A la luz de Krishnamurti

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EL ORDEN

Publicado el 14 de junio de 2015

florSabido es que muchas de las palabras que utiliza K  poseen para él un sentido muy distinto al que comúnmente se les asigna. Pero quizás, en lo que a esta particularmente concierne (orden), deberíamos realizar una consideración especial y con mayor detenimiento, para desentrañar a que se refiere. Tanto las instituciones políticas como las religiosas se han ocupado de imponernos el «orden»  que ellos estimaban correcto. Como siempre, utilizando el modo negativo (lo que «no es»), es posible que se nos clarifique el enfoque.

Seguramente no es aquel que excluye para «ordenar», ni el que reprime para evitar lo que molesta…

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Krishnamurti y La Educacion

Publicado el 14 de junio de 2015

LA LIBERTAD Y EL ORDEN

Es una hermosa mañana, ¿verdad? Pura, fresca; la hierba está cubierta de rocío, cantan los pájaros. Espero que hayan gozado esta mañana tal como yo lo hice al mirar por la ventana el cielo azul sin nubes, las nítidas sombras, el aire resplandeciente, y los pájaros, los árboles y la tierra toda gritando su júbilo. Espero que lo hayan escuchado.

Me gustaría, en una mañana como ésta, hablar acerca de algo que todos debemos comprender. Para comprender algo uno ha de escuchar, tal como si quisieran escuchar a esos pájaros. Si ustedes quieren escuchar esa clara llamada, el canto del pájaro, deben hacerlo muy cuidadosamente, con suma atención, deben seguir cada nota, cada movimiento del sonido, ver cuán profundamente llega y hasta dónde alcanza. Y si saben cómo escuchar, aprenden muchísimo. Escuchar es más importante que cualquier otra cosa en la vida. Para saber cómo escuchar, han de estar muy atentos. Si la mente, los pensamientos, el corazón, están pensando en otras cosas, ustedes no pueden escuchar a los pájaros. Para escuchar, es preciso que concedan su atención completa. Cuando ustedes observan a un pájaro y miran sus plumas, los colores, el pico, el tamaño y la bella forma de ese pájaro, están entregando el corazón, la mente y el cuerpo, todo cuanto tienen, en el acto de observarlo. Y entonces son realmente parte de ese pájaro, realmente lo disfrutan. Así, del mismo modo, escuchen, por favor, esta mañana sin asentir ni disentir con lo que estamos considerando; simplemente, escuchen.

¿Alguna vez se han sentado a la orilla de un río observando pasar las aguas? Ustedes no pueden hacer nada con respecto al agua. Ahí están el agua clara, las hojas secas, las ramas. Ven pasar a un animal muerto, y observan con atención todo eso. Ven el movimiento del agua, su transparencia, su plenitud, la rapidez de la corriente. Pero ustedes nada pueden hacer. Observan y dejan que el agua fluya. Así, de la misma manera, escuchen aquello de que quiero hablarles esta mañana.

La libertad no existe sin el orden. Ambas cosas marchan juntas. Si no pueden tener orden, ustedes tampoco pueden tener libertad. Ambos son inseparables. Si dicen: «quiero hacer lo que me plazca; quiero regresar a comer cuando se me antoje, quiero llegar a la clase cuando se me ocurra», ustedes crean desorden. Han de tomar en consideración lo que la otra gente quiere. Para que las cosas funcionen bien, ustedes deben llegar puntualmente. Si yo hubiera venido diez minutos tarde esta mañana, los hubiera mantenido esperándome. Así es que debo tener consideración, debo pensar en los otros, tengo que ser cortés, considerado, tengo que interesarme en los demás. Por esa consideración, por esa atención y ese cuidado, tanto en lo externo como en lo interno, surge el orden, y con ese orden adviene la libertad.

