A la luz de Krishnamurti

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EL VER

Publicado el 24 de septiembre de 2012

Como habrán apreciado aquellos que vienen siguiendo nuestras publicaciones, en nuestra anterior entrega hemos hablado en este espacio del escuchar. Ahora, asociado indisolublemente a la misma cuestión, el «ver» es nuestro nuevo tema. Todo forma parte de lo mismo: percibir desde otro lugar, despertar en síntesis nuestra sensibilidad. Para comprender la importancia que para K tenía ello, reproducimos sin más palabras textualmente esta contundente afirmación suya:

Con que sólo haya cinco personas que escuchen, que vivan, que tengan la mirada puesta en la eternidad será suficiente...

Categoría Su Legado

Libérese Del Pasado

Publicado el 24 de septiembre de 2012

(…) Ahora bien, mirar es una de las cosas más difíciles en la vida, también escuchar –mirar y escuchar son acciones idénticas. Si las preocupaciones han cegado sus ojos, no pueden ver la belleza de la puesta de sol. Muchos de nosotros hemos perdido el contacto con la naturaleza. (…) ¿Por qué dependemos tanto del arte? ¿Es ésta una forma de escape, un estimulante? Si estuviera directamente en contacto con la naturaleza; si observara el movimiento  de las alas de un pájaro, o la belleza en cada movimiento del cielo, las sombras sobre las colinas, o la belleza en el rostro de otra persona, ¿piensa usted que querría ir a un museo para mirar algún cuadro? Tal vez porque no sabe mirar todas las cosas que le rodean, es que recurre a alguna forma de droga, que estimule para ver mejor.

Me parece a mí que una de nuestras mayores dificultades es ver con toda claridad no sólo las cosas exteriores, sino también la vida interior. Cuando decimos que vemos un árbol o una flor o una persona, ¿las vemos realmente? ¿O sólo vemos la imagen que la palabra ha creado? Es decir, ¿Cuando usted contempla un árbol, o una nube en una tarde llena de luz y encanto lo ve en realidad, no sólo con sus ojos y con el intelecto, sino totalmente, completamente?

¿Ha hecho alguna vez el experimento de mirar una cosa objetiva como un árbol, sin las asociaciones y el conocimiento que ha adquirido acerca de él, sin prejuicio o juicio alguno, sin las palabras que levantan una pantalla entre usted y el árbol y le impiden verlo como es en realidad? Trate de hacerlo y vea lo que realmente ocurre cuando observa el árbol con todo su ser, con la totalidad de su energía. En esa intensidad descubrirá que no hay observación en absoluto, hay atención únicamente. Cuando hay inatención es que existen el observador y lo observado. Cuando usted está mirando algo con toda su atención, no hay espacio para un concepto, una fórmula o un recuerdo. Es importante comprender esto, porque estamos entrando en un asunto que requiere investigación muy cuidadosa.

Tan sólo la mente que mira un árbol, o las estrellas, o los reflejos sobre las aguas de un río con total abandono de sí misma, es la que conoce lo que es la belleza; y cuando realmente estamos viendo, nos encontramos en un estado de amor. Generalmente conocemos la belleza a través de comparaciones, o a través de lo que los hombres han creado, lo cual significa que atribuimos belleza a los objetos. Veo un edificio que me parece hermoso, y aprecio esa belleza por mis conocimientos de arquitectura y porque lo comparo con otros edificios que he visto. Pero ahora me pregunto: ¿”Hay belleza sin objeto?” Cuando hay un observador, que es el censor, el experimentador, el pensador, no hay belleza, porque se atribuye la belleza a algo externo, algo que el observador mira y juzga. Pero cuando no hay observador –y esto requiere intensa meditación e investigación–  entonces se manifiesta la belleza sin el objeto.

(…) Sólo cuando vemos sin idea preconcebida, sin ninguna imagen, somos capaces de estar en contacto directo con algo en la vida. Todas nuestras relaciones son en efecto imaginarias, es decir, se apoyan en una imagen formada por el pensamiento. Si yo tengo una imagen de usted y usted tiene una imagen de mí, no nos vemos naturalmente como somos en realidad. Lo que vemos son las imágenes que hemos formado uno del otro. Estas impiden el contacto entre nosotros y por ese motivo nuestras relaciones fracasan.

