A la luz de Krishnamurti

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LA BONDAD

Publicado el 8 de marzo de 2016

foto de K con chicos Hannah Arendt hizo famosa, por lo impactante, la frase: «La banalidad del mal». Siguiendo la misma línea de pensamiento,  observamos, si lo hacemos atentamente, que la maldad es en última instancia ignorancia. Ignorancia de lo que es, ignorancia de lo que somos. ¿Conocen ustedes a una mala persona, feliz, en armonía, plena? Que sentido tienen pues sus vidas? Y si  las respuestas pueden parecer tan obvias y tan simples, ¿porque se cree generalmente que los malvados son seres básicamente inteligentes? Son todas preguntas para nuestra investigación.

Si bien K no aceptaba que la maldad y la bondad eran cara y contracara de una misma moneda, parecería que LA BONDAD sería una cualidad esencial del conocimiento propio e inseparable del amor…

Categoría Su Legado

Cartas a las escuelas I

Publicado el 8 de marzo de 2016

15 de septiembre de 1978

La bondad sólo puede florecer en libertad. No puede hacerlo en el suelo de la persuasión bajo ninguna de sus formas, ni bajo compulsión, ni tampoco es el resultado de la recompensa. No se manifiesta cuando existe cualquier clase de imitación o conformidad y, naturalmente, no puede existir cuando hay temor. La bondad se muestra a sí misma en la conducta, y esta conducta tiene su base en la sensibilidad. Esta bondad se expresa en la acción. Todo el movimiento del pensar no es bondad. El pensamiento, que es tan complejo, debe ser comprendido, pero la misma comprensión del pensamiento hace que éste se dé cuenta de su propia limitación.

La bondad no tiene opuesto. La mayoría de nosotros considera la bondad como el opuesto de la maldad o del mal, y así es como a lo largo de la historia y en cualquier cultura, la bondad se ha visto como la otra cara de lo brutal. Por eso el hombre ha luchado siempre contra el mal a fin de ser bueno; pero la bondad nunca puede surgir si existe forma alguna de violencia o lucha.

La bondad se revela a sí misma en la conducta, en la acción y en la relación. Generalmente, nuestra conducta diaria se basa o bien en el seguimiento de determinados patrones —mecánicos y, por ende, superficiales— o está de acuerdo con algún motivo, pensado muy cuidadosamente, que tiene su fundamento en la recompensa o el castigo. De modo que, consciente o inconscientemente, nuestra conducta es calculada. Y esto no es buena conducta. Cuando nos damos cuenta de ello, no meramente de manera intelectual o amontonando palabras, entonces de esa misma negación total nace la verdadera buena conducta.

La buena conducta es, esencialmente, la ausencia del sí mismo, del yo. Se revela en la cortesía, en la consideración por los demás, en el ceder sin pérdida alguna de integridad. Así la conducta se vuelve extraordinariamente importante; no es un asunto casual que pueda pasarse por alto o un juguete para una mente sofisticada. Esa conducta surge de la profundidad del propio ser y forma parte de nuestra existencia cotidiana.

La bondad se muestra en la acción. Debemos diferenciar entre acción y conducta. Posiblemente ambas son la misma cosa, pero por claridad deben ser separadas y examinadas. Actuar correctamente es una de las cosas más difíciles de hacer. Es algo muy complejo y debe ser examinado muy detenidamente, sin impaciencia y sin saltar a ninguna conclusión.

En nuestra vida de todos los días, la acción es un movimiento continuo desde el pasado, interrumpido ocasionalmente con una nueva serie de conclusiones; estas conclusiones se convierten entonces en el pasado y uno actúa de acuerdo con ellas. Actúa de acuerdo con ideas preconcebidas o ideales y, de ese modo, está actuando siempre, o bien desde la acumulación de conocimientos —que son el pasado— o desde un futuro idealista, una utopía.

Nosotros aceptamos una acción así como algo normal. ¿Lo es? Si la cuestionamos es después de que ha ocurrido o antes de realizarla, pero este cuestionamiento se basa en conclusiones previas o en una futura recompensa o castigo:

“Si yo hago esto, obtendré aquello”, y así sucesivamente. De modo que ahora estamos cuestionando toda la idea aceptada acerca de la acción.

La acción tiene lugar después de haber acumulado conocimientos o experiencia; o actuamos y aprendemos de esa acción, agradable o desagradable, y este aprendizaje se vuelve a su vez acumulación de conocimientos. Por lo tanto, ambas acciones están basadas en el conocimiento:

no son diferentes. El conocimiento es siempre el pasado, y así nuestras acciones son siempre mecánicas.