Ustedes saben, por todo el mundo los soldados son sometidos diariamente a ejercicios, se les ordena lo que deben hacer, se les enseña a marchar en formación. Ellos obedecen las órdenes tácitamente, sin pensar. ¿Saben cómo actúa eso sobre el hombre? Cuando a ustedes se les dice qué deben hacer, que deben pensar, cuando se les manda obedecer, seguir, ¿saben cómo actúa eso sobre ustedes? Sus mentes se embotan, pierden su iniciativa, su rapidez. Esta imposición ajena, externa, de la disciplina, vuelve estúpida a la mente, la obliga a amoldarse, a imitar. Pero si ustedes mismos se disciplinan mediante la observación, si son considerados, muy reflexivos, si escuchan, por esa cuidadosa atención, por ese escuchar, por esa consideración hacia los demás, surge el orden. Cuando hay orden, siempre hay libertad. Si ustedes hablan, gritan, no pueden prestar oídos a lo que otros tienen que decir. Solamente pueden oír algo con claridad cuando permanecen silenciosos, cuando le conceden su atención.

Tampoco pueden tener orden si carecen de libertad para observar, para escuchar, para ser considerados. Este problema de la libertad y el orden es uno de los más difíciles y urgentes problemas que hay en la vida. Es un problema muy complejo. Requiere que se reflexione sobre él mucho más que la matemática, la geografía o la historia. Si ustedes no son realmente libres, nunca pueden florecer en bondad, no puede haber belleza. Si el pájaro no es libre, no puede volar. Si la semilla carece de libertad para florecer, para emerger de la tierra, no puede vivir. Todo debe tener libertad, incluso el hombre. Los seres humanos temen a la libertad. No quieren libertad. Los pájaros, los ríos, los árboles, todo exige libertad, y el hombre también debe exigirla, no a medias sino totalmente. La libertad, la independencia para expresar lo que uno piensa, para hacer lo que uno quiere hacer, es una de las cosas más importantes en la vida. Estar realmente libre de brutalidad, celos, ira, crueldad; ser verdaderamente libre en lo interno, es algo de lo más difícil y peligroso.

Ustedes no pueden tener libertad con sólo pedirla. No pueden decir, «quiero ser libre para hacer lo que me plazca». Porque hay otras personas que también quieren ser libres, que también quieren expresar lo que sienten, que también quieren hacer lo que desean. Todos quieren ser libres pero, no obstante, quieren expresarse a sí mismos ‑su ira, su brutalidad, su ambición, su espíritu competidor, etc. Y así siempre hay conflicto. Yo deseo hacer algo y usted también desea hacer algo, y entonces peleamos. La libertad no consiste en hacer lo que a uno se le antoja, porque el hombre no puede vivir por y para sí mismo. Ni aun el monje, ni aun elsannyasi es libre para hacer lo que quiera, porque él debe luchar por lo que quiere, debe combatir, disputar consigo mismo. Ser libre requiere enorme inteligencia, sensibilidad y comprensión. Y, sin embargo, es absolutamente necesario que todo ser humano, independientemente de su cultura, sea libre. Así que ya lo ven, la libertad no puede existir sin el orden.

ESTUDIANTE:¿Usted quiere decir que para ser libre no debería haber disciplina?
KRISHNAMURTI: Expliqué cuidadosamente que ustedes no pueden tener libertad sin orden, y el orden es disciplina. No me gusta emplear esa palabra «disciplina» porque está cargada con toda clase de significados. Disciplina quiere decir sometimiento, imitación, obediencia; significa hacer lo que se le ordena, ¿no es así? Pero si usted quiere ser libre ‑y los seres humanos deben ser completamente libres, de otro modo no pueden florecer, de otro modo no pueden constituirse en verdaderos seres humanos- debe descubrir por sí mismo qué implica ser ordenado puntual, bueno, generoso y estar exento de temor. El descubrimiento de todo eso es disciplina. Esto es lo que produce orden. Para descubrir, usted ha de examinar, y para examinar debe ser libre. Si usted es considerado, si observa atentamente, si escucha entonces, debido a que es libre, usted será puntual, vendrá a clase regularmente, estudiará, estará tan vivo y despierto que querrá hacer las cosas rectamente.

ESTUDIANTE:Usted dice que la libertad es muy peligrosa para el hombre. ¿Por qué?

KRISHNAMURTI: ¿Por qué la libertad es peligrosa? ¿Usted sabe qué es la sociedad?

ESTUDIANTE: Es un grupo grande de personas que le dicen a uno lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer.