(…) Estas imágenes crean el espacio entre usted y lo que observa, y en ese espacio hay conflicto, de modo que vamos ahora a examinar juntos si es posible librarnos de ese espacio que creamos, no sólo fuera, sino también dentro de nosotros mismos, el espacio que divide a las personas en todas las relaciones.

Ahora bien, la misma atención que usted brinda a un problema, es la energía que resuelve ese problema. Cuando usted le da su completa atención –es decir, atención con todo lo que es usted— no hay observador en absoluto. Sólo existe el estado de atención que es total energía, y esa energía total es la más alta forma de inteligencia. Por supuesto que la mente debe estar en completo silencio, y ese silencio, esa quietud, viene cuando hay atención total, no una quietud disciplinada. Este pleno estado de silencio, en que no hay el observador ni la cosa observada es la más alta forma de mente religiosa. Pero lo que ocurre en ese estado no puede ponerse en palabras, porque lo que se dice con palabras no es el hecho. Para descubrir ese hecho, usted mismo tiene que vivenciarlo.

(…) ¿Es posible enfrentarse a cada problema sin ese intervalo de espacio-tiempo, sin esa brecha entre usted mismo y la cosa que le causa miedo? Sólo es posible cuando el observador no tiene continuidad, el observador, que es el constructor de la imagen, el observador, que es una colección de recuerdos e ideas, que es un manojo de abstracciones.

Cuando usted mira a lo alto, usted está ahí, mirando las estrellas en el cielo, el cielo poblado de brillantes estrellas. Se siente una brisa fresca, y ahí está usted, el observador, el experimentador, el pensador, usted, con su corazón afligido, usted, el centro, creando espacio. Usted nunca comprenderá ese espacio entre usted y las estrellas, entre usted y su esposa o esposo, o amigo, porque jamás ha mirado sin la imagen, y por eso usted no sabe qué es la belleza ni qué es el amor. Habla de él, escribe acerca de él, pero nunca lo ha conocido, salvo quizá en raros intervalos de total abandono de sí mismo. Mientras haya un centro creando espacio a su alrededor, no habrá amor ni belleza. Cuando no hay centro ni circunferencia, entonces hay amor. Y cuando usted ama, usted ES belleza.

Cuando usted mira un rostro de frente, está mirando desde un centro, y el centro crea el espacio entre persona y persona. Por ese motivo nuestras vidas son tan vacías y encallecidas. Usted no puede cultivar el amor o la belleza, ni puede inventar la verdad, pero si siempre está alerta a lo que hace, cultiva el estado de ser consciente (awareness), y desde ese estado empezará a ver la naturaleza del placer, del deseo y del dolor, así como también la absoluta soledad y aburrimiento del hombre. Entonces comenzará a acercarse a esa cosa llamada “el espacio”.

Si hay espacio entre usted y el objeto que está observando, sabrá que no hay amor, y que sin amor, por mucho que usted trate de reformar el mundo, o producir un nuevo orden social, o por mucho que hable acerca de mejorarlo, solo creará agonía. De modo que el problema es suyo. No hay líder, no hay maestro, nadie que le diga qué hacer. Usted está solo en este mundo insensato y brutal.

Libérese del Pasado, Cap XI, Ed Orion, México 1976, pgs: 136 a 147.-

Categoría Su Legado

El Despertar De La Sensibilidad

Publicado el 24 de septiembre de 2012

Pregunta: Siento que mi vida diaria no tiene importancia, que yo debería estar haciendo otra cosa.

