HERMANN HESSE

No hace falta recordarles a aquellos que no son «tan jóvenes» que hace algunos años era casi «obligatorio» leer a Hesse. Para muchos fue la introducción en un mundo distinto, donde las categorías tradicionales eran cuestionadas. En el caso particular de su novela Siddhartha, por su intermedio en Occidente se abrió una de las primeras ventanas masivas que permitieron conocer una cultura que hablaba otro «idioma». En esta oportunidad del libro citado seleccionamos un diálogo final entre su protagonista y su amigo de toda la vida, Govinda…

…»Antes de partir, Siddhartha, permíteme que te haga una pregunta más. ¿Tienes una doctrina?¿ Tienes una fe o una ciencia que seguir para que te ayude a vivir y a hacer el bien?

Habló Siddhartha:

Ya sabes, querido, que cuando era joven, cuando vivíamos entre los penitentes del bosque, solía desconfiar de las doctrinas y de los doctrinarios y solía volverles las espaldas. Sigo siendo igual. Sin embargo, he tenido desde entonces muchos maestros. Una hermosa cortesana fue mucho tiempo mi maestra, y un rico comerciante fue mi maestro, y algunos jugadores de dados. Una vez también lo fue un joven Buda caminante; se sentó junto a mí, una vez que me quedé dormido en el bosque, durante una peregrinación. También de él aprendí, también le estoy agradecido, muy agradecido. Pero donde más he aprendido es en este río y de mi antecesor, el barquero Vasudeva. Era un hombre muy sencillo, no era ningún pensador, pero sabía lo necesario; era tan bueno como Gotama, era un perfecto, un santo.

Dijo Govinda:

Me parece, Siddhartha, que, como siempre, bromeas un poco. Ya sé, y te creo, que nunca has seguido a un maestro. Pero¿no has encontrado por ti mismo, aunque no sea una doctrina, algunos pensamientos, algunos conocimientos, que te sean propios y te ayuden a vivir? Si pudieras hablarme de ellos, me llenarías el corazón de ventura .

Habló Siddhartha:

Si, he tenido pensamientos y conocimientos a veces. He sentido en mí, durante una hora todo un día, muchas veces la ciencia como se siente la vida en el corazón. Muchos eran pensamientos, pero me sería difícil comunicártelos. Mira, Govinda mío: éste es uno de los pensamientos que he encontrado: la sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un sabio intenta comunicar suena siempre a necedad.

¿Bromeas?, preguntó Govinda.

No bromeo. Digo lo que he hallado. Se pueden transmitir los conocimientos, pero la sabiduría no. Se la puede encontrar, se la puede vivir, se puede ser arrastrado por ella, se puede hacer con ella milagros, pero no se la puede expresar y enseñar. Esto era lo que ya de pequeño sospeché muchas veces, lo que me apartó de los maestros. He encontrado un pensamiento, Govinda, que podrás tomar a broma o por sandez, pero que es mi mejor pensamiento. Es el que dice:»¡Lo contrario de cada verdad es igualmente cierto!» O sea, una verdad solo se deja expresar y cubrir con palabras cuando es unilateral. Unilateral es todo lo que puede ser pensado con pensamiento y dicho con palabras; lo unilateral, lo parcial, carece de integridad, de redondez, de unidad. Cuando el sublime Gotama, enseñando, hablaba del mundo, lo dividía en samsara y nirvana, en mentira y verdad, en dolor y liberación. No hay otra solución, no hay otro camino para el que quiere enseñar. Pero el mundo mismo, el que existe a nuestro alrededor y dentro de nosotros, no es unilateral. Un hombre nunca es enteramente samsara o enteramente nirvana, nunca es un hombre enteramente santo o enteramente pecador. Parece que es así, porque estamos debajo del poder del engaño de que el tiempo es algo real. Pero el tiempo es una cosa ficticia, Govinda, lo he comprobado muchas veces. Y si el tiempo no es real, el breve espacio de tiempo que parece haber entre el mundo y la eternidad, entre el dolor y la bienaventuranza, entre el mal y el bien, también es un engaño.

…He aprendido en mi cuerpo y en mi alma que necesito mucho el pecado, que necesito el placer, el deseo de los bienes, la vanidad, y necesito la ignominiosa desesperación para aprender a renunciar a toda resistencia, para aprender a amar el mundo, para no volverlo a comparar con cualquiera de los mundos deseados o ensoñados por mí, con cualquiera de las formas de perfección pensadas por mí, sino dejarlo como es, amarlo tal cual es y pertenecer gustosamente a él. Estos son,¡oh Govinda!, algunos de los pensamientos que se me han ocurrido.

….Yo puedo amar a la piedra, Govinda, y también a un árbol o a un trozo de corteza. Pero no puedo amar a las palabras. Por eso las doctrinas no son para mí, no tienen dureza, no tienen peso ni color, ni aristas, ni olor, ni gusto, no tienen más que palabras. Quizá sea esto lo que te impide encontrar la paz, quizá sean las muchas palabras, pues también son simples palabras redención , virtud, samsara y nirvana. No hay ninguna cosa que sea nirvana; sólo hay la palabra nirvana.

Habló Govinda:

El nirvana, amigo no es sólo una palabra. Es un pensamiento. Siddhartha prosiguió:

Un pensamiento, ciertamente, he de confesarte, querido, que no hallo mucha diferencia entre pensamiento y palabra. Dicho con más claridad, no espero mucho de los pensamientos. Espero más de las cosas; aquí, en esta barca, por ejemplo, había un hombre, mi antecesor y maestro, un santo varón que ha creído muchos años en el río, casi nada. Ha notado que la voz del río le hablaba, de ella aprendió, ella le educó y enseñó; el río era un dios para él; durante muchos años ignoró que cada viento, cada nube, cada pájaro, cada escarabajo, es tan divino y tan sabio y puede enseñar tanto como el reverenciado río. Cuando este santo varón se fue al bosque, lo sabía todo; sabía más que tú y que yo, sin haber tenido maestro, sin libros, sólo por haber creído en el río.

…Las cosas pueden ser apariencia o no, yo también lo seré entonces, y siempre serían mis iguales. Esto es lo que las hace ser amadas y dignas de veneración por mí: que son mis iguales. Por eso puedo amarlas. Y esto forma una doctrina de la que puedes reírte: el amor, ¡oh Govinda! me parece ser el motivo de todo. Examinar el mundo, explicarlo, despreciarlo, es posible que sea tarea de los grandes pensadores. Pero a mí solo me queda poder amar al mundo, no despreciarlo, no odiar ni al mundo ni a mí; poder observarle a él y a todos los seres con amor, admiración y respeto»…

Obras Completas, Hermann Hesse, Seix barral, pags: 224/228.-

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