la vida que conocemos. Si ustedes escuchan meramente una descripción, encontrarán que sólo están nadando en la superficie y que no resuelven problema alguno. Es en verdad el problema de ustedes, y quien les habla está realmente describiéndolo, sabiendo que la descripción no es la cosa descripta. Compartamos entonces este problema de cómo pueden los seres humanos –ustedes y yo– hallar una correcta relación en medio de este desorden, odio, destrucción, contaminación, entre todas esas terribles cosas que están sucediendo en el mundo.
Me parece que para descubrir uno debe examinar lo que ocurre, ver lo que realmente “es”. No lo que pensamos que nos gustaría que fuera, no tratando de cambiar nuestra relación basados en un concepto de futuro, sino observando lo que en realidad ocurre ahora. En la observación del hecho, de su verdad, de su realidad presente, existe una posibilidad de cambiarlo. Como ya dijimos, cuando existe la posibilidad, entonces hay gran energía. Lo que disipa la energía es la idea de que el cambio no es posible.
De modo que debemos observar nuestra relación de cada día tal como ella es realmente. En el observar lo que ella es, descubrimos cómo producir un cambio en esa realidad. Estamos, pues, describiendo lo que realmente es: que cada uno vive confinado en su propio mundo, en su mundo de ambición, codicia, miedo, deseo de éxito, etc. –ustedes saben lo que ocurre–. Si estoy casado, entonces tengo responsabilidades, hijos y todo eso. Voy a la oficina o adonde sea que trabaje, y luego nos encontramos uno y otro –marido y mujer, muchacho y chica– en el lecho. Y a eso lo llamamos amor, llevando vidas separadas, aisladas, construyendo en torno nuestro un muro de resistencia, persiguiendo alguna actividad egocéntrica. Todos buscamos seguridad psicológica, cada cual dependiendo del otro para su comodidad, para su placer, para su necesidad de compañía. Y por estar tan profundamente solos, aislados, necesitamos que se nos quiera, que se nos estime y tratamos cada uno de dominar al otro.
Ustedes pueden ver esto por sí mismos si se observan. ¿Es que existe en absoluto alguna clase de relación? Así no hay relación entre dos seres humanos; aunque tengan hijos, un hogar, no están realmente relacionados. Si tienen un proyecto en común, ese proyecto los sostiene, los mantiene unidos, pero eso no es relación
Ustedes pueden ver esto por sí mismos si se observan. ¿Es que existe en absoluto alguna clase de relación? Así no hay relación entre dos seres humanos; aunque tengan hijos, un hogar, no están realmente relacionados. Si tienen un proyecto en común, ese proyecto los sostiene, los mantiene unidos, pero eso no es relación.
Comprendiendo todo esto uno ve que si no existe relación entre dos seres humanos, comienza un proceso de corrupción. No en la estructura externa de la sociedad o en el fenómeno externo de la contaminación, sino internamente. La contaminación, la corrupción y destrucción internas se inician cuando los seres humanos no están en modo alguno relacionados, tal como ustedes no lo están. Ustedes podrán estrecharse las manos, besarse, dormir juntos, pero si observan bien a fondo, ¿existe una verdadera relación? Estar relacionado significa no depender el uno del otro, no tratar de encontrar satisfacción, compañía por medio del otro. Cuando uno busca su propio bienestar en el otro, cuando depende de él, etc., ¿puede entonces haber alguna clase de relación? ¿O sólo se están usando el uno al otro?
Esto no implica ser cínico, sino observar lo que realmente es. De modo que para descubrir lo que verdaderamente significa estar en relación con otro, uno debe comprender esta cuestión del aislamiento, porque la mayoría de nosotros somos terriblemente solitarios. Cuanto más envejece uno, tanto más se aísla, más solitario se vuelve, especialmente en este país. ¿Han reparado ustedes en las personas de edad, en sus escapes, en sus diversiones? Ellos han trabajado toda su vida y necesitan escapar hacia alguna clase de entretenimiento.
Viendo esto, ¿podemos encontrar un modo de vivir en el cual no utilicemos a otros ni psicológica ni emocionalmente, en el cual uno no dependa de otros, no use a otro como un medio para escapar de las propias torturas, de su desesperación, de su soledad?
(…) De manera que la relación es una de las más importantes o, mejor dicho, la más importante cosa de nuestra vida
Nueva York, 24/4/1971
La raíz del conflicto, pag. 76 a 80, Ed Paidós, Buenos Aires