La mayoría de las personas niega ciertas cosas fáciles y superficiales; otros van más lejos en su negación y están aquellos que niegan totalmente. Negar ciertas cosas es comparativamente fácil: la iglesia y sus dioses, la autoridad y el poder de quienes la tienen, el político y sus métodos, etc. Uno puede llegar bastante lejos en la negación de cosas que aparentemente carecen de importancia, las relaciones, los absurdos de la sociedad, la concepción de la belleza que establecen los críticos y aquellos que dicen que saben. Uno puede descartar todo esto y quedarse solo, solo no en el sentido de aislamiento y frustración, sino solo porque uno ha visto el significado de todo esto y eventualmente se ha apartado de ello sin ningún sentimiento de superioridad. Esas cosas se han terminado, están muertas y uno no vuelve a ellas. Pero ir hasta el mismo fin de la negación es un asunto completamente distinto; la esencia de la negación es la libertad en soledad. Pero son pocos los que llegan tan lejos y hacen pedazos todo refugio psicológico, toda fórmula, toda idea, todo símbolo, quedando incólumes, desnudos e inocentes.
Pero qué necesario es negar; negar sin procurar obtener algo, negar sin la amargura de la experiencia y la esperanza del conocimiento. Negar y quedarse solo, sin mañana, sin un futuro. La tormenta de la negación es la desnudez total. Es esencial que uno permanezca solo, sin estar comprometido con ningún curso de acción, con ninguna conducta en particular, con ninguna experiencia, porque solamente esto libera a la conciencia de la esclavitud del tiempo. Así, toda forma de influencia es comprendida y negada, lo cual impide que el pensamiento transcurra en el tiempo. La negación del tiempo es la esencia de la intemporalidad.
Negar el conocimiento, la experiencia, lo conocido, es invitar a lo desconocido. La negación es explosiva; no es un asunto de ideas, algo intelectual con lo que el cerebro pueda jugar. En el mismo acto de negar hay energía, la energía de la comprensión; y esta energía no es dócil, no puede ser domeñada por el temor o por la conveniencia. La negación es destructiva, no repara en las consecuencias; no es una reacción y, por tanto, no es el opuesto de la afirmación. Afirmar que algo existe o que no existe, es continuar en la reacción, y la reacción no es negación. La negación no escoge y, por consiguiente, no es el resultado del conflicto. La opción es conflicto, y el conflicto es inmadurez. Ver la verdad como verdad, lo falso como falso y la verdad en lo falso, es el acto de la negación. Es un acto y no una idea. La total negación del pensamiento, de la idea y la palabra trae libertad con respecto a lo conocido; con la total negación del sentimiento, de las emociones y sensaciones, hay amor. El amor está más allá y por encima del pensamiento y del sentimiento.
La total negación de lo conocido es la esencia de la libertad.
Diario I, 29 de agosto, (fragmento), Editorial Orión, México, 1989