Hace pocos días se difundió una investigación por la cual se intentaba encontrar la relación existente entre el aumento de los medios de comunicación personal por intermedio de las últimas tecnologías y la percepción psicológica de las personas. Lo llamativo es que la lógica debería indicar una intensificación y mejora de las relaciones interpersonales, dada la mayor cantidad de instrumentos disponibles para relacionarse de la forma más cómoda, instantánea, sin necesidad de traslados y pérdida de tiempo. Pero no fue así, no solo no implicó una mejora en tal sentido, sino que aumentó alarmantemente el porcentaje de personas que se sienten solas y aisladas. Y es que estos modos tecnológicos son muy útiles en materia laboral y como instrumento para transmitir información de la mas variada, pero no pueden suplir de ningún modo el vínculo personal directo físico y espiritual entre nosotros y cuando justamente se utiliza de sustituto o reemplazo de estos modos se generan esas sensaciones de pérdida vital. Existe algo hasta algún punto misterioso en las relaciones humanas directas, que impiden utilizar cualquier atajo para evitarlas. Cuando algún objeto aparece como intermediario, se cae en la tentación de dar una imagen premoldeada sobre nosotros y eso consciente o inconscientemente, cuando ocurre, todos lo sabemos. Por otra parte, nuestro ocasional interlocutor también cuenta con similares herramientas que generan la paradoja del distanciamiento psicológico frente al aparente acercamiento físico que la tecnología nos permite. La naturaleza, Dios o quien sea, nos dotaron de un conjunto de sentidos, que aunados a nuestra sensibilidad son claramente insustituibles a la hora de percibir una real comunicación con lo viviente. Cuando ello está ausente, la carencia, la sensación de soledad y aislamiento son el corolario inevitable.