A la luz de Krishnamurti

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EL DESEO

Publicado el 18 de diciembre de 2011

K nos introduce esta vez en una de las cuestiones mas caras al Pensamiento Oriental, pero lo hace desde una óptica distinta. A partir de diversas consideraciones profundiza e investiga en la esencia y naturaleza de nuestra psiquis. Observaremos que no califica al Deseo, no lo  juzga, ni menos aún intenta que lo reprimamos, solo (¡y nada menos!), que lo comprendamos.

Como ustedes saben, evitamos comentar y, menos aún, interpretar los dichos de Krishnamurti, pero estimamos útil señalar algunas cuestiones centrales que quizás orienten la investigación del tema, especialmente en aquellos no del todo familarizados con su lenguaje y formas expresivas.

En tal sentido, veremos que repetidamente intenta hacernos ver que el Deseo responde a causas vinculadas a motivaciones profundas de nuestro interior y que el mismo no es bueno ni malo en si mismo, sino, simplemente, una respuesta a mecanismos mentales que deben «solo» ser motivo de nuestra observación para ver lo que ES, «veamos» entonces…

Categoría Su Legado

Urge Transformarnos Radicalmente

Publicado el 18 de diciembre de 2011

(…) En la mañana de hoy me agradaría discutir el deseo, y si el deseo puede alguna vez transformarse; pues yo creo que el deseo es uno de los mayores problemas que se plantean a cada uno de nosotros al considerar la cuestión de la transformación fundamental.

(…) Para la mayoría de nosotros, el deseo es todo un problema; el deseo de propiedad, de posición, de poder, de comodidad, de inmortalidad, de continuidad, el deseo de ser amado, de poseer algo permanente, satisfactorio, duradero, algo que esté más allá del tiempo.  Ahora bien, ¿qué es el deseo? ¿Qué es esa cosa que nos impulsa, que nos compele? Esto no quiere decir que debiéramos estar satisfechos con lo que tenemos o con lo que somos, lo cual es simplemente lo opuesto de lo que queremos. Estamos tratando de ver qué es el deseo; y si podemos examinarlo a modo de prueba, sin una idea fija, creo que suscitaremos una transformación radical que no es una mera substitución de un objeto de deseo por otro objeto de deseo. Esto último, empero, es generalmente lo que entendemos por “cambio”, ¿no es así? Estando insatisfechos  con  determinado objeto del deseo, le hallamos un substituto. Sin cesar nos movemos de un objeto del deseo a otro que consideramos superior, más noble, más refinado; pero, por refinado que sea, el deseo es siempre deseo, y en este movimiento del deseo hay lucha interminable, el conflicto de los opuestos.

¿No es, pues, importante averiguar qué es el deseo y si él puede ser transformado? ¿Qué es el deseo? ¿No es el símbolo y su sensación? Surge el deseo de lograr un objeto cuando éste provoca en nosotros una sensación agradable. ¿Existe el deseo sin un símbolo u objeto, y la sensación que él provoca? No, evidentemente. El símbolo podrá ser un cuadro, una persona, una palabra, un nombre, una imagen, una idea que me brinda una sensación, que me hace sentir que la sensación me gusta o me disgusta; si la sensación es agradable yo deseo lograrla, poseerla, aferrarme a su símbolo y continuar con ese placer. De vez en cuando, de acuerdo a mis inclinaciones e intensidades, cambio el cuadro, la imagen, el objeto. De una forma de placer estoy harto, cansado, aburrido; busco pues una nueva sensación, una nueva idea, un nuevo símbolo. Rechazo la vieja sensación y me abro a una nueva, con nuevas palabras, nuevas significaciones, nuevas experiencias. Resisto a lo viejo y cedo a lo nuevo que considero superior, más noble, más satisfactorio. En el deseo, pues, hay resistencia y entrega, lo cual involucra tentación; y, por supuesto en el ceder a determinado símbolo del deseo, hay siempre temor a la frustración.

