Se necesita enorme energía, vitalidad e interés para producir un cambio radical en uno mismo. Si nos interesan los fenómenos externos hemos de ver, en el proceso de cambiar nosotros mismos, qué podemos hacer con el resto del mundo, y también debemos ver no sólo cómo conservar la energía sino también cómo incrementarla. Disipamos la energía interminablemente mediante el hablar inútil, las innumerables opiniones acerca de cualquier cosa, por vivir en un mundo de conceptos, fórmulas, y por el eterno conflicto que hay dentro de nosotros mismos. Pienso que todo ello disipa energía. Pero tras de eso hay una causa mucho más profunda que desgasta la energía vital necesaria no sólo para producir un cambio en nosotros, sino también para penetrar muy hondo más allá de los confines del propio pensamiento.
Los antiguos decían: controlen el sexo, mantengan tirantes las riendas de sus sentidos, hagan promesas para que no se disipen sus energías; deben concentrar su energía en Dios o en lo que fuere. Todo este tipo de disciplinas son también un desperdicio de energía, porque cuando hacemos una promesa ello es una forma de resistencia. Se requiere energía no sólo para un superficial cambio externo, sino también para producir una profunda transformación interior o revolución. Uno debe poseer un extraordinario sentimiento de energía sin causa, sin motivo, energía que tiene la capacidad de estar completamente quieta; y esta misma quietud posee su propia cualidad explosiva. Vamos a investigar todo eso.
Uno ve cómo los seres humanos desgastan su energía en querellas, en celos, en un tremendo sentimiento de ansiedad, en la eterna persecución y urgencia del placer; resulta bastante evidente que esto es un desperdicio de energía. ¿Y no es también un desperdicio de energía tener innumerables opiniones y creencias acerca de todo?: cómo el otro debería comportarse, qué debería hacer, etc.: ¿No es un desperdicio de energía tener fórmulas y conceptos? Esta cultura nos incita a tener conceptos, y vivimos de acuerdo con ellos. ¿Acaso no tienen ustedes fórmulas y conceptos, no poseen ninguna imagen acerca de lo que deberían ser, de lo que debería ocurrir? en el sentido de pensar rechazando «lo que es» y formulando «lo que debería ser». Todo este esfuerzo es un desperdicio de energía, y espero que podamos proseguir a partir de ahí.
¿Cuál es la razón básica que hay detrás de esa disipación de energía? Aparte de los patrones culturales que uno ha adquirido y que constituyen un derroche de energía, existe una cuestión más profunda: ¿puede uno funcionar y moverse en la vida cotidiana sin ninguna forma de resistencia? Resistencia es voluntad: Sé que todos ustedes fueron educados para utilizar la voluntad, el control, en el sentido de «debes, no debes, deberías, no deberías». La voluntad es independiente del hecho. Es una afirmación del «yo», del «mi», con independencia de «lo que es». La voluntad es deseo; la manifestación del deseo es voluntad. Funcionamos superficialmente o a gran profundidad en esta afirmación de la resistencia del deseo como voluntad, que no está relacionado con el «hecho», sino que depende del deseo del «yo», del «mi».
Sabiendo qué es la voluntad, uno se pregunta: ¿Es posible vivir en este mundo sin que la voluntad opere en absoluto? La voluntad es una forma de resistencia, de división. «Yo quiero» contra algo que «yo no quiero», «yo debo» contra lo que «yo no debo». La voluntad consiste, pues, en erigir un muro que actúa contra toda otra forma de acción. Nosotros sólo conocemos la acción sujeta a un concepto, a una fórmula, o como un aproximarse a determinado ideal, a un modelo de acuerdo con el cual actuamos. A esto lo llamamos acción, y en ello hay conflicto, hay imitación de lo que «debería ser proyectado como un ideal según el cual encaramos nuestra acción; por lo tanto, hay conflicto entre la acción y el ideal, porque en ello siempre existe un acercarse, un imitar, un amoldarse. Yo siento que esto es un total desperdicio de energía y voy a mostrar por qué.
Espero que estemos vigilando con atención nuestras actividades, nuestras mentes, para ver de qué modo ejercitamos la voluntad en la acción. Repito: la voluntad es independiente del hecho, de «lo que es»; ella depende de «yo», de lo que éste quiere no de «lo que es», sino de lo que quiere. Y ese querer depende de las circunstancias, del medio ambiente, de la cultura, etc.; está divorciado del hecho. Por lo tanto, hay contradicción y resistencia contra «lo que es», y eso constituye un desperdicio de energía. […]
Así es que la mente ha de aprender cómo mirar. Este es, para mí, el problema fundamental. ¿Puede esta mente -que es el resultado del tiempo, de las diversas culturas, experiencias y conocimientos- mirar con ojos que no estén condicionados? Vale decir, ¿puede operar instantáneamente, libre de su condicionamiento? Debo, en consecuencia, aprender a considerar mi condicionamiento sin ningún deseo de cambiarlo, transformarlo o ir más allá de él. Debo ser capaz de mirarlo tal como es. Si quiero cambiarlo, entonces pongo otra vez en acción la voluntad. Si quiero escapar de él, de nuevo hay resistencia. Si retengo una parte y rechazo otras, eso implica opción. Y la opción, como lo hemos señalado, es confusión. ¿Puedo entonces, puede esta mente mirar sin ninguna resistencia, sin opción alguna? ¿Puedo mirar las montañas, los árboles, mirar a mi vecino, a mi familia, a los políticos, a los sacerdotes, sin ninguna imagen? La imagen es el pasado. La mente debe ser, pues, capaz de mirar. Cuando miro «lo que es» en mí mismo y en el mundo, sin resistencia, entonces desde esa observación surge una acción instantánea que no es el resultado de la voluntad. ¿Comprenden? […]
¿Podemos descubrir entonces qué es el amor? Esta es una pregunta que el hombre siempre se ha formulado. Incapaz de descubrirlo, ha dicho: «ama a Dios», «ama una idea, «ama al Estado», «ama a tu prójimo». No es que ustedes no deban amar al prójimo, pero esto se ha vuelto una mera cuestión social; no es ese amor que siempre es nuevo. De modo que el amor no es un producto del pensamiento, el cual es placer. Como dijimos: el pensamiento es viejo, no es libre, es la respuesta del pasado y, en consecuencia, el amor no tiene verdadera relación con el pensamiento. Sabemos muy bien que la mayor parte de nuestra vida es una batalla, con su tensión, su ansiedad, su culpa, su desesperación, el sentimiento inmenso de soledad y dolor; ésa es realmente nuestra vida, «lo que es», y eso no queremos afrontarlo. ¿Qué ocurre si ustedes lo afrontan sin opción ni resistencia? ¿Pueden hacerlo? No tratar de vencer el miedo, los celos, esto o aquello, sino mirar realmente el hecho sin sentido alguno de querer cambiarlo, conquistarlo, controlarlo; sólo observar de modo total concediéndole atención completa. Cuando uno examina su fatigosa vida cotidiana, su diaria vida burguesa o no burguesa, ¿Qué es lo que ocurre? ¿No disponen entonces de una tremenda energía? La energía ha sido disipada en resistir esa vida, en vencerla, en ir más allá, en tratar de comprenderla, de cambiarla, pero si miran esta vida tal como ella es, ¿no hay entonces una transformación en «lo que es»? Esa transformación ocurre sólo cuando ustedes tienen esta energía en que no opera en absoluto la voluntad. […]
Enfrentarse a algo acerca de lo que uno no sabe absolutamente nada requiere gran energía, ¿no es así? Eso sólo puedo hacerlo cuando no hay ejercicio de la voluntad, ni resistencia, ni opción, ni derroche de energía. Para enfrentarse a algo desconocido debe existir la más elevada forma de energía, y cuando existe esa energía total, ¿hay miedo a la muerte? ¿O hay miedo a la continuidad? Sólo cuando he vivido una vida de resistencia, voluntad y opción, existe el miedo de no ser, de no vivir. Cuando la mente se enfrenta con lo desconocido y todas esas cosas desaparecen, hay una energía inmensa. Y cuando hay esa suprema energía que es inteligencia, ¿existe la muerte? Descúbranlo.
La Persecución del Placer, (Tomo 2 : El despertar de la inteligencia), Edit. Kier, Bs As, 1994, págs. 203 a 214.-