La espantosa y absurda masacre perpetrada en París nos pone de frente y sin escondites, ante la no querida obligación de aceptar la condición humana. En el intento de escapar de lo más horrible de nuestro ser, atribuimos lo acontecido a personas que se encuentran detenidas en una etapa anterior de la evolución. Eso es quizás cierto, pero solo parcialmente nos acerca a la comprensión integral de la cuestión. Los supuestos custodios de la civilización comandan a la distancia matanzas en las que seres tan inocentes como los parisinos son despedazados por el uso de la tecnología más sofisticada, aunque no nos llegan las noticias de homenajes de las otras ocultas víctimas ( como las que entran en nuestros hogares a través de los medios de comunicación y conmueven nuestros sentimientos más profundos). En Africa, a diario, comandos matan y violan en interminables guerras intestinas. En Medio Oriente, personas separadas fisicamente por solo metros de convencionales líneas políticas que otros fijaron, combaten en otra guerra no declarada, tan absurda como todas…
No hay otro camino, por arduo y sinuoso que parezca, que aceptar, para bien o para mal, que la Humanidad es una sola, que el huevo de la serpiente es las divisiones que artificialmente nuestro pensamiento ha generado a través de los siglos y que la verdadera Revolución está humilde, pero radicalmente, en el interior de cada uno de los millones y millones de habitantes de este bello y sufrido planeta azul.