Aprendan a mirar; aprendan a observar esta cualidad que aparece sin toda la operación del pensamiento. No digan que no es posible. Si acuden a un profesor no conociendo su materia pero deseando aprender de él (yo no soy el profesor de ustedes), van para escuchar. No dicen: “Conozco algo al respecto” o, “usted está equivocado” o, “usted está en lo cierto” o, “no me gusta su actitud”. Escuchan, averiguan. Cuando ustedes comienzan a escuchar sensiblemente, con atención, empiezan a descubrir si el profesor es un farsante que usa un montón de palabras, o es un profesor que realmente ha penetrado a fondo en su asignatura. Ahora bien, ¿podemos escuchar y observar juntos, sin la palabra, sin la memoria, sin todo el movimiento del pensar? Lo cual significa atención completa; atención no desde un centro, sino atención en la que no hay un centro. Si tienen ustedes un centro desde el cual están atendiendo, ésa es meramente una forma de concentración. Pero si están atendiendo y no hay un centro, ello significa que prestan atención completa; en esa atención no existe el tiempo.
[…] Por consiguiente, el miedo es pensamiento que se mueve en el espacio y el tiempo. Si uno ve eso, si lo ve no como una idea sino como un hecho (lo cual significa que uno ha concedido a ese temor atención completa en el instante mismo en que surge), entonces ello no se registra. Háganlo y lo descubrirán por sí mismos. Cuando prestamos atención completa a un insulto, no hay insulto. O si viene alguien y dice: “¡Qué persona maravillosa es usted!” y prestamos atención, ello no produce efecto alguno.
[…] Cuando uno dice, “estoy lastimado”, es la imagen que uno tiene de sí mismo la que está lastimada. Viene alguien y pone su pesada bota sobre esa imagen, y uno queda lastimado. Uno queda lastimado a través de la comparación: “Yo soy esto, pero algún otro es mejor”. Mientras uno tenga una imagen de sí mismo, va a ser lastimado. Ese es un hecho, y si no prestamos atención a ese hecho y retenemos una imagen propia de cualquier clase que sea, alguien clavará un alfiler en ella y seremos lastimados. Si uno tiene una imagen de sí mismo dirigiendo la palabra a grandes auditorios, siendo famoso, con una reputación ganada que uno desea mantener, entonces alguien va a lastimar esa imagen ‑algún otro con un auditorio más grande. Si concedemos atención completa a la imagen que tenemos de nosotros mismos ‑atención, no concentración sino atención- veremos que la imagen no tiene sentido, y entonces desaparece.
[…] Entonces comienzo a preguntarme: ¿Qué es la meditación? En primer lugar, la meditación requiere atención, que consiste en poner toda nuestra capacidad y energía en la observación. La atención es diferente de la concentración. La concentración es un esfuerzo que el pensamiento hace para enfocar su capacidad, su energía, en un tema particular. Cuando ustedes van a la escuela se les adiestra para que se concentren, o sea, para que conduzcan toda la energía de que disponen, hacia un punto determinado. Al concentrarse, impiden que interfiera cualquier otra clase de pensamientos; la meditación implica controlar el pensamiento sin permitirle que divague, manteniéndolo enfocado sobre un tema en especial. Es la operación del pensamiento la que enfoca la atención, la energía, en ese tema. En ello hay compulsión, hay control.
Por lo tanto, en la concentración están el controlador y lo controlado. El pensamiento divaga; el pensamiento dice que no debe divagar y yo lo traigo de vuelta como el controlador que afirma: “Debo concentrarme en esto”. Hay, pues, un controlador y está lo controlado. ¿Quién es el controlador? El controlador es una parte del pensamiento y también es el pasado. El controlador dice: “Yo he aprendido mucho, y para mí, el controlador, es importante controlar el pensamiento”. O sea, que el pensamiento se ha dividido a sí mismo como el controlador y lo controlado; es una treta que el pensamiento está jugando consigo mismo. Ahora bien, en la atención no hay controlador ni existe lo controlado; solamente hay atención. Por lo tanto, es indispensable examinar cuidadosamente la naturaleza de la concentración con su controlador y lo controlado. En toda nuestra vida está presente este controlador: “Yo debo hacer esto, no debo hacer aquello, debo controlar mis deseos, controlar mi ira, controlar mis ímpetus”.
[…] La atención no es el opuesto de la concentración. El opuesto tiene sus raíces en su propio opuesto. Si el amor es el opuesto del odio, entonces el amor ha nacido del odio. La atención no es el opuesto de la concentración, está totalmente divorciada de ella. La atención, ¿requiere un esfuerzo? Esa es una de nuestras actividades principales; yo debo esforzarme ‑soy perezoso, no deseo levantarme esta mañana pero debo hacerlo, debo hacer un esfuerzo. Yo no deseo hacer cierta cosa, pero debo hacerla. Vean lo extraordinario que es el hecho de que no podamos captar instantáneamente el significado de esto. Ello tiene que ser explicado y explicado y explicado. Pareciera que somos incapaces de percibir directamente la diferencia entre concentración y atención y, de tal modo, estar atentos.
¿Cuándo se produce la atención? Obviamente, no mediante el esfuerzo. Cuando uno realiza un esfuerzo para estar atento, ello indica que uno está inatento y trata de que esa inatención se convierta en atención. Pero tener un penetrante y rápido discernimiento, es ver instantáneamente, por ejemplo, la falsedad de todas las organizaciones religiosas, de modo tal que uno ya esté fuera de ellas. Es ver instantáneamente que el observador es lo observado y, por tanto, uno no hace esfuerzo alguno; es así. El esfuerzo existe cuando hay división. ¿No indica ello que el cerebro de uno se ha embotado, porque a uno lo han estado ejercitando y ejercitando, y así ha perdido su prístina viveza, su capacidad de ver directamente sin tantas explicaciones y palabras, palabras, palabras…
Pero, infortunadamente, uno tiene que examinar esto, porque nuestra mente, nuestro cerebro no puede, por ejemplo, captar instantáneamente que la verdad no tiene senderos; es incapaz de ver la inmensidad de esa declaración, de ver su belleza y descartar así todos los senderos, de modo que ese cerebro se vuelva extraordinariamente activo. Una de las dificultades es que nos hemos vuelto mecánicos. Si el cerebro de uno no es extraordinariamente vivaz y activo, paulatinamente irá deteriorándose. Así que el cerebro tiene que pensar, tiene que estar activo, aunque sea parcialmente; pero cuando la computadora asuma todo el trabajo y la mayor parte de nuestro pensamiento, operando a una velocidad que el cerebro no puede alcanzar, entonces el cerebro va a deteriorarse. Esto ya está sucediendo, no es una exageración de quien les habla, está sucediendo ahora y nosotros no lo advertimos.
En la concentración hay siempre un centro desde el cual uno está actuando. Cuando uno se concentra, lo hace por algún beneficio, por algún motivo profundamente arraigado; uno está observando desde un centro. Mientras que en la atención no hay centro en absoluto. Cuando uno mira algo inmenso ‑como las montañas con su majestad extraordinaria, con su perfil recortado contra el cielo azul, y la magnificencia del valle- la belleza de ello expulsa por un instante el centro; por un segundo quedamos pasmados ante esa inmensidad. La belleza es esa percepción que existe cuando el centro está ausente. Un niño a quien le han dado un juguete, está tan absorto en él que cesa en sus travesuras; está totalmente con el juguete. Pero rompe el juguete y está de vuelta consigo mismo. Nosotros estamos casi todos absortos en nuestros numerosos juguetes; cuando los juguetes desaparecen, volvemos a nosotros mismos. En la comprensión de nosotros mismos sin los juguetes, sin ninguna dirección, sin ningún motivo, está la libertad con respecto a la especialización, y esta libertad hace que el cerebro se encuentre totalmente activo. Cuando el cerebro está activo en su totalidad, ésa es la atención total.
Siempre estamos mirando o sintiendo con una parte de los sentidos. Uno escucha alguna música, pero jamás la escucha realmente. Jamás estamos atentos a nada con la totalidad de nuestros sentidos. Cuando uno mira una montaña, debido a su majestuosidad los sentidos de uno operan totalmente y, por ello, uno se olvida de sí mismo. Cuando uno mira el movