Intentamos traer testimonios reales, de personas que en su vida también real, procuran vivir de manera auténtica y que en tales testimonios vuelcan de la forma más fiel posible el resultado, en este caso, de sus procesos interiores. Pupul Jayakar, que también conoció intimamente a K y elaboró quizás su biografía más completa, nos habla aquí de cosas que a muchos de nosotros, que intentamos «librarnos» de nuestros condicionamientos, nos resultan seguramente familiares:
…Cuando por primera vez me volví hacia lo interno y me miré a mi misma hubo una confusión tremenda. Lo que emergió al principio fueron frases caóticas, pensamientos, sonidos, el impacto del reto inmediato: Observando esto, la mente salió disparada con el sentimiento: “¿Es esto lo que soy?”. Cuanto más miraba más atormentada me sentía. Vi el conflicto que había corroído y desintegrado la mente, los motivos de engrandecimiento propio que habían coloreado todas mis actividades. Vi la mezquindad del proceso interno que los proyectaba en la acción. Cuando volví a mirarme a mí misma, todos los sufrimientos que me abrasaban, las ofensas y las heridas profundamente ocultas dentro de mí surgieron atravesando las duras cortezas de la agresión. Me encontré cara a cara con el vacío y la soledad. Fue un período de gran angustia. Pero poco a poco la observación de la mente trajo consigo un alivio de la tensión. Parecía increíble que por más de treinta años, hubiera vivido y pensado sin percibir realmente una sola vez el pensamiento ni haber investigado su naturaleza. Había discutido el pensamiento intelectualmente pero siempre como un proceso ajeno, interesándome en el contenido del pensamiento y en sus acciones y reacciones, nunca en la concreta observación de su movimiento en la conciencia. Jamás me había fijado en el surgir del pensamiento y en su desaparición, jamás había observado su morada.
Por muchos meses exploré y observé. A veces estaba atenta durante muchas horas del día. Esto trajo consigo un aquietamiento en el proceso de pensar. La mente dejó de divagar sin descanso. Tomé conciencia de la “mente” y del pensamiento y de la prosecución continua, inacabable, de un pensamiento por otro pensamiento. Era un proceso arduo tratar de seguir el movimiento del pensar. Sólo en la observación del pensamiento, el movimiento se aquietaba dejando que se revelara lo que existía: deseos, celos, el constante “llegar a ser”, las condenas y las justificaciones, la actividad egocéntrica. No era fácil este observar y descubrir. Contenía todos los terrores de lo oscuro, de lo desconocido, de la inseguridad.
Era como si la mente pudiera “soltar”. Se esforzaba, analizaba desatándose; ella misma se ataba y después pasaba horas angustiosas desatándose, pero no “soltaba”. Y enseguida se preguntaba: ¿Soltar qué?, y así proseguía amarrada. Me acuerdo de haber leído una vez un relato zen que produjo un impacto inmediato en mí. Un monje zen cayó por la ventana en la oscuridad y logró asirse apenas con los dedos, en el antepecho. Por horas permaneció allí imaginando la caída y experimentando todas las torturas concebibles. Finalmente, no pudo sostenerse más y desesperado se soltó: cayó seis pulgadas.
Pronto yo habría de percibir la acción y la mente atrapadas en el devenir. Estaba en mi casa y surgió un pensamiento: era un pensamiento trivial que, aparentemente, no tenía insinuaciones de dolor o de angustia. Pero el pensamiento puso en acción una serie de asociaciones y la mente se lanzó en persecución de la imagen moviéndose rápidamente de un pensamiento a otro pensamiento, amoldándose a cada pensamiento a medida que surgía y creando, en el surgir mismo, estados de ánimo y respuestas emotivas. El pensamiento seguía creando situaciones, y yo me imaginaba a mi misma en el centro de la acción, negando, exigiendo, deseando, queriendo cambiar “lo que es” por lo que debería ser, hasta que la angustia de una desesperación y u dolor totales colmaba la mente. La aflicción causada por el dolor era intensa y real: lloré y súbitamente desperté al presente y a las ilusiones que la menta había fabricado, ilusiones todas que tenían la intensidad de lo real. El pensamiento original era insignificante, pero la mente lo había usado para crear un mundo carente de existencia. También vi que la mente y el pensamiento sólo podían sobrevivir en las imágenes falsas que construían, extrayéndose del pasado, proyectándolas dentro del futuro. La mente y el pensamiento nunca podían sostenerse en el presente, y era cuando esto se veía con precisión y claridad que podían existir la estabilidad y una mente llena de vida.
La conciencia era como un cobertor hecho de retazos: oscuridad y luz, momentos de caos y de gran angustia, de comprensión acerca de la futilidad y mediocridad del vivir, de las estupideces, trivialidades y desatinos de los propios pensamientos y, después, estados de silencio que eran como una matriz. Una intensidad de quietud que impregnaba el cuerpo y la mente, y un júbilo que no tenía causa, Cuanto más observaba, más profundo y amplio era el “ver”. Descubrí que había una observación del instante en que emergía el pensamiento, pero ese instante jamás podría ser asido. Los pensamientos nacían instantáneamente. Había atención y ningún pensamiento. Luego nuevamente la atención y el percatarse de que había existido un pensamiento. Era como si, en el estado de atención, el pensamiento hubiera vaciado su contenido; luego otra vez el despertar a otro pensamiento ya pasado…
…Al intensificarse la percepción, descubrí que la mente egocéntrica, el sentido del “yo” operando, solía cesar y un estado que se hallaba libre de la mente personal emergía como en un relámpago para desaparecer cuando aparecía la mente consciente. ..