Si observo todo el proceso del deseo en mí mismo, veo que siempre hay un objeto hacia el cual mi mente se dirige en busca de más sensación, y que en este proceso hay involucrada resistencia, tentación y disciplina. Hay percepción, sensación, contacto y deseo, y la mente se convierte en el instrumento mecánico de este proceso, en el cual los símbolos, las palabras, lo objetos, son el centro en torno del cual todo deseo, todos los empeños, todas las ambiciones se erigen; y ese centro es el “yo”. ¿Y es que yo puedo disolver ese centro del deseo, no un deseo ni un apetito o ansia en particular sino la estructura íntegra del deseo, del anhelo, de la esperanza, en la que siempre existe el temor a la frustración? Cuanto más me veo frustrado, mayor fuerza doy al “yo”. Mientras haya esperanza, anhelo, existe siempre el trasfondo del temor, el cual, una vez más refuerza aquél centro. Y la revolución sólo es posible en aquel centro, no en la superficie, lo cual es mero proceso de distracción, un cambio superficial que conduce a una acción dañina.

Cuando me doy cuenta, pues, de toda esta estructura del deseo, veo cómo mi mente ha llegado a ser un centro muerto, un proceso mecánico de la memoria. Habiéndome cansado de un deseo, automáticamente quiero satisfacerme en otro. Mi mente experimenta siempre en términos de sensación, es el instrumento de la sensación. Estando aburrido de determinada sensación, busco una sensación nueva, que podrá ser lo que llamo “realización de Dios”; pero ello sigue siendo sensación. Ya me tiene harto este mundo y sus afanes, y deseo la paz, una paz que sea eterna; de suerte que medito, domino mi mente y la disciplino a fin de experimentar esa paz. La vivencia de esa paz sigue siendo sensación. Mi mente, pues, es el instrumento mecánico de la sensación, de la memoria, un centro muerto desde el cual yo actúo y pienso. Los objetos que persigo son las proyecciones  de la mente como símbolos de los cuales ella deriva sensaciones. La palabra “Dios”, la palabra “amor”, la palabra “comunismo”, la palabra “democracia”, la palabra “nacionalismo” –éstos son los símbolos que despiertan sensaciones en la mente–, y por lo tanto la mente se apega a ellos. Como vosotros y yo sabemos, toda sensación termina, y así pasamos de una sensación a otra; y cada sensación fortalece el hábito de buscar más sensación. De tal suerte que la mente llega a ser mero instrumento de sensación y memoria, y en ese proceso estamos atrapados. Mientras la mente busque más experiencia, sólo puede pensar en términos de sensación; y a toda vivencia que sea espontánea, creativa, vital, sorprendentemente nueva, ella la reduce de inmediato a sensación, y persigue esa sensación, que entonces se vuelve recuerdo. La experiencia, por lo tanto, está muerta, y la mente llega a ser como las aguas estancadas del pasado.

Por poco que hayamos examinado esto profundamente, estamos familiarizados con este proceso; y parecemos incapaces de ir más allá. Y nosotros queremos ir más allá, porque estamos cansados de esta interminable rutina, de esta mecánica busca de sensación. La mente, pues, proyecta la idea de la verdad, de Dios; sueña con un cambio vital y con desempeñar un papel principal en ese cambio, y así sucesivamente. De ahí que no haya nunca un estado creador. Veo desarrollarse en mí mismo este proceso del deseo, que es mecánico, reiterativo, que mantiene a la mente en un proceso de rutina y hace de ella un centro muerto del pasado en el que no hay espontaneidad creadora. Y también hay momentos súbitos de acción creadora, de aquello que no pertenece a la mente, ni a la memoria, ni a la sensación, ni al deseo.  ¿Qué habré pues de hacer?

(…) Nuestro problema, pues, es el de comprender el deseo –no hasta dónde debiera ir, o dónde debiera terminar, sino el de comprender todo el proceso del deseo, las ansias, los anhelos, los apetitos vehementes–. Muchos de nosotros creen que el poseer muy poco indica liberación del deseo –¡y qué culto rendimos a los que no tienen sino pocas cosas!–. Un taparrabo, una túnica, simbolizan nuestro deseo de estar libres del deseo; pero ésa, nuevamente, es una reacción muy superficial. ¿Por qué empezar en el nivel  superficial de abandonar las posesiones materiales cuando nuestra mente está mutilada por innumerables anhelos, innumerables deseos, creencias, luchas? Es ahí, por cierto, que la revolución debe producirse, no en lo que respecta a cuánto poseéis, o qué ropa usáis, o cuántas comidas hacéis. Pero esas cosas nos impresionan porque nuestra mente es muy superficial.

