A la luz de Krishnamurti

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¿QUE ES EL VIVIR?

Publicado el 2 de abril de 2014

Ninguna de las preguntas que nos plantea K, nos llevan a conclusiones o respuestas convencionales. Como en la mayoría de los casos, no encontramos una conclusión.

Sólo por la vía indirecta de comprender lo que «no es» vivir, podemos acercarnos a una manera distinta de transitar esta circunstancial visita al planeta Tierra. Visita que generalmente opacamos y desperdiciamos con nuestras tontas, vulgares y egoístas pasiones.

Antes de degustar sus textos les dejamos al  respecto una frase de una persona que seguramente todos ustedes conocen:

» La vida es aquello que te  va sucediendo mientras estas ocupado haciendo otros planes» John Lennon.-

 

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El Sentido de la Vida

Publicado el 2 de abril de 2014

Pregunta: Vivimos pero no sabemos por qué. Para muchísimos de nosotros, la vida parece no tener sentido alguno. ¿Puede usted decirnos cuál es el sentido y el objeto de nuestro vivir?

Krishnamurti: Bueno, ¿por qué hacéis esa pregunta? ¿Por qué me pedís que os diga cuál es el sentido de la vida, el objeto de la vida? ¿Qué entendemos por vida? ¿Tiene la vida un sentido, un objeto? ¿Acaso el vivir no es en sí su propio objeto, su propio sentido? ¿Por qué queremos más? Como estamos tan descontentos de nuestra vida, como ella es tan vacía, tan inarmónica, tan monótona  –hacer la misma cosa una y otra vez–, deseamos algo más, algo que esté más allá de lo que hacemos. Puesto que nuestra vida diaria es tan hueca, tan insípida, tan sin sentido, tan aburrida, tan intolerablemente estúpida, decimos que la vida debe tener un sentido más amplio; y es por eso que formuláis esa pregunta. No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; él tiene claridad, y por tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. Para él,  el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. Nuestra dificultad, pues, es que siendo vacía nuestra vida, deseamos hallarle un objeto y luchar por él. Tal objeto de la vida puede ser tan sólo idea, sin realidad alguna; y cuando el objeto de la vida es buscado por una mente estúpida, torpe, por un corazón vacío, ese objeto será también vacío. Nuestro problema, por lo tanto, es cómo hacer nuestra vida rica, no de dinero y todo lo demás, sino interiormente rica, lo cual no es cosa secreta. Cuando decís que el objeto de la vida es ser feliz, es encontrar a Dios, ese deseo de encontrar a Dios es por cierto una evasión de la vida, y vuestro Dios es simplemente una cosa conocida. Sólo podéis abriros camino hacia un objeto que conocéis; y si construís una escalera hacia eso que llamáis Dios, eso por cierto no es Dios. La realidad sólo puede comprenderse en el vivir, no en la evasión. Cuando le buscáis un objeto a la vida, en realidad os escapáis y no comprendéis que es la vida. La vida es relación, acción en la relación; y cuando no comprendo mis relaciones, o cuando la relación es confusa, busco un sentido más completo. ¿Por qué es tan vacía nuestra vida? ¿Por qué somos tan solitarios, tan frustrados? Porque jamás hemos mirado dentro de nosotros mismos y no nos hemos comprendido a nosotros mismos. Nunca admitimos que esta vida es todo lo que conocemos, y que por lo tanto debiera ser comprendida plena y completamente. Preferimos huir de nosotros mismos, y es por eso que buscamos el objeto de la vida lejos de la vida de relación. Mas si empezamos a comprender la acción  –que es nuestra relación con la gente, con la propiedad, con las creencias e ideas–, entonces hallaremos que la relación trae por sí su propia recompensa. No tenéis que buscar. Es como buscar el amor. ¿Podéis encontrar el amor buscándolo? El amor no puede ser cultivado. Sólo encontraréis el amor en la vida de relación, no fuera de ella; y es porque no tenemos amor que deseamos que la vida tenga un objeto. Cuando hay amor  –que es su propia eternidad–, entonces no hay búsqueda de Dios, porque el amor es Dios.

Es porque nuestra mente está tan llena de tecnicismos y supersticiosas musitaciones, que nuestra vida es tan vacía; y es por eso que buscamos un objeto de la vida más allá de nosotros mismos. Para encontrar el objeto, debemos pasar por la puerta de nosotros mismos; pero consciente o inconscientemente evitamos enfrentar las cosas como son en sí misma, y de ese modo deseamos que Dios nos abra una puerta que está más allá. Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquel que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, que es relación.

