Decíamos el otro día cuan importante es comprender la naturaleza del conflicto, no sólo en lo exterior, como la guerra, sino también en lo interior, lo cual es mucho más complejo y necesita mayor intención y una comprensión más profunda y amplia. Los más de nosotros estamos en conflicto en distintos niveles de nuestra conciencia. No hay un punto al que no toque el conflicto. No hay área alguna que no haya sido campo de batalla; y en todas nuestras relaciones, ya sea con la persona más íntima o con el prójimo, con la sociedad, existe este conflicto: un estado de contradicción; división, separación, dualidad, los opuestos, todo lo cual contribuye a aquel. Cuanto más se da uno cuenta es simplemente observándose a sí mismo, su relación con la sociedad y su estructura, tanto más veremos que, en todos los niveles de nuestro ser hay conflicto, mayor o menor, que produce devastadores resultados, o bien respuestas muy superficiales. Mas el hecho real es que en todos nosotros está profundamente arraigada la esencia del conflicto, que se expresa de modos muy distintos, por el antagonismo, el odio, el deseo de dominar, de poseer, de guiar la vida de otro. Pero ¿es acaso posible estar libre por completo de esta esencia del conflicto? Tal vez puede uno recortar, podar algunas de sus ramas, pero ¿puede uno profundizar y desenterrar la esencia, de modo que no haya conflicto alguno dentro, ni por consiguiente, fuera? Lo cual no significa que, al librarnos de él, nos estanquemos, o vegetemos, o dejemos de ser dinámicos, vitales o plenos de energía.
Al inquirir sobre este asunto, debe uno ver primero si alguna organización exterior puede ayudar a producir la paz interna. Hay grupos enteros de personas, llamados por distintos nombres, para las que es posible crear perfectas organizaciones exteriores, una sociedad benéfica regida burocráticamente, o una sociedad basada en el pensar de una calculadora, etc. Creen que tales organizaciones pueden traer paz al hombre. Hay los comunistas, los materialistas, socialistas, y también las llamadas personas religiosas que pertenecen a diversas organizaciones. En lo fundamental, todos ellos creen que, produciendo cierto orden en lo exterior, se librará uno de toda agresión y todo conflicto mediante varias formas de castigos, compulsiones y leyes. Hay también un grupo de personas que dicen que tendremos orden sin conflicto, si en lo interior nos hemos identificado con cierto principio o ideología y vivimos de acuerdo con ello, con ciertas leyes internas establecidas. Conocemos estos diversos tipos, pero ¿es que puede cesar el conflicto por la conformidad, forzada o voluntaria? ¿Comprende Vd. la pregunta? ¿Puede cesar el conflicto si Vd. se ve obligado exteriormente a vivir en paz consigo mismo y con su prójimo: compelido, «reeducado», forzado, o si está usted tratando, en lo interno, de vivir con arreglo a ideologías y principios dados al hombre por la autoridad, forzándose, pugnando, tratando constantemente de ajustarse? El hombre lo ha ensayado todo: la obediencia, la rebelión, la Conformidad y el seguimiento de ciertas directivas, para vivir en paz en lo interno, sin conflicto alguno.
Si uno observa diversas civilizaciones y religiones, no puede dudar que el hombre lo ha intentado; pero de alguna manera, me parece, siempre ha fracasado. Tal vez sea necesaria una actitud del todo distinta, que no es conformidad, ni obediencia, ni imitación, ni identificación con un principio, imagen, o fórmula, sino una manera enteramente distinta. Al decir «manera» no me refiero a un método o sendero, sino a una actitud del todo diferente ante el problema entero. Creo que valdría la pena de examinar juntos esta posibilidad, descubrir si de algún modo es posible que el hombre viva una vida por completo ordenada, en lo interno, sin ninguna forma de compulsión, imitación, represión o sublimación, y producirla como una cualidad viviente, no como algo aprisionado dentro del marco de ideas. Una paz, una tranquilidad interna que no conoce trastorno en ningún momento, ¿es posible tal estado, de alguna manera? Creo que todo ser humano inteligente, inquisitivo, se está haciendo esta pregunta.
El hombre ha aceptado la guerra como una manera de vivir, el conflicto como cosa innata, como parte de la existencia diaria; el odio, los celos, la envidia, la codicia, la agresión, el provocar enemistad en otro, como la forma natural de la existencia. Cuando aceptamos tal modo de vivir, es natural que aceptemos la estructura de la sociedad tal como es. Si uno acoge la competencia, la cólera, el odio, la codicia, la envidia, el afán adquisitivo, entonces vive naturalmente dentro del modelo de la sociedad respetable. En esto estamos presos la mayoría de nosotros, porque queremos ser terriblemente respetables.