..Un día, la cualidad de la mente era de alerta y frescura; otros días, la atención solía decaer y la mente quedaba sumida en una densa marisma de embotamiento…
Descubrí que, períodos de un magnífico estado de alerta y silencio, eran frecuentemente seguidos por irrupciones de grandes torrentes de pensamiento. Mientras observaba, pronto vi que el intento de poner al descubierto la mente, sus impulsos ocultos, sin permitir que el juicio moldeara el pensamiento, era una tarea imposible, porque el pensamiento, la palabra, la imagen, eran el juicio, la actitud. Y vi que la experiencia que se hallaba anudada al núcleo del pensamiento (el pensamiento que era la palabra, la palabra que era el significado, el significado que era la experiencia), predeterminaba su dirección. Y que cada pensamiento por contener la suma total de la experiencia individual, tenía en sí un elemento de inevitabilidad. Y que uno no puede cambiar o moldear el pensamiento, porque en el acto de moldear el pensamiento se encuentra todo el problema del pensador, el que moldea, la entidad que se pone a sí misma aparte del pensamiento individual. El pensamiento, pues, tiene que ser extinguido, tiene que dejar de existir. El pensamiento era, desde tiempos inmemoriales, la semilla, la suma total del pasado y la matriz del futuro. La revitalización que daba fuerza al pensamiento sólo podía tener lugar cuando la mente nutría la semilla en la oscuridad, cuando la mente estaba dormida e inatenta. La atención era el estado en que la mente tenía tal intensidad de energía, que el pensamiento expuesto a esa energía perdía su capacidad potencial de germinar y proyectar el proceso causativo.
También descubrí que para la mente era tan difícil permanecer sin pensamientos como lo era permanecer con un solo pensamiento. Ambos estados exigían una energía extraordinaria, un fuego.
Por un tiempo había estado interesada en el problema de la percepción y del nombrar o reconocer. ¿Podía uno estar consciente sin nombrar? Esto me había confundido considerablemente. Porque estar consciente era nombrar y reconocer. El reconocimiento era el nombre, el significado, contenía todo el caudal de la experiencia.
El ver extensivo consistía en enfocar la atención no en un objeto sino en aquello que ve el objeto, la facultad misma de la que irradia el ver.
Al intensificarse la percepción, vi que incluso el enfoque en lo interno estaba atado por la inatención. Lo que iluminaba era únicamente la percepción donde el objeto externo, “la cosa” y el objeto interno, “el pensamiento” estaban ambos iluminados simultáneamente. Entonces dejan de existir “lo externo y lo interno”. Existe el movimiento: el sonido, el ver y el escuchar están incluidos, contenidos en la percepción. Entonces lo parcial ha llegado a su fin. Ha cesado el nombrar.
No sé adónde me ha conducido este proceso de conocimiento propio. A veces la mente es como un pájaro en vuelo, remontándose dentro de …Otras veces, surgen el conflicto y el embotamiento y el letargo, Pero he comprendido esto: que es necesario ser compasivo con uno mismo, no complaciente, sino dejar que las cosas sean y observar, porque, como dice el filósofo Chan Tsu: “Es inútil tratar de detener un eco, gritándole”.
Y veo esto: que la austeridad y el estilo de vida no son un patrón preconcebido del vivir. Surgen instantes de conocimiento propio y con ellos la percepción que arranca de nosotros las posturas, los deseos, los anhelos, el tratar de llegar. En la percepción no es posible ningún movimiento de doble sentido: lo real y lo simulado, lo real y la postura externa. En el conocimiento propio sólo está lo que existe, y lo que existe no tiene segundo. Es austero en sí mismo. En sí mismo es lo nuevo, lo bello. Así es como llega la austeridad con su estilo de vida, pero sin ningún movimiento de la voluntad, sin esfuerzo. Y también he comprendido esto: que el conocimiento propio es la fuente y la clave: el conocimiento propio que consiste en ver las cosas como son, en ver “lo que es”, el conocimiento propio que es percepción, donde el ver, el escuchar, el gustar, el oler, el sentir operan en plenitud y simultáneamente y donde el pensamiento no tiene un punto de apoyo. Sólo existen el conocimiento propio y el formular la pregunta fundamental sin buscar una respuesta, el depositar la pregunta dentro de la matriz de la mente. ¿Puede la mente formular la pregunta fundamental y permanecer percibiendo sin aguardar una respuesta? Hay una calidad nueva en la mente cuando se encuentra en un estado de interrogación, cuando la percepción no se apoya ni en lo interno ni en lo externo. Entonces esto es, en sí mismo, el instrumento nuevo, la nueva facultad, cuando en el conocimiento propio se formula la pregunta fundamental y no hay movimiento alguno desde o hacia. Por cuanto no hay un llegar, sólo existe el viaje. No hay un conocimiento total de uno mismo sino, más bien, un proceso interminable de conocimiento propio. Porque “uno mismo” es una serie infinita de momentos en flujo constante que se extienden desde un tiempo sin comienzo y se proyectan en un tiempo desconocido sin fin. El hombre sólo puede interesarse en el conocimiento propio estando despierto en el presente, en el “ahora” de la existencia.
Por eso, solamente en el conocimiento propio se produce la verdadera percepción (la percepción de la mente y la negación de la mente), no por un acto de la voluntad sino por el “ver” mismo de que ello jamás puede ser comprendido, a menos que tenga lugar el verdadero ver…
Dentro de la Mente, Editorial Kier, pags: 29/42