¿Hay un cese para el sufrimiento? El hombre ha hecho todo lo posible para trascender el sufrimiento. Le ha rendido culto, ha escapado de él, lo ha sustentado en su corazón, ha tratado de buscar consuelo en el sufrimiento, ha perseguido la senda de la felicidad, se ha aferrado, se ha adherido a ella con el fin de evitar el sufrimiento. Aun así, el hombre ha sufrido, los seres humanos han sufrido en todo el mundo a través de los tiempos. Han tenido diez mil guerras –piensen en los hombres y mujeres que fueron mutilados y muertos, en las lágrimas que se derramaron, en la agonía de las madres, de las esposas y de todas esas personas que han perdido a sus hijos, a sus maridos, a sus amigos, por motivo de las guerras que se han estado sucediendo milenios tras milenios y que todavía continúan, multiplicando armamentos en vasta escala.
Existe este inmenso dolor de la humanidad. El hombre pobre que marcha por ese camino, jamás conocerá un buen cuarto de baño, ni tendrá ropas limpias, ni viajará en avión; todos los placeres que uno tiene, él jamás los conocerá. Y está el dolor de un hombre que es muy ilustrado y el del hombre que no es ilustrado. Está el dolor de la ignorancia; y está el dolor de la soledad. Casi todos conocen el dolor de la soledad; pueden tener muchos amigos, muchísimos conocimientos, pero igualmente son personas muy solitarias. Si ustedes son bien conscientes de si mismos, saben lo que es esa soledad –una sensación de total aislamiento. Uno puede tener esposa, hijos, muchísimos amigos, pero llega un día o un acontecimiento que nos hace sentir totalmente aislados, solos. Ése es un dolor tremendo. Luego está el dolor de la muerte, el dolor por alguien que hemos perdido. Y está el dolor que ha ido aumentando, acumulándose a través de milenios de existencia humana.
Y también está el dolor del propio deterioro personal, de la pérdida personal, de nuestra personal falta de inteligencia, de capacidad. Y nos preguntamos si ese dolor puede terminarse alguna vez. ¿O es que debe uno nacer con el dolor y morir con el dolor? Desde el punto de vista lógico, racional, intelectual, podemos encontrar muchas causas para el dolor; están todas las innumerables explicaciones del budismo, del hinduismo, del cristianismo o del Islam. Pero a pesar de las explicaciones, de las causas, de las autoridades que buscan justificar todo esto, el dolor sigue acompañándonos siempre. ¿Es, entonces, posible terminar con ese dolor? Porque si el dolor no se termina, no hay amor, no hay compasión. Hemos de investigar esto muy profundamente y ver si el dolor puede cesar alguna vez.
Quien les habla sostiene que hay un cese para el dolor, un cese total; lo cual no significa que uno carezca de afecto, que sea duro o indiferente. El cese del dolor, del sufrimiento, implica el comienzo del amor. Y ustedes, naturalmente, preguntarán: ¿Cómo? ¿Cómo ha de cesar el dolor? Cuando preguntan “¿cómo?”, lo que desean es un sistema, un método, un proceso. Por ese motivo es que piden: “Dígame cómo lograrlo. Seguiré la senda, el camino.” Desean una dirección cuando preguntan: ¿Cómo he de terminar con el dolor?” Esa pregunta, ese requerimiento, esa indagación dice: “Muéstreme cómo hacerlo.”
Cuando ustedes preguntan “cómo”, están formulando la pregunta incorrecta –si se me permite señalarlo—porque sólo se interesan en vencer al dolor. La manera en que lo abordan es: “Díganos como superarlo.” Y así jamás se acercan realmente al dolor. Si uno quiere mirar ese árbol, debe aproximarse a él para ver su belleza, la sombra, el color de las hojas, si tiene o no tiene flores –uno tiene que acercarse al árbol. Pero ustedes jamás se acercan al dolor. Jamás se acercan porque siempre lo eluden, escapan de él. Así que el modo en que abordan el dolor tiene mucha importancia; o lo abordan con el motivo de escapar de él, de buscar consuelo en él y evitarlo, o lo abordan acercándose al dolor lo más posible. Descubran ustedes si se acercan de este modo al dolor. No pueden acercarse mucho al dolor si hay autocompasión o si existe de alguna manera el deseo de encontrar la causa, la explicación; en ese caso lo eluden. Importa, pues, muchísimo el modo como aborda uno el dolor, cómo se acerca a él y cómo lo ve, cómo percibe el dolor.
¿Es la palabra dolor la que a uno le hace sentir dolor? ¿O es el hecho? Y si es un hecho, ¿desea uno acercarse a él de modo tal que uno sea el dolor? Uno no es diferente del dolor. Eso es lo primero que hay que ver –que uno no es diferente del dolor. Uno es el dolor. Uno es la ansiedad, la soledad, el placer, la angustia, el miedo, la sensación de aislamiento. Uno es todo eso. Por lo tanto, se acerca lo más que puede a eso, uno es eso y, en consecuencia, permanece con eso.
Cuando queremos mirar ese árbol, nos acercamos a él, observamos cada detalle, nos tomamos tiempo. Miramos, miramos, miramos, y el árbol nos revela toda su belleza. No le contamos al árbol nuestra historia; si lo observamos, él nos la cuenta a nosotros. Del mismo modo, si nos acercamos al dolor hasta tocarlo, si lo miramos, si no escapamos de él, si vemos lo que trata de revelarnos –su profundidad, su belleza, su inmensidad—entonces, si permanecemos con el dolor enteramente, con ese solo movimiento el dolor llega a su fin. No recuerden meramente esto para después repetirlo. Eso es lo que acostumbran a hacer los cerebros de ustedes: memorizan lo que ha dicho quién les habla y luego preguntan: ¿Cómo llevaré eso a la práctica? Debido a que uno es el dolor, es todo eso y, por consiguiente, no puede escapar de sí mismo. Uno mira el dolor, y no hay división entre el observador y lo observado –uno es eso, no hay división. Cuando no hay división, uno permanece totalmente con el dolor. Ello requiere muchísima atención, una gran intensidad y claridad, la claridad de la mente que ve instantáneamente la verdad.
Entonces, desde ese fin del sufrimiento, llega el amor.
Benarés, 26 de noviembre de 1981
La llama de la atención, Editorial Errepar, Buenos Aires, pags: 45 a 48