Le ruego que, como decíamos el otro día, comprenda que el mero hecho de escuchar unas cuantas palabras, o aceptar unas pocas ideas, no resolverá el problema en absoluto. Lo que tratamos de hacer juntos es examinar nuestras propias mentes, nuestros corazones, la forma en que pensamos, en que sentimos, y cómo actuamos en nuestra vida diaria: examinar lo que en realidad somos, no lo que deberíamos ser, ni lo que hemos sido. De modo que si está Vd. escuchando, entonces se escucha a sí mismo, no al que habla. Está Vd. observando el modelo de su propio pensar, la forma en que actúa, piensa, siente, vive. Y uno observa que, mientras se ajusta al modelo de la sociedad, tiene que aceptar la agresión, el odio, la enemistad, la envidia, como parte de la vida, esa parte de la vida que de modo inevitable crea conflicto, guerras, brutalidad, la llamada sociedad moderna. Tiene uno que aceptarla y vivir con ella y en ella, convirtiendo la propia vida en un campo de batalla. Si uno no acepta tal sociedad (y no es posible que ninguna persona religiosa la acepte), entonces ¿cómo se va a encontrar este orden interno sin ninguna dominación externa?: una tranquilidad interior que no requiere expresión alguna, una tranquilidad que es en sí misma una bendición. ¿Es posible de alguna manera llegar a ella y vivir con ella? Esta es la pregunta que nos formulamos la mayoría de nosotros y a la cual nunca encontramos respuesta. Tal vez podamos esta mañana penetrar en esta cuestión y descubrir por nosotros mismos si en realidad es posible, no como una idea, no como un concepto, sino hallar en realidad la manera de vivir una vida diaria en que no haya desorden en lo interno, una vida de tranquilidad completa, pero que tiene enorme vitalidad. Creo que si pudiéramos descubrir eso, entonces tal vez valieran la pena todas estas reuniones; de lo contrario, carecen de todo sentido. Penetremos, pues, en ello.
Me dan tentaciones de repetir la historia sobre un gran discípulo que acudió a Dios en demanda de que se le enseñara la verdad. Y este pobre Dios dijo: «Amigo mío, ¡es un día tan caluroso! Haz el favor de darme un vaso de agua.» Y así, el discípulo sale, llega a la primera casa y llama a la puerta. La abre una bella joven. El discípulo se enamora de ella, con ella se casa y tiene hijos: cuatro o cinco. Un día empieza a, llover y sigue lloviendo, lloviendo sin cesar. Los torrentes han hecho crecer los ríos, las calles están inundadas, las casas son arrastradas, por lo cual el discípulo se lleva a su esposa e hijos, los lleva sobre los hombros, y según lo arrastran las aguas dice: « ¡Señor, sálvame, por favor!» Y el Señor dice: « ¿Dónde está el vaso de agua que pedí?» Es una historia bastante buena, porque los más de nosotros pensamos en términos de tiempo, creemos que el orden interno sólo puede venir con el tiempo, que la tranquilidad se ha de crear poco a poco, aumentándola cada día. El tiempo no trae este orden y esta paz internos, de modo que una de las cosas importantes que hay que comprender es la forma de detener el tiempo, para no pensar en términos de lo gradual, cosa que es una inmensísima tarea, que en realidad significa que no hay un mañana en el cual Vd. sea pacífico. Tiene Vd. que ser ordenado al instante, no hay otro momento.
Vamos, pues, a examinar toda la estructura y naturaleza del conflicto; vamos a hacerlo juntos, no el que habla él solo, mientras Vd. se limita a ser el que escucha, el que sigue, sino más bien ambos juntos, situación en la cual no hay autoridad alguna. Pues donde haya autoridad, habrá desorden interno. Y, como estamos investigando juntos, descubriendo, comprendiendo, tiene Vd. que trabajar tanto como el que habla, es responsabilidad de Vd., no sólo del orador.
Sabemos que hay desorden, conflicto interno, que se expresa en lo externo como guerra, etc. Al darse cuenta de este desorden, este conflicto, confusión y desventura, empieza uno a mirar, para descubrir por qué existe este desorden. ¿Por qué hemos de tener que vivir en el desorden? ¿Por qué hemos de tener conflicto todos los días, desde el momento en que nos despertamos hasta que nos dormimos o acabamos por morir? Cuando hacemos tal pregunta, respondemos que es inevitable y que por lo tanto no puede cambiarse, o bien decimos que no conocemos la respuesta, y por ello esperamos que otro nos diga cómo hay que mirar. Si esperamos que otro nos diga cómo mirar este desorden, este caos, esta confusión y conflicto, entonces estaremos aguardando para descubrir la naturaleza de este último, con arreglo a alguna otra persona, por lo cual no habremos descubierto. ¿No es así? Importa, pues, inmensamente, cómo miramos, cómo decimos: «¿por qué vivo en conflicto?» Porque, cuando ya no estamos buscando una autoridad que nos diga, y desde el momento en que estamos libres de la autoridad de otro, ya estamos en claro, nuestra mente ya tiene agudeza para mirar. Y para viajar, para subir a un monte, no debemos llevar grandes cargas. Del mismo modo, si para examinar con mucha claridad este complejo problema rechazamos toda autoridad, entonces tenemos mucha mayor ligereza, libertad para mirar. Por ello, para observar, para actuar, para escuchar, tiene uno que estar libre de toda autoridad; podemos entonces empezar a preguntar por qué vivimos en este terrible y destructor conflicto interno.
