A la luz de Krishnamurti

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USTED ES EL MUNDO

Publicado el 31 de octubre de 2013

Particularmente Occidente ha desarrollado a lo largo de la Historia una extensa tradición vinculada a la central importancia que tienen la política, las instituciones y, en definitiva, las organizaciones de todo tipo, como instrumento para el cambio de las condiciones de vida de los hombres. Nos hemos formado, educado, vivido (y matado). a la sombra de estas pautas rectoras que engendraron, en todos los tiempos: la guerra, la colonización, el imperialismo y el sometimiento de unos pueblos por otros. Seguimos dividiéndonos por nuestras ideologías y religiones y exigimos a nuestros dirigentes (vanamente), que pacifiquen un «mundo» que nosotros mismos construimos con nuestra violencia interna.

¿Seguirá el hombre girando alrededor de la misma noria, o despertará a un modo disitnto de observar su relación con su semejantes? Estos textos nos hablan de esta cuestión:

Categoría Su Legado

El Ultimo Diario

Publicado el 31 de octubre de 2013

Martes, 15 de marzo, 1983

“¿Cómo se forma la psique, el ego, el sí mismo, el yo, la persona? ¿Cómo ha nacido esta cosa desde la cual surge el concepto del individuo, del ‘yo’, del sí mismo? Usaremos la palabra ‘yo’ para incluir la persona, el nombre, la forma, las características, el ego. ¿Cómo nace este yo? ¿Nace con ciertas características transmitidas por los padres? ¿Es el yo meramente una serie de reacciones? ¿Es solamente la continuidad de siglos de tradición? ¿Es el yo producto de circunstancias, de incidentes, de acontecimientos? ¿Es el resultado de la evolución –siendo la evolución el proceso gradual del tiempo– el que pone el acento en el yo y le da tanta importancia? ¿O, como algunos sostienen, en el mundo religioso, la cáscara externa del yo contiene realmente dentro de sí el alma y la antigua noción de los hindúes, de los budistas? ¿Es la sociedad la que da origen al yo y fortalece la fórmula de que uno está separado del resto de la humanidad? Todos estos conceptos contienen ciertas verdades, ciertos hechos, y constituyen el yo. Y al yo se le ha concedido una importancia tremenda en este mundo. La expresión del yo en el mundo democrático se llama ‘libertad’, y en el mundo totalitario esa ‘libertad’ es reprimida, negada y castigada. ¿Diría usted, entonces, que ese instinto comienza en el niño con el impulso de poseer? Esto existe también en los animales, de modo que tal vez hemos derivado de los animales este instinto de poseer. Donde hay cualquier clase de posesión, tiene que existir el principio del yo. Y a partir de este instinto, de esta reacción, el yo crece gradualmente en vitalidad, en fuerza, y adquiere estabilidad. La posesión de una casa, la posesión de tierras, la posesión de conocimientos, la posesión de ciertas capacidades –todo esto es el movimiento del yo. Y este movimiento le da a uno la sensación de estar separado como individuo.

“Ahora puede uno avanzar más en los detalles. ¿Están el tú, el yo, separados del resto de la humanidad? ¿Es usted, debido a que tiene un nombre separado, un organismo físico separado, ciertas tendencias diferentes de las de otro, tal vez algún talento –hace eso de usted un individuo? Esta idea de que cada uno de nosotros en todo el mundo está separado de otro, ¿es una realidad? ¿O puede que todo el concepto sea ilusorio, al igual que la división que hemos hecho del mundo en comunidades y naciones separadas, lo cual es realmente una forma glorificada del sentimiento tribal? Este interés en uno mismo y la idea de que la propia comunidad es diferente de otras comunidades, de otros yoes, ¿se basa en una realidad factual? Por supuesto, usted puede decir que es real porque usted es norteamericano y otros son franceses, rusos, indios, chinos, etc. Estas diferencias lingüísticas, culturales, religiosas, han originado desastres en el mundo –guerras terribles, daño incalculable. Y también, desde luego, en ciertos aspectos de ello hay una gran belleza, como en la expresión de algunos hombres de talento, como un pintor, un músico, un científico, etcétera. ¿Se consideraría usted a sí mismo como un individuo separado, con un cerebro separado que es ‘suyo’ y de nadie más? Ese es su pensar, y se supone que su pensar es diferente del pensar de otro. Pero, ¿es en absoluto individual el pensar? ¿O sólo existe el pensar, que es compartido por toda la humanidad, ya se trate del más talentoso de los científicos o de la persona más ignorante y primitiva?

