[…] La muerte es un problema bastante complejo, si es que realmente hemos de experimentar y penetrar en él profundamente. Nosotros, o lo racionalizamos, lo explicamos intelectualmente y nos desentendemos de él, o bien tenemos creencias, dogmas, ideas a que recurrimos. Pero los dogmas, creencias, racionalizaciones no resuelven el problema. La muerte está ahí, siempre está ahí. Aunque los médicos y científicos puedan prolongar la maquinaria física por cincuenta o más años, la muerte está esperando. Y para comprenderla tenemos que penetrarla, no verbalmente, intelectual o sentimentalmente, sino de veras encarar el hecho y penetrar en él. Eso requiere mucha energía, gran claridad de percepción; y la energía y la claridad faltan cuando hay miedo. A la mayoría de nosotros, seamos jóvenes o viejos, nos asusta la muerte. Aunque vemos pasar la carroza fúnebre todos los días, la muerte nos espanta; y donde hay miedo no hay comprensión. De modo que para entrar en el problema de la muerte, el requisito primero, esencial, es estar libre del miedo. Y por “entrar” entiendo el vivir con la muerte –no verbalmente, no intelectualmente, sino de hecho saber lo que se siente al vivir con algo tan drástico, tan definitivo, con lo que no podéis discutir, no podéis regatear. Pero para hacer esto, primero tiene uno que estar libre del miedo; y eso es extraordinariamente difícil. ¿Habéis alguna vez ensayado morir para algo? Morir, sin argumento, sin elección, para un dolor, o más especialmente para un placer. En el morir no hay argumento; no podéis argüir con la muerte; es definitiva, absoluta. Del mismo modo tiene uno que morir para un recuerdo, para un pensamiento, para todas las cosas, para las ideas que ha acumulado, reunido. Si lo habéis ensayado, sabréis cuán extraordinariamente difícil es eso; cómo la mente, el cerebro, se aferra, se apega a un recuerdo. Abandonar algo totalmente, completamente, sin pedir nada en cambio, requiere una clara percepción, ¿verdad? Mientras haya continuidad de pensamiento como tiempo, como placer y dolor, tiene que haber miedo, y donde hay miedo, no hay comprensión. Creo que esto es bastante sencillo y claro. Tiene uno miedo de tantas cosas; pero si tomáis una de esas cosas; y morís para ella por completo, entonces hallaréis que la muerte no es aquello que habíais imaginado que era; es algo totalmente diferente. Pero nosotros queremos continuidad. Hemos tenido experiencias, reunido conocimientos, acumulado diversas formas de virtud, formado un carácter, etc.; y tenemos miedo de que eso termine; y así preguntamos: “¿Qué me pasará cuando venga la muerte?” y ese es en realidad el problema. Conociendo la inevitabilidad de la muerte, recurrimos a la creencia en la reencarnación, la resurrección y todas las fantasías involucradas en la creencia –lo que en realidad es una continuación de lo que sois. Y de hecho ¿Qué sois? Dolor, esperanza, desesperación, diversas formas de placer; estáis atados por el tiempo y la tristeza. Tenemos unos pocos momentos de alegría pero el resto de nuestra vida es vacío, superficial, una constante batalla, lleno de lucha y miseria. Eso es todo lo que conocemos de la vida y esto es lo que queremos que continúe. Nuestra vida es la continuidad de lo conocido; nos movemos y actuamos de lo conocido a lo conocido; y cuando lo conocido se destruye, surge la sensación del miedo, miedo de hacer frente a lo desconocido. La muerte es lo desconocido. Así pues, ¿puede uno morir para lo conocido y hacerle frente? Esa es la cuestión. No estoy hablando de teorías. No estoy traficando con ideas. Estamos tratando de descubrir qué significa vivir. Vivir sin miedo puede ser inmortalidad, estar libre de la muerte. Morir para los recuerdos, para el ayer y el mañana, es por cierto vivir con la muerte; y en ese estado no hay miedo de la muerte y de todas las absurdas invenciones que el miedo crea. ¿Y qué significa morir interiormente? El pensamiento es una continuidad del ayer hacia el futuro, ¿verdad? El pensamiento es la respuesta de la memoria. La memoria es el resultado de la experiencia y ésta es la respuesta del reto y la respuesta. Podéis ver que el pensamiento funciona siempre en el terreno de lo conocido; y en tanto