La Libertad Primera y Ultima, Ed. Kier, Buenos Aires, 2000, págs. 288 a 290.-

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El vuelo del águila

Publicado el 2 de abril de 2014

Uno se pregunta por qué los seres humanos en todo el mundo carecen de pasión. Anhelan vehementemente el poder, la posición, diversas clases de entretenimiento, tanto sexual como religioso, y otras formas de sensualidad. Pero al parecer pocos tienen la pasión profunda que se consagra a comprender el proceso total del vivir, pocos son los que no dedican toda su energía a la actividad fragmentaria. El gerente de banco está tremendamente interesado en su negocio bancario y el artista y el científico están entregados a sus propios intereses especiales, pero aparentemente una de las cosas más difíciles es tener una pasión intensa y perdurable puesta en la comprensión de la totalidad de la vida.

A medida que penetramos en esta cuestión de lo que constituye la comprensión total del vivir, amar y morir, necesitamos no sólo capacidad intelectual e intenso sentimiento, sino mucho más que todo eso, la gran energía que únicamente la pasión puede brindar. Teniendo este problema enorme, complejo, sutil y muy profundo, debemos dedicar nuestra total atención  –que después de todo es pasión–  para ver y descubrir por nosotros mismos si hay otra manera de vivir por completo diferente de la actual. Para comprender esto tenemos que adentrarnos en varias cuestiones, inquirir en el proceso de la conciencia, examinar tanto las capas superficiales como las profundas de nuestra propia mente, y observar también la naturaleza del orden, no sólo del externo, del social, sino también del interno.

Tenemos que descubrir el sentido del vivir, no darle una importancia sólo intelectual, sino ver realmente qué significa vivir. Asimismo tenemos que examinar la cuestión de lo que es el amor y qué significa morir. Todo esto debe ser explorado en el consciente y en los profundos y ocultos rincones de la propia psiquis. Hemos de preguntarnos qué es orden, qué significa realmente vivir, y si podemos vivir una vida de completo y total afecto, compasión, ternura y amor. También tenemos que descubrir por nosotros mismos el significado de esa cosa extraordinaria que llamamos muerte.

Esos no son fragmentos, sino el movimiento completo, la totalidad de la vida. No podremos comprender esto si lo dividimos en vivir, amar y morir, porque todo es un solo movimiento. Para comprender este proceso total, tiene que haber energía, no sólo energía intelectual, sino la energía de un sentir intenso, y esto implica tener esa pasión sin motivo que pueda arder constantemente dentro de uno. Como nuestras mentes están fragmentadas, es necesario investigar la cuestión de lo consciente y lo inconsciente, porque allí comienza toda división  –el “yo” y “el no yo”, el “tú” y el “yo”, el “nosotros” y el “ellos”. Mientras exista esta separación  –en la nacionalidad, la familia, entre religiones con sus dependencia posesivas separadas–  habrá inevitablemente divisiones en la vida. Habrá el vivir cotidiano con su tedio y rutina y eso que llamamos amor, cercado por los celos, la posesividad, la dependencia, y la dominación; habrá miedo y la inevitabilidad de la muerte. ¿Podemos penetrar en esta cuestión seriamente  –no sólo en forma verbal, teórica, sino investigarla mirándola realmente dentro de nosotros mismos y preguntándonos por qué existe esta división que engendra tanta desdicha, confusión y conflicto?

Podemos observar muy claramente en nosotros mismos la actividad de la mente superficial con su preocupación por la subsistencia, y su conocimiento técnico, científico, adquisitivo. Uno puede observarse siendo competidor en la oficina, puede ver las operaciones superficiales de la propia mente. Pero hay partes ocultas que no han sido exploradas porque no sabemos cómo hacerlo. Si deseamos exponerlas a la luz de la claridad y de la comprensión, leemos libros que nos hablan de ellas, o acudimos a algún analista o filósofo. Pero no sabemos cómo mirar las cosas por nosotros mismos; aún cuando seamos capaces de observar la actividad externa y superficial de la mente, estamos aparentemente incapacitados para mirar en esa cueva profunda y secreta en la que está contenido todo el pasado. ¿Puede la mente consciente con sus positivas exigencias y aseveraciones mirar en las capas más profundas del propio ser? No sé si han tratado de hacerlo alguna vez, pero si lo han hecho con suficiente insistencia y seriedad, habrán encontrado ustedes mismos un vasto contenido del pasado, la herencia racial, las imposiciones religiosas, las divisiones, pues todas esas cosas están escondidas allí. La expresión ocasional de una opinión se origina en esas acumulaciones del pasado que se basan esencialmente en el conocimiento y la experiencia pasada, con sus diversas formas de conclusiones y opiniones. ¿Puede la mente mirar dentro de todo esto, comprenderlo y trascenderlo de manera que no exista división alguna?

Esto es importante porque estamos muy condicionados para mirar la vida en forma fragmentaria. Y mientras continúe esta fragmentación, existirá la demanda de realización  –el “yo” deseando realizar, lograr, competir, ser ambicioso. Es esa fragmentación de la vida lo que nos hace individual y colectivamente egocéntricos y necesitados de identificarnos con algo más grande mientras permanecemos separados. Es esta profunda división en la conciencia, en la estructura y naturaleza total de nuestro ser, la que causa división en nuestras actividades, en nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Así dividimos la vida y esas cosas que llamamos amar y morir.

¿Es posible observar el movimiento del pasado, que es lo inconsciente?  –si es que podemos utilizar la palabra “inconsciente” sin darle un significado especial psicoanalítico. El inconsciente profundo es el pasado, y actuamos partiendo de ahí. Por lo tanto, existe la división en pasado, presente y futuro, lo cual es tiempo.

Todo eso puede aparecer más bien complicado, pero no lo es. Es realmente bastante sencillo si podemos mirar dentro de nosotros mismos y observarnos en la acción, observar el funcionamiento de nuestras propias opiniones, pensamientos y conclusiones. Cuando nos miramos críticamente podemos ver que nuestras acciones están basadas en conclusiones pasadas, o en una fórmula o patrón que se proyecta al futuro como un ideal, y actuamos de acuerdo con ese ideal. Por lo tanto, el pasado está siempre funcionando con sus motivos, conclusiones y fórmulas; el corazón y la mente están sobrecargados de recuerdos que moldean nuestras vidas y crean la fragmentación.

Tenemos que preguntarnos si la mente consciente puede ver dentro de lo inconsciente de modo tan completo que uno pueda comprender la totalidad de su contenido, que es el pasado. Esto requiere capacidad crítica  –pero no crítica basada en opiniones propias–; capacidad crítica para observarse uno mismo. Si se está realmente despierto, entonces cesa esa división en la totalidad de la conciencia. Tal estado de la mente despierta sólo es posible cuando existe esta crítica autoobservación exenta de todo juicio.

Así, observar significa ser crítico, no utilizando una crítica basada en evaluaciones u opiniones, sino siendo críticamente atento, alerta. Pero si esa crítica es personal, si está cercada por el miedo o cualquier forma de prejuicio, cesa de ser una verdadera crítica y se convierte en algo meramente fragmentario.

Lo que nos interesa es comprender todo el proceso, la totalidad de la vida, y no un fragmento en particular. No nos preguntamos qué hacer respecto de un problema en particular, o en relación con la actividad social que es independiente del proceso total del vivir, sino que tratamos de descubrir qué está incluido en la comprensión de la realidad y si existe tal realidad, tal inmensidad, tal eternidad. En esa percepción total y completa  –no fragmentaria—estamos interesados. Esa comprensión del movimiento total de la vida como una sola actividad unitaria es posible únicamente cuando en la totalidad de nuestra conciencia terminan todos nuestros conceptos, principios, ideas y divisiones como el “yo” y el “no yo”. Si eso es claro  –y espero que lo sea—entonces podemos continuar indagando qué es el vivir.

Consideramos el vivir como una acción positiva: hacer, pensar, el interminable bullicio, miedo, sufrimiento, culpabilidad, ambición, competencia, el anhelo de placer con su dolor, el deseo del éxito. Todo esto es lo que llamamos vivir. Esa es nuestra vida, con sus alegrías ocasionales, sus momentos de compasión sin ningún motivo y de generosidad espontánea. Existen raros momentos de éxtasis, de una bienaventuranza sin pasado ni futuro. Pero el ir a la oficina, la ira, el odio, el desprecio, la enemistad, es lo que llamamos el vivir cotidiano, y consideramos eso como extraordinariamente positivo.

La negación de lo positivo es lo único verdaderamente positivo. Negar ese llamado vivir  –que es feo, aislante, temeroso, brutal y violento  –sin conocer lo otro, es la acción más positiva. ¿Nos estamos comunicando mutuamente? Ustedes saben que negar del todo la moralidad convencional es ser altamente moral, porque lo que llamamos moral social, la moral de la respetabilidad, es totalmente inmoral; somos competidores, codiciosos, envidiosos, y hacemos lo que nos place  –ustedes saben cómo nos comportamos. Llamamos a eso moralidad social; la gente religiosa habla de una moralidad distinta, pero sus vidas, todas sus actitudes, la estructura jerárquica de las organizaciones religiosas y de las creencias, es inmoral. Negar eso no es reaccionar, porque la reacción constituye otra forma de disentir mediante la propia resistencia. Pero cuando negamos porque comprendemos, existe la más alta forma de moralidad.

De la misma manera, negar la moralidad social, negar la manera en que vivimos  –nuestras vidas insignificantes, nuestro pensar y existir superficiales, la satisfacción que en un nivel superficial sentimos con las cosas que hemos acumulado–  negar todo eso, no como una reacción, sino viendo la total estupidez y la naturaleza destructiva de esa manera de vivir, negar todo eso es vivir. Ver lo falso como falso es ver lo verdadero. El morir es parte del vivir. Ustedes no pueden amar sin morir, morir para todo lo que no es amor, morir para todos los ideales que son la proyección de sus demandas internas, morir para todo el pasado, para la experiencia, de manera que sepan lo que significa el amor, y, por lo tanto, lo que significa el vivir. Vivir, amar y morir son, pues, la misma cosa, que consiste en vivir total y completamente ahora. Entonces hay una acción que no es contradictoria y que no trae consigo dolor y sufrimiento; existe un vivir, un amar y un morir en que hay acción. Esa acción es orden. Y si uno vive de esa manera  –y uno debe hacerlo, no en momentos ocasionales, sino cada día y cada minuto—entonces tendremos orden social, y habrá unidad en el hombre, y los gobiernos serán manejados por computadoras, no por políticos con sus ambiciones personales y su condicionamiento. Por lo tanto, vivir es amar y es morir.

El vuelo del águila, Ed. Paidós, 1974, págs.: 77 a 81 y pág 84.-

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La Educación y el Significado de la Vida

Publicado el 2 de abril de 2014

Cuando se viaja alrededor del mundo, se observa hasta qué grado extraordinario la naturaleza humana es la misma, ya sea en la India o en América, en Europa o en Australia. Puede corroborarse este hecho especialmente en los colegios y universidades. Estamos produciendo, como por molde, un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser un personaje importante, o meramente divertirse con la mínima reflexión posible.

La educación convencional hace sumamente difícil el pensamiento independiente. La conformidad conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistir el ambiente no es fácil, y a menudo es peligroso, mientras rindamos culto al éxito. La urgencia de alcanzar éxito en la vida, que es la recompensa que esperamos por nuestro trabajo, ya sea en lo material o en la llamada esfera espiritual, la búsqueda de seguridad interna o externa, el deseo de comodidad, todo este proceso ahoga el descontento, pone fin a la espontaneidad y engendra el temor; y el temor obstruye la inteligente comprensión de la vida. A medida que se envejece, la mente se embota y se insensibiliza el corazón.

En la búsqueda de bienestar y comodidad generalmente nos refugiamos en un rincón de la vida donde encontramos un mínimo de conflictos, y entonces tenemos miedo de salir de este refugio. Este temor a la vida, este temor a la lucha y a las nuevas experiencias, mata en nosotros el espíritu de aventura. Toda la educación que hemos recibido nos hace temer el ser diferentes a los demás o el pensar de distinta manera a la norma establecida por la sociedad, que aparentemente respeta la autoridad y la tradición.

Afortunadamente hay unos pocos que son sinceros; que están deseosos de examinar los problemas humanos sin prejuicios de ninguna clase; pero en la gran mayoría de nosotros no existe el espíritu de la inconformidad ni el de la rebeldía. Cuando sin la actitud de comprensión cedemos a las circunstancias del ambiente, el espíritu de rebeldía que pudiéramos haber tenido desaparece y nuestras responsabilidades prontamente le ponen fin.

La rebeldía es de dos clases: la violenta, que es mera reacción, sin entendimiento, contra el desorden establecido; y la rebeldía profundamente psicológica de la inteligencia. Hay muchos que se rebelan contra la ortodoxia establecida sólo para caer en otras ortodoxias, en otras ilusiones y en ocultas indulgencias para sí mismos. Lo que generalmente sucede es que nos separamos de un grupo o de un círculo de ideales y nos identificamos con otros grupos u otros ideales creando así una nueva norma de pensamiento contra la cual tendremos que rebelarnos más adelante. La reacción sólo produce oposición y la reforma necesita reformas ulteriores.

Pero hay una rebeldía inteligente que no es reacción y que viene del conocimiento propio, como consecuencia de la comprensión de nuestros pensamientos y sentimientos. Es sólo cuando nos enfrentamos con la experiencia tal como se presenta sin evitar perturbaciones, que mantenemos alerta nuestra inteligencia; y la inteligencia sumamente alerta es intuición, que es la única verdadera guía de la vida.

Ahora bien, ¿qué significa la vida? ¿Para qué vivimos y luchamos? Si nos educamos simplemente para lograr honores, alcanzar buena posición, o ser más eficientes, o poder dominar a los demás, entonces nuestra vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si sólo nos educamos para ser científicos, eruditos aferrados a los libros, o especialistas apasionados por el conocimiento, entonces estaremos contribuyendo a la destrucción y a la miseria del mundo.

Aunque existe una más alta y más noble significación de la vida, ¿qué valor tiene la educación si no la descubrimos jamás? Podemos ser muy instruidos, pero si no tenemos una honda integración de pensamiento y sentimiento, nuestras vidas resultan incompletas, contradictorias y atormentadas por innumerables temores; y mientras la educación no cultive una visión integral de la vida, tiene muy poca significación.

En nuestra civilización actual hemos dividido la vida en tantos departamentos que la educación tiene muy poco significado, excepto cuando aprendemos una profesión técnica determinada. En vez de despertar la inteligencia integral del individuo, la educación lo estimula para que se ajuste a un molde, y por lo tanto, le impide la comprensión de sí mismo como un proceso total. Intentar resolver los muchos problemas de la vida en sus respectivos niveles, separados como están en varias categorías, indica una completa falta de comprensión.

El individuo se compone de diferentes entidades, pero acentuar esas diferencias y estimular el desarrollo de un tipo definido, conduce a muchas complejidades y contradicciones. La educación debe efectuar la integración de estas separadas entidades, porque sin integración la vida se convierte en unas serie de conflictos y sufrimientos. ¿De qué vale que nos hagamos abogados, si perpetuamos los pleitos? ¿De qué vale el conocimiento, si continuamos en la confusión? ¿De qué valen las habilidades técnicas e industriales si las usamos para destruirnos? ¿Cuál es el valor de la existencia si nos ha de llevar a la violencia y a la completa desdicha? Aunque tengamos dinero o podamos ganarlo, aunque disfrutemos de nuestros placeres y tengamos nuestras organizaciones religiosas, estamos en conflicto con nosotros mismos.

Debemos establecer la diferencia entre lo personal y lo individual. Lo personal es accidental; y entiendo por accidental las circunstancias de nacimiento, el ambiente en que nos hemos criado, con su nacionalismo, sus supersticiones, sus diferencias de clase y sus prejuicios. Lo personal o accidental es sólo momentáneo, aunque ese momento dure toda una vida. Y como los actúales sistemas educativos están basados en lo personal, accidental o momentáneo, tienen como resultado al perversión del pensamiento y la inculcación de temores para la propia defensa.

Todos hemos sido adiestrados por la educación y el ambiente para buscar el medro personal y la seguridad, y para luchar en beneficio propio. Aunque lo disimulemos con eufemismos, hemos sido educados para las varias profesiones dentro de un sistema basado en la explotación y el miedo adquisitivo. Tal adiestramiento tiene inevitablemente que traer confusión y miseria para nosotros y para el mundo, porque crea en cada individuo barreras psicológicas que lo separan y lo mantienen aislado de los demás.

La educación no es meramente asunto de adiestrar la mente. La instrucción contribuye a la eficiencia, pero no produce integración. Una mente educada de esta manera es la continuación del pasado, y no está en condiciones de descubrir lo nuevo. Por eso, para averiguar en qué consiste la verdadera educación, tenemos que examinar la total significación de la vida.

Para la mayor parte de nosotros el significado de la vida como un todo no es de primordial importancia, y nuestra educación subraya los valores secundarios, haciéndonos simples conocedores de alguna rama del saber. Aunque el saber y la eficiencia son necesarios, el recalcarlos demasiado sólo nos lleva al conflicto y a la confusión.

Hay una eficacia inspirada por el amor; que va mucho más lejos y es mucho más grande que la eficacia inspirada por la ambición; y sin amor, que es lo que nos da una comprensión integral de la vida, la eficacia sólo engendra crueldad. ¿No es esto lo que está sucediendo actualmente en todas partes del mundo? Nuestra educación actual está acoplada a la industrialización y a la guerra, siendo un fin principal desarrollar la eficiencia, y nosotros nos encontramos capturados en esta maquinaria de competencia despiadada y mutua destrucción. Si la educación nos ha de llevar a la guerra, si nos enseña a destruir o ser destruidos, ¿no ha fracasado totalmente?

Para lograr la verdadera educación, debemos evidentemente comprender el significado de la vida integral, y para ello tenemos que adquirir la capacidad de pensar con rectitud y veracidad, más bien que seguir una línea de pensamiento. Un pensador consecuente es una persona irreflexiva, porque se ajusta a una norma. Repite frases y piensa rutinariamente a lo largo de un surco. No podemos comprender la existencia de un modo abstracto o teórico. Comprender la vida es comprendernos a nosotros mismos y esto es conjuntamente el principio y el fin de la educación.

La educación no es la simple adquisición de conocimientos, ni coleccionar y correlacionar datos, sino ver el significado de la vida como un todo. Pero el todo no se puede entender desde un solo punto de vista, que es lo que intentan hacer los gobiernos, las religiones organizadas y los partidos autoritarios.

La función de la educación es crear seres humanos integrados, y por lo tanto, inteligentes. Podemos adquirir títulos y ser eficientes en el aspecto mecánico sin ser inteligentes. La inteligencia no es mera información; no se deriva de los libros ni consiste en la capacidad de reaccionar hábilmente en defensa propia o de hacer afirmaciones agresivas. Uno que no haya estudiado puede ser más inteligente que un erudito. Medimos la inteligencia en términos de títulos y exámenes y hemos desarrollado mentes astutas que esquivan los vitales problemas humanos. Inteligencia es la capacidad para percibir lo esencial, lo que “es” y educación es el proceso de despertar esta capacidad en nosotros mismos y en los demás.

La educación debe ayudarnos a descubrir valores permanentes para que no nos conformemos meramente con fórmulas y lemas. La educación nos debe ayudar a demoler las barreras sociales y nacionales en lugar de reforzarlas, porque éstas crean antagonismos entre los hombres. Desgraciadamente el actual sistema de educación nos torna seres serviles, mecánicos y profundamente irreflexivos. Aunque nos despierta el intelecto, interiormente nos deja incompletos, estúpidos, incapaces de crear.

Sin una comprensión integral de la vida, nuestros problemas individuales y colectivos crecen y se agudizan en todos los sentidos. El objetivo de la educación no es sólo producir simples eruditos, técnicos y buscadores de empleos, sino hombres y mujeres integrados, libres de temor, porque sólo entre tales seres humanos puede haber paz duradera.

En la comprensión de nosotros mismos el temor se desvanece. Si el individuo ha de luchar con la vida de momento a momento; si ha de hacer frente a sus complejidades, a sus miserias y repentinas exigencias, tiene que ser infinitamente flexible, y por lo tanto, estar libre de teorías y normas determinadas de pensamiento.

La educación no debe estimular al individuo a que se ajuste a la sociedad, ni a que se manifieste en armonía negativa con ella, sino que debe ayudarlo a descubrir los verdaderos valores que surgen como resultado de la investigación desapasionada y de la comprensión de sí mismo. Cuando no hay conocimiento propio, la autoexpresión se convierte en autoafirmación, con todos sus conflictos ambiciosos y agresivos. La educación debe despertar en el individuo la capacidad para comprenderse a sí mismo, y no simplemente entregarse a la complacencia de la autoexpresión.

¿De qué sirve instruirse si en el proceso de vivir nos estamos destruyendo? Ante la serie de guerras devastadoras que hemos sufrido una tras otra, tenemos que llegar a la conclusión obvia de que hay algo radicalmente erróneo en la educación de nuestros niños. Creo que la mayor parte de nosotros nos damos cuenta de ello, pero no sabemos cómo afrontar el problema.

Los sistemas educativos o políticos no cambian misteriosamente; se transforman cuando nosotros cambiamos fundamentalmente. El individuo es de primordial importancia, no el sistema; y mientras el individuo no comprenda el proceso total de su propia existencia, no hay sistema, sea de derecha o de izquierda, que pueda traer orden y paz al mundo.

La Educación y el Significado de la Vida, Edit. Orión, México, pags: 5 a 13.-

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