KRISHNAMURTI: Es un grupo grande de personas que le dicen lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. También es la cultura, las costumbres, los hábitos de una comunidad determinada; la estructura social, moral, ética y religiosa en la cual el hombre vive, es generalmente llamada sociedad. Ahora bien, si cada individuo de esa sociedad hiciera lo que le gusta, sería un peligro para tal sociedad. Si usted hiciera su gusto aquí en la escuela, ¿qué ocurriría? Sería un peligro para el resto de la escuela, ¿verdad? De modo que, en general, la gente no desea que los otros sean libres. Un hombre que es libre de verdad, no en ideas, sino que está internamente libre de codicia, ambición, envidia, crueldad, es considerado un peligro para los demás, porque él es por completo diferente del hombre común. Entonces la sociedad, o le rinde culto, o lo mata, o se muestra indiferente con él.

ESTUDIANTE: Usted dijo que debemos tener libertad y orden, ¿pero cómo hemos de lograrlo?

KRISHNAMURTI: En primer lugar, ustedes no pueden depender de otros; no pueden esperar que alguien les de libertad y orden ‑sea ese alguien el padre de uno, la madre, el esposo o el maestro. Han de crear ese orden en sí mismos. Es lo primero que deben comprender, que no pueden pedirle nada a otro, excepto la comida, la ropa y el techo. No pueden pedirlo ni esperarlo de nadie, ni de sus dioses, ni de sus gurús. Nadie puede darles libertad y orden. Así es que deben descubrir cómo producir ese orden dentro de ustedes. Vale decir que han de observarse y descubrir por si solos qué significa crear virtud dentro de uno mismo. ¿Saben qué es la virtud ‑ser moral, ser bueno? La virtud es orden. Por lo tanto, tienen que descubrir en sí mismos cómo ser buenos, afectuosos, considerados. Y entonces, gracias a esa consideración, a ese observar, ustedes crean orden y, por lo tanto, libertad. Ahora dependen de otros que les dicen lo que deben hacer, que no deben distraerse mirando por la ventana, que deben ser puntuales, que deben ser bondadosos. Pero si ustedes dijeran: «Miraré por esa ventana cuando necesito hacerlo, pero cuando estudio voy a mirar el libro», entonces producirían orden en sí mismos sin que nadie tuviera que ordenárselos.

ESTUDIANTE: ¿Qué gana uno con ser libre?

KRISHNAMURTI: Nada. Cuando usted habla acerca de lo que uno gana, en realidad piensa en términos mercantiles. ¿No es así? Yo haré esto y, en retribución, por favor, déme algo. Yo soy bondadoso con usted porque ello es provechoso para mí. Pero eso no es bondad. Por lo tanto, mientras estemos pensando en términos de ganar algo, no hay libertad. Cuando usted dice, «si logro libertad, podré hacer esto y aquello», entonces eso no es libertad. De modo que no piense en términos utilitarios. En tanto estemos pensando en esos términos, no hay cuestión de libertad en absoluto. La libertad solamente puede existir cuando no hay un motivo. Usted no ama a alguien porque él le provea de comida, ropa o albergue. Si así fuera, eso no es amor.

¿Usted pasea solo alguna vez? ¿O siempre va acompañado por otros? Si sale a caminar solo algunas veces, no demasiado lejos porque es muy joven, entonces logrará saber por sí mismo qué piensa, qué siente, qué es virtud, qué es lo que usted quiere ser. Descúbralo. Y usted no puede descubrir nada acerca de sí mismo si permanentemente está hablando, saliendo con sus amigos, rodeado de media docena de personas. Siéntese quietamente bajo un árbol, solo, no con un libro. Simplemente mire las estrellas, el cielo claro, los pájaros, la forma de las hojas. Observe la sombra. Observe el pájaro que cruza el cielo. Al estar así consigo mismo, quietamente sentado bajo un árbol, usted comienza a comprender el funcionamiento de su propia mente; y eso es tan importante como asistir a clase.

Krishnamurti y La Educacion. Capitulo 4: La Libertad y el Orden

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La Persecución del Placer

Publicado el 14 de junio de 2015

Hablábamos acerca del orden. En un mundo que está tan completamente confuso y dividido, en un mundo tan violento y brutal, sería lógico que nuestro principal interés en la vida fuera el de producir este orden, no sólo en nosotros mismos sino también en lo externo.