¿Existe una acción que sea no-mecánica, no-repetitiva, no-rutinaria y que, por lo tanto, nunca tengamos que lamentar? Esto es realmente muy importante que se comprenda, porque donde hay libertad y la bondad florece, la acción jamás puede ser mecánica. El escribir es mecánico, aprender un idioma, manejar un automóvil son acciones mecánicas; es mecánico adquirir cualquier clase de conocimiento tecnológico y actuar conforme a ese conocimiento. Por otra parte, en esta actividad mecánica puede que haya una pausa, pero en esa pausa se forma una nueva conclusión, la que a su vez se vuelve mecánica. Uno debe tener en cuenta constantemente que la libertad es esencial para la belleza de la bondad. Existe una acción no mecánica, pero es usted quien tiene que descubrirla. Esta no se le puede enseñar, ni puede instruírsele al respecto; uno no puede aprender de ejemplos, porque entonces tal acción se vuelve imitación y conformidad. Entonces se ha perdido la libertad completamente y no hay bondad.

Creo que para esta carta es suficiente, pero en la próxima continuaremos con el florecimiento de la bondad en la relación.

Página 10,Editorial Edhasa.-

Categoría Su Legado

LA LUZ EN UNO MISMO

Publicado el 8 de marzo de 2016

 ¿Por qué el hombre no ha sido capaz de cambiar? Sólo cambia un poco aquí y allá y, no obstante, demanda que haya una buena sociedad. Quiere orden, no sólo en sí mismo y en sus relaciones, ya sean éstas muy íntimas o de otra índole, sino que además quiere alguna clase de paz en el mundo; quiere que le dejen tranquilo para florecer, para tener alguna clase de beatitud. Si observa, ésta ha sido la exigencia de la humanidad a lo largo de la historia, desde los tiempos antiguos. Y, sin embargo, cuando más civilizado se vuelve el hombre, más desorden crea, más guerras hay. La Tierra no ha conocido ningún período en el que no haya habido guerras, en el que el hombre no haya matado al hombre, una religión destruido a otra religión, una institución u organización dominado y suprimido a otras.
Consciente de esta lucha perpetua, ¿no se pregunta alguna vez si es posible vivir en este mundo, no huir de él, no recluirse en una comuna o convertirse en ermitaño o monje, sino vivir en este mundo de una manera sensata, feliz e inteligente, sin que continúe toda esa lucha por dentro y por fuera? Si lo hace, y espero que lo esté haciendo ahora, porque estamos pensando juntos, entonces usted debe exigir que haya una buena sociedad.
Originar un buena sociedad ha sido el sueño de los antiguos hindúes, griegos y egipcios. Y una buena sociedad sólo podrá existir cuando el hombre sea bueno, porque ser bueno creará bondad en sus relaciones, en sus acciones, en su forma de vida.
Lo bueno también significa lo que es bello. Lo bueno también quiere decir lo que es sagrado; está relacionado con Dios, con los más altos principios. Se necesita comprender muy claramente esa palabra bueno. Cuando haya bondad en usted, entonces cualquier cosa que haga será buena: sus relaciones, sus acciones, su forma de pensar. Uno puede captar de forma instantánea toda la significación de esa palabra, su extraordinaria cualidad.
Por favor, reflexionemos cuidadosamente sobre esto juntos, porque si realmente lo investiga muy a fondo, esto afectará su conciencia, su manera de pensar, su forma de vivir. Así que, por favor, póngale un poco de atención a la comprensión de esa palabra. La palabra no es la cosa. Puedo describir una montaña de la manera más bella, pintarla, componer un poema, pero la palabra, la descripción, el poema, no es lo real. Por lo general nos dejamos arrastrar emocional e irracionalmente por las descripciones, por la palabra.
La bondad no es lo puesto de lo que es malo, no está para nada relacionada con lo que es feo, maligno, malo, con lo que no es bello. La bondad existe por sí sola. Si usted dice que el bien es el resultado de lo malo, de lo maligno o feo, entonces el bien contiene en sí lo malo, lo feo, lo brutal. De manera que el bien debe carecer de toda relación con lo que no es bueno.
Lo bueno no puede existir de ningún modo cuando hay aceptación de cualquier autoridad. La autoridad es muy compleja. Existe la autoridad de la ley que el hombre ha compilado durante muchísimos siglos. Existen la ley de la naturaleza, la ley de nuestra propia experiencia, a la que obedecemos, la de las reacciones mezquinas que dominan nuestras vidas. Luego existen las leyes de las instituciones, de las creencias organizadas a las que se da el nombre de dogmas o religiones. Estamos diciendo que la bondad carece por completo de relación con cualquier forma de autoridad.