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En cambio el hecho, el hecho racional, observable, es que su pensar y el pensar de otro son similares. La expresión de su pensar puede variar; si usted es un artista puede expresar algo de cierta manera, y otra persona que no es artista puede expresarlo de una manera distinta. Usted juzga, evalúa de acuerdo con la expresión, y entonces la expresión lo divide a usted como artista, lo separa de otro como jugador de fútbol. Pero usted como artista y él como jugador del fútbol, piensan. Ambos sufren, experimentan ansiedad, gran dolor, desengaño, aprensión; uno cree en Dios y el otro no cree en Dios, uno tiene fe y el otro no tiene fe, pero esto es común a todos los seres humanos, aunque cada uno pueda pensar que es diferente. Yo puedo pensar que mi dolor es por completo diferente del dolor de otro, que mi soledad, mi desesperación son totalmente opuestas a las de otras personas. Ésa es nuestra tradición, ése es nuestro condicionamiento, hemos sido educados para eso –uno es árabe, otro es un judío, etcétera. Y de esta división se origina no sólo la individualidad, sino las diferencias raciales de las comunidades. El individuo, al identificarse con una comunidad, con una nación, con una raza, con una religión, genera invariablemente conflicto entre los seres humanos. Ésa es una ley natural. Pero nosotros sólo nos interesamos en los efectos, no en las causas de la guerra, en las causas de esta división.

“De modo que estamos meramente señalando, no afirmamos nada, no sacamos la conclusión de que usted, señor, es psicológicamente, profundamente, el resto de la humanidad. Sus reacciones las comparte toda la humanidad. Su cerebro no es ‘suyo’, ha evolucionado en el tiempo durante siglos. Usted puede estar condicionado como cristiano, puede creer en diversos dogmas y rituales; otro tiene su propio dios, sus propios rituales, pero todo esto es producto del pensamiento. Estamos, pues, poniendo profundamente en duda que el individuo exista en absoluto como tal. Somos la humanidad total, cada uno de nosotros es el resto de la humanidad.

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“Como estuvimos diciendo el otro día, nosotros compartimos, toda la humanidad comparte, la luz del sol (él no había dicho eso); esa luz del sol no es suya ni mía. Es la energía vivificante que todos compartimos. La belleza de una puesta de sol, si uno la observa con sensibilidad, es compartida por todos los seres humanos. No es la puesta suya o mía en el oeste, en el este, en el norte o en el sur; lo importante es la puesta de sol. Y nuestra conciencia, que incluye nuestras acciones y reacciones, nuestras ideas y conceptos, nuestros patrones de pensamiento, los sistemas de creencias, las ideologías, los temores, los placeres, la fe, la adoración de algo que nosotros mismos hemos proyectado, nuestros dolores, nuestras penas y angustias –esto es compartido por todos los seres humanos. Cuando sufrimos, hemos convertido eso en un asunto personal. Excluimos todo el sufrimiento de la humanidad. Igual que el placer; tratamos el placer como una cosa privada, nuestra, con la excitación que ello produce, etc. Olvidamos que el hombre –incluyendo a la mujer, por supuesto, no es necesario repetirlo– que el hombre ha sufrido desde tiempos que están más allá de toda medida posible. Y ese sufrimiento es el suelo sobre el cual todos nosotros estamos parados. Y es compartido por todos los seres humanos.

“Nuestra conciencia, pues, no es propiedad suya o mía; es la conciencia del hombre, que ha sido acumulada, que ha evolucionado, crecido a través de siglos, de muchos siglos. En esta conciencia está contenida la fe, están los dioses, todos los rituales que el hombre ha inventado. Es realmente una actividad del pensamiento. Es el pensamiento el que ha formado el contenido –la conducta, la acción, la cultura, la ambición. Toda la actividad del hombre es la actividad del pensamiento. Y esta conciencia es el casino online sí mismo, el yo, el ego, la personalidad, etc. Creo que es indispensable comprender esto muy a fondo, no sólo de manera argumental, lógica, sino profundamente; igual que la sangre, está en todos nosotros, forma parte de nosotros, es la esencia, el proceso natural de todos los seres humanos. Cuando uno comprende esto, nuestra responsabilidad adquiere extraordinaria importancia. En tanto continúe el contenido de nuestra conciencia, somos los responsables por todo lo que ocurre en el mundo. En tanto el miedo, las nacionalidades, el impulso del éxito –usted sabe, todas esas cosas—existan, cada uno de nosotros es parte de la humanidad, parte del movimiento humano.

“Esto es sumamente importante que se comprenda. Es así: el yo es producto del pensamiento. Y el pensamiento, como dijimos, no es suyo ni mío; el pensar no es un pensar individual. El pensar es compartido por todos los seres humanos.

Editorial Edhasa, Barcelona 1989, págs 35 a 42.-

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31 de marzo de 1983

El hombre se está formulando ahora una pregunta que debió haberse formulado muchos años antes, no a último momento. Se ha estado preparando para las guerras durante todos los días de su vida. La preparación para la guerra parece ser, desafortunadamente, nuestra tendencia natural. Habiendo recorrido un largo trecho de ese camino, ahora nos preguntamos: ¿Qué haremos? ¿Qué hemos de hacer nosotros, los seres humanos? Al enfrentarnos realmente al problema, ¿cuál es nuestra responsabilidad? Esto es lo que de hecho está afrontando nuestra humanidad actual, no qué tipos de instrumentos de guerra debemos inventar y construir. Siempre originamos una crisis y después nos preguntamos qué hacer. Dada la situación tal como es ahora, los políticos y el gran público en general decidirán con su orgullo nacional y racial, con sus patrias, sus suelos natales y todo eso. La pregunta es demasiado tardía. La pregunta que tenemos que formularnos, a pesar dela acción inmediata que podamos tomar, es si resulta posible terminar con todas las guerras, no con una clase particular de guerra –la nuclear o la ortodoxa– y descubrir muy seriamente cuáles son las causas de la guerra. Hasta que esas causas no se descubran y se disuelvan, ya sea que tengamos guerras convencionales o la forma nuclear de guerra, continuaremos igual y el hombre destruirá al hombre.
De modo que realmente debemos preguntarnos: ¿Cuáles son, esencialmente, fundamentalmente, las causas de la guerra?

El hombre ha dividido la tierra como ‘mía’ y ‘tuya’ –¿por qué? ¿Por qué esta separación? ¿Es porque tratamos de encontrar seguridad, auto-protección en un grupo particular, o en una fe o creencia particular? Porque las religiones también han dividido a la humanidad, han puesto al hombre contra el hombre –los hindúes, los musulmanes, los cristianos, los judíos, etcétera. El nacionalismo, con su infortunado criterio patriótico, es realmente una forma glorificada, ennoblecida del espíritu tribal. En una tribu pequeña o en una tribu muy grande, impera el sentimiento de estar unidos mediante la misma lengua, las mismas supersticiones, la misma clase de sistema político o religioso. Y ahí uno se siente a salvo, protegido, feliz, cómodo. Y por esa seguridad, por esa comodidad, estamos dispuestos a matar a otros que igualmente desean estar seguros, sentirse protegidos, pertenecer a algo. Este terrible anhelo de identificarnos con un grupo, con una bandera, con un ritual religioso y esas cosas, nos da la sensación de que tenemos raíces, de que no somos nómadas sin hogar. Existe ese deseo, ese apremio por encontrar las propias raíces.

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Ésta es nuestra tierra, no la tierra mía o la de él. Hemos nacido para vivir en ella, ayudándonos unos a otros, no destruyéndonos unos a otros. Éste no es ningún disparate romántico, sino el hecho real. Pero el hombre ha dividido la tierra esperando con eso encontrar, en lo particular, la felicidad, la seguridad, un sentido de bienestar duradero. A menos que ocurra un cambio radical y eliminemos todas las nacionalidades, todas las ideologías, todas las divisiones religiosas, y establezcamos una relación global –primero psicológicamente, internamente, antes de organizar lo externo– continuaremos con las guerras. Si dañamos a otros, si matamos a otros, ya sea a causa de la ira o mediante el asesinato organizado que se llama guerra, cada uno de nosotros –que es el resto de la humanidad, no un ser humano separado que pelea con el resto de la humanidad– se está destruyendo a sí mismo.

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Ésta es, verdaderamente, una cuestión muy importante y urgente: averiguar si el hombre, cada uno de nosotros puede producir este cambio en sí mismo. No decir: “Si yo cambio, ¿tendrá eso algún valor? ¿No será sólo una gota en un lago muy vasto, sin efecto alguno en absoluto? ¿Qué sentido tiene que yo cambie?” Ésta es una pregunta equivocada, porque uno es el resto de la humanidad. Uno es el mundo, no está separado del mundo. Uno no es un americano, un ruso, un hindú o un musulmán. Existimos aparte de estas etiquetas, de estas palabras; cada uno de nosotros es el resto de la humanidad porque su conciencia, sus reacciones, son similares a las de los otros. Podemos hablar un idioma diferente, tener costumbres diferentes, eso es la cultura superficial –aparentemente, todas las culturas son superficiales– pero nuestra conciencia, nuestras reacciones, nuestra fe, nuestras creencias e ideologías, nuestros miedos y ansiedades, la soledad, el dolor y el placer que experimentamos, son similares a los del resto de la humanidad. Si uno cambia, ello afectará a toda la humanidad.

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Ninguna imposición externa, ni leyes, ni sistemas detendrán jamás la matanza del hombre. Ninguna convicción intelectual o romántica pondrá tampoco fin a las guerras. Éstas terminarán sólo cuando cada uno de nosotros, como los demás seres humanos, veamos la verdad de que mientras siga habiendo división en cualquiera de sus formas, tiene que haber conflicto, limitado o amplio, reducido o expansivo, tiene que haber lucha, dolor. De modo que uno es responsable, no sólo hacia sus hijos, sino hacia el resto de la humanidad. A menos que esto se comprenda profundamente, no de manera verbal o a base de ideas o del mero intelecto, sino que lo sintamos en nuestra sangre, en nuestro modo de mirar la vida, en nuestras acciones, estaremos sosteniendo el asesinato organizado que llamamos ‘guerra’. La instantánea percepción de esto es mucho más importante que la respuesta inmediata a un problema que es la consecuencia de miles de años en que el hombre viene matando al hombre.

El mundo está enfermo, y no hay nadie de afuera que pueda ayudarlo a uno, excepto uno mismo. Hemos tenido líderes, especialistas, toda clase de agentes externos, incluyendo a Dios –y no han tenido efecto, no han ejercido influencia alguna sobre nuestro estado psicológico. Ellos no pueden guiarnos. Ningún estadista, ningún maestro, ningún gurú, nadie puede hacer que en lo interno seamos fuertes y supremamente sanos. En tanto estemos en desorden, en tanto no mantengamos nuestra casa interna en una condición apropiada, en un estado correcto, crearemos el profeta externo, y éste siempre nos llevará por un camino engañoso. Nuestra casa está en desorden, y nadie en esta tierra o en el cielo puede producir orden en nuestra casa. A menos que uno comprenda por sí mismo la naturaleza del desorden, la naturaleza del conflicto, la naturaleza de la división, la casa de uno –que es uno mismo– siempre permanecerá en desorden, estará en guerra.

No es cuestión de quién tiene el más grande poder militar. Es más bien el problema del hombre contra el hombre; es el hombre el que ha creado ideologías, y estas ideologías que el hombre ha creado están las unas contra las otras. Hasta que estas ideas, estas ideologías, lleguen a su fin y cada hombre se vuelva responsable por los otros seres humanos, no podrá haber paz en el mundo.

