(…)No era una tierra de árboles, praderas, ríos, flores y alegría. Era arenosa, quemada por el sol, con cerros estériles, sin un solo árbol ni arbusto; una tierra de desolación, chamuscada interminablemente por millas y millas; ni un pájaro se veía, ni siquiera había petróleo con sus torres y llamas de petróleo ardiendo. La conciencia no podía contener tanta desolación, y cada cerro era un espectro de aridez. Por muchas horas volamos sobre esta inmensa vacuidad, y al fin aparecieron cumbres nevadas, bosques y ríos, aldeas y ciudades desparramadas…
Podemos tener una gran cantidad de conocimientos y ser sumamente pobres. Cuanto más pobres somos, mayor es nuestra exigencia de conocimientos. Uno expande su conciencia con grandes variedades de conocimientos, acumulando experiencias y recuerdos y, no obstante, puede seguir siendo sumamente pobre. Es posible que el hábil uso del conocimiento le traiga a uno riquezas y le otorgue distinción social y poder, pero continuará siendo pobre.
Esta pobreza engendra insensibilidad; uno se entretiene mientras la casa se está quemando. Esta pobreza fortalece meramente al intelecto o confiere a las emociones la fragilidad del sentimiento. Es esta pobreza la que origina desequilibrio, tanto interno como externo. No existe el conocimiento de lo interno, sólo el de lo externo. El conocimiento de lo externo nos informa erróneamente que debe haber conocimiento de lo interno. El conocimiento que adquirimos acerca de nosotros mismos, es corto y poco profundo; la mente está muy pronto al otro lado, como si cruzara un río. Hacemos muchísimo ruido mientras cruzamos el río, y confundir el ruido con el conocimiento de sí mismo, es expandir la pobreza. Esta expansión de la conciencia es la actividad de la pobreza. Las religiones, las culturas, los conocimientos no pueden en modo alguno enriquecer esta pobreza…
El arte de la inteligencia consiste en poner el conocimiento en su lugar apropiado. Sin los conocimientos es imposible vivir en esta civilización tecnológica y casi mecánica, pero estos conocimientos de por sí no han de transformar al ser humano y a la sociedad. El conocimiento no es la excelencia de la acción inteligente; la inteligencia puede y debe usar el conocimiento, y de esta manera transforma al hombre y a su sociedad. La inteligencia no es el mero cultivo del intelecto y de su integridad. Ella se revela con la comprensión de la conciencia humana total, con la comprensión total de uno mismo y no de una parte, de un segmento separado de uno mismo. El estudio y la comprensión del movimiento de nuestra propia mente y corazón, da nacimiento a esta inteligencia. Uno es el contenido de su conciencia; al conocerse uno a si mismo conocerá el universo. Este conocimiento está más allá de la palabra, porque la palabra no es la cosa. La libertad con respecto a lo conocido, en cada minuto es la naturaleza esencial de la inteligencia. Es esta inteligencia la que opera en el universo . Es esta inteligencia la que opera en el universo si la dejamos tranquila. Estamos destruyendo esta condición sagrada del orden, debido a la ignorancia que padecemos acerca de nosotros mismos. Esta ignorancia no se disipa por los estudios que otros han hecho de nosotros o de sí mismos. Es uno el que debe estudiar el contenido de su propia conciencia. Los estudios que otros han realizado sobre sí mismos y, por tanto, sobre nosotros, son las descripciones pero no lo descrito. La palabra no es la cosa…
Únicamente en la relación puede uno conocerse, no en la abstracción y, por cierto, no en el aislamiento. Incluso en un monasterio está uno relacionado con la sociedad que ha construido el monasterio como un escape, o que ha cerrado las puertas a la libertad. El movimiento de la conducta es la guía segura que tenemos; es el espejo de la propia conciencia. Este espejo revelará su contenido, las imágenes, los apegos, los temores, la soledad, la alegría, el dolor. La pobreza radica en escapar de esto, ya sea en sus sublimaciones o en sus identificaciones. Negar, sin resistencia alguna, este contenido, es la belleza y compasión de la inteligencia (…)
Editorial Sudamericana,Pág: 114 a 116.-