A la luz de Krishnamurti

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LA SOLEDAD

Publicado el 20 de febrero de 2012

¿ Porque Krishnamurti hace tanto hincapié en la soledad; y a que se refiere cuando de ella habla?

Sunanda Patwardhan, en el libro Dentro de la Mente, nos recuerda de K, este párrafo que puede cumplir adecuadamente la función de introducirnos en esta cuestión tan vasta:..»La estructura en la que la conciencia existe y tiene su ser es su condicionamiento: estar atento sin preferencia alguna a este condicionamiento y negarlo totalmente, es estar solo. Esta soledad (aloneness) no es la soledad del aislamiento (loneliness), no implica encerrarse en la ocupación consigo mismo. Esta soledad no es retirarse de la vida: por el contrario, es la total libertad con respecto al conflicto y al dolor, al miedo y a la muerte. Esta soledad es la mutación de la conciencia, la transformación completa de lo que ha sido. Esta soledad es vacio, no es el estado positivo de ser o no ser. Es vacío; en el fuego del vacio la mente se rejuvenece, se vuelve fresca e inocente, Es sólo la inocencia la que puede recibr lo intemporal, lo nuevo que está destruyéndose siempre a si mismo»…

Los invitamos como siempre a participar activamente en este tema de investigación.

Categoría Su Legado

Obras Completas

Publicado el 20 de febrero de 2012

(…) Es, obviamente, esencial que uno se conozca por completo a sí mismo. Eso no implica retirarse de la vida, sino más bien comprender la relación, la relación con las cosas, las personas, y las ideas. Y la experiencia puede ser comprendida únicamente por medio del conocimiento propio; la experiencia no está separada del conocimiento de nosotros mismos.

Desafortunadamente, la mayoría de nosotros no busca el conocimiento propio, sino aferrarse a la experiencia. Y usamos la experiencia como un patrón de medida para descubrir a Dios, la verdad, la realidad, o como prefieran llamarlo. De modo que la experiencia, para casi todos nosotros, se ha convertido en la norma de evaluación.

Pero la experiencia, ¿revela la verdad? Por cierto, la experiencia es una distracción, un proceso alejado de uno mismo. Es decir, casi todos nosotros ignoramos por completo el proceso total de nuestra existencia, no vemos que escapamos constantemente de nosotros mismos. Dentro de nosotros, lo admitamos o no, consciente o inconscientemente, hay un estado de pobreza, de vacuidad, que tratamos de encubrir, del cual procuramos escapar. Y, en el proceso de encubrir ese estado interno, tenemos numerosas experiencias, nos apegamos a diversos puntos de vista, a diversas creencias. Y estas distracciones, que evidentemente nos alejan de nosotros mismos, son las experiencias.

O sea, uno percibe, conciente o inconcientemente, una sensación de vacuidad interna, de insuficiencia, la sensación de que uno nada es. Casi todos nos damos cuenta de eso, pero no estamos dispuestos a afrontarlo, a comprender lo que es eso; procuramos escapar de ese estado de vacuidad, de ese estado de no ser, ya sea aferrándonos a la propiedad, o por medio del nombre, de la posición, de la familia, de las personas o del conocimiento.

Este escapar de nosotros mismos es llamado experiencia, y a estos escapes nos apegamos; por consiguiente, los medios de escape se vuelven mucho más importantes que la comprensión de nosotros mismos. Los medios para escapar de nuestro propio estado nos ofrecen la felicidad, por eso la experiencia llega a ser un obstáculo para la comprensión de lo que es.

Es decir, expresándolo de una manera diferente: casi todos nos damos cuenta de que estamos solos y, para escapar de esa sensación de soledad, encendemos la radio o leemos un libro o nos apegamos a una persona o nos volvemos adictos al conocimiento. Este escaparnos de lo que es, nos brinda diversas experiencias a las que nos asimos.

Entonces la propiedad, el nombre, la posición, el prestigio, se vuelven extraordinariamente importantes. Asimismo, adquieren importancia las personas, ya sea que se trate de una o de muchas, del individuo o del grupo, la sociedad. Y de igual manera, se vuelve extraordinariamente importante el conocimiento como medio de escapar de nosotros mismos.

Encubrimos, pues, esa vacuidad, esa sensación de soledad, por medio del conocimiento, de la relación, de las posesiones; por eso las posesiones, las relaciones y los conocimientos adquieren una importancia extraordinaria, ya que sin eso nos sentimos perdidos. Sin eso estamos cara a cara con nosotros mismos tal como somos, y para escapar de ello recurrimos a todos estos medios y quedamos atrapados en las experiencias de tales escapes.

Usamos esas experiencias como una norma, un patrón de medida para descubrir la realidad. Pero la realidad, o Dios, es lo desconocido, y no puede ser medido por nuestra experiencia, por nuestro condicionamiento. Para dar con ello, debemos desechar todos los escapes y enfrentarnos a lo que es, o sea, a nuestra solitud, a nuestra extraordinaria sensación de ser nada. Porque, aunque no nos guste reconocerlo, estamos vacíos, y por eso nos hemos rodeado de cosas mediante las cuales escapamos de nosotros mismos.

Por consiguiente, la experiencia no es una medida, no es el camino hacia la realidad, ya que, al fin y al cabo, experimentamos conforme a nuestra creencia, a nuestro condicionamiento, y esa creencia es, evidentemente, un modo de escapar de nosotros mismos. Para conocerme, no necesito tener ninguna creencia; sólo debo observarme a mí mismo claramente y sin optar, observarme en la relación, en los escapes, en los apegos.

Y esa observación debe estar exenta de todo prejuicio, de toda conclusión, de toda determinación previa. En esa pasiva percepción alerta, uno descubre este notable sentido de soledad creativa. Estoy seguro de que la mayoría de ustedes lo ha experimentado: la sensación de un total vacío al que nada puede llenar.

Únicamente permaneciendo en ese estado, cuando todos los valores han cesado por completo, cuando somos capaces de estar solos y de enfrentarnos sin sentido alguno de escape, a esa soledad, únicamente entonces, se revela la realidad.

Porque los valores no son sino el resultado de nuestro condicionamiento; se basa en una creencia y son un obstáculo para la comprensión de lo real.

Pero esa es una tarea ardua que muy pocos estamos dispuestos a emprender. De modo que nos apegamos a las experiencias; místicas, supersticiosas, experiencias de relación, del así llamado amor, y las experiencias de posesión. Estas experiencias llegan a ser muy significativas, porque de ellas estamos hechos. Estamos hechos de creencias, de condicionamientos, de influencias ambientales; ése es nuestro trasfondo.

Y desde ese trasfondo juzgamos, evaluamos. Y cuando uno pasa por todo el proceso de este trasfondo y lo comprende, llega a un punto en que está completamente solo. Y para dar con la realidad, uno tiene que estar solo, lo cual no quiere decir que ha de escapar, apartarse de la vida. Por el contrario, esta soledad es la completa intensificación de la vida, porque entonces uno está libre del trasfondo, del recuerdo de las experiencias de escape. En esa soledad no hay opciones, no hay miedo a lo que es. El miedo surge sólo cuando no estamos dispuestos a reconocer, a ver lo que es.

Por lo tanto, es esencial para que la realidad se manifieste, desechar los innumerables escapes que hemos establecido y en los que nos hallamos aprisionados. Después de todo, si ustedes observan, verán cómo usamos a las personas, cómo usamos a nuestras esposas, a nuestros maridos, a los grupos, a las nacionalidades, todo para escapar de nosotros mismos. Buscamos consuelo en la relación, lo cual genera ciertas experiencias, y a esas experiencias nos apegamos. Además, para escapar de nosotros mismos, concedemos una importancia extraordinaria al conocimiento, pero el conocimiento no es, evidentemente, el camino que pueda conducirnos a la realidad. Para que la realidad se manifieste, la mente debe estar por completo vacía y silenciosa. Pero una mente agitada todo el tiempo por sus conocimientos, adicta a ideas y creencias, siempre parloteando, no puede recibir aquello que es.

De igual manera, si buscamos consuelo en la relación, ésta es, entonces, una forma de huir de nosotros mismos. Al fin y al cabo, en la relación deseamos consuelo, algo en qué confiar, en qué apoyarnos, queremos que se nos ame, que se nos posea, todo lo cual denota la pobreza de nuestro propio ser. También nuestro deseo de propiedades, fama, títulos, posesiones, denota esa insuficiencia interna.

Cuando uno se da cuenta de que éste no es el camino hacia la realidad, llega a ese estado en que la mente ya no busca más consuelo, en el que está por completo contenta con lo que es –lo cual no significa estancamiento–. En el acto de escapar de lo que es, hay muerte; en el reconocimiento y percepción de lo que es, hay vida. Por eso, la experiencia basada en el condicionamiento, en una creencia –que es el resultado de escapar de nosotros mismos—y la experiencia de la relación, se convierten en un obstáculo, un bloqueo, encubren nuestras propias insuficiencias. Sólo cuando reconocemos que estas cosas son un escape y, por lo tanto, vemos su verdadero valor, sólo entonces, hay posibilidad de permanecer serenos, silenciosos en ese vacío, en esa soledad creativa. Y, cuando la mente se halla muy quieta, sin aceptar ni rechazar, cuando está pasivamente alerta a lo que es, entonces, esa inconmensurable realidad puede manifestarse.

Cuarta plática en Londres, 23 de octubre de 1949

Tomo V, Ed. Kier,  Pag 462 a 465

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Conferencia en Londres

Publicado el 20 de febrero de 2012

Interlocutor: Yo me siento muy solo, y anhelo alguna entrañable relación humana. En vista de que no puedo encontrar un compañero, ¿qué debo hacer?

Krishnamurti: Una de nuestras dificultades es, por cierto, que queremos ser felices por medio de algo, de una persona, un símbolo, una idea, por medio de la virtud, de la acción, de la compañía. Creemos que la felicidad, o la realidad, o como guste llamarlo puede encontrarse por medio de algo. Debido a eso sentimos que, mediante la acción, mediante ciertas ideas, hallaremos la felicidad.

Sintiéndome, pues, sólo, quiero encontrar a alguien o alguna idea por cuyo intermedio pueda ser dichoso. Pero la soledad permanece siempre; está siempre ahí, escondida. Y como me atemoriza e ignoro cuál es la naturaleza íntima de esta soledad, quiero encontrar algo a qué aferrarme. Así, pues, pienso que por medio de algo, por medio de una persona, seré feliz. De este modo, mi mente está siempre ocupada en encontrar algo.

Por medio de muebles, de una casa, de libros, de personas, de ideas, rituales, símbolos, abrigo la esperanza de lograr algo, de hallar la felicidad. Y así es como las cosas, las personas, las ideas, se tornan extraordinariamente importantes, porque a través de ellas espero encontrar lo que busco. Por lo tanto empiezo a depender de ellas.

Pero, con todo eso, sigue existiendo esto que no he comprendido, que no he resuelto: la ansiedad, el miedo continúa allí. Y aún cuando veo que continúa allí, quiero usar aquellas cosas, abrirme paso, encontrar lo que está más allá.

Así, mi mente lo utiliza todo como un medio para ir más allá; de esa manera lo convierte todo en trivial. Si yo le uso a usted para realizar mi felicidad, usted se vuelve muy poco importante, porque lo que me interesa es mi felicidad. En consecuencia, cuando la mente se halla ocupada con la idea de que puede lograr la felicidad por intermedio de alguien, por medio de una cosa o de una idea, ¿no convierte, acaso, en transitorios todos estos medios? Porque mi interés está puesto, entonces, en otra cosa, en captar algo que está más allá.

¿No es muy importante que yo comprenda esta soledad, esta aflicción, este dolor de la extraordinaria vacuidad interna? Porque si comprendo esto, tal vez no utilice nada con el fin de encontrar la felicidad. No usaré a Dios como un medio de adquirir la paz, ni usaré un ritual para tener más sensaciones, exaltaciones, inspiraciones. La cosa que está devorando mi corazón es este sentimiento de miedo, mi soledad, mi vació interno. ¿Puedo comprender esto? ¿Puedo resolverlo?

Casi todos nosotros nos sentimos muy solos ¿verdad? Sea lo que fuere que hagamos, escuchar la radio, leer libros, dedicarnos a la política, a la religión, etc., ninguna de estas cosas puede realmente ocultar esta soledad. Puedo estar socialmente activo, puedo identificarme con ciertas filosofías organizadas, pero por cualquier cosa que haga, eso sigue ahí en el fondo de mi inconciencia, o en las más recónditas profundidades de mi ser.

¿Cómo habérmelas con ello? ¿Cómo sacarlo a la luz y resolverlo completamente? Además, toda mi tendencia es condenar, ¿no es así? Me atemoriza lo que desconozco, y el temor es el resultado de condenar, ¿no es así? Después de todo, no conozco la naturaleza de la soledad; de hecho, no sé lo que es. Pero mi mente la ha juzgado diciendo que es temible. Tiene opiniones, sobre el hecho, tiene ideas acerca de la soledad. Y son estas ideas, estas opiniones, las que generan el temor y me impiden mirar realmente esta soledad.

Espero estar expresándome claramente. O sea: me siento solo y eso me atemoriza. ¿Cuál es la causa del temor? ¿No es porque ignoro las implicaciones que contiene la soledad? Si conociera el contenido de la soledad, no la temería. Pero, debido a que tengo una idea de lo que podría ser, escapo de ella. Lo que genera temor es el hecho mismo de escapar, no el de mirar la soledad. Para mirarla, para permanecer con ella, no puedo condenarla. Y cuando soy capaz de afrontar la soledad, soy capaz de amarla, de examinarla.

Entonces, esa soledad que tanto me atemoriza, ¿es meramente una palabra? ¿No es, en realidad, un estado esencial, quizá  la puerta que puede conducirme al descubrimiento? Esa puerta puede llevarme más allá, de modo tal que la mente comprenda ese estado en el que debe estar sola, incontaminada.

Porque todos los otros procesos que la alejan de esa soledad, son desviaciones, escapes, distracciones. Si pudiera vivir con la soledad sin condenarla, entonces, gracias a eso, la mente quizá podría descubrir ese estado en el que  se halla por completo sola (alone), no aislada (lonely) sino totalmente sola, libre, sin depender de nada, sin procurar encontrar la felicidad por intermedio de algo.

Es necesario estar solo de ese modo, conocer esa soledad (aloneness) no inducida por las circunstancias, esa soledad que no es aislamiento, esa soledad creativa en que la mente ya no está buscando ni la felicidad ni la virtud, y ya no genera resistencias. Es la mente sola, libre, la que puede descubrir, no la mente que ha sido contaminada, corrompida por sus propias experiencias. De esta manera, la solead (loneliness) de la que todos somos conscientes, quizá pueda, si sabemos como mirarla, abrir una puerta hacia la realidad.

Londres, 7 de abril de 1953

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Diario

Publicado el 20 de febrero de 2012

29 de junio

El amor no es apego. El amor no produce pesar. En el amor no hay desesperación ni esperanza. El amor no puede hacerse respetable, convertirse en parte del esquema social. Cuando él no está presente, comienza el afán en todas sus formas.

Poseer y ser poseído se considera que es una forma de amar. Este instinto de poseer a una persona o un trozo de algo que sea propiedad de uno no proviene meramente de las exigencias de la sociedad o de las circunstancias, sino que brota de una fuente mucho más profunda. Procede de las profundidades de la soledad. Cada cual intenta llenar esta soledad de diferentes maneras, con la bebida, con la religión organizada, las creencias, alguna forma de actividad, etc. Son todos escapes, pero eso aún sigue ahí.

El comprometerse con alguna organización, con alguna creencia o actividad, es ser poseído por ellas negativamente; y positivamente es poseerlas. La posesividad negativa y la positiva consisten en hacer el bien, cambiar el mundo, y en el así llamado amor. Controlar a otro, moldear a otro en el nombre del amor son expresiones del instinto de posesión, negativo y positivo, así como el impulso de encontrar en otro seguridad, protección y bienestar. El olvidarse de uno mismo por medio de otro o de alguna actividad, contribuye al apego. De este apego provienen el dolor y la desesperación, y de ello  surge la reacción para el desapego. Y en esta contradicción entre apego y desapego se originan el conflicto y la frustración.

No hay escape de la soledad; ella es un hecho y el escapar de los hechos engendra confusión y dolor.

Pero no poseer nada es un estado extraordinario, no poseer siguiera una idea, saber dejar en paz a una persona o una cosa. Cuando la idea, el pensamiento echa raíces, eso ya se convierte en posesión y entonces comienza la guerra para verse libre. Y esta libertad no es libertad en absoluto; sólo es una reacción. Las reacciones arraigan, y nuestra vida es el terreno en que las raíces se han desarrollado. Cortar todas las raíces, una por una, es un absurdo psicológico. Eso no puede hacerse. Sólo debe ser visto el hecho,la soledad, y entonces todas las otras cosas se desvanecen.

30 de junio

(…) Caminando, rodeado por estas violáceas y desnudas montañas rocosas, súbitamente advino la soledad. Completa soledad. Estaba en todas partes y tenía una inmensa, insondable riqueza; poseía esa belleza que está más allá del pensamiento y del sentimiento. No estaba quieta; era algo viviente, en movimiento, que llenaba cada rincón y escondrijo. La cima de la alta montaña rocosa fulguraba con el sol poniente, y esa misma luz y color colmaban los cielos de soledad.

Era un estado singular de soledad, no de aislamiento sino de soledad, como una gota de lluvia que contiene en sí todos los mares de la tierra. No era alegría ni tristeza, sino plena soledad. No tenía cualidad, forma ni color, que harían de ella algo reconocible, mensurable. Vino como un relámpago y sembró su semilla. No germinó, pero ahí estaba en toda su plenitud. No existía el tiempo para que hubiera maduración; el tiempo tiene sus raíces en el pasado. Este era un estado sin raíces y sin causa. Un estado totalmente “nuevo”, que nunca ha sido y nunca será, porque es algo vivo.

El aislamiento es lo conocido, y así es la soledad que procede del aislamiento; son estados reconocibles porque han sido experimentados con frecuencia, real o imaginariamente. Su misma familiaridad engendra temor y cierto menosprecio santurrón, de lo cual surgen el cinismo y los dioses. Pero este auto-aislamiento y su soledad, no conducen a la vital y madura soledad; debe terminarse con ellos, no con el fin de ganar algo, sino que deben morir tan naturalmente como el marchitarse de una flor. La resistencia engendra temor pero también aceptación. El cerebro debe lavarse a sí mismo y quedar limpio de todos estos astutos artificios.

Sin relación alguna con estos rodeos y retorcimientos de la conciencia autocontaminada, por completo diferente es esta inmensa soledad. Toda creación tiene lugar en ella. La creación destruye, y así ella es siempre lo desconocido.

Esta soledad estuvo ahí durante toda la tarde de ayer, y se mantenía al despertar uno en medio de la noche. (…)

Diario, Ed. Sudamericana, segunda edición, Bs As 1961, pags: 19 a 22

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