Conversación con Mary Zimbalist
Krishnamurti: (…) Miramos, pues, ese miedo, y en el acto de mirarlo, de observarlo, comenzamos a descubrir el origen del miedo, el proceso que lo causa. Porque el hecho mismo de mirarlo es ver cómo surge. No el analizarlo o el disecarlo. Esa observación íntima, delicada, revela el contenido del miedo, siendo el contenido del origen, el principio, la causa; y donde hay una causa, hay una terminación. La causa jamás puede ser diferente del resultado. Así pues, en la observación, en el acto de vigilar el miedo, se revela su proceso causal.
Mary Zimbalist: El proceso causal al que usted refiere no es, presumiblemente, un miedo individual, un miedo particular, ¿verdad? Usted habla de la causa del miedo mismo.
K.: El miedo mismo, no las distintas formas del miedo. Vea cómo dividimos el miedo. Eso forma parte de nuestra tradición, ese fragmentar el miedo y, por eso, ocuparnos solamente de un tipo de miedo. No del árbol completo del miedo, sino de una rama en particular, de una hoja de ese árbol. Al observar la naturaleza total, la estructura, la cualidad del miedo, al observarlas muy estrechamente, en ese observar mismo se revela el proceso causal. No es el análisis del miedo a fin de descubrir su causa, sino la observación misma, lo que pone al descubierto la causa, que es tiempo de pensamiento. Esto es simple cuando uno no lo plantea de ese modo. Todos aceptarían que la causa es el tiempo y pensamiento. Si no hubiera tiempo y pensamiento, no habría miedo.
MZ.: ¿Podría usted ampliarlo un poco? Porque casi todos piensan que hay algo… ¿cómo puedo expresarlo?… ellos piensan: “Tengo miedo ahora”… lo piensan desde una causa, no ven que el factor del tiempo se halla involucrado.
K.: Pienso que eso es bastante simple. Hay tiempo cuando digo: “Tengo miedo porque he hecho tal cosa en el pasado”; o he tenido un dolor en el pasado, o alguien me ha ofendido y no quiero que me ofendan nunca más. Todo eso es el pasado, el trasfondo, el cual es tiempo. Y está el futuro; o sea, ahora soy esto, pero habré de morir. O podría perder mi trabajo, o mi esposa se enojará conmigo, y así sucesivamente. Están, pues, el pasado y el futuro, y estamos atrapados entre ambos. El pasado tiene relación con el futuro; el futuro no es algo que existe separadamente del pasado. Hay un movimiento de modificación desde el pasado hacia el futuro, hacia el mañana. De manera que eso es el tiempo: es este movimiento, el pasado como lo que he sido y el futuro como lo que seré; es este constante devenir. Y ése también es otro complejo problema que puede ser la causa del miedo.
El tiempo es, entonces, un factor básico del miedo. No hay duda al respecto. Ahora tengo empleo, tengo dinero, tengo un techo sobre mi cabeza, pero el mañana o muchos cientos de mañanas podrían privarme de todo eso: algún accidente, algún incendio, la falta de algún seguro… Todo eso es un factor del miedo. Y también el pensamiento es un factor del miedo. El pensamiento: he sido, pero podría no ser. El pensamiento es limitado porque se basa en el conocimiento. El conocimiento es siempre acumulativo, y aquello que se va incrementando es siempre limitado; en consecuencia, el conocimiento es limitado, porque se basa en el conocimiento, la memoria y demás.
Así pues, el pensamiento y el tiempo son los factores centrales del miedo. El pensamiento no está separado del tiempo. Son una sola cosa. Éstos son los hechos. Éste es el proceso causal del miedo. Es un hecho, no una idea, no una abstracción, eso de que el pensamiento y el tiempo son la causa del miedo. Es algo muy singular.
De manera que un hombre se pregunta: ¿Cómo detengo el tiempo y el pensamiento? Porque su intención, su deseo, su anhelo, es estar libre del miedo. Por eso, está atrapado en su propio deseo de liberarse del miedo, pero no observa el proceso que lo causa, no lo observa muy cuidadosamente, sin movimiento alguno. El observar implica un estado del cerebro en el que éste se ha inmovilizado; es como observar muy estrechamente a un pájaro, tal como observábamos esta mañana a una paloma en el alféizar de la ventana: todas las plumas, los ojos colorados, el brillo que había en los ojos, el pico, la forma de la cabeza, las alas… Aquello que observamos muy estrechamente no sólo revela los factores causales, sino la terminación de la cosa que estamos observando. De modo que este observar es en verdad de una importancia sumamente extraordinaria, no así el preguntar cómo poner fin al pensamiento, o cómo librarse del miedo, o qué entendemos por tiempo, y todas esas complicaciones. Estamos observando el miedo, lo observamos sin abstracción alguna, lo cual implica el verdadero ahora. El ahora contiene todo el tiempo; eso quiere decir que contiene el pasado, el futuro y el presente. Así que podemos escuchar esto muy cuidadosamente, no sólo con el escuchar del oído, sino prestando atención a la palabra y yendo más allá de la palabra, viendo la verdadera naturaleza del miedo, y no leyendo simplemente acerca del miedo. De esta manera, el observar se torna tremendamente bello, sensible, vital.
Todo esto requiere una extraordinaria cualidad de atención, porque en la atención no hay actividad alguna del yo. El interés egocéntrico en nuestra vida es la causa del miedo. Este sentido del yo, de “mi”: mi felicidad, mi éxito, mi fracaso, mi logro –soy esto, no lo soy–, toda esta observación centrada en mí mismo, con sus expresiones de miedo, angustia, depresión, pena, ansiedad, ambición y dolor, todo eso es interés propio, ya sea en el nombre de Dios, en el nombre de la plegaria o en el nombre de la fe. Es interés egocéntrico. Donde hay interés egocéntrico tiene que haber miedo, con todas las consecuencias del miedo. Entonces uno vuelve a preguntarse: ¿Es posible vivir sin miedo en este mundo donde el interés egocéntrico es predominante? En el mundo totalitario y en el mundo capitalista domina el interés propio. En el mundo de las jerarquías católicas y en todo el mundo religioso, el interés propio es el factor dominante. Las religiones perpetúan el miedo. Aunque hablen de vivir en paz sobre la Tierra, no es eso lo que quieren decir en realidad, porque el interés propio, con su deseo de poder, posición realización personal y demás, es el factor que está destruyendo no sólo el mundo, sino la asombrosa capacidad de nuestro propio cerebro. El cerebro tiene una capacidad notable, como se demuestra en las cosas extraordinarias que se están logrando en la tecnología. Pero internamente jamás aplicamos esa misma capacidad, una capacidad inmensa, para liberarnos del miedo, para terminar con el dolor, para saber qué es el amor, qué es la compasión con su inteligencia. Jamás investigamos, jamás exploramos ese campo; estamos atrapados por el mundo con toda la desdicha que contiene.
Brockwood Park, 5 de octubre de 1984
Editorial Kier, Bs As, Argentina, pag 88 a 91