[…] Ahora bien, ¿puede la mente eliminar por completo el condicionamiento de siglos? Después de todo, el condicionamiento es del pasado. Las reacciones, el conocimiento, las creencias, las tradiciones de muchos miles de ayeres, han contribuido a moldear la mente. Y ¿puede todo ello ser eliminado? Considerad por favor seriamente esto, y no os limitéis a rechazarlo diciendo simplemente: ‘no es posible’, o, ‘sí es posible, ¿cómo voy a hacerlo?’ El ‘cómo’ no existe. El ‘cómo’ implica ‘mientras tanto. . .’; y una mente que está interesada en el ‘mientras’ está realmente difiriendo. Podéis creer que si bien la mente puede ser ‘reeducada’ para que sea comunista o capitalista o lo que fuere ‑cosa que sólo implica una forma distinta de condicionamiento- es imposible estar libre de todo condicionamiento. No sé si estáis siguiendo todo esto, y si sois conscientes de vuestro propio condicionamiento, de lo que implica, y si es posible estar libre o no de él. Mirad, el condicionamiento es la raíz misma del temor; y donde hay temor no hay virtud.
Para entrar en esto realmente a fondo hace falta mucha inteligencia, y por inteligencia quiero decir la comprensión de todas las influencias, y el estar libre de ellas. La influencia es la causa del condicionamiento. Se os ha educado para creer en Dios, en Cristo, repitiendo cosas día tras día, mientras que en la India descartan todo eso, ‑porque han sido criados con sus propios santos y dioses. La cuestión es pues si la mente, que ha sido influida por el fuerte peso de la tradición, siglo tras siglo, podrá dejar de lado todo eso sin esfuerzo. ¿Podéis salir de todo ello, de todo ese trasfondo, tan libremente como podéis salir de este salón? Y, ¿no es este trasfondo la mente misma? La historia de la mente es la mente. No sé si me expreso con claridad.
La mente es el trasfondo; la mente es la tradición; la mente es el resultado del tiempo. Y al ver que no hay esperanza en sus propias actividades, dice finalmente que existe la gracia de Dios y que debe esperarla, aceptarla, recibirla ‑lo que es otra forma de influencia- y una mente así no es inteligente.
Así pues, ¿qué va uno a hacer? Estoy seguro de que tenéis que haber pasado por todo esto. Tenéis que haber experimentado con ello: no aceptar, no confiar en la autoridad, no dejaros influir. Tenéis que haber comprendido que la mente misma no puede hacer nada. Es su propia esclava, ha creado su propio condicionamiento. Y toda reacción a ese condicionamiento no hace más que aumentarlo. Todo movimiento, todo pensamiento, toda acción que se desarrolla dentro de la mente, está aún en el campo limitado de sus propios valores. Si uno ha penetrado hasta ahí ‑no teórica, no intelectual, no verbalmente, sino de hecho- ¿qué pasa entonces? Espero comprenderéis la cuestión. La cuestión es que para la mente que quiera descubrir lo que es verdad y si existe algo que es inmensurable e innombrable, tiene que cesar toda autoridad: la de la ley tanto como la autoridad de la experiencia. Esto no significa que yo conduzca el coche por el lado no permitido del camino. Significa que la mente rechaza la autoridad de toda experiencia, que es el conocimiento, que es la palabra; y que rechaza las formas extraordinariamente sutiles de la influencia, la ‘expectativa para recibir’, las esperanzas. Entonces la mente es en realidad inteligente.
Penetrar en uno mismo tan honda y completamente, es muy ardua tarea. Aplicarse a cualquier cosa requiere energía, no esfuerzo. Y si uno ha llegado hasta ahí, entonces ¿queda algo de la mente tal como la conocemos? ¿Y no es necesario llegar a ese estado? Porque ese, por cierto, es el único estado creativo. Escribir un poema, pintar cuadros, levantar un edificio, y todo eso, seguramente, no puede llamarse creador en el verdadero sentido de la palabra.
Como veis, percibe uno que la creación, eso que llamamos Dios, o verdad, o como queráis llamarlo, no es para una minoría selecta. No es para los que meramente tienen capacidad, un talento, como Miguel Ángel, Beethoven, o los modernos arquitectos, poetas y artistas. Creo que es posible para todos, ese extraordinario sentimiento de inmensidad, de algo que no tiene barreras, que no tiene límites, que no puede ser medido por la mente ni expresado en palabras. Creo que es posible para todos. Pero no es un resultado. Surge cuando la mente empieza con la cosa mas próxima, que es ella misma, no cuando persigue lo más lejano, lo inimaginable, lo desconocido. Lo que se lo va a revelar es el autoconocer, la comprensión de sí misma; id a eso, ved lo que es, no busquéis algo externo. La mente es cosa realmente extraordinaria. Tal como la conocemos, es el resultado del tiempo; y el tiempo es la autoridad: la autoridad de lo bueno y de lo malo, de lo que se debe y de lo que no se debe hacer, de la tradición, de las influencias, del condicionamiento.