El orden no es hábito; el hábito se vuelve automático y pierde toda su vitalidad cuando los seres humanos se tornan ordenados meramente en el sentido mecánico. El orden, como decíamos, abarca no sólo nuestra propia vida particular sino también toda la vida en torno de nosotros, externamente en el mundo y muy profundamente dentro de nosotros. Ahora bien; siendo conscientes de este desorden, de esta confusión, ¿cómo habremos de producir orden en nosotros sin conflicto alguno y sin que este orden se convierta en mero hábito, en una rutina mecánica y neurótica? Uno ha observado a esas personas que son muy ordenadas; ellas poseen cierta rigidez, no son flexibles, carecen de vitalidad; se han vuelto más bien duras, egocéntricas, porque siguen un patrón particular que, en opinión de ellas, es orden. Y eso se convierte gradualmente en un estado neurótico. Viendo, pues, que un orden de esta clase (que es desorden) se vuelve mecánico y conduce a la neurosis, uno comprende que, no obstante, debe tener orden en su vida. ¿Entonces cómo ha de producirse esto? Es lo que vamos a considerar juntos esta mañana.

Uno debe tener orden físico. Ello es esencial para disponer de un cuerpo bien disciplinado, sensible, alerta, porque eso actúa a su vez sobre la mente. ¿Y cómo ha de tener uno un organismo altamente sensible que no se torne rígido, duro, forzado en un molde o esquema particular?, el cual la mente piensa que es ordenado y así fuerza al cuerpo para que se adapte a él. Este es uno de los problemas.

Luego tiene que haber orden en la totalidad de la mente, del cerebro. La mente es la capacidad de comprender, la facultad de observar con lógica, con cordura, de funcionar como un todo, no fragmentariamente, de no estar atrapado entre deseos, intenciones y propósitos contradictorios. ¿Cómo podrá esta mente ‑en su condición total- tener un orden perfecto, un orden psicosomático sin ajustes, sin la coacción de una disciplina impuesta por el pensamiento?

Veamos primero nuestra dificultad, veamos qué es lo que hay envuelto en todo esto. Uno debe tener orden; éste es absolutamente esencial. Vamos a investigar juntos qué queremos significar por tal orden. Está el orden de la vieja generación, el cual en verdad es desorden, como uno puede observarlo por sus actividades en todo el mundo; en los negocios, en la religión, en el campo económico, entre las naciones y en cualquier otro terreno, existe desorden total.

Como una reacción a ello está la sociedad permisiva, la joven generación, que hace todo lo opuesto a la vieja generación, la cual también es desorden, ¿verdad? Una reacción es desorden. ¿Cómo puede entonces la mente, con todas las sutilezas del pensamiento, con todas las imágenes que el pensamiento ha construido, que ha edificado acerca de los demás y de sí mismo, las imágenes de «lo que es» y de «lo que debería ser» (viviendo, por lo tanto, en un estado de contradicción) cómo puede una mente así tener un orden completo, total, dentro de sí misma, de modo que no haya fragmentación, ni reacciones a un modelo, ni la contradicción entre opuestos, que siempre engendra violencia? ¿De qué manera, viendo todo esto, la mente, nuestra mente, ha de tener un orden completo, total en la acción y en el pensar, en cada uno de sus movimientos, tanto en lo psicológico como en lo fisiológico?

Las personas religiosas dicen que uno puede tener orden únicamente si cree en una vida superior, si cree en Dios, en un agente externo, y que debe imitar, ajustarse, amoldarse de acuerdo con esa creencia; dicen que mediante la disciplina uno debe forzar toda su naturaleza, y cambiar tanto la estructura de la psiquis como su estado fisiológico. Ellos afirman todo esto. Y hay un grupo de personas que estudian la conducta humana, quienes sostienen que es el medio el que nos fuerza a comportamos de una manera determinada; si usted no se comporta con propiedad, entonces el medio lo destruye, y la gente vive así, de acuerdo con sus creencias particulares, sea esa creencia comunista, religiosa, sociológica o económica.

Pese a esta división en el mundo, a la contradicción que impera en nosotros mismos y en la sociedad, a la contracultura que se opone a la cultura existente, todos ellos afirman que debe haber orden en el mundo; esto lo dicen tanto los militares como los sacerdotes. ¿Pero es mecánico el orden? ¿Puede ser producido mediante la disciplina, el acatamiento, la imitación y el control? ¿O existe un orden que nada tiene que ver con el control, con la disciplina tal como la conocemos, que nada tiene que ver con el ajuste a un modelo, con la adaptación, etcétera?

