Uno se pregunta por qué los seres humanos en todo el mundo carecen de pasión. Anhelan vehementemente el poder, la posición, diversas clases de entretenimiento, tanto sexual como religioso, y otras formas de sensualidad. Pero al parecer pocos tienen la pasión profunda que se consagra a comprender el proceso total del vivir, pocos son los que no dedican toda su energía a la actividad fragmentaria. El gerente de banco está tremendamente interesado en su negocio bancario y el artista y el científico están entregados a sus propios intereses especiales, pero aparentemente una de las cosas más difíciles es tener una pasión intensa y perdurable puesta en la comprensión de la totalidad de la vida.
A medida que penetramos en esta cuestión de lo que constituye la comprensión total del vivir, amar y morir, necesitamos no sólo capacidad intelectual e intenso sentimiento, sino mucho más que todo eso, la gran energía que únicamente la pasión puede brindar. Teniendo este problema enorme, complejo, sutil y muy profundo, debemos dedicar nuestra total atención –que después de todo es pasión– para ver y descubrir por nosotros mismos si hay otra manera de vivir por completo diferente de la actual. Para comprender esto tenemos que adentrarnos en varias cuestiones, inquirir en el proceso de la conciencia, examinar tanto las capas superficiales como las profundas de nuestra propia mente, y observar también la naturaleza del orden, no sólo del externo, del social, sino también del interno.
Tenemos que descubrir el sentido del vivir, no darle una importancia sólo intelectual, sino ver realmente qué significa vivir. Asimismo tenemos que examinar la cuestión de lo que es el amor y qué significa morir. Todo esto debe ser explorado en el consciente y en los profundos y ocultos rincones de la propia psiquis. Hemos de preguntarnos qué es orden, qué significa realmente vivir, y si podemos vivir una vida de completo y total afecto, compasión, ternura y amor. También tenemos que descubrir por nosotros mismos el significado de esa cosa extraordinaria que llamamos muerte.
Esos no son fragmentos, sino el movimiento completo, la totalidad de la vida. No podremos comprender esto si lo dividimos en vivir, amar y morir, porque todo es un solo movimiento. Para comprender este proceso total, tiene que haber energía, no sólo energía intelectual, sino la energía de un sentir intenso, y esto implica tener esa pasión sin motivo que pueda arder constantemente dentro de uno. Como nuestras mentes están fragmentadas, es necesario investigar la cuestión de lo consciente y lo inconsciente, porque allí comienza toda división –el “yo” y “el no yo”, el “tú” y el “yo”, el “nosotros” y el “ellos”. Mientras exista esta separación –en la nacionalidad, la familia, entre religiones con sus dependencia posesivas separadas– habrá inevitablemente divisiones en la vida. Habrá el vivir cotidiano con su tedio y rutina y eso que llamamos amor, cercado por los celos, la posesividad, la dependencia, y la dominación; habrá miedo y la inevitabilidad de la muerte. ¿Podemos penetrar en esta cuestión seriamente –no sólo en forma verbal, teórica, sino investigarla mirándola realmente dentro de nosotros mismos y preguntándonos por qué existe esta división que engendra tanta desdicha, confusión y conflicto?
Podemos observar muy claramente en nosotros mismos la actividad de la mente superficial con su preocupación por la subsistencia, y su conocimiento técnico, científico, adquisitivo. Uno puede observarse siendo competidor en la oficina, puede ver las operaciones superficiales de la propia mente. Pero hay partes ocultas que no han sido exploradas porque no sabemos cómo hacerlo. Si deseamos exponerlas a la luz de la claridad y de la comprensión, leemos libros que nos hablan de ellas, o acudimos a algún analista o filósofo. Pero no sabemos cómo mirar las cosas por nosotros mismos; aún cuando seamos capaces de observar la actividad externa y superficial de la mente, estamos aparentemente incapacitados para mirar en esa cueva profunda y secreta en la que está contenido todo el pasado. ¿Puede la mente consciente con sus positivas exigencias y aseveraciones mirar en las capas más profundas del propio ser? No sé si han tratado de hacerlo alguna vez, pero si lo han hecho con suficiente insistencia y seriedad, habrán encontrado ustedes mismos un vasto contenido del pasado, la herencia racial, las imposiciones religiosas, las divisiones, pues todas esas cosas están escondidas allí. La expresión ocasional de una opinión se origina en esas acumulaciones del pasado que se basan esencialmente en el conocimiento y la experiencia pasada, con sus diversas formas de conclusiones y opiniones. ¿Puede la mente mirar dentro de todo esto, comprenderlo y trascenderlo de manera que no exista división alguna?
Esto es importante porque estamos muy condicionados para mirar la vida en forma fragmentaria. Y mientras continúe esta fragmentación, existirá la demanda de realización –el “yo” deseando realizar, lograr, competir, ser ambicioso. Es esa fragmentación de la vida lo que nos hace individual y colectivamente egocéntricos y necesitados de identificarnos con algo más grande mientras permanecemos separados. Es esta profunda división en la conciencia, en la estructura y naturaleza total de nuestro ser, la que causa división en nuestras actividades, en nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Así dividimos la vida y esas cosas que llamamos amar y morir.