KRISHNAMURTI: Cuando usted esté comiendo, coma. Cuando está dando un paseo, pasee. No diga: “Debo estar haciendo otra cosa.” Cuando esté leyendo dé a ello su atención completa, ya sea que lea una novela policíaca, una revista, la Biblia o lo que guste. La atención completa es completa acción y, por tanto, no hay el “debería estar haciendo otra cosa”. Es sólo cuando no estamos atentos que tenemos el sentimiento de: «¡Por Dios, yo debería estar haciendo algo mejor!” Si prestamos completa atención cuando estamos comiendo, ello es acción. Lo importante no es lo que estamos haciendo, sino si podemos darle total atención. Quiero significar por esa palabra, no algo que aprendemos por medio de la concentración, en una escuela o en los negocios, sino atender con nuestro cuerpo, nuestros nervios, ojos, oídos, nuestra mente, nuestro corazón: completamente. Si hacemos esto, hay una tremenda crisis en nuestra vida. Entonces algo requiere nuestra total energía, vitalidad, atención. La vida demanda esa atención cada minuto; pero nosotros estamos tan entrenados en la inatención, que siempre estamos tratando de escapar de la una a la otra. Decimos: “¿Cómo voy a tener atención? Soy perezoso.” Sean perezosos, pero estén totalmente atentos a la pereza. Estén totalmente atentos a la inatención. Sepan que no tienen atención en absoluto. Entonces, cuando ustedes saben que están totalmente atentos a la inatención, ya están atentos.

El despertar de la sensibilidad, 28 de julio de 1966, pag 147 y 148

*   *   *

KRISHNAMURTI: Señor, por favor, escuche lo siguiente: Consideremos el tiempo. Ahondemos en ello despacio. No se impaciente. Usted mira un árbol. ¿Qué ocurre en realidad? Cuando sus ojos miran un árbol, al verlo hay vibraciones e inmediatamente surge el conocimiento de ese árbol. Usted dice «Ese es un pino»; «me gusta», o «no me gusta», «me produce fiebre de heno y debo alejarme de él». Usted mira ese árbol con todo un trasfondo, con todo su conocimiento, con todos sus pensamientos. Usted no puede parar sus pensamientos, su conocimiento, todas las cosas que surgen como reacción al mirar el árbol. ¿Qué está usted mirando? Usted no está mirando al árbol, sino al trasfondo. ¿Cómo lo mira usted? ¿Lo condena? ¿Dice usted: «Él está evitando que yo vea el árbol y por lo tanto debo detenerlo, debo abrirme paso a través de él»? ¿Cómo mira usted el trasfondo? ¿Como alguien que está fuera de él? ¿Lo mira usted como el observador y lo observado, o simplemente lo mira sin el observador? Y si no hay un observador, ¿hay acaso un trasfondo?

El árbol no tiene importancia alguna. Lo importante es cómo usted mira. De suerte que el propio conocimiento es de la mayor importancia. Sin conocer todo el trasfondo, la conciencia, las exigencias, los temores, todo lo que constituye el «yo»; sin conocer todo eso, es absolutamente inútil tratar de mirar el árbol sin el observador. Lo que usted ansía es ver el árbol, tratar de identificarse con él y sentir algo muy extraordinario. Si es eso lo que usted anhela, entonces ahí está el ácido lisérgico, L.S.D., que produce una gran sensibilidad por cierto tiempo, y entonces, no hay separación entre usted y el árbol. No es que usted sea el árbol; pero entonces no hay división, ni tiempo, no hay intervalo; hay una tremenda sensación de que todo el universo es usted y que usted no está separado del universo. Lo que no significa que yo haya tomado L.S.D.

Usted tiene que comprender su propia naturaleza: sus tendencias, su idiosincrasia y sus prejuicios; la estructura de su relación con los demás, la anatomía del temor en que está sujeto, la urgencia de realización,  la urgencia de ser alguien con todas sus frustraciones, con la búsqueda de placer, sexualmente y en tantas otras diferentes direcciones. Si la mente no se da cuenta de todo eso, tanto de lo consciente como de lo inconsciente, entonces el intervalo entre uno y la naturaleza jamás puede ser trascendido.

Es muy importante descubrir cómo uno se mira a sí mismo y quién es la entidad que mira. ¿Es el observador que se mira a sí mismo diferente de lo que observa? ¡Evidentemente no! El centro, el pensador que mira, el evaluador, el juez que se mira a sí mismo, es fabricado, compuesto por el pensamiento; son uno. Cuando eso se realiza totalmente, no de manera parcial, entonces todo el contenido del inconsciente se expone fácilmente porque no hay defensa, condenación o juicio. Se produce un movimiento en que todo el trasfondo se mueve y fluye, termina. Cuando algo está en movimiento constante, no hay sitio de descanso y por ende no hay residuo.

