(…) Es, obviamente, esencial que uno se conozca por completo a sí mismo. Eso no implica retirarse de la vida, sino más bien comprender la relación, la relación con las cosas, las personas, y las ideas. Y la experiencia puede ser comprendida únicamente por medio del conocimiento propio; la experiencia no está separada del conocimiento de nosotros mismos.
Desafortunadamente, la mayoría de nosotros no busca el conocimiento propio, sino aferrarse a la experiencia. Y usamos la experiencia como un patrón de medida para descubrir a Dios, la verdad, la realidad, o como prefieran llamarlo. De modo que la experiencia, para casi todos nosotros, se ha convertido en la norma de evaluación.
Pero la experiencia, ¿revela la verdad? Por cierto, la experiencia es una distracción, un proceso alejado de uno mismo. Es decir, casi todos nosotros ignoramos por completo el proceso total de nuestra existencia, no vemos que escapamos constantemente de nosotros mismos. Dentro de nosotros, lo admitamos o no, consciente o inconscientemente, hay un estado de pobreza, de vacuidad, que tratamos de encubrir, del cual procuramos escapar. Y, en el proceso de encubrir ese estado interno, tenemos numerosas experiencias, nos apegamos a diversos puntos de vista, a diversas creencias. Y estas distracciones, que evidentemente nos alejan de nosotros mismos, son las experiencias.
O sea, uno percibe, conciente o inconcientemente, una sensación de vacuidad interna, de insuficiencia, la sensación de que uno nada es. Casi todos nos damos cuenta de eso, pero no estamos dispuestos a afrontarlo, a comprender lo que es eso; procuramos escapar de ese estado de vacuidad, de ese estado de no ser, ya sea aferrándonos a la propiedad, o por medio del nombre, de la posición, de la familia, de las personas o del conocimiento.
Este escapar de nosotros mismos es llamado experiencia, y a estos escapes nos apegamos; por consiguiente, los medios de escape se vuelven mucho más importantes que la comprensión de nosotros mismos. Los medios para escapar de nuestro propio estado nos ofrecen la felicidad, por eso la experiencia llega a ser un obstáculo para la comprensión de lo que es.
Es decir, expresándolo de una manera diferente: casi todos nos damos cuenta de que estamos solos y, para escapar de esa sensación de soledad, encendemos la radio o leemos un libro o nos apegamos a una persona o nos volvemos adictos al conocimiento. Este escaparnos de lo que es, nos brinda diversas experiencias a las que nos asimos.
Entonces la propiedad, el nombre, la posición, el prestigio, se vuelven extraordinariamente importantes. Asimismo, adquieren importancia las personas, ya sea que se trate de una o de muchas, del individuo o del grupo, la sociedad. Y de igual manera, se vuelve extraordinariamente importante el conocimiento como medio de escapar de nosotros mismos.
Encubrimos, pues, esa vacuidad, esa sensación de soledad, por medio del conocimiento, de la relación, de las posesiones; por eso las posesiones, las relaciones y los conocimientos adquieren una importancia extraordinaria, ya que sin eso nos sentimos perdidos. Sin eso estamos cara a cara con nosotros mismos tal como somos, y para escapar de ello recurrimos a todos estos medios y quedamos atrapados en las experiencias de tales escapes.
Usamos esas experiencias como una norma, un patrón de medida para descubrir la realidad. Pero la realidad, o Dios, es lo desconocido, y no puede ser medido por nuestra experiencia, por nuestro condicionamiento. Para dar con ello, debemos desechar todos los escapes y enfrentarnos a lo que es, o sea, a nuestra solitud, a nuestra extraordinaria sensación de ser nada. Porque, aunque no nos guste reconocerlo, estamos vacíos, y por eso nos hemos rodeado de cosas mediante las cuales escapamos de nosotros mismos.
Por consiguiente, la experiencia no es una medida, no es el camino hacia la realidad, ya que, al fin y al cabo, experimentamos conforme a nuestra creencia, a nuestro condicionamiento, y esa creencia es, evidentemente, un modo de escapar de nosotros mismos. Para conocerme, no necesito tener ninguna creencia; sólo debo observarme a mí mismo claramente y sin optar, observarme en la relación, en los escapes, en los apegos.