Editorial Edhasa, Barcelona, 1989, pág. 78 a 84.-

Categoría Su Legado

Cartas a Las Escuelas

Publicado el 31 de octubre de 2013

15 de noviembre de 1978

Un ser humano, psicológicamente, es la humanidad total. No sólo la representa sino que es la totalidad de la especie humana. Un ser humano es, en esencia, la psiquis total de la humanidad. Sobre esta realidad, diversas culturas han impuesto la ilusión de que cada ser humano es diferente. La humanidad ha estado atrapada en esta ilusión durante siglos, y esta ilusión ha llegado a convertirse en una realidad. Si uno observa muy detenidamente la total estructura psicológica de uno mismo, descubrirá que tal como uno sufre, así sufre toda la humanidad en grados diversos. Si uno es un solitario, la humanidad toda conoce la soledad. La agonía, los celos, la envidia y el miedo son conocidos por todos. De modo que, psicológicamente, internamente, uno es igual a otro ser humano. Puede haber diferencias físicas, biológicas; uno es alto o bajo, etcétera, pero básicamente uno es el representante de toda la humanidad. Por tanto, psicológicamente cada uno de nosotros es el mundo; cada uno es responsable por toda la humanidad, no por sí mismo como un ser humano separado, lo cual es una ilusión psicológica. Como el representante de toda la raza humana, la respuesta de uno es total, no parcial. Así, la responsabilidad tiene un significado por completo diferente.

Uno tiene que aprender el arte de esta responsabilidad. Si captamos la plena significación de que uno es psicológicamente el mundo, entonces la responsabilidad se convierte en amor cuya fuerza es irresistible.

Editorial Edhasa, Barcelona, 1984, pág. 24 a 26

15 de diciembre de 1978

En una de nuestras cartas anteriores dijimos que la responsabilidad total es amor. Esta responsabilidad no es por una nación, grupo o comunidad particular, o por una determinada deidad o por alguna forma de programa político o por nuestro gurú propio, sino por toda la humanidad. Ello debe ser profundamente comprendido y sentido, y ésta es la responsabilidad del educador. Casi todos nosotros nos sentimos responsables por nuestra familia, nuestros hijos, etcétera, pero no tenemos el sentimiento de estar totalmente interesados y comprometidos con el medio circundante, con la naturaleza, ni nos sentimos totalmente responsables por nuestras acciones. Este interés absoluto es amor. Sin este amor no puede haber un cambio en la sociedad.

Los idealistas, aunque puedan amar su ideal o su concepto, no han generado una sociedad radicalmente diferente. Los revolucionarios, los terroristas, no han alterado de ningún modo fundamental el patrón de nuestras sociedades. Los revolucionarios, físicamente violentos han hablado de libertad para todos los hombres, han hablado de formar una nueva sociedad, pero todas las jergas y las consignas han torturado posteriormente el espíritu y la existencia. Ellos han deformado las palabras a fin de adaptarlas a su propia limitada perspectiva. Ninguna forma de violencia ha cambiado, en su sentido más fundamental, a la sociedad. Numerosos códigos impuestos por la autoridad de unos pocos han producido cierta clase de orden en la sociedad. Aun los totalitarismos, mediante la tortura y la violencia, han establecido superficialmente una apariencia de orden. No estamos hablando de un orden semejante en la sociedad.