¿Es posible observar el movimiento del pasado, que es lo inconsciente? –si es que podemos utilizar la palabra “inconsciente” sin darle un significado especial psicoanalítico. El inconsciente profundo es el pasado, y actuamos partiendo de ahí. Por lo tanto, existe la división en pasado, presente y futuro, lo cual es tiempo.
Todo eso puede aparecer más bien complicado, pero no lo es. Es realmente bastante sencillo si podemos mirar dentro de nosotros mismos y observarnos en la acción, observar el funcionamiento de nuestras propias opiniones, pensamientos y conclusiones. Cuando nos miramos críticamente podemos ver que nuestras acciones están basadas en conclusiones pasadas, o en una fórmula o patrón que se proyecta al futuro como un ideal, y actuamos de acuerdo con ese ideal. Por lo tanto, el pasado está siempre funcionando con sus motivos, conclusiones y fórmulas; el corazón y la mente están sobrecargados de recuerdos que moldean nuestras vidas y crean la fragmentación.
Tenemos que preguntarnos si la mente consciente puede ver dentro de lo inconsciente de modo tan completo que uno pueda comprender la totalidad de su contenido, que es el pasado. Esto requiere capacidad crítica –pero no crítica basada en opiniones propias–; capacidad crítica para observarse uno mismo. Si se está realmente despierto, entonces cesa esa división en la totalidad de la conciencia. Tal estado de la mente despierta sólo es posible cuando existe esta crítica autoobservación exenta de todo juicio.
Así, observar significa ser crítico, no utilizando una crítica basada en evaluaciones u opiniones, sino siendo críticamente atento, alerta. Pero si esa crítica es personal, si está cercada por el miedo o cualquier forma de prejuicio, cesa de ser una verdadera crítica y se convierte en algo meramente fragmentario.
Lo que nos interesa es comprender todo el proceso, la totalidad de la vida, y no un fragmento en particular. No nos preguntamos qué hacer respecto de un problema en particular, o en relación con la actividad social que es independiente del proceso total del vivir, sino que tratamos de descubrir qué está incluido en la comprensión de la realidad y si existe tal realidad, tal inmensidad, tal eternidad. En esa percepción total y completa –no fragmentaria—estamos interesados. Esa comprensión del movimiento total de la vida como una sola actividad unitaria es posible únicamente cuando en la totalidad de nuestra conciencia terminan todos nuestros conceptos, principios, ideas y divisiones como el “yo” y el “no yo”. Si eso es claro –y espero que lo sea—entonces podemos continuar indagando qué es el vivir.
Consideramos el vivir como una acción positiva: hacer, pensar, el interminable bullicio, miedo, sufrimiento, culpabilidad, ambición, competencia, el anhelo de placer con su dolor, el deseo del éxito. Todo esto es lo que llamamos vivir. Esa es nuestra vida, con sus alegrías ocasionales, sus momentos de compasión sin ningún motivo y de generosidad espontánea. Existen raros momentos de éxtasis, de una bienaventuranza sin pasado ni futuro. Pero el ir a la oficina, la ira, el odio, el desprecio, la enemistad, es lo que llamamos el vivir cotidiano, y consideramos eso como extraordinariamente positivo.
La negación de lo positivo es lo único verdaderamente positivo. Negar ese llamado vivir –que es feo, aislante, temeroso, brutal y violento –sin conocer lo otro, es la acción más positiva. ¿Nos estamos comunicando mutuamente? Ustedes saben que negar del todo la moralidad convencional es ser altamente moral, porque lo que llamamos moral social, la moral de la respetabilidad, es totalmente inmoral; somos competidores, codiciosos, envidiosos, y hacemos lo que nos place –ustedes saben cómo nos comportamos. Llamamos a eso moralidad social; la gente religiosa habla de una moralidad distinta, pero sus vidas, todas sus actitudes, la estructura jerárquica de las organizaciones religiosas y de las creencias, es inmoral. Negar eso no es reaccionar, porque la reacción constituye otra forma de disentir mediante la propia resistencia. Pero cuando negamos porque comprendemos, existe la más alta forma de moralidad.
De la misma manera, negar la moralidad social, negar la manera en que vivimos –nuestras vidas insignificantes, nuestro pensar y existir superficiales, la satisfacción que en un nivel superficial sentimos con las cosas que hemos acumulado– negar todo eso, no como una reacción, sino viendo la total estupidez y la naturaleza destructiva de esa manera de vivir, negar todo eso es vivir. Ver lo falso como falso es ver lo verdadero. El morir es parte del vivir. Ustedes no pueden amar sin morir, morir para todo lo que no es amor, morir para todos los ideales que son la proyección de sus demandas internas, morir para todo el pasado, para la experiencia, de manera que sepan lo que significa el amor, y, por lo tanto, lo que significa el vivir. Vivir, amar y morir son, pues, la misma cosa, que consiste en vivir total y completamente ahora. Entonces hay una acción que no es contradictoria y que no trae consigo dolor y sufrimiento; existe un vivir, un amar y un morir en que hay acción. Esa acción es orden. Y si uno vive de esa manera –y uno debe hacerlo, no en momentos ocasionales, sino cada día y cada minuto—entonces tendremos orden social, y habrá unidad en el hombre, y los gobiernos serán manejados por computadoras, no por políticos con sus ambiciones personales y su condicionamiento. Por lo tanto, vivir es amar y es morir.
El vuelo del águila, Ed. Paidós, 1974, págs.: 77 a 81 y pág 84.-