Veamos toda esta idea del control y averigüemos si éste trae orden (lo cual no significa que estemos hablando contra el control). Lo que intentamos es comprender; y sólo si uno comprende es posible descubrir algo por completo diferente. Espero que estén siguiendo todo esto y que se interesen en ello, que sean apasionados al respecto tal como yo lo soy. Es absolutamente inútil estar escuchando como al azar alguna idea teórica; aquí no discutimos teorías o hipótesis; observamos lo que realmente ocurre y vemos qué es lo que hay de falso en ello. La misma percepción de lo falso es la verdad. ¿Comprenden?

Ahora bien; ¿qué implica el control? Toda nuestra cultura, nuestra educación y la educación de nuestros hijos están basadas en eso; y dentro de nosotros existe este instinto de control. ¿Qué es lo que eso envuelve? ¿Nunca nos hemos preguntado por qué debemos controlar en absoluto? Bien, investiguemos esta pregunta. El control implica uno que controla y la cosa controlada, ¿no es así? Por favor, presten atención a esto. Yo estoy enojado y debo controlar mi enojo; y donde hay control hay conflicto: «yo debo» y «yo no debo». Y es obvio que el conflicto deforma la mente. Una mente es sana cuando carece en absoluto de conflicto; entonces puede funcionar sin fricción alguna, y una mente así es cuerda, lúcida. Pero el control niega eso, porque en el control hay conflicto y contradicción, hay el deseo de imitar y de ajustarse a un modelo: la cosa que uno piensa que debe hacer. ¿Está claro esto?

De manera que el control no es orden. Esto es muy importante que se comprenda. Uno nunca puede tener orden por medio del control, porque el orden significa funcionar claramente, ver de modo total, sin distorsión alguna; pero donde hay conflicto debe haber distorsión. El control también implica represión, conformidad, ajuste y la división entre el observador y lo observado. Vamos a investigar ahora qué significa actuar o producir orden sin control. No es que estemos negando la estructura total del control, sino que vemos su falsedad y, por lo tanto, de ahí surge la verdad del orden. ¿Nos estamos acompañando mutuamente a medida que avanzamos, pero no de modo verbal sino de hecho, porque estamos tratando de crear un mundo por completo diferente con una diferente cultura, de producir un ser humano que viva sin fricciones? Sólo una mente así es capaz de vivir exenta de distorsión, sólo una mente así conoce lo que es el amor. Y el control, en cualquiera de sus formas, engendra distorsión, conflicto y una mente enferma.

La vieja cultura ha dicho que uno debe disciplinarse, y esta disciplina empieza con los hijos en el hogar, luego en las escuelas y colegios, e inmediatamente prosigue a lo largo de toda la vida. Ahora bien, esa palabra «disciplina» significa aprender; no quiere decir ejercitar, ajustarse, reprimir, etc. Y una mente que está aprendiendo todo el tiempo, se encuentra realmente en un estado de orden; pero la que no está aprendiendo, la que dice «he aprendido», una mente así engendra desorden. La mente misma se resiste a ser sometida a ejercicios, a tornarse mecánica, a ajustarse, a reprimirse, todo lo cual está involucrado en la disciplina. Y, sin embargo, dijimos que debe haber orden. ¿Cómo ha de producirse este orden sin que haya disciplina en el sentido aceptado de esa palabra?

¿Cuál es la respuesta de ustedes una vez que han visto el problema, el cual es muy complejo? Si están haciendo trabajar la mente, si de verdad están interesados de modo intenso en esta cuestión del orden, y no sólo en lo que atañe a lo interno sino también con respecto a lo externo, ¿cuál es entonces la respuesta a eso? ¿Cómo encontrarán ustedes una respuesta a esta exigencia de orden, el cual no depende del control, de la disciplina, del acatamiento, y que niega por completo toda autoridad, lo cual significa libertad, no es así? Si existe cualquier forma de autoridad, entonces en la aceptación de esa autoridad hay acatamiento y represión, hay seguimiento; y eso engendra contradicción y, por lo tanto, desorden.