Decimos muy claramente y del modo más enfático, que es sólo la responsabilidad total –que es amor– por la humanidad, la que básicamente puede transformar el presente estado de la sociedad. Cualquiera sea el sistema que pueda existir en diversas partes del mundo, está corrupto, degenerado y es totalmente inmoral. No tenemos más que mirar alrededor de nosotros para ver este hecho. En todo el mundo, millones y millones se gastan en armamentos, y todos los políticos hablan de paz mientras se preparan para la guerra. Las religiones han declarado una y otra vez la santidad de la paz, pero han alentado guerras y sutiles formas de violencia y tortura. Existen innumerables divisiones y sectas con sus sacerdotes, sus rituales y toda la insensatez que impera en el nombre de dios y de la religión. Donde hay división tiene que haber desorden, lucha, conflicto –sea religioso, político o económico. Nuestra sociedad moderna está basada en la codicia, la envidia y el poder. Cuando uno considera esto tal como es realmente –este abrumador mercantilismo– ve que todo ello indica degradación e inmoralidad básica. La responsabilidad del educador consiste en cambiar radicalmente el patrón de nuestra vida, que es la base de toda sociedad. Estamos destruyendo la tierra y todas las cosas que hay en ella; todo es destruido para nuestra gratificación.

La educación no implica meramente enseñar diversos temas académicos, sino que implica el cultivo de la responsabilidad total en el estudiante. Como educador no se da uno cuenta de que está dando nacimiento a una nueva generación. Casi todas las escuelas se ocupan solamente de impartir conocimientos. No se interesan para nada en la transformación del hombre y de su vida diaria; y usted, el educador en estas escuelas, necesita tener este interés profundo y este cuidado por la responsabilidad total.

¿De qué manera, pues, puede usted ayudar al estudiante par que sienta esta cualidad de amor en toda su excelencia? Si usted mismo no siente esto profundamente, hablar acerca de la responsabilidad carece de sentido. Como educador, ¿puede usted sentir la verdad de esto?

Ver esa verdad producirá naturalmente este amor y la responsabilidad total. Tiene usted que considerarlo, observarlo diariamente en su vida, en la relación con su esposa, sus amigos, sus estudiantes. Y en su relación con los estudiantes, usted les hablará de esto desde su corazón –no buscará la mera claridad verbal. El sentimiento de esta realidad es el mayor don que el hombre pueda tener, y una vez que ello esté ardiendo en usted, encontrará la palabra exacta, la acción apropiada y la conducta correcta. Cuando considere al estudiante, verá que él llega a usted no preparado en absoluto para todo esto. Llega atemorizado, nervioso, ansioso por agradar o a la defensiva, condicionado por sus padres y por la sociedad en que ha vivido sus pocos años. Usted tiene que ver este trasfondo, tiene que interesarse en lo que él realmente es y no imponerle sus propias opiniones, sus conclusiones y juicios. Al considerar lo que él es, ello le revelará lo que es usted, y así descubrirá que el estudiante es usted mismo.

Entonces, ¿puede usted en la enseñanza de la matemática, de la física, etcétera –que él debe conocer porque ése es el modo en que se ganará la vida—transmitir al estudiante que él es el responsable por toda la humanidad? Aunque pueda estar trabajando por su propia carrera, por su propio modo de vida, ello no limitará su mente. Verá el peligro de la especialización con todas sus limitaciones y su extraña brutalidad. Usted debe ayudarle a que vea todo esto. El florecimiento de la bondad no radica en el conocimiento de la matemática y la biología o en aprobar exámenes y tener una carrera exitosa. Es independiente de estas cosas, y cuando existe este florecimiento, la carrera y otras actividades necesarias son afectadas por su belleza. Actualmente ponemos el énfasis en uno de los aspectos, y descuidamos por completo el florecimiento. En estas escuelas tratamos de reunir ambas cosas, no artificialmente, no como un principio o un patrón que ustedes han de seguir, sino porque ven la verdad absoluta de que estas cosas deben fluir juntas para la regeneración del hombre.

¿Puede usted hacer esto? No porque todos ustedes estén de acuerdo en hacerlo después de discutirlo y arribar a una conclusión, sino más bien porque ven, con una mirada interna, la gravedad extraordinaria de esto; la ven por sí mismos. Entonces lo que uno dice tendrá significación. Entonces uno se vuelve un centro de luz, una luz no encendida por otro. Como usted es toda la humanidad –lo cual es un hecho, no una declaración verbal– es totalmente responsable por el futuro del hombre. Por favor, no considere esto como una carga, porque en tal caso esa carga es un montón de palabras sin realidad alguna. Es una ilusión. Esta responsabilidad tiene su propia alegría, su propio humor, su movimiento propio sin el peso del pensamiento.

