Debemos descubrir un modo de observar el contenido total de la conciencia sin el analizador. Es muy entretenido poder investigar esto, porque entonces ustedes han desechado por completo todo cuanto el hombre ha dicho al respecto, y se quedan solos. Cuando uno descubre por si mismo, sin depender de nadie, lo que descubre es auténtico, real, verdadero; no depende de ningún profesor, de ningún psicológo, analista, etcétera.
Si el análisis no es el camino y no lo es en lo que concierne a quien les habla, como ya lo hemos visto, entonces, ¿cómo va uno a examinar, a observar el contenido total de la conciencia? ¿Cuál es el contenido de la conciencia? Por favor, no repitan lo que algún otro haya dicho. ¿Cuál es ese contenido total? ¿Alguna vez lo han mirado, lo han considerado? Si lo hicieron, ¿no consiste dicho contenido en los diversos incidentes registrados, los acontecimientos agradables y desagradables, las diversas creencias y tradiciones, los múltiples recuerdos individuales, la memoria racial y familiar, la cultura en que uno fue educado? todo eso es el contenido, ¿verdad?. Y los acontecimientos de cada día, los recuerdos, los dolores, la infelicidad, los insultos, todo eso se registra. Y ese contenido es su conciencia: usted como católico o como protestante, etc., viviendo en este mundo occidental con su búsqueda de más y más y más, este mundo de los grandes placeres, de las diversiones, de la riqueza, del ruido incesante de la televisión, de la brutalidad; todo eso somos, ése es nuestro contenido.
Ahora vamos a descubrir cómo considerar de un modo total, no analítico, estos diversos fragmentos que constituyen el contenido de la conciencia. Veremos cómo observar sin ninguna clase de análisis. Nosotros acostumbramos a mirarlo todo, el árbol, la nube, la esposa o el esposo, la chica, el joven, como el observador y lo observado. Por favor, concedan un poco de atención a esto. Nosotros hemos observado nuestra ira, nuestra codicia o nuestros celos sea lo que fuere como un observador que mira, digamos, la codicia. El observador es la codicia, pero ustedes han separado al observador porque la mente está condicionada por el proceso analítico; de modo que cuando miran el árbol la nube, la vida toda, lo hacen siempre como un observador ante la cosa observada. ¿Se han dado cuenta de ello? Uno mira a su esposa a través de la imagen que tiene de ella. La imagen es el observador, el pasado; esa imagen se fue formando a lo largo del tiempo. Y el observador es el tiempo, es el pasado, es el conocimiento acumulado de los diversos aconteceres, accidentes, experiencias, etc. Ese observador es el pasado, y él mira la cosa observada como si no formara parte de ella, como si estuviera separado de eso.
¿Pueden ustedes mirar sin el observador? ¿Pueden mirar el árbol sin el pasado actuando como observador? Es decir, cuando existe el observador, hay un espacio, una distancia entre el observador y lo observado, el árbol. Tal espacio es tiempo. Y ese tiempo es la cualidad misma del observador, que es el pasado, la acumulación de conocimientos, el que dice: «Ese es el árbol» o «esa es la imagen de mi esposa».
¿Pueden ustedes mirar, no sólo el árbol, sino a la esposa, al esposo, sin la imagen? Esto, ¿saben?, requiere tremenda disciplina y voy a decirles algo: disciplina implica generalmente ajuste, ejercitación, imitación, oposición entre lo que es y lo que debería ser. Y así, en la disciplina hay conflicto: represión, sometimiento, ejercicio de la voluntad, etcétera; todo eso implica lo que entendemos por disciplina. Pero la palabra disciplina significa aprender, no ajustarse, no reprimir, sino aprender. Y la cualidad de una mente que está aprendiendo es que ella tiene su propio orden, el cual es disciplina. Ahora nosotros estamos aprendiendo a observar sin el observador, sin el pasado, sin la imagen. Cuando ustedes observan de este modo, aquello que observan es algo viviente, no una cosa muerta reconocible por los sucesos y conocimientos del pasado.
Vean, señores, hagámoslo más sencillo. Ustedes me dicen algo que me hiere y el dolor de la herida se registra. El recuerdo de eso continúa y cuando hay un dolor ulterior, éste es registrado nuevamente. Así es como el daño está siendo reforzado desde la niñez. En cambio, si cuando ustedes dicen algo que es doloroso para mí lo observo de modo completo, ello no se registra como una herida. En el momento que uno lo registra como tal, ese registro continúa y entonces uno se siente herido por el resto de sus días, porque está de continuo agrandando aquella herida. Mientras que observar el dolor completamente sin registrarlo, significa que ustedes le conceden total atención en el momento que él se presenta. ¿Hacen ustedes todo esto?
Si ustedes comprenden este solo principio fundamental, habrán comprendido algo inmenso: que donde hay un observador separándose a sí mismo de lo que observa, debe haber conflicto.
Si ustedes realmente ven la belleza de esto, de que el observador es lo observado, de que no hay separación entre ambos, entonces pueden observar la totalidad de la conciencia sin análisis y ver instantáneamente todo su contenido.
El observador es el pensador. Nosotros asignamos una importancia tremenda al pensador, ¿no es cierto? Toda nuestra acción está motivada por el pensamiento; vivimos, planificamos, hacemos cosas, todo por medio del pensamiento. Y el mundo entero le rinde culto al pensamiento como si fuera la cosa más extraordinariamente importante, lo cual es parte del intelecto.
Y el pensamiento se ha separado a sí mismo como pensador. El pensador dice: «Estos pensamientos no son buenos», «éstos son mejores»,«este ideal es mejor que aquel ideal», «esta creencia es mejor que aquélla». Todo es producto del pensamiento, el cual se separa a sí mismo, se fragmenta como el pensador, el experimentador. El pensamiento se ha dividido como el yo superior, en la India lo llaman el atman y el yo inferior. Aquí al yo superior lo llaman el alma, esto o aquello. Pero siempre es la actividad del pensamiento.
Debemos, pues, darnos cuenta de toda la maquinaria del pensar, de su movimiento complicado, sutil. Esto no es realmente muy difícil si uno se dice: «Debo encontrar un modo de vivir que sea por completo diferente, una forma de vida en la que no haya conflicto». Si esta exigencia es real, insistente, apasionada, como es su urgencia de placer, el vivir tanto en lo interno como en lo externo una vida en que no haya ninguna clase de conflicto, entonces verán cómo eso es posible. Porque, tal como lo explicamos, el conflicto existe únicamente cuando hay división entre el ‘yo’ y el ‘no yo’. De modo que si ven esto, pero no de manera verbal o intelectual eso no es ver, sino que realmente se dan cuenta de que no hay división entre el observador y lo observado, entre el pensador y el pensamiento, entonces observan, ven verdaderamente «lo que es». Y cuando ustedes ven verdaderamente «lo que es», entonces están más allá de ello. No se detienen en «lo que es»; se detienen en «lo que es» sólo cuando el observador es diferente de «lo que es». ¿Entienden esto? Así, cuando cesa por completo la división entre el observador y lo observado, «lo que es» ya no es más lo que es. La mente ha ido más allá de eso.
LA RAIZ DEL CONFLICTO, El Despertar de la Inteligencia, Editorial Paidós, Buenos Aires, pags:59/70.-