Así que ha de haber negación del control ‑en el significado corriente de esa palabra «disciplina»‑ y también una absoluta negación de toda la estructura y naturaleza autoritaria, la cual excluye la libertad. Y, no obstante, debe haber orden; vean las complicaciones de esto. Está la autoridad de la ley, la del policía, la autoridad civil a la que uno debe ajustarse; pero es preciso estar libre con respecto a la autoridad de los mayores con sus creencias, y a la autoridad de las propias intimaciones, de la experiencia, del conocimiento; porque todo eso niega la libertad.

Viendo el estado actual del mundo, observando nuestra cultura social, económica y religiosa, nuestro sistema educacional y la relación en la familia, nos damos cuenta de que todo se basa sobre este principio de autoridad. Y eso ha causado completa confusión, gran sufrimiento, guerras y la fragmentación del mundo así como la división del hombre. Habiendo observado esto, ¿cómo hemos de producir orden? Ese es el problema a que ustedes se enfrentan, ¿comprenden? ¿Cómo responderán a esa pregunta, si es que en realidad están profunda y apasionadamente interesados en tratar de producir orden en sus vidas y en el mundo que los rodea? ¿Cuál será esa respuesta? ¿Se volverán ustedes a los libros, a los sacerdotes, a los filósofos, a los gurús, a la última de esas personas que dice: «Yo estoy iluminado, vengan y les contaré todo acerca de eso»? ¿A quién se volverán ustedes para descubrir cómo vivir una vida que sea totalmente ordenada y que, al propio tiempo, niegue todo acatamiento, toda autoridad, disciplina y control? Ustedes deben responder a esta pregunta. Estamos encarando el problema de un modo nuevo, nuevo en el sentido de que no sabemos cómo producir orden a partir de este caos. Si dicen que el orden debe ser esto o aquello, entonces están reaccionando a «lo que es», afirman algo que se opone a «lo que es», reacción que carece en absoluto de valor. Por consiguiente, estamos enfocando el problema de un modo nuevo; hasta aquí sólo hemos examinado el hecho real de lo que está ocurriendo en el mundo y dentro de nosotros, el hecho real. Ahora vamos a descubrir juntos qué es el orden. Ustedes no han de aceptar nada de lo que diga quien les habla; estén bien seguros acerca de esto, porque si lo aceptan, entonces nuestra relación cambia por completo. Pero si examinamos juntos, si estamos todos hondamente interesados en este tema ‑o sea, que nos hemos dado cuenta del estado de confusión que impera en el mundo y del desorden que existe en nosotros mismos, en nuestras vidas tan vulgares, realmente nos hemos dado cuenta de este hecho- entonces necesitamos pasión e intensidad para descubrir qué es el orden.

Vamos a averiguar ante todo qué significa aprender observando «lo que es» y aprendiendo de ello. Aprendiendo es el «presente activo» de ese verbo aprender; implica un movimiento constante de aprender, y no el haber aprendido para luego aplicar ese conocimiento, lo cual es algo muy diferente de aprender todo el tiempo. ¿Ven la diferencia? Nosotros estamos aprendiendo juntos; no acumulamos conocimientos para después actuar de acuerdo con esos conocimientos acumulados; en eso hay contradicción y, por lo tanto, control, mientras que una mente que está en movimiento constante de aprender no tiene autoridad, ni contradicción, ni control, ni disciplina, sino que el mismo acto de aprender exige orden. Por favor, obsérvenlo por sí mismos. ¿Están ustedes en estado de aprender, o esperan que se les diga qué es el orden? Obsérvense. Si esperan averiguar de otro qué es el orden, entonces dependen de esa persona, o de ese libro, o de ese sacerdote, o de esa estructura, etc. Así que estamos aprendiendo juntos. ¿Es ése el estado de sus mentes? ¿Han comprendido el control con todas sus implicaciones, y el pleno significado de la disciplina, y están por completo conscientes de lo que hay envuelto en la autoridad? Si lo han comprendido, entonces son libres; de otro modo no pueden aprender. El aprender significa una mente que es curiosa, que no sabe, que está ansiosa por descubrir, que está interesada. ¿Están sus mentes así, interesadas? ¿Dice cada uno de ustedes, «no sé lo que es el orden, pero voy a averiguarlo»? ¿Son ustedes muy curiosos, están apasionada y profundamente interesados? ¿Es ésa la condición de sus mentes y, por lo tanto, están deseosos de aprender, no de otro, sino aprender por sí mismos mediante el acto de observar? El control y la autoridad ‑que para ustedes significa disciplina‑ impiden la observación. ¿Perciben esto? Una mente puede aprender sólo cuando es libre, cuando no sabe; de otro modo ustedes no pueden aprender.

