(…) La mente se daba cuenta de los majestuosos árboles, de las colinas rocosas, de los aldeanos, de los amplios cielos azules, pero también estaba en meditación. Ningún pensamiento la perturbaba. No existía el revoloteo de la memoria, ni esfuerzo para retener o resistir, no había nada en el futuro que hubiera que ganarse. La mente lo captaba todo, era más veloz que el ojo, y no conservaba lo que percibía; el acontecer pasaba por ella como pasa la brisa por entre las ramas de un árbol. Oía uno la conversación tras de sí, y veía la carreta de bueyes y el camión que se aproximaba, pero la mente estaba en completa quietud; y el movimiento dentro de aquella quietud era el impulso de un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento. Mas el nuevo comienzo nunca envejecería; nunca conocería el ayer y el mañana.
La mente no estaba experimentando lo nuevo: era ella misma lo nuevo. No tenía continuidad, y por eso no tenía muerte. Era nueva, no renovada. El fuego no procedía de las ascuas del ayer.
Había traído a su amigo –decía– para con su ayuda poder exponer mejor lo que tenía que decir. Los dos eran más bien reservados, no inclinados a muchas palabras, pero dijeron que sabían sánscrito y algo de su literatura. Probablemente cuarentones, eran delgados y de aspecto sano, cabezas bien conformadas y ojos reflexivos.
Ahora bien, Existe el deseo si no hay objeto de deseo? ¿Son inseparables el deseo y su objeto? ¿Conozco el deseo sólo por causa del objeto? Vamos a averiguarlo.
Veo una pluma-fuente y, porque la mía no es tan buena, quiero la nueva; comienza, pues, un proceso de deseo, una cadena de reacciones, hasta que consigo o no consigo lo que quiero, Un objeto atrae la vista, y entonces viene un sentimiento de querer o no querer. ¿En que punto de este proceso interviene el “yo”?
“Esa es una buena pregunta”
¿Existe el “yo” antes del sentimiento de querer, o surge él con este sentimiento? Veis algún objeto, tal como una pluma-fuente de nuevo modelo, y se pone en marcha una serie de reacciones que son perfectamente normales; pero con ellas viene el deseo de poseer el objeto, y entonces empieza otra serie de reacciones que hace aparecer el “yo” que dice: “tengo que tener eso”. El yo es creado, pues, por el sentimiento o deseo que surge a través de la reacción natural del ver. Sin ver, sentir, desear ¿existe un “yo” como entidad separada, aislada? ¿O es que todo este proceso de ver, tener una sensación, desear, constituye el “yo”?
“¿Queréis decir, señor, que el “yo” no está ahí al principio? ¿No es el “yo” el que percibe y luego desea?”, preguntó el más bajo.
¿Qué decís vos? ¿No se separa a sí mismo el “yo” solamente en el proceso de percibir y desear? Antes de empezar este proceso ¿existe un “yo” como entidad separada?
“Es difícil pensar en el “yo” como mero resultado de cierto proceso psicofisiológico, porque esto parece muy materialista, y va contra nuestra tradición y todos nuestros hábitos de pensamiento, que dicen que el “yo”, el observador, existe primero, y no que ha sido “creado”. Pero, a pesar de la tradición y de los libros sagrados, y de mi propia y vacilante inclinación a creerlos, veo que lo que decís es un hecho.”
No es lo que otro diga lo que contribuye a la percepción de un hecho, sino vuestra propia observación directa y claridad mental, ¿no es así?
«Por supuesto» –replicó el más alto–. «Al principio puedo confundir una soga con una serpiente, pero desde el momento en que vea la cosa claramente, no habrá error, no habrá un pensar influido por el deseo.»
Si reprimís el deseo, surge de nuevo en otra forma, ¿no es así? Someter a control el deseo es estrecharlo y ser egocéntrico; disciplinarlo es construir un muro de resistencia, que siempre es derribado, a menos, desde luego, que os volváis neuróticos, reducidos a un deseo fijo. Sublimar el deseo es un acto de voluntad; pero la voluntad es esencialmente la concentración de deseo, y cuando una forma de deseo domina a otra, estáis de nuevo en vuestro antiguo tipo de lucha.
El control, la disciplina, la sublimación, la represión: todo ello implica esfuerzo de alguna clase, y tal esfuerzo sigue estando dentro del campo de la dualidad, del deseo “bueno” y “malo”. La pereza puede vencerse por un acto de voluntad, pero la mezquindad de la mente persiste. Una mente mezquina puede ser muy activa, y generalmente lo es, causando así daño y desdicha para si misma y para otros. Y así, por mucho que una mente mezquina se esfuerce en vencer el deseo, seguirá siendo mezquina. Todo esto es claro ¿verdad?
Se miraron uno al otro.
“Creo que sí”, –respondió el alto–. “Pero os ruego vayáis un poco más despacio, señor, y no recarguéis de ideas cada frase.”
Como el vapor, el deseo es energía ¿verdad? Y, así como el vapor puede ser dirigido para mover toda clase de maquinaria, beneficiosa o destructiva, así también el deseo puede ser disipado, o puede ser utilizado para la comprensión, sin que haya ningún usufructuario de esa asombrosa energía. Si hay un usufructuario, tanto si es uno como los muchos, el individuo o lo colectivo, que es la tradición, entonces empieza el trastorno; entonces existe el círculo cerrado del dolor y el placer.
“Si no han de usar esa energía ni el individuo ni la colectividad, ¿quién va a usarla?”
¿No es una pregunta errónea la que hacéis? Una pregunta errónea tendrá una respuesta errónea, pero una pregunta correcta puede abrir la puerta de la comprensión. Sólo existe la energía; no existe la cuestión de quién la utilizará. No es esa energía, sino el usuario, quien sustenta la confusión y la contradicción del dolor y el placer. El utilizador, bajo la forma del uno y de los muchos, dice: “Esto está bien y eso está mal. Esto es bueno y eso es malo”, perpetuando con ello el conflicto de la dualidad. El es el verdadero autor del daño, del dolor. ¿Puede dejar de existir el utilizador de esa energía llamada deseo? ¿Puede el observador no ser un operador, una entidad separada que encarna esta o aquella tradición, y ser esa energía misma?
“¿No es eso muy difícil?”
Ese es el único problema, y no cómo controlar, disciplinar o sublimar el deseo. Cuando empezáis a comprender esto, el deseo tiene alguna significación completamente diferente; es entonces la pureza de creación, el movimiento de la verdad. Pero repetir meramente que el deseo es lo supremo, etc., no sólo es inútil, sino que es definidamente perjudicial, porque actúa como soporífico, como una droga para aquietar la mente mezquina.
“Pero ¿cómo puede llegar a terminar el utilizador del deseo?” Si la pregunta “¿cómo?” refleja la búsqueda de un método, entonces el que utiliza el deseo tomará cuerpo simplemente en otra forma. Lo importante es la cesación del utilizador, y no cómo hacerlo cesar. No hay “cómo”. Sólo hay comprensión, el impulso que destruirá lo viejo.
Comentarios sobre el vivir, 3ra serie.ED Kier, Pag.: 176/183