Editorial Edhasa, Barcelona, 1984, pág. 33 a 36.-

Categoría Su Legado

Urge Un Cambio Psicológico

Publicado el 31 de octubre de 2013

Interlocutor: No sé muy bien cómo formular esta pregunta, pero siento fuertemente que la relación entre el individuo y la comunidad, esas dos entidades opuestas, ha dado lugar a una larga historia de males y perjuicios. La historia del mundo, del pensamiento, de la civilización es, después de todo, la historia de la relación entre esas dos entidades opuestas. En todas las sociedades el individuo está más o menos reprimido, debe conformarse y ajustarse a un patrón determinado por los teóricos. El individuo está tratando siempre de salir de esos patrones, y el resultado es una lucha continua entre los dos. Las religiones hablan del alma individual como de algo separado del alma colectiva. Ellas enfatizan lo individual. En la sociedad moderna –que se ha vuelto mecánica, uniformada y colectivamente activa– el individuo trata de identificarse, preguntando lo que él es, o haciéndose valer. Toda esa lucha no lleva a ningún sitio. Mi pregunta es: ¿Qué está mal en todo esto?

KRISHNAMURTI: Lo único que realmente importa es que haya en la vida acción de bondad, amor e inteligencia. ¿Es la bondad, individual o colectiva; es el amor, personal o impersonal; es la inteligencia, suya, mía o de alguien más? Si es suya o mía entonces no es inteligencia, ni amor, ni bondad. Si la bondad es asunto del individuo o de la colectividad, de acuerdo con la preferencia o decisión de uno en particular, entonces deja de ser bondad. La bondad no está en el patio del individuo ni en el campo abierto de lo colectivo; la bondad florece únicamente cuando se está libre de ambos. Cuando existe esta bondad, amor e inteligencia, la acción no consiste entonces en lo individual o en lo colectivo. Como carecemos de bondad, dividimos el mundo entre lo individual y lo colectivo, y además dividimos lo colectivo en innumerables grupos de acuerdo con la religión, la nacionalidad y las clases. Habiendo creado esas divisiones, tratamos de salvar la distancia entre ellas formando nuevas agrupaciones, las cuales también extraemos dividiendo otros grupos. Vemos que toda gran religión existe para conseguir, supuestamente, la hermandad del hombre, cuando en realidad, lo impide. Siempre tratamos de reformar aquello que ya está corrupto. No eliminamos fundamente la corrupción, sino que sólo la reordenamos.

INTERLOCUTOR: ¿Quiere usted decir que no tenemos que desperdiciar tiempo en esas interminables negociaciones entre el individuo y la colectividad, o tratando de probar que son diferentes o que son similares? ¿Dice que únicamente la bondad, el amor y la inteligencia son la cuestión planteada, y que los mismos están más allá de lo individual y de lo colectivo?

KRISHNAMURTI: Sí.

INTERLOCUTOR: De manera que la verdadera cuestión parece ser cómo el amor, la bondad y la inteligencia pueden actuar en la vida diaria.

KRISHNAMURTI: Si estos actúan entonces resulta académica la pregunta sobre lo individual y lo colectivo.

INTERLOCUTOR: ¿Cómo deben ellos actuar?

KRISHNAMURTI: Pueden actuar únicamente en la relación: toda existencia se da en la relación. Por lo tanto, la primera cosa es estar consciente de la relación de uno con todas las cosas y todas las personas, y ver cómo el “yo” nace y actúa en esa relación. Este “yo” es la acción de la mente y el corazón humano; es el “yo” lo que es tanto lo colectivo como lo individual; es el “yo” lo que separa; es el “yo” lo que actúa colectiva e individualmente, el “yo” que crea el cielo y el infierno. Estar consciente de esto es comprenderlo. Y el comprenderlo es la terminación de ello. La terminación de ello es la bondad, el amor y la inteligencia.

(Fundación K. Latinoamericana), Puerto Rico, Orion, Impreso en España, pág. 191 a 193

Categoría Su Legado

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