Me pregunto cuál será la respuesta de Vd. cuando mira. ¿Se dirige a las causas del conflicto, o a la persona con la cual pugna Vd., o a la división entre lo que Vd. quiere y su contrario, o es a la naturaleza misma del conflicto? No quiero saber con quién estoy en pugna, no quiero conocer los conflictos periféricos de mi ser. Lo que quiero saber, en esencia, es por qué tiene que existir el conflicto. Cuando me hago esa pregunta, veo una cuestión fundamental que no tiene nada que ver con los conflictos periféricos y su solución. Lo que me interesa es la cuestión central, y veo, acaso también Vd. lo ve, que la naturaleza misma del deseo, si no se la comprende adecuadamente, conduce inevitablemente al conflicto.
Deseo cosas contradictorias. El deseo mismo está siempre en contradicción; lo cual no significa que yo deba destruir el deseo: reprimirlo, someterlo a control, sublimarlo. Veo que el deseo es en sí mismo contradictorio, no el deseo de algo, de logro, de éxito, de prestigio, de tener una casa mejor, mejores conocimientos, etc.; no en el objeto, sino en la naturaleza misma del deseo, hay contradicción. Ahora bien, tengo que comprender tal naturaleza antes de poder comprender el conflicto, y cuando me intereso en éste, no lo condeno, no lo justifico ni lo reprimo. Simplemente me doy cuenta de la naturaleza del deseo, en el cual hay contradicción, que es la que engendra conflicto. Nosotros mismos estamos en contradicción, queriendo eso y no queriendo aquello queremos ser más bellos o más inteligentes, querernos más poder. En nosotros mismos nos hallamos en estado de contradicción, y ese estado es producido por el deseo: deseo de placer y evitación del dolor.
Me veo a mí mismo en estado de contradicción. Veo cómo surgió ésta, y que ella es desorden y que no puede el pensamiento traer orden, porque el pensamiento mismo es fragmentario, limitado; el pensamiento es la respuesta de la memoria, y cuando esta memoria que es fragmentaria actúa sobre esta contradicción, engendra aún más contradicción. Veo, pues, la totalidad de este fenómeno, y el ver mismo es la acción dentro de la cual no hay contradicción. Mire, vamos a decirlo muy sencillamente. Veo que soy obtuso, estúpido; la respuesta a eso es que yo quiero ser más listo, inteligente, brillante. ¿Y qué ha pasado ahora? Estoy embotado, tonto, y quiero ser más brillante, más inteligente: en eso sí hay contradicción, por lo cual hay más conflicto, que es otro derroche más de energía. Mas si yo pudiera vivir con esa estupidez, con ese embotamiento, sin la contradicción, y, por lo tanto, con la capacidad para mirar ese embotamiento, éste último ya no existiría. No sé si lo ve Vd. O bien, soy envidioso y no quiero cambiar, no quiero volverme no-envidioso; el hecho es que soy envidioso. ¿Puedo mirar esa envidia sin introducir su opuesto, sin querer no ser envidioso o cambiar esto, o ser específico sobre ello? ¿Puedo mirar esa envidia, que es una forma de odio y celos, puedo mirarla tal como es, sin introducir ningún otro factor? En el momento en que introduzca cualquier otro factor, traeré ulterior contradicción. Pero es que la envidia misma es una contradicción, ¿no? Soy esto, quiero ser aquello, y así, mientras haya cualquier forma de pensar comparativo, tiene que haber conflicto. Y esto no significa que yo esté satisfecho con lo que soy, porque desde el momento en que esté satisfecho con lo que soy, no hago más que crear ulterior conflicto. ¿Puedo mirar mi envidia sin producir conflicto en ese mirar? ¿Puedo simplemente mirar una bella casa, un encantador jardín con sus flores, sin ninguna contradicción? Esta última ha de existir mientras haya división, y la naturaleza misma del deseo, construido por el pensamiento, es producir división.
Así, pues, para tener orden y tranquilidad internos y una mente que no esté en conflicto en ningún momento, tiene uno que comprender toda la naturaleza del pensamiento y el deseo, y esa comprensión sólo puede existir cuando el pensamiento no engendra más conflicto.
Temor, Placer y Dolor – Errepar pág. 33 a 38 y 40 a 41.-