(…) De suerte que este proceso mecánico con sus sensaciones tiene que terminar, ¿no es así? El querer más, el perseguir símbolos, palabras, imágenes con sus sensaciones, todo eso tiene que acabar. Sólo entonces es posible que la mente se halle en ese estado de “creatividad” en que lo nuevo puede siempre surgir.

(…) Cuando veáis, pues, este proceso, cuando os deis realmente cuenta de él sin oposición, sin un sentido de tentación, sin resistencia, sin justificarlo ni juzgarlo, entonces descubriréis que la mente es capaz de recibir lo nuevo, y que lo nuevo nunca es una sensación; por lo tanto no puede jamás ser reconocido, experimentado nuevamente. Es un estado de ser en que la acción creadora adviene espontáneamente, sin que intervenga la memoria; y eso es la realidad.

Editorial Krishanamurti, Puerto Rico. Conferencia en Ojai, California,  24 de agosto de 1952.-

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Comentarios Sobre El Vivir

Publicado el 18 de diciembre de 2011

(…) La mente se daba cuenta de los majestuosos árboles, de las colinas rocosas, de los aldeanos, de los amplios cielos azules, pero también estaba en meditación. Ningún pensamiento la perturbaba. No existía el revoloteo de la memoria, ni esfuerzo para retener o resistir, no había nada en el futuro que hubiera que ganarse. La mente lo captaba todo, era más veloz que el ojo, y no conservaba lo que percibía; el acontecer pasaba por ella como pasa la brisa por entre las ramas de un árbol. Oía uno la conversación tras de sí, y veía la carreta de bueyes y el camión que se aproximaba, pero la mente estaba en completa quietud; y el movimiento dentro de aquella quietud era el impulso de un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento. Mas el nuevo comienzo nunca envejecería; nunca conocería el ayer y el mañana.

La mente no estaba experimentando lo nuevo: era ella misma lo nuevo. No tenía continuidad, y por eso no tenía muerte. Era nueva, no renovada. El fuego no procedía de las ascuas del ayer.

Había traído a su amigo –decía– para con su ayuda poder exponer mejor lo que tenía que decir. Los dos eran más bien reservados, no inclinados a muchas palabras, pero dijeron que sabían sánscrito y algo de su literatura. Probablemente cuarentones, eran delgados y de aspecto sano, cabezas bien conformadas y ojos reflexivos.

Ahora bien,  Existe el deseo si no hay objeto de deseo? ¿Son inseparables el deseo y su objeto? ¿Conozco el deseo sólo por causa del objeto? Vamos a averiguarlo.

Veo una pluma-fuente y, porque la mía no es tan buena, quiero la nueva; comienza, pues, un proceso de deseo, una cadena de reacciones, hasta que consigo o no consigo lo que quiero, Un objeto atrae la vista, y entonces viene un sentimiento de querer o no querer. ¿En que punto de este proceso interviene el “yo”?

“Esa es una buena pregunta”

¿Existe el “yo” antes del sentimiento de querer, o surge él con este sentimiento? Veis algún objeto, tal como una pluma-fuente de nuevo modelo, y se pone en marcha una serie de reacciones que son perfectamente normales; pero con ellas viene el deseo de poseer el objeto, y entonces empieza otra serie de reacciones que hace aparecer el “yo” que dice: “tengo que tener eso”. El yo es creado, pues, por el sentimiento o deseo que surge a través de la reacción natural del ver. Sin ver, sentir, desear ¿existe un “yo” como  entidad separada, aislada? ¿O es que todo este proceso de ver, tener una sensación, desear, constituye el “yo”?

“¿Queréis decir, señor, que el “yo” no está ahí al principio? ¿No es el “yo” el que percibe y luego desea?”, preguntó el más bajo.

¿Qué decís vos? ¿No se separa a sí mismo el “yo” solamente en el proceso de percibir y desear? Antes de empezar este proceso ¿existe un “yo” como entidad separada?

“Es difícil pensar en el “yo” como mero resultado de cierto proceso psicofisiológico, porque esto parece muy materialista, y va contra nuestra tradición y todos nuestros hábitos de pensamiento, que dicen que el “yo”, el observador, existe primero, y no que ha sido “creado”. Pero, a pesar de la tradición y de los libros sagrados, y de mi propia y vacilante inclinación a creerlos, veo que lo que decís es un hecho.”

No es lo que otro diga lo que contribuye a la percepción de un hecho, sino vuestra propia observación directa y claridad mental, ¿no es así?

«Por supuesto» –replicó el más alto–. «Al principio puedo confundir una soga con una serpiente, pero desde el momento en que vea la cosa claramente, no habrá error, no habrá un pensar influido por el deseo.»

Si reprimís el deseo, surge de nuevo en otra forma, ¿no es así? Someter a control el deseo es estrecharlo y ser egocéntrico; disciplinarlo es construir un muro de resistencia, que siempre es derribado, a menos, desde luego, que os volváis neuróticos, reducidos a un deseo fijo. Sublimar el deseo es un acto de voluntad; pero la voluntad es esencialmente la concentración de deseo, y cuando una forma de deseo domina a otra, estáis de nuevo en vuestro antiguo tipo de lucha.

El control, la disciplina, la sublimación, la represión: todo ello implica esfuerzo de alguna clase, y tal esfuerzo sigue estando dentro del campo de la dualidad, del deseo “bueno” y “malo”. La pereza puede vencerse por un acto de voluntad, pero la mezquindad de la mente persiste. Una mente mezquina puede ser muy activa, y generalmente lo es, causando así daño y desdicha para si misma y para otros. Y así, por mucho que una mente mezquina se esfuerce en vencer el deseo, seguirá siendo mezquina. Todo esto es claro ¿verdad?

Se miraron uno al otro.

“Creo que sí”, –respondió el alto–. “Pero os ruego vayáis un poco más despacio, señor, y no recarguéis de ideas cada frase.”

Como el vapor, el deseo es energía ¿verdad? Y, así como el vapor puede ser dirigido para mover toda clase de maquinaria, beneficiosa o destructiva, así también el deseo puede ser disipado, o puede ser utilizado para la comprensión, sin que haya ningún usufructuario de esa asombrosa energía. Si hay un usufructuario, tanto si es uno como los muchos, el individuo o lo colectivo, que es la tradición, entonces empieza el trastorno;  entonces existe el círculo cerrado del dolor y el placer.

“Si no han de usar esa energía ni el individuo ni la colectividad, ¿quién va a usarla?”

¿No es una pregunta errónea la que hacéis? Una pregunta errónea tendrá una respuesta errónea, pero una pregunta correcta puede abrir la puerta de la comprensión. Sólo existe la energía; no existe la cuestión de quién la utilizará. No es esa energía, sino el usuario, quien sustenta la confusión y la contradicción del dolor y el placer. El utilizador, bajo la forma del uno y de los muchos, dice: “Esto está bien y eso está mal. Esto es bueno y eso es malo”, perpetuando con ello el conflicto de la dualidad. El es el verdadero autor del daño, del dolor. ¿Puede dejar de existir el utilizador de esa energía llamada deseo? ¿Puede el observador no ser un operador, una entidad separada que encarna esta o aquella tradición, y ser esa energía misma?

“¿No es eso muy difícil?”

Ese es el único problema, y no cómo controlar, disciplinar o sublimar el deseo. Cuando empezáis a comprender esto, el deseo tiene alguna significación completamente diferente; es entonces la pureza de creación, el movimiento de la verdad. Pero repetir meramente que el deseo es lo supremo, etc., no sólo es inútil, sino que es definidamente perjudicial, porque actúa como soporífico, como una droga para aquietar la mente mezquina.

“Pero ¿cómo puede llegar a terminar el utilizador del deseo?” Si la pregunta “¿cómo?” refleja la búsqueda de un método, entonces el que utiliza el deseo tomará cuerpo simplemente en otra forma. Lo importante es la cesación del utilizador, y no cómo hacerlo cesar. No hay “cómo”. Sólo hay comprensión, el impulso que destruirá lo viejo.

Comentarios sobre el vivir, 3ra serie.ED Kier, Pag.: 176/183

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