Es innegable que existe en el presente una «ola», por lo menos en la sociedad occidental,tendiente a privilegiar la denominada lucha contra la corrupción. Personajes que hasta no hace mucho tiempo gozaban de las caricias de la popularidad, en un relativo corto plazo, se vuelven el símbolo de lo que no debe ser. No es malo que las instituciones se fortalezcan priorizando el control de la cosa pública. Pero tratemos de no olvidar las enseñanzas de nuestro pasado no tan lejano, no es con aspirinas que se combaten las infecciones. Tendemos ciclicamente a ponernos eufóricos ante coyunturales triunfos, pero al poco tiempo recaemos en los mismos vicios, los cambios profundos son mucho mas lentos y complicados y comienzan, si pretendemos que sean duraderos, por la observación y aceptación de nuestras propias y pequeñas corrupciones personales…
Si bien hay varias interpretaciones sobre esta palabra, voy a ensayar aquí la siguiente: echar a perder un orden necesario en la práctica de las relaciones.
Así, este hecho se asemeja al echarse a perder de un organismo muerto, porque ambos se perciben por el mal olor que irradian a su entorno.
Concluímos inmediatamente, según esto, que cuando hay corrupción, es que ha muerto algo que estaba vivo: un orden viviente.
Es común que esta palabra sea difundida periódicamente a través de los medios, y generalmente está vinculada a la relación entre funcionarios del Estado y las Empresas.
Pero de poco nos sirve este ingreso de información si no hacemos el paso reflexivo correspondiente, que no es el que nos impulsa a luchar contra la corrupción donde es anunciada, porque sabemos que es poco o nada lo que podemos hacer en ese ámbito, salvo adoptar una actitud declamatoria ineficaz.
Nuestro paso reflexivo podría ser eficaz si fuéramos a analizar lo que sucede en el ámbito opuesto, donde seguramente hay una corrupción que todavía está oculta a nuestra conciencia, y que necesariamente debería salir a la luz para ser corregida y así posibilitar el reestablecimiento de un orden en las relaciones.
Y no es que no exista corrupción en el ámbito informado por los medios, sino que esta sería una contraparte de aquella que aún no es vista. Es como si debiéramos hacer una abstracción respecto a la información concreta que nos llega, respondiendo siempre a la aplicación del principio de los opuestos complementarios, que es el verdaderamente aplicable, porque es el mismo que está actuando en el curso de los hechos.
Así, este principio, a través de la reflexión nos lleva, como en este caso, desde un hecho concreto, con ciertas características, que se produce en un determinado campo de la realidad económica, a un campo de realidad opuesto, todavía oculto, donde debemos buscar las mismas características del hecho concreto, para hacer consciente el problema.
Es decir, si nos llega la noticia de un hecho concreto en el que dineros públicos de interés general fueron apropiados por particulares en el Estado, que es el ámbito representativo de lo general, nuestra reflexión nos conducirá al ámbito de lo particular, que es el opuesto, y allí deberíamos encontrarnos también con particulares que se apropian indebidamente de dineros de grupos de personas, producto de su trabajo.
Que la corrupción concreta sea contraparte de aquella que permanece todavía oculta, se infiere de la aplicación del mismo principio de los opuestos, ya que lo no visto en un campo de la realidad deberá aparecer visto en el campo opuesto, con las mismas características. Es la misma metodología aplicada por psicólogos para ayudarnos a salir airosos de los problemas que nos abruman: mostrarnos lo que no queremos ver.
Entonces, como el ámbito de las relaciones económicas particulares, que es donde se establecen movimientos de dinero y de trabajo entre empresas y trabajadores, sería ese opuesto que estamos buscando, podemos analizar de que manera están establecidas estas relaciones, y a partir de ese análisis, observar las posibles corrupciones que podrían estar produciéndose, y que sostendríamos por hábito, para corregir de común acuerdo lo que haga falta.
Con esta acción ayudaríamos al progreso de nuestra sociedad organizada, porque nos estaríamos apoyando conscientemente en principios que poseen permanencia y conforman la base sobre la que se moviliza la realidad, como bien descubrieron antiguos sabios en los comienzos de nuestra cultura.