Krishnamurti, Jiddu: La persecución del placer, Edit. Kier, Buenos Aires, 1994, págs. 135 a 144

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EL ULTIMO DIARIO

Publicado el 14 de junio de 2015

Miércoles, 4 de mayo[1], 1983

Es una mañana tan brumosa que apenas si pueden distinguirse los naranjos que están a unos diez pies de distancia. Hace frío; todos los cerros y las montañas se ocultan en la niebla, y el rocío cubre las hojas. Más tarde aclarará. Todavía es muy temprano, y el hermoso sol de California y la cálida brisa vendrán dentro de un rato.
Uno se pregunta por qué los seres humanos han sido siempre tan crueles, tan desagradables en sus reacciones a cualquier declaración que no les gusta, tan agresivos, tan listos siempre a atacar. Esto ha estado ocurriendo por miles de años. Hoy día, uno difícilmente se encuentra con una persona gentil que esté dispuesta a ceder, que sea totalmente generosa y feliz en sus relaciones.
La noche pasada se escuchó el ulular del búho; era un búho real, seguramente de gran tamaño. Esperó que le respondiera su pareja, y ésta le contestó desde una gran distancia, después de lo cual el búho voló hacia abajo penetrando en el valle y ya apenas podía oírse. Era una noche perfectamente silenciosa, oscura y extrañamente quieta.
Todo parece vivir en orden, en su propio orden ‑el mar con sus mareas, la luna nueva y la puesta de la luna llena, el encanto de la primavera y el calor del verano. Aun el terremoto de ayer tiene su orden propio. El orden es la esencia misma del universo ‑el orden del nacimiento y la muerte, etcétera. Sólo el hombre parece vivir en tal desorden, en tal confusión. Ha vivido de ese modo desde el principio del mundo.
Mientras uno le hablaba al visitante sentado en la galería, con la roja rosa trepadora, la joven glicina y el aroma de la tierra y de los árboles, parecía una lástima estar discutiendo el desorden. Cuando uno mira alrededor esos cerros oscuros y la montaña rocosa, y escucha el murmullo de un torrente que pronto se secará cuando llegue el verano, ve que todo tiene un orden tan curioso, que discutir el desorden humano, la confusión y desdicha humanas, parece completamente fuera de lugar. Pero ahí está él, amigable, bien informado y probablemente dado a la reflexión.
El sinsonte se encuentra sobre el alambre telefónico; está haciendo lo que generalmente hace ‑volar en el aire, girar y aterrizar en el alambre para después mofarse del mundo. Hace esto con mucha frecuencia, y al mundo aparentemente no le importa. Pero el pájaro sigue con sus burlas.

La niebla está aclarando, ha aparecido el sol primaveral y el lagarto sale y se calienta sobre la roca; y todas las pequeñas criaturas de la tierra se hallan atareadas. Tienen su propio orden, su placer, su diversión. Todas parecen muy felices, disfrutando la luz del sol sin la cercanía del hombre que pudiera hacerles daño, que pudiera arruinarles el día.

«Si se le permite a uno preguntarlo», comenzó el visitante, «¿cuál es para usted la cosa más importante en la vida? ¿Cuál es para usted la cualidad más esencial que el hombre debe cultivar?»

«Si uno la cultiva, como cultiva los campos de la tierra, entonces no es lo más esencial. Ello tiene que ocurrir naturalmente ‑cualquier cosa que ocurra- naturalmente, fácilmente, sin ningún motivo egocéntrico. Ciertamente, la cosa más importante para cualquier ser humano es vivir en orden, en armonía con todas las cosas que le rodean ‑aun con el ruido de las grandes ciudades, aun con algo que sea feo, vulgar, sin permitir que ello afecte o altere el curso de su vida, que altere o deforme el orden en que está viviendo. Sin duda, señor, el orden es la cosa más importante en la vida, o, más bien, una de las más importantes».

«¿Por qué», pregunta él, «el orden debe ser la cualidad de un cerebro que puede actuar correctamente, dichosamente, con gran precisión?»

