Él era suave y amable, con una sonrisa fácil y agradable. Estaba vestido muy sencillamente, y sus modales eran tranquilos y discretos. Dijo que durante muchos años había practicado la no-violencia y que estaba completamente convencido de su poder y de su importancia. Había escrito varios libros sobre el tema, y traía consigo uno de ellos. Explicó que durante muchos años no había matado voluntariamente animal alguno, y que era estrictamente vegetariano.
Abundó en detalles de su vegetarismo, y dijo que sus zapatos y sus sandalias estaban hechos de cuero de animales que habían muerto naturalmente. Había hecho su vida tan simple como era posible, había estudiado dietética y comía únicamente lo que era esencial. Afirmó que desde varios años atrás no había tenido ningún enojo, aunque ocasionalmente se impacientaba, lo que interpretaba como mera respuesta de su nervios. Su palabra era mesurada y amable. Dijo que el poder de la no-violencia transformaría el mundo, y que a ella había dedicado su vida. No era de esos individuos que hablan preferentemente de sí mismo, pero tratándose de la no-violencia se tornaba muy elocuente y sus palabras parecían fluir sin esfuerzo. Había venido, agregó, para profundizar en su tema favorito.
Próximo al camino, el gran estanque estaba tranquilo. Sus aguas habían estado muy agitadas, a causa del fuerte viento; pero ahora reposaba completamente sereno y reflejaba las grandes hojas de un árbol. Uno o dos lirios flotaban quitamente en la superficie, y un capullo asomaba sobre el agua. Llegaron algunos pájaros, y varias ranas se acercaron y saltaron al estanque. Las ondas pronto se extinguieron, y una vez más las aguas quedaron tranquilas. En la misma copa de un alto árbol estaba posado un pájaro, alisando sus plumas y cantando; voló en círculo y volvió a su alta y solitaria rama; estaba completamente deleitado con el mundo y consigo mismo. Cerca un hombre gordo se hallaba sentado con un libro, pero su mente estaba muy lejos; procuraba leer, pero finalmente abandonó la lucha y dejó que la mente siguiera su curso. Un carretón subía la barranca lenta y pesadamente, y fue necesario acomodarle los arneses varias veces.
Estamos muy preocupados con la reconciliación de los efectos, con las actitudes y apariencias exteriores. Podremos en primer término crear orden exterior; exteriormente regulamos nuestra vida de acuerdo con nuestras resoluciones, los internos principios que hemos establecido. ¿Por qué forzamos lo exterior para que se amolde a lo interior? ¿Por qué actuamos conforme a una idea? ¿Es la idea más fuerte, más poderosa que la acción?
Primero se establece la idea por raciocinio o por intuición, y luego tratamos de ajustar la acción a la idea; tratamos de vivir conforme a ella, de ponerla en práctica, de disciplinarnos a la luz de ella –la eterna lucha para poner la acción dentro de los límites de la idea… ¿Por qué existe esta incesante y penosa lucha para ajustar la acción conforme a la idea? ¿Qué es el impulso de hacer que lo externo se ajuste a algo interno? ¿Es para fortalecer lo interno, o para obtener la seguridad de lo externo, cuando lo interior es incierto? Derivando confortación de lo externo, ¿no asume lo exterior mayor significación e importancia? La realidad exterior tiene importancia; pero si lo consideramos sinceramente, ¿no es eso un claro indicio de que la idea es dominante? ¿Por qué la idea se ha vuelto todopoderosa? ¿Para hacernos actuar? ¿Nos ayuda la idea a actuar, o por el contrario estorba la acción?
Seguramente, la idea limita la acción; es el miedo de actuar que da prioridad a la idea. En la idea hay seguridad, en la acción hay peligro. Para controlar la acción, que se ilimitada, se cultiva la idea; para frenar la acción surge la idea. ¡Imaginaos lo que sucedería si fueseis realmente generosos en la acción! Por eso tenéis la generosidad del corazón en oposición a la generosidad de la mente; no vais más que hasta ahí, pues no sabéis lo que os puede suceder mañana. La idea rige la acción. La acción es completa, abierta, extensiva; y el temor, como idea, se posesiona de ella y la toma a su cargo. Así la idea llega a ser lo importante, y no la acción.
Tratamos de que la acción se ajuste a la idea. La idea o el ideal es la no-violencia, y nuestras acciones, pensamientos, son moldeados según la matriz de la mente; lo que comemos, lo que vestimos, lo que decimos, se torna muy importante, pues por esas cosas juzgamos de nuestra sinceridad. La sinceridad se vuelve entonces importante, y no el ser no-violento; nuestras sandalias y lo que coméis llega a ser de exclusiva importancia, y nos olvidamos de la no-violencia. La idea es siempre secundaria, y las cosas secundarias dominan a las primordiales. Podéis escribir, dar conferencias, charlas acerca de una idea; hay mucho lugar en la idea para la propia expansión, pero en el hecho de ser no-violento no existe el deleite de la autoexpansión. La idea, siendo autopoyectada, es estimulante y agradable, positiva o negativamente; pero ser no violento no ofrece ningún gozo.
La no-violencia es un resultado, un subproducto, y no un fin en sí misma. Sólo es un fin en sí misma cuando la idea predomina la idea es siempre una conclusión, un fin, una meta autoproyectada. La idea es movimiento dentro de lo conocido; pero el pensamiento no puede formular qué es el ser no-violento El pensamiento pude meditar sobre la no-violencia, pero no puede ser no-violento. La no-violencia no es una idea; no pude se convertida en una norma de acción. FIN.-
Krishnamurti, Comentarios sobre el vivir, (1ra. Serie); Editorial Kier, Buenos Aires, pg. 100 a 102.-