Estamos hablando de producir una transformación radical en la conducta humana a fin de terminar con esta condición egocéntrica del hombre, la cual está causando tan enorme destrucción en el mundo. Si tenemos clara conciencia de ello, entonces podemos comenzar a preguntarnos si ese condicionamiento puede ser totalmente transformado, de manera tal que el hombre sea completamente libre. Ahora piensa que es libre para hacer lo que le place. En todo el mundo, cada individuo cree que puede hacer lo que se le antoje, y su libertad se basa en la elección, porque puede elegir el sitio donde va a vivir, la clase de trabajo que quiere hacer, puede elegir entre esta idea y aquella idea, entre este ideal y aquel ideal, puede cambiar de un dios a otro dios, de un gurú a otro, de un filósofo a otro. Esta capacidad de elegir, introduce el concepto de libertad; pero en los estados totalitarios no hay libertad, uno no puede hacer lo que quisiera hacer ‑eso está totalmente controlado. La elección no es libertad. Elegir es moverse meramente de un rincón a otro en el mismo campo. ¿Está claro? Y nos preguntamos: Siendo nuestro cerebro limitado, ¿es posible para el cerebro liberarse a sí mismo de tal manera que no haya en él temor alguno? Entonces existe una correcta relación con todos nuestros semejantes en el mundo.
Ahora vamos a investigar la naturaleza de nuestra conciencia. Nuestra conciencia es lo que somos ‑nuestras creencias e ideales, nuestros dioses, nuestra violencia, nuestro temor, los conceptos románticos, el placer, el dolor, el miedo a la muerte y la eterna pregunta que el hombre se ha formulado desde tiempos inmemoriales: si más allá de todo esto, existe algo sagrado. Esa es nuestra conciencia. Eso es lo que somos. Uno no es diferente de su conciencia. Nos estamos preguntando si ese contenido de la conciencia puede cambiar, si puede ser totalmente transformado.
En primer lugar, la conciencia de uno no es ‘su’ conciencia; es la conciencia de toda la humanidad, porque lo que uno piensa, las creencias que uno profesa, sus sensaciones, sus reacciones, su pena, su dolor, su inseguridad, sus dioses, etcétera, son compartidos por toda la humanidad. Sea que vaya uno a América, a Inglaterra, a Rusia o a China, encontrará que los seres humanos sufren en todas partes. Temen a la muerte, tienen creencias, tienen ideales. Hablan un idioma particular, pero su pensar, sus reacciones, sus respuestas son generalmente compartidas por todos los seres humanos. Es un hecho que uno sufre y que su prójimo sufre ‑ese prójimo puede estar a miles de millas de distancia, pero sufre. Él se siente tan inseguro como uno; puede tener muchísimo dinero, pero internamente hay inseguridad. El hombre rico en Norteamérica, o el hombre que tiene poder, todos pasan por este dolor, por esta ansiedad, esta desesperación, este sentimiento de soledad. Por tanto, la conciencia de uno no es ‘su’ conciencia, como tampoco lo es el pensar de uno ‑nuestro pensar no es un pensar individual. El pensar es común, es general, desde el hombre más pobre, menos educado, menos refinado que vive en una pequeña, diminuta aldea, hasta el más sofisticado de los cerebros ‑el de los grandes científicos. Todos ellos piensan. El pensar puede ser más complejo, pero es general, lo comparten todos los seres humanos. Por consiguiente, el pensar de uno no es individual. Esto es bastante difícil de ver, es difícil conocer la verdad de ello debido a que estamos tan condicionados como individuos. Todos nuestros libros religiosos, sean cristianos, musulmanes o de otro origen, todos sostienen y alimentan esta idea, este concepto del individuo. Tenemos que cuestionar eso. Tenemos que descubrir la verdad en esta materia.
Estamos investigando juntos, y vemos que la conciencia humana es similar y la comparten todos los seres humanos. En consecuencia, no hay tal individuo. Otro puede ser más educado que uno, puede ser más alto o más bajo; exteriormente puede ser distinto, pero internamente compartimos el suelo de toda la humanidad. Este es un hecho. Pero si uno está atemorizado, si está preso en ese condicionamiento de ser un individuo, jamás comprenderá la inmensidad, el hecho extraordinario de que uno es toda la humanidad. De la comprensión de ese hecho, surgen el amor, la compasión, la inteligencia; pero si uno está meramente condicionado a la idea de que es un individuo, entonces sufre infinitas complicaciones, porque esa idea se basa en una ilusión, no en un hecho. La ilusión puede tener miles de años, pero sigue siendo una ilusión. Uno es el resultado de su ambiente, es el resultado del idioma que habla, del alimento que come, de la ropa, del clima, de la tradición transmitida de generación en generación ‑uno es todo eso. Uno es el producto de la sociedad que ha creado. La sociedad no es diferente de uno mismo. El hombre ha creado la sociedad, la sociedad de la codicia, de la envidia, el odio, la violencia, las guerras; ha creado todo eso, y también ha creado el extraordinario mundo de la tecnología. Por lo tanto, uno es el mundo y el mundo es uno mismo. La conciencia de uno no es ‘su’ conciencia, es el suelo sobre el que caminan y piensan todos los seres humanos. De modo que uno no es realmente un individuo. Esa es una de las realidades, la verdad que uno debe comprender.
No acepten lo que dice quien les habla; cuestionen el propio aislamiento en que viven, porque el individuo implica aislamiento. Separarse uno mismo de otro es aislamiento, igual que las naciones, que se aíslan a sí mismas como India, etc.. pensando que en el aislamiento hay seguridad. No hay seguridad en el aislamiento. Pero los gobiernos del mundo, que representan a la humanidad de cada país, mantienen este aislamiento y, en consecuencia, están perpetuando las guerras. Si reconocemos la verdad, el hecho de que no somos individuos, de que internamente no hay división, de que todos compartimos los mismos problemas, entonces la pregunta es: ¿Puede uno, como ser humano que representa a toda la humanidad, producir una revolución psicológica fundamental? Ustedes podrían preguntar: “Si yo, como ser humano, cambio, ¿afectará eso de algún modo al resto de la humanidad?” Si de hecho cambio, si hay un cambio en una persona particular, ¿cómo influirá eso en toda la conciencia de la humanidad? Por favor, formúlense realmente esa pregunta a sí mismos; aun como un simple ser humano aislado, uno se pregunta: Si yo cambio, ¿qué efecto tiene eso en el mundo?
La cuestión es que, si uno cambia fundamentalmente, influye en toda la conciencia del hombre. Napoleón influyó en toda la conciencia de Europa. Stalin influyó en toda la conciencia de Rusia. El Salvador cristiano influyó en la conciencia del mundo; y los hindúes, con sus dioses peculiares, también han afectado la conciencia del mundo. Cuando uno, como ser humano, se transforma radicalmente en lo psicológico, o sea, que está libre de temor, que tiene una relación correcta con el prójimo, que ha terminado con el dolor, etc., lo cual implica una transformación radical, entonces influye en toda la conciencia del hombre. Ello no es un asunto individual. No es una cuestión egoísta. No es la salvación individual; es la salvación de todos los seres humanos, de los cuales uno forma parte.
La mente que no mide, Editorial Edhasa, Barcelona pág. 71 a 75.-