«El orden no es creado por el pensamiento. El orden no es algo que uno sigue día tras día, que practica, a lo cual se amolda. Como la corriente se une al mar, así la corriente del orden, el río del orden, es eterno. Pero ese orden no puede existir si hay alguna clase de esfuerzo, de lucha por lograr algo o por descartar el desorden y caer en una rutina, en diversos hábitos bien definidos. Todo eso no es orden. El conflicto es el verdadero origen del desorden, la verdadera causa».

«Todo lucha, ¿no es cierto? Esos árboles han luchado para existir, lucharon para crecer. El maravilloso roble que está allá, detrás de esta casa, ha soportado tormentas, años de lluvia y el calor del sol; ha luchado para existir. La vida es conflicto, es agitación, es tormenta. Y usted dice, ¿verdad?, que el orden es un estado en el que no hay conflicto. Eso parece casi imposible, como conversar en un idioma extraño, algo completamente ajeno a la propia vida de uno, al propio modo de pensar. Si no es atrevimiento de mi parte preguntarlo, ¿vive usted en un orden que no conoce ninguna clase de conflicto?»

«¿Acaso es muy importante, señor, averiguar si otro está viviendo sin esfuerzo, sin conflicto? ¿O sería más adecuado que se preguntara si usted, como ser humano que vive en desorden, puede descubrir por sí mismo las múltiples causas ‑o quizás haya sólo una causa- de este desorden? Esas flores no conocen ni el orden ni el desorden, simplemente existen. Por supuesto, si no se las regara, si no se las cuidara, morirían, y el morir es también el orden de esas flores. El sol brillante, caluroso, las destruirá el mes que viene, y para ellas eso es orden».

El lagarto se ha calentado sobre la roca y está esperando que lleguen las moscas. Y seguramente llegarán. Y el lagarto las tragará con su rápida lengua. Parece ser la naturaleza del mundo; las criaturas grandes viven de las criaturas pequeñas, y las más grandes de las grandes. Éste es el ciclo del mundo natural. Y en eso no hay orden ni desorden. Pero nosotros, de vez en cuando conocemos por nosotros mismos el sentimiento de total armonía, y también la pena, la ansiedad, el dolor, el conflicto. La causa del desorden es el perpetuo devenir ‑devenir, buscar la propia identidad, esta lucha por llegar a ser. En tanto el cerebro, que se halla densamente condicionado, esté midiendo ‑lo ‘más’, lo ‘mejor’- moviéndose psicológicamente de esto a aquello, eso debe generar inevitablemente un sentido de conflicto, lo cual es desorden. No sólo las palabras ‘más’, ‘mejor’, sino el sentimiento, la reacción de lograr, de ganar ‑en tanto exista esta división, esta dualidad, tiene que haber conflicto. Y a causa del conflicto, hay desorden.
Tal vez nos damos cuenta de todo esto, pero al descuidar esta percepción, seguimos del mismo modo día tras día durante todos los días de nuestra vida. Esta dualidad no es sólo verbal sino que implica una división más profunda: la del pensador y el pensamiento, la del pensador separado de sí mismo. El pensador es creado por el pensamiento, el pensador es el pasado, el pensador es conocimiento, y el pensar también ha nacido del conocimiento. De hecho, no existe tal división entre el pensador y el pensamiento, son una unidad inseparable; pero el pensamiento juega una ingeniosa treta consigo mismo, se divide a sí mismo. Quizás esta constante división de sí mismo, la propia fragmentación del pensamiento, es la causa del desorden. El sólo ver, el sólo comprender la verdad de esto ‑que el percibidos es lo percibido- pone fin al desorden.

El sinsonte se ha ido y ahora está ahí la paloma torcaza con su plañidero grito. Y pronto se le une su pareja. Se posan juntas sobre ese alambre, quietas, inmóviles, pero sus ojos se mueven observando, vigilando el peligro. El halcón de cola roja y los pájaros predadores que estaban ahí una o dos horas antes, se han ido. Tal vez regresen al día siguiente. Y así termina la mañana, y ahora el sol brilla y hay miles de sombras. La tierra está quieta y el hombre se siente perdido y confuso.

[1] Entre el 26 de abril y el 1.° de mayo, Krishnamurti había estado en San Francisco, donde ofreció dos pláticas y sostuvo una entrevista radial.

Pag 132/137. Editorial EDASA 1989

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