Y esa observación debe estar exenta de todo prejuicio, de toda conclusión, de toda determinación previa. En esa pasiva percepción alerta, uno descubre este notable sentido de soledad creativa. Estoy seguro de que la mayoría de ustedes lo ha experimentado: la sensación de un total vacío al que nada puede llenar.
Únicamente permaneciendo en ese estado, cuando todos los valores han cesado por completo, cuando somos capaces de estar solos y de enfrentarnos sin sentido alguno de escape, a esa soledad, únicamente entonces, se revela la realidad.
Porque los valores no son sino el resultado de nuestro condicionamiento; se basa en una creencia y son un obstáculo para la comprensión de lo real.
Pero esa es una tarea ardua que muy pocos estamos dispuestos a emprender. De modo que nos apegamos a las experiencias; místicas, supersticiosas, experiencias de relación, del así llamado amor, y las experiencias de posesión. Estas experiencias llegan a ser muy significativas, porque de ellas estamos hechos. Estamos hechos de creencias, de condicionamientos, de influencias ambientales; ése es nuestro trasfondo.
Y desde ese trasfondo juzgamos, evaluamos. Y cuando uno pasa por todo el proceso de este trasfondo y lo comprende, llega a un punto en que está completamente solo. Y para dar con la realidad, uno tiene que estar solo, lo cual no quiere decir que ha de escapar, apartarse de la vida. Por el contrario, esta soledad es la completa intensificación de la vida, porque entonces uno está libre del trasfondo, del recuerdo de las experiencias de escape. En esa soledad no hay opciones, no hay miedo a lo que es. El miedo surge sólo cuando no estamos dispuestos a reconocer, a ver lo que es.
Por lo tanto, es esencial para que la realidad se manifieste, desechar los innumerables escapes que hemos establecido y en los que nos hallamos aprisionados. Después de todo, si ustedes observan, verán cómo usamos a las personas, cómo usamos a nuestras esposas, a nuestros maridos, a los grupos, a las nacionalidades, todo para escapar de nosotros mismos. Buscamos consuelo en la relación, lo cual genera ciertas experiencias, y a esas experiencias nos apegamos. Además, para escapar de nosotros mismos, concedemos una importancia extraordinaria al conocimiento, pero el conocimiento no es, evidentemente, el camino que pueda conducirnos a la realidad. Para que la realidad se manifieste, la mente debe estar por completo vacía y silenciosa. Pero una mente agitada todo el tiempo por sus conocimientos, adicta a ideas y creencias, siempre parloteando, no puede recibir aquello que es.
De igual manera, si buscamos consuelo en la relación, ésta es, entonces, una forma de huir de nosotros mismos. Al fin y al cabo, en la relación deseamos consuelo, algo en qué confiar, en qué apoyarnos, queremos que se nos ame, que se nos posea, todo lo cual denota la pobreza de nuestro propio ser. También nuestro deseo de propiedades, fama, títulos, posesiones, denota esa insuficiencia interna.
Cuando uno se da cuenta de que éste no es el camino hacia la realidad, llega a ese estado en que la mente ya no busca más consuelo, en el que está por completo contenta con lo que es –lo cual no significa estancamiento–. En el acto de escapar de lo que es, hay muerte; en el reconocimiento y percepción de lo que es, hay vida. Por eso, la experiencia basada en el condicionamiento, en una creencia –que es el resultado de escapar de nosotros mismos—y la experiencia de la relación, se convierten en un obstáculo, un bloqueo, encubren nuestras propias insuficiencias. Sólo cuando reconocemos que estas cosas son un escape y, por lo tanto, vemos su verdadero valor, sólo entonces, hay posibilidad de permanecer serenos, silenciosos en ese vacío, en esa soledad creativa. Y, cuando la mente se halla muy quieta, sin aceptar ni rechazar, cuando está pasivamente alerta a lo que es, entonces, esa inconmensurable realidad puede manifestarse.
Cuarta plática en Londres, 23 de octubre de 1949
Tomo V, Ed. Kier, Pag 462 a 465