esté funcionando la maquinaria del pensamiento, tiene que haber miedo. Porque es el pensamiento el que impide inquirir en lo desconocido. Mirad, estamos tratando de examinar esto juntos. No os estoy hablando como una persona que ha descubierto algo nuevo y os lo está refiriendo simplemente para que sólo lo sigáis verbalmente. Debéis seguirlo y escudriñar vuestra propia mente y corazón. Debe haber conocimiento propio; porque el conocerse a sí mismo es el comienzo de la libertad del miedo. Nos preguntamos si es posible vivir con la muerte, no a último momento cuando la mente está enferma o hay vejez o un accidente, sino de hecho descubrirlo ahora. Vivir con la muerte debe ser una experiencia extraordinaria, algo totalmente nuevo, no pensado, y que el pensamiento no puede descubrir. Y para descubrir qué significa vivir con la muerte debéis tener inmensa energía ¿no es así? (…) Morir cada día significa no arrastrar todas vuestras ambiciones de ayer, vuestros agravios, vuestros deseos de realización, vuestros rencores, vuestros odios. La mayoría de nosotros decaemos, pero eso no es morir. Morir es saber que es el amor. El amor no tiene continuidad ni mañana. El retrato de una persona en la pared, la imagen en vuestra mente, eso no es amor, es sólo recuerdo. Como el amor es lo desconocido, así también la muerte es lo desconocido. Y para penetrar en lo desconocido, que es la muerte y el amor, tiene uno que morir primero para lo conocido. Sólo entonces la mente es fresca, joven e inocente; y en eso no hay muerte. Sabéis, si os observáis a vosotros mismos como en un espejo, veréis que no sois más que un haz de recuerdos, ¿verdad? Y todos los recuerdos son el pasado; todos han terminado, ¿verdad? ¿No puede, pues, uno morir para todo eso de un golpe? Esto puede hacerse, sólo que exige mucha autoinvestigación, y darse cuenta de cada pensamiento, de cada gesto, de cada palabra, de manera que no haya acumulación. Por cierto, uno puede hacer esto. Entonces sabréis que es morir cada día; y tal vez sepamos también entonces que es amar cada día, y no simplemente conocer el amor como recuerdo. Todo lo que ahora conocemos es el humo del apego, el humo de los celos, de la envidia, de la ambición, de la codicia, y todas esas cosas. No conocemos la llama tras el humo. Pero si uno puede apartar el humo completamente, entonces encontraremos que vivir y morir son la misma cosa, no teóricamente sino de hecho. Después de todo, lo que continúa, lo que no llega a un término, no es creativo. Lo que tiene continuidad jamás puede ser nuevo. Es sólo en la destrucción de la continuidad que existe lo nuevo. No me refiero a la destrucción social o económica; eso es muy superficial. Y si habéis penetrado en esto muy profundamente, no sólo al nivel consciente sino mucho más hondo, más allá del alcance del pensamiento, más allá de toda conciencia –la cual está aún dentro del marco del pensamiento– entonces hallaréis que morir es algo extraordinario. Entonces morir es creación. No el escribir poemas, pintar cuadros o inventar nuevos artefactos –eso no es creación. La creación viene sólo cuando habéis muerto para todas las técnicas, para todo conocimiento, para todas las palabras. La muerte, pues, tal como la concebimos, es miedo. Y cuando no hay miedo porque estáis invitando a la muerte cada minuto, entonces cada minuto es algo nuevo; es nuevo porque interiormente lo viejo ha sido destruido. Y para destruir no debe haber miedo, sino sólo el sentido de completa soledad; poder estar completamente solo, sin Dios, sin familia, sin nombre, sin tiempo. Y eso no es desesperación. La muerte no es desesperación. Al contrario, es vivir cada instante completamente, totalmente, sin la limitación del pensamiento. Y entonces encontraréis que la vida es muerte, y que la muerte es creación y amor. La muerte, que es destrucción, es creación y amor; ellos siempre van juntos; los tres son inseparables. […] La creación no es expresión, está más allá del pensamiento y del sentimiento, está libre de la técnica, libre de palabra y color. Y esa creación es amor. 19 de Setiembre de 1961
Jiddu, Krishnamurti: El estado creativo de la mente, Editorial Kier, Buenos Aires, página 285 a 294.- [Cap. 28]