He aquí el problema real para cualquier hombre inteligente, serio. Viendo el mundo, viendo la humanidad, el «yo» y la necesidad de una completa y radical revolución, ¿cómo es posible producirla? Sólo puede producirse cuando el observador ya no hace esfuerzo alguno por cambiar, por él mismo es parte de lo que trata de cambiar. Por lo tanto, toda acción de parte del observador cesa completamente, y en esa total inacción, surge una acción muy diferente. Nada hay misterioso o místico en todo esto. Es un hecho sencillo. Yo no empiezo con el resultado final del asunto, que es la cesación del observador. Empiezo con cosas sencillas. ¿Puedo mirar una flor a la orilla del camino o en mi alcoba, sin que surjan todos los pensamientos, el pensamiento que dice, «he ahí una rosa, me gusta su perfume, etcétera, etcétera?» ¿Puedo simplemente observar sin el observador? Si ustedes no han hecho esto, háganlo al nivel más bajo y sencillo. En realidad, no se limita al nivel más bajo. Si uno sabe hacer eso, el individuo lo ha hecho todo. Entonces, puede mirarse a sí mismo sin el observador; de igual modo puede mirar a su esposa, esposo, a todas las exigencias de la sociedad, a su jefe de oficina. Verá uno que sus relaciones sufren un cambio total, porque no hay defensa, no hay temor.

El Despertar de la Sensibilidad, 12 de julio de 1966, pgs;. 31 a 34.-

Categoría Su Legado

Diario I

Publicado el 24 de septiembre de 2012

30 de setiembre de 1961

El sol se estaba poniendo entre grandes nubes coloreadas tras de las colinas de Roma; eran nubes brillantes, el cielo estaba salpicado de ellas, y toda la tierra se puso espléndida, aún los postes del telégrafo y las interminables filas de edificios. Pronto oscurecería y el automóvil corría velozmente. Las colinas se desvanecían y la campiña se aplanaba. Mirar con el pensamiento y mirar sin el pensamiento son dos cosas diferentes. Mirar con el pensamiento esos árboles al costado de la carretera y los edificios al otro lado de los áridos campos, mantiene al cerebro atado a sus propias amarras de tiempo, experiencia, memoria; la maquinaria del pensamiento trabaja interminablemente, sin descanso, sin frescor; el cerebro se vuelve torpe, insensible, sin el poder de recuperación. Está eternamente respondiendo al reto, y su respuesta es inapropiada, nunca es fresca, nueva. Mirar con el pensamiento mantiene al cerebro en el surco del hábito y del reconocimiento; lo torna cansado y perezoso; vive dentro de las estrechas limitaciones de su propia hechura. Nunca es libre. Esta libertad tiene lugar cuando no es el pensamiento el que mira; mirar sin el pensamiento no significa una observación en blanco, estar ausente, distraído. Cuando el pensamiento no mira, entonces hay sólo observación, sin el proceso mecánico del reconocimiento y la comparación, la justificación y la condena; este ver no fatiga el cerebro porque han cesado todos los procesos mecánicos del tiempo. Mediante el completo descanso, el cerebro se refresca a fin de responder sin reacción, de vivir sin deterioro, de morir sin la tortura de los problemas. Mirar sin el pensamiento es ver sin la interferencia del tiempo, del conocimiento y el conflicto. Esta libertad para ver no es una reacción; todas las reacciones tienen causas; mirar sin reacción alguna no es indiferencia, ni aislamiento, si separativa frialdad. Ver sin el mecanismo del pensamiento es el ver total sin particularización ni división, lo que no significa que la separación y la desigualdad no existan. El árbol no se transforma en una casa ni la casa en un árbol. Ver sin el pensamiento no adormece el cerebro; por el contrario, éste se halla totalmente despierto, atento, sin fricción ni dolor. La atención sin las fronteras del tiempo es el florecimiento de la meditación.

Diario I, Ed Sudamericana, Buenos Aires, pg 138 y 139

Categoría Su Legado

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