Había que estar muy distraído en Argentina hace unos días atrás para no saber que se celebraba una reunión con lo más «selecto» de las celebridades mundiales en materia espiritual. Fue realmente llamativo cómo miles de personas se juntaban para meditar según las indicaciones del gurú de turno. Los medios de comunicación se ocuparon repentinamente de cuestiones que no tenían relación con la economía, la seguridad ciudadana o el próximo partido de fútbol. Los sectores más reaccionarios de la espiritualidad oficial aprovecharon para llevar agua para su molino, destacando la supuesta superficialidad de los mensajes; otros, más modestos, también criticaban con idéntica fuerza con distintos argumentos, seguramente envidiando no poder cobrar los elevados aranceles que estos famosos cobran en aquellos cursos en los que ellos también te enseñan como meditar y como llegar a distintos estados beatíficos. En el año 1935 Krishnamurti, realizó una maratónica gira por Latinoamérica, llenó todos los teatros en los que se presentaba, en esa época también tanto sus detractores como sus admiradores pretendían colocarlo en el sitio mesiánico que él sistemática y enfáticamente se negó a ocupar. Luego, hasta el final de sus días nos reiteró hasta el cansancio: no hay método, no hay cómo, no hay fórmula, no hay autoridad alguna que te lleve a algún lugar, sólo conociéndonos seremos libres y si lo somos solo eso producirá nuestra revolución.