Martes, 15 de marzo, 1983
“¿Cómo se forma la psique, el ego, el sí mismo, el yo, la persona? ¿Cómo ha nacido esta cosa desde la cual surge el concepto del individuo, del ‘yo’, del sí mismo? Usaremos la palabra ‘yo’ para incluir la persona, el nombre, la forma, las características, el ego. ¿Cómo nace este yo? ¿Nace con ciertas características transmitidas por los padres? ¿Es el yo meramente una serie de reacciones? ¿Es solamente la continuidad de siglos de tradición? ¿Es el yo producto de circunstancias, de incidentes, de acontecimientos? ¿Es el resultado de la evolución –siendo la evolución el proceso gradual del tiempo– el que pone el acento en el yo y le da tanta importancia? ¿O, como algunos sostienen, en el mundo religioso, la cáscara externa del yo contiene realmente dentro de sí el alma y la antigua noción de los hindúes, de los budistas? ¿Es la sociedad la que da origen al yo y fortalece la fórmula de que uno está separado del resto de la humanidad? Todos estos conceptos contienen ciertas verdades, ciertos hechos, y constituyen el yo. Y al yo se le ha concedido una importancia tremenda en este mundo. La expresión del yo en el mundo democrático se llama ‘libertad’, y en el mundo totalitario esa ‘libertad’ es reprimida, negada y castigada. ¿Diría usted, entonces, que ese instinto comienza en el niño con el impulso de poseer? Esto existe también en los animales, de modo que tal vez hemos derivado de los animales este instinto de poseer. Donde hay cualquier clase de posesión, tiene que existir el principio del yo. Y a partir de este instinto, de esta reacción, el yo crece gradualmente en vitalidad, en fuerza, y adquiere estabilidad. La posesión de una casa, la posesión de tierras, la posesión de conocimientos, la posesión de ciertas capacidades –todo esto es el movimiento del yo. Y este movimiento le da a uno la sensación de estar separado como individuo.
“Ahora puede uno avanzar más en los detalles. ¿Están el tú, el yo, separados del resto de la humanidad? ¿Es usted, debido a que tiene un nombre separado, un organismo físico separado, ciertas tendencias diferentes de las de otro, tal vez algún talento –hace eso de usted un individuo? Esta idea de que cada uno de nosotros en todo el mundo está separado de otro, ¿es una realidad? ¿O puede que todo el concepto sea ilusorio, al igual que la división que hemos hecho del mundo en comunidades y naciones separadas, lo cual es realmente una forma glorificada del sentimiento tribal? Este interés en uno mismo y la idea de que la propia comunidad es diferente de otras comunidades, de otros yoes, ¿se basa en una realidad factual? Por supuesto, usted puede decir que es real porque usted es norteamericano y otros son franceses, rusos, indios, chinos, etc. Estas diferencias lingüísticas, culturales, religiosas, han originado desastres en el mundo –guerras terribles, daño incalculable. Y también, desde luego, en ciertos aspectos de ello hay una gran belleza, como en la expresión de algunos hombres de talento, como un pintor, un músico, un científico, etcétera. ¿Se consideraría usted a sí mismo como un individuo separado, con un cerebro separado que es ‘suyo’ y de nadie más? Ese es su pensar, y se supone que su pensar es diferente del pensar de otro. Pero, ¿es en absoluto individual el pensar? ¿O sólo existe el pensar, que es compartido por toda la humanidad, ya se trate del más talentoso de los científicos o de la persona más ignorante y primitiva?
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
En cambio el hecho, el hecho racional, observable, es que su pensar y el pensar de otro son similares. La expresión de su pensar puede variar; si usted es un artista puede expresar algo de cierta manera, y otra persona que no es artista puede expresarlo de una manera distinta. Usted juzga, evalúa de acuerdo con la expresión, y entonces la expresión lo divide a usted como artista, lo separa de otro como jugador de fútbol. Pero usted como artista y él como jugador del fútbol, piensan. Ambos sufren, experimentan ansiedad, gran dolor, desengaño, aprensión; uno cree en Dios y el otro no cree en Dios, uno tiene fe y el otro no tiene fe, pero esto es común a todos los seres humanos, aunque cada uno pueda pensar que es diferente. Yo puedo pensar que mi dolor es por completo diferente del dolor de otro, que mi soledad, mi desesperación son totalmente opuestas a las de otras personas. Ésa es nuestra tradición, ése es nuestro condicionamiento, hemos sido educados para eso –uno es árabe, otro es un judío, etcétera. Y de esta división se origina no sólo la individualidad, sino las diferencias raciales de las comunidades. El individuo, al identificarse con una comunidad, con una nación, con una raza, con una religión, genera invariablemente conflicto entre los seres humanos. Ésa es una ley natural. Pero nosotros sólo nos interesamos en los efectos, no en las causas de la guerra, en las causas de esta división.
“De modo que estamos meramente señalando, no afirmamos nada, no sacamos la conclusión de que usted, señor, es psicológicamente, profundamente, el resto de la humanidad. Sus reacciones las comparte toda la humanidad. Su cerebro no es ‘suyo’, ha evolucionado en el tiempo durante siglos. Usted puede estar condicionado como cristiano, puede creer en diversos dogmas y rituales; otro tiene su propio dios, sus propios rituales, pero todo esto es producto del pensamiento. Estamos, pues, poniendo profundamente en duda que el individuo exista en absoluto como tal. Somos la humanidad total, cada uno de nosotros es el resto de la humanidad.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
“Como estuvimos diciendo el otro día, nosotros compartimos, toda la humanidad comparte, la luz del sol (él no había dicho eso); esa luz del sol no es suya ni mía. Es la energía vivificante que todos compartimos. La belleza de una puesta de sol, si uno la observa con sensibilidad, es compartida por todos los seres humanos. No es la puesta suya o mía en el oeste, en el este, en el norte o en el sur; lo importante es la puesta de sol. Y nuestra conciencia, que incluye nuestras acciones y reacciones, nuestras ideas y conceptos, nuestros patrones de pensamiento, los sistemas de creencias, las ideologías, los temores, los placeres, la fe, la adoración de algo que nosotros mismos hemos proyectado, nuestros dolores, nuestras penas y angustias –esto es compartido por todos los seres humanos. Cuando sufrimos, hemos convertido eso en un asunto personal. Excluimos todo el sufrimiento de la humanidad. Igual que el placer; tratamos el placer como una cosa privada, nuestra, con la excitación que ello produce, etc. Olvidamos que el hombre –incluyendo a la mujer, por supuesto, no es necesario repetirlo– que el hombre ha sufrido desde tiempos que están más allá de toda medida posible. Y ese sufrimiento es el suelo sobre el cual todos nosotros estamos parados. Y es compartido por todos los seres humanos.
“Nuestra conciencia, pues, no es propiedad suya o mía; es la conciencia del hombre, que ha sido acumulada, que ha evolucionado, crecido a través de siglos, de muchos siglos. En esta conciencia está contenida la fe, están los dioses, todos los rituales que el hombre ha inventado. Es realmente una actividad del pensamiento. Es el pensamiento el que ha formado el contenido –la conducta, la acción, la cultura, la ambición. Toda la actividad del hombre es la actividad del pensamiento. Y esta conciencia es el casino online sí mismo, el yo, el ego, la personalidad, etc. Creo que es indispensable comprender esto muy a fondo, no sólo de manera argumental, lógica, sino profundamente; igual que la sangre, está en todos nosotros, forma parte de nosotros, es la esencia, el proceso natural de todos los seres humanos. Cuando uno comprende esto, nuestra responsabilidad adquiere extraordinaria importancia. En tanto continúe el contenido de nuestra conciencia, somos los responsables por todo lo que ocurre en el mundo. En tanto el miedo, las nacionalidades, el impulso del éxito –usted sabe, todas esas cosas—existan, cada uno de nosotros es parte de la humanidad, parte del movimiento humano.
“Esto es sumamente importante que se comprenda. Es así: el yo es producto del pensamiento. Y el pensamiento, como dijimos, no es suyo ni mío; el pensar no es un pensar individual. El pensar es compartido por todos los seres humanos.
Editorial Edhasa, Barcelona 1989, págs 35 a 42.-
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
31 de marzo de 1983
El hombre se está formulando ahora una pregunta que debió haberse formulado muchos años antes, no a último momento. Se ha estado preparando para las guerras durante todos los días de su vida. La preparación para la guerra parece ser, desafortunadamente, nuestra tendencia natural. Habiendo recorrido un largo trecho de ese camino, ahora nos preguntamos: ¿Qué haremos? ¿Qué hemos de hacer nosotros, los seres humanos? Al enfrentarnos realmente al problema, ¿cuál es nuestra responsabilidad? Esto es lo que de hecho está afrontando nuestra humanidad actual, no qué tipos de instrumentos de guerra debemos inventar y construir. Siempre originamos una crisis y después nos preguntamos qué hacer. Dada la situación tal como es ahora, los políticos y el gran público en general decidirán con su orgullo nacional y racial, con sus patrias, sus suelos natales y todo eso. La pregunta es demasiado tardía. La pregunta que tenemos que formularnos, a pesar dela acción inmediata que podamos tomar, es si resulta posible terminar con todas las guerras, no con una clase particular de guerra –la nuclear o la ortodoxa– y descubrir muy seriamente cuáles son las causas de la guerra. Hasta que esas causas no se descubran y se disuelvan, ya sea que tengamos guerras convencionales o la forma nuclear de guerra, continuaremos igual y el hombre destruirá al hombre.
De modo que realmente debemos preguntarnos: ¿Cuáles son, esencialmente, fundamentalmente, las causas de la guerra?
El hombre ha dividido la tierra como ‘mía’ y ‘tuya’ –¿por qué? ¿Por qué esta separación? ¿Es porque tratamos de encontrar seguridad, auto-protección en un grupo particular, o en una fe o creencia particular? Porque las religiones también han dividido a la humanidad, han puesto al hombre contra el hombre –los hindúes, los musulmanes, los cristianos, los judíos, etcétera. El nacionalismo, con su infortunado criterio patriótico, es realmente una forma glorificada, ennoblecida del espíritu tribal. En una tribu pequeña o en una tribu muy grande, impera el sentimiento de estar unidos mediante la misma lengua, las mismas supersticiones, la misma clase de sistema político o religioso. Y ahí uno se siente a salvo, protegido, feliz, cómodo. Y por esa seguridad, por esa comodidad, estamos dispuestos a matar a otros que igualmente desean estar seguros, sentirse protegidos, pertenecer a algo. Este terrible anhelo de identificarnos con un grupo, con una bandera, con un ritual religioso y esas cosas, nos da la sensación de que tenemos raíces, de que no somos nómadas sin hogar. Existe ese deseo, ese apremio por encontrar las propias raíces.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
Ésta es nuestra tierra, no la tierra mía o la de él. Hemos nacido para vivir en ella, ayudándonos unos a otros, no destruyéndonos unos a otros. Éste no es ningún disparate romántico, sino el hecho real. Pero el hombre ha dividido la tierra esperando con eso encontrar, en lo particular, la felicidad, la seguridad, un sentido de bienestar duradero. A menos que ocurra un cambio radical y eliminemos todas las nacionalidades, todas las ideologías, todas las divisiones religiosas, y establezcamos una relación global –primero psicológicamente, internamente, antes de organizar lo externo– continuaremos con las guerras. Si dañamos a otros, si matamos a otros, ya sea a causa de la ira o mediante el asesinato organizado que se llama guerra, cada uno de nosotros –que es el resto de la humanidad, no un ser humano separado que pelea con el resto de la humanidad– se está destruyendo a sí mismo.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
Ésta es, verdaderamente, una cuestión muy importante y urgente: averiguar si el hombre, cada uno de nosotros puede producir este cambio en sí mismo. No decir: “Si yo cambio, ¿tendrá eso algún valor? ¿No será sólo una gota en un lago muy vasto, sin efecto alguno en absoluto? ¿Qué sentido tiene que yo cambie?” Ésta es una pregunta equivocada, porque uno es el resto de la humanidad. Uno es el mundo, no está separado del mundo. Uno no es un americano, un ruso, un hindú o un musulmán. Existimos aparte de estas etiquetas, de estas palabras; cada uno de nosotros es el resto de la humanidad porque su conciencia, sus reacciones, son similares a las de los otros. Podemos hablar un idioma diferente, tener costumbres diferentes, eso es la cultura superficial –aparentemente, todas las culturas son superficiales– pero nuestra conciencia, nuestras reacciones, nuestra fe, nuestras creencias e ideologías, nuestros miedos y ansiedades, la soledad, el dolor y el placer que experimentamos, son similares a los del resto de la humanidad. Si uno cambia, ello afectará a toda la humanidad.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………
Ninguna imposición externa, ni leyes, ni sistemas detendrán jamás la matanza del hombre. Ninguna convicción intelectual o romántica pondrá tampoco fin a las guerras. Éstas terminarán sólo cuando cada uno de nosotros, como los demás seres humanos, veamos la verdad de que mientras siga habiendo división en cualquiera de sus formas, tiene que haber conflicto, limitado o amplio, reducido o expansivo, tiene que haber lucha, dolor. De modo que uno es responsable, no sólo hacia sus hijos, sino hacia el resto de la humanidad. A menos que esto se comprenda profundamente, no de manera verbal o a base de ideas o del mero intelecto, sino que lo sintamos en nuestra sangre, en nuestro modo de mirar la vida, en nuestras acciones, estaremos sosteniendo el asesinato organizado que llamamos ‘guerra’. La instantánea percepción de esto es mucho más importante que la respuesta inmediata a un problema que es la consecuencia de miles de años en que el hombre viene matando al hombre.
El mundo está enfermo, y no hay nadie de afuera que pueda ayudarlo a uno, excepto uno mismo. Hemos tenido líderes, especialistas, toda clase de agentes externos, incluyendo a Dios –y no han tenido efecto, no han ejercido influencia alguna sobre nuestro estado psicológico. Ellos no pueden guiarnos. Ningún estadista, ningún maestro, ningún gurú, nadie puede hacer que en lo interno seamos fuertes y supremamente sanos. En tanto estemos en desorden, en tanto no mantengamos nuestra casa interna en una condición apropiada, en un estado correcto, crearemos el profeta externo, y éste siempre nos llevará por un camino engañoso. Nuestra casa está en desorden, y nadie en esta tierra o en el cielo puede producir orden en nuestra casa. A menos que uno comprenda por sí mismo la naturaleza del desorden, la naturaleza del conflicto, la naturaleza de la división, la casa de uno –que es uno mismo– siempre permanecerá en desorden, estará en guerra.
No es cuestión de quién tiene el más grande poder militar. Es más bien el problema del hombre contra el hombre; es el hombre el que ha creado ideologías, y estas ideologías que el hombre ha creado están las unas contra las otras. Hasta que estas ideas, estas ideologías, lleguen a su fin y cada hombre se vuelva responsable por los otros seres humanos, no podrá haber paz en el mundo.
Editorial Edhasa, Barcelona, 1989, pág. 78 a 84.-