Ahora debemos formularnos una pregunta: ¿Qué es la meditación? Vamos a examinar juntos qué es la meditación; no cómo meditar, sino cuál es la naturaleza, la cualidad, la estructura, la belleza de la meditación. La palabra ‘meditación’ significa, según el diccionario, examinar, reflexionar sobre algo, considerar, indagar, investigar, contemplar. Y esa palabra también quiere decir medida, medir. Creo que en sánscrito ma es medir. La medida significa comparación. ¿Han considerado ustedes alguna vez cómo la antigua Grecia, 450 años a.C., se expandió por toda Europa? Grecia fue la responsable de la medida; los griegos inventaron la medida. Sin la medida no puede haber una tecnología. Y el mundo occidental ha sido capaz de desarrollar una gran tecnología, la que se ha trasladado al Japón. Los antiguos indios decían que la medida es una ilusión; y la India se expandió por todo el Asia. No se sientan orgullosos por ello, todo eso ha desaparecido. Ustedes han perdido lo único que era realmente precioso. Han perdido la joya más extraordinaria que alguna vez poseyeron.
La meditación significa, pues, pensar, examinar, y también significa medir. O sea, soy esto, debo ser aquello; me comparo a mí mismo con otro que es inteligente, hermoso, agradable, y yo no lo soy –eso es medir. Seguir el ejemplo es medir. Dondequiera que haya comparación en lo psicológico, no puede haber meditación. No puede haber meditación donde hay medida. Uno puede comparar entre dos automóviles, entre dos materiales –una ropa mejor, un papel mejor, una casa mejor, una mejor comida, pero donde la mente piensa psicológicamente en términos de ‘lo mejor’, la meditación no es posible. Pueden ustedes sentarse con las piernas cruzadas, practicar toda clase de yoga, toda clase de control, pero donde hay control tiene que haber conflicto y tiene que haber medida. Y eso no es meditación.
La meditación implica vivir una vida diligente. La meditación no está separada del vivir cotidiano; no consiste en irse a vivir a un pequeño rincón y meditar por veinte minutos todas las mañanas, o todas las tardes o todas las noches. Eso es como dormir una siesta. No hay sistemas de meditación. El sistema implica una práctica. La práctica significa medida –desde lo que uno es a lo que uno quiere ser— y uno puede estar practicando la nota falsa. Y es lo que probablemente hacemos. Y a eso lo llamamos meditación. Esa meditación está totalmente separada de nuestro diario vivir. Averigüen si es posible vivir una vida cotidiana de meditación –lo cual implica no medir en ningún momento. En la meditación no hay control, porque el controlador es lo controlado. En la meditación no actúa la voluntad, porque la voluntad es deseo. La voluntad es la esencia del deseo –“yo meditaré, yo practicaré esto día tras día”. En la meditación no existe esfuerzo en absoluto, porque no hay un controlador. La meditación implica percepción atenta y lúcida; implica percibir la tierra, la belleza de la tierra, la hoja muerta, el perro moribundo; implica percibir el medio que a uno lo rodea, percibir al vecino, los colores que uno viste, por qué usa uno ese color, por qué lleva ese rosario –implica estar atento a todo eso. Meditar es percibir la belleza del viento entre las hojas, darse cuenta de los propios pensamientos, de los sentimientos; o sea, estar atento sin opción ni preferencia alguna –simplemente estar atento. Eso intensifica nuestra sensibilidad –el observarlo todo diligentemente. Cuando uno dice que hará alguna cosa, hacerla, sin olvidar jamás lo que uno ha dicho. No decir algo que uno no quiere decir. Eso forma parte de la meditación. O sea, percibir los propios sentimientos, la condición de uno, las opiniones, los juicios, las creencias, de modo tal que en esa percepción no haya preferencia alguna –simplemente percibir la belleza de la tierra, de los cielos y de los mares. Cuando uno percibe de este modo, hay atención. Atender no sólo a lo que dice quién les habla, sino prestar atención a lo que dice nuestra esposa, o nuestro marido, o nuestros hijos; a lo que nos dicen los políticos –con sus embustes, su búsqueda de poder, de posición. Cuando uno está así de profundamente atento, no hay un centro como el ‘yo’ que atienda. Eso también es meditación.
Entonces, si se ha llegado tan lejos, si la mente ha avanzado hasta ahí, uno se pregunta qué es la religión. La religión no es ninguna de las cosas que ustedes tienen –los templos y el contenido de los templos, el puja, los tiripatis, las iglesias—todo eso no es religión. Los rituales, las creencias, son un producto del pensamiento, que es un proceso material; y ustedes adoran lo que el pensamiento ha creado, o sea, lo que ustedes mismos han creado. ¿Se han dado cuenta de que todos los rituales, todos esos dioses los han creado ustedes a causa del miedo, de la necesidad que tienen de sentirse seguros? Ya sé que no están de acuerdo con esto, pero préstenle atención. Ustedes seguirán haciendo lo mismo, porque sus mentes están condicionadas, atemorizadas y necesitan alguna clase de seguridad; pero un hombre religioso no pertenece a ningún grupo, a ninguna religión, no tiene ninguna creencia porque su mente es libre. La inteligencia es la más alta, la suprema forma de seguridad fundamental –no la inteligencia del astuto pensamiento. Existe la inteligencia de la compasión; en esa inteligencia no hay dudas, ni incertidumbre ni temor. Esa inteligencia es algo inmenso y universal. Y donde hay atención, hay silencio. Si ustedes atienden ahora a lo que dicen quién les habla, atienden con sus oídos, con sus ojos, con sus nervios, con la totalidad del cuerpo; si atienden de ese modo, entonces, en esa calidad de atención hay silencio, un insondable silencio. Ese silencio no ha sido tocado jamás por el pensamiento, y sólo entonces adviene aquello que el hombre ha buscado desde tiempos inmemoriales, algo sagrado, algo innominado, supremo. Es sólo esa mente que está tan completamente libre de todos los afanes de la vida, es sólo una mente así la que puede encontrar lo supremo. Eso significa meditación, que es la expresión de la actividad cotidiana.
Madrás, 2 de enero de 1983
La mente que no mide, Editorial Edhasa, Barcelona, pags:. 183 a 186.-