¿Puede pues la mente, vuestra mente, ‑no hablo en forma personal- descubrir por completo su condicionamiento, tanto el consciente como el inconsciente, y salir de él? ‘Salir’ es sólo una expresión verbal. Más cuando la mente ve su condicionamiento y comprende toda su operación, todo su mecanismo, entonces, de golpe, la mente está en la otra orilla.
[…] ¿Acaso la repentina impresión, el aguzamiento de la atención, os hace ver, ‘ver’ en el sentido que estamos discutiendo? Hablamos sobre el condicionamiento y la percepción de ese condicionamiento. ¿Qué significa esta percepción? ¿Tratáis de ver vuestro condicionamiento sólo porque digo que si vuestra mente está condicionada no podréis ver lo verdadero? ¿Esperáis que por el hecho de ver vuestro condicionamiento habrá gloria eterna, y todo eso? Ya sabéis: la experiencia es una cosa extraordinaria. O tratáis de experimentar porque alguien os habla sobre algo, o bien estáis experimentando efectivamente la cosa misma, por vosotros mismos. Nadie tiene que hablaros sobre el hambre, o la envidia, o la cólera. El descubrimiento de vuestro condicionamiento debido a que alguien os habla de él, no es vuestro descubrimiento. No sé si seguís esto. Tomad una cosa muy sencilla. El nacionalismo es una forma de condicionamiento. La mente nacionalista es localista, mediocre. ¿Veis el hecho, la verdad de eso, por vosotros mismos? ¿O es que decís: ‘puede ser así, tengo que descubrirlo. Es muy posible que él tenga razón’?
Lo diré de otra manera. Veo muy claramente que el pertenecer a cualquier religión organizada es muy destructivo para el descubrimiento de Dios, o como lo queráis llamar. La mente no puede entregarse a ninguna forma de pensamiento, creencia o dogma organizado. Veo eso muy claramente, nadie tiene que decírmelo. Para mí es así y lo digo. Entonces, como tengo cierta reputación, etc., os decís: ‘tengo que abandonar eso’. Entonces estáis atrapados: queréis pertenecer y sin embargo algo os dice que no pertenezcáis. No es pues vuestra experiencia. En la percepción directa no hay conflicto. Una mente que ve la efectividad de algo, sea falso o verdadero, percibe inmediatamente, sin ningún conflicto, sin ninguna causa, sin buscar ningún resultado. La cualidad de la percepción es pues muy distinta de la experiencia imitativa de copiar, que tiene un motivo ulterior.
Así, hemos estado hablando del miedo, de la autoridad, de la virtud y el condicionamiento. ¿Ve uno el hecho de su propio condicionamiento, ‘el hecho’? Y, cuando de veras lo veis, ¿lo veis totalmente o sólo una parte del todo? ¿Veis todo el libro o sólo una página del libro? Si no veis la totalidad sino sólo una página, entonces habrá una batalla, una guerra en vuestro interior.
[…] Y cuando sentís totalmente ¿hay un centro que diga: “siento totalmente’? Os ruego que no respondáis, seguid esto hasta el fin. Es muy importante estar libre de este condicionamiento, evidentemente, porque de cualquier manera que lo miréis es completamente estúpido. Estar condicionado como católico, protestante, hindú, comunista, como esto o aquello, estar condicionado por un rótulo, una palabra y todo el contenido tras el rótulo y la palabra, es muy necio. Ahora bien, ¿puede la mente eliminar todo esto de un golpe? Como veis, la virtud reside en esa percepción. El único hombre virtuoso es el que ve la totalidad de su condicionamiento y lo elimina. Los demás no son virtuosos; meramente juegan con los juguetes de la llamada civilización.
Esto significa realmente: ¿puede la mente estar del todo atenta? ¿Podéis daros plena cuenta con todos vuestros sentidos, con todo vuestro cuerpo, con toda vuestra mente? Aun si os dais cuenta así durante un fugaz segundo, nunca preguntaréis entonces: ‘¿cómo voy a darme plena cuenta? ¿Es ello posible?’ Ya veis, creo que perdemos tanta belleza y amor y tan profundo sentido de inmensidad cuando nos rodeamos de todas nuestras palabras, querellas, creencias, dogmas y todas esas cosas. No las expulsamos; y así somos esclavos del tiempo.
El estado creativo de la mente, Cap VI, Edit. Kier, Bs As, 1964.-