Examínelo, mírelo. La bondad no es la búsqueda de conformismo. Si usted se adapta a una creencia, a un concepto, a una idea o principio, eso no es bueno, porque crea conflicto. La bondad no puede florecer por mediación de otro, de una figura religiosa, del dogma o la creencia, sólo puede florecer en el terreno de la atención total, en la cual no hay autoridad alguna. La esencia de la bondad es una mente que no está en conflicto. Y la bondad conlleva gran responsabilidad. Usted no puede ser bueno y permitir que haya guerras. De modo que una persona que sea verdaderamente buena es responsable de la totalidad de su vida.
Estamos preguntando si alguien que ha vivido en una sociedad, bajo las presiones institucionales, de las creencias, de los religiosos autoritarios, puede ser bueno; porque sólo crearemos una sociedad diferente si usted, como ser humano, es total, absoluta, no parcialmente, bueno. ¿Es posible ser bueno viviendo en este mundo, estando casado, con hijos y trabajos? Estamos empleando la palabra en el sentido que implica gran responsabilidad, cuidado, atención, diligencia, amor. La palabra bueno contiene todo eso. ¿Es posible para usted que tiene la amabilidad de escuchar? Si no es posible, entonces usted acepta la sociedad tal cual es. Para crear una sociedad diferente, que sea esencialmente buena, en el contexto en que estamos usando esa palabra, se requiere gran energía. Esto demanda su atención, es decir, su energía. Los seres humanos tienen energía de sobra; cuando quieren hacer algo, lo hacen.
¿Qué impide que cada ser humano sea completamente bueno? ¿Cuál es la barrera? ¿Cuál es el impedimento? ¿Por qué los seres humanos, usted, no son radical, sensatamente buenos? Uno que observa se da cuenta de lo que el mundo es y de que él es el mundo, de que el mundo no es distinto de él, de que él ha creado ese mundo, la sociedad, las religiones con sus innumerables dogmas, creencias, rituales, particiones y fracciones. Esto lo han creado los seres humanos. ¿Es eso lo que nos está impidiendo ser buenos? ¿Se debe a que creemos o a que estamos tan preocupados con nuestros problemas de sexo, temor, ansiedad y soledad, queriendo realizarnos o identificándonos con una cosa u otra? ¿Es eso lo que está impidiendo que un ser humano sea bueno? Si esas cosas nos lo están impidiendo, entonces no poseen ningún valor. Si usted ve que cualquier presión, proveniente de la dirección que sea, incluyendo su propia creencia, sus propios principios e ideales, impide totalmente que esa bondad se manifieste, entonces, naturalmente, usted los descartará sin ninguna ambigüedad, sin ningún conflicto, porque son estúpidos.
El gran caos y desorden extendidos por todo el mundo representan un peligro para la vida. Se están expandiendo por doquier. De manera que, cualquier serio observador de sí mismo y del mundo debe hacerse estas preguntas. Los científicos, los políticos, los filósofos, los psicoanalistas, los gurúes, ya vengan de la India, del Tíbet o de su propio país, han proporcionado toda clase de teorías, pero no han resuelto nuestros problemas humanos. Nadie lo hará. Nosotros mismos tenemos que resolverlos, porque los hemos creado nosotros. Pero, desafortunadamente, no estamos dispuestos a examinar nuestros problemas para investigar por qué llevamos vidas absolutamente centradas en nosotros mismos, egoístas, como de hecho hacemos.
Estamos preguntando si podemos vivir con la bondad, con su belleza, con su santidad. Si no podemos, entonces aceptaremos el creciente peligro del caos en nuestras vidas, en las de nuestros hijos, y así seguido en la línea de descendencia.
¿Estamos dispuestos a adentrarnos en esta cuestión del autoconocimiento? Porque uno es el mundo. Los seres humanos de todo el mundo, cualquiera que sea su color, religión, nacionalidad y creencias, sufren psicológica, interiormente. Pasan por grandes ansiedades, gran soledad, tienen extraordinario sentimiento de desesperación, de depresión, una sensación de falta de sentido en nuestra actual manera de vivir. En el mundo entero la gente es psicológicamente similar. Ésa es una realidad, ésa es la verdad, eso es un hecho. De modo que usted es, psicológicamente, el mundo y el mundo es usted; y cuando usted se comprenda a sí mismo, está comprendiendo toda la estructura y naturaleza humanas. Ésta no es una investigación meramente egoísta, porque cuando se comprende, usted se trasciende a sí mismo, se manifiesta otra dimensión.
¿Qué nos hará cambiar? ¿Más conmociones? ¿Más catástrofes? ¿Distintas formas de gobierno? ¿Diferentes imágenes? ¿Otros ideales? Usted ha tenido variedades de estas cosas y, no obstante, no ha cambiado. Cuanto más sofisticada nuestra educación, cuanto más civilizados nos volvemos –civilizados en el sentido de estar más distantes de la naturaleza–, tanto más nos deshumanizamos. Por lo tanto, ¿qué debería hacer? Como ninguna de las cosas externas a mí me va a ayudar, incluidos todos los dioses, entonces es evidente que sólo tengo que comprenderme. Tengo que ver lo que soy y cambiarme radicalmente. Entonces, de eso surge la bondad y uno puede crear una sociedad buena.

 Editorial Kier, Buenos Aires, 2.000, Págs. 15 a 29.-

Categoría Su Legado

DIARIO II

Publicado el 8 de marzo de 2016

 

Abril 14, 1975

Una serpiente muy grande estaba cruzando el camino de las carretas justo delante de uno; era corpulenta, pesada y se movía perezosamente. Venía de un charco grande que se encontraba un poco más lejos. Era casi negra y la luz del sol crepuscular, al caer sobre ella, daba a su piel un intenso brillo. Avanzaba pausadamente con una señorial dignidad de poder. No advirtió la presencia de uno, que la observaba quietamente y desde muy cerca debía medir bastante más de cinco pies y estaba hinchada con lo que había comido. Subió a un montículo de tierra y uno caminó hacia ella hasta quedar a unas cinco pulgadas de distancia; su negra lengua bifurcada se lanzaba hacia adentro y afuera; estaba moviéndose en dirección a un gran agujero. Uno podría haberla tocado porque tenía una belleza extraña que atraía. Pasaba un aldeano y nos gritó que la dejáramos tranquila porque se trataba de una cobra. Al día siguiente, los lugareños habían puesto sobre el montículo un plato con leche y algunas flores de hibisco. Más lejos, en esa misma carretera, había un arbusto alto y casi deshojado, que tenía espinas de unas dos pulgadas de largo, agudas, grisáceas; ningún animal hubiera osado tocar sus suculentas hojas. Así se protegía y, ¡pobre de cualquiera que lo tocara! Había venados en esos bosques; eran tímidos pero muy curiosos; permitían que la gente se aproximara, pero no demasiado cerca, y si uno lo hacia corrían velozmente alejándose hasta desaparecer entre la maleza. Había un venado que, con los ojos muy abiertos y las grandes orejas hacia adelante, dejaba que uno llegara bastante cerca de él si no había nadie más al lado. Todos ellos tenían manchas blancas sobre una piel de color castaño bermejo. Eran tímidos, mansos y estaban siempre alertas; resultaba agradable encontrarse entre ellos. Había uno completamente blanco, que debe haber sido una verdadera rareza.
El bien no es el opuesto del mal; jamás ha sido alcanzado por el mal aunque se encuentre rodeado por él. El mal no puede dañar al bien, pero el bien puede parecer que causa perjuicio, y entonces el mal se vuelve más artero, más dañino. La maldad puede ser cultivada, agudizada, puede volverse expansivamente violenta; nace dentro del movimiento del tiempo, es alimentada y hábilmente utilizada. Pero la bondad no es del tiempo; de ningún modo puede ser cultivada ni alimentada por el pensamiento; su acción no es visible; no tiene causa y, por tanto, no tiene efecto. El mal no puede convertirse en bien, porque el bien no es el producto del pensamiento; está más allá del pensamiento, como la belleza. La cosa que el pensamiento produce, el pensamiento puede deshacerla, pero eso no es el bien; como el bien no pertenece al tiempo, en él no tiene cabida la duración. Donde está el bien, hay orden, no el orden de la autoridad, del castigo y la recompensa. Este orden es esencial, porque de otro modo la sociedad se destruye a sí misma y el hombre se vuelve maligno, sanguinario, corrupto y degenerado. Porque el hombre es la sociedad; son inseparables. La ley del bien es eterna, inmutable e intemporal. La estabilidad es su naturaleza, y por eso el bien es absolutamente seguro. No existe otra seguridad.

 Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1987, Págs. 128 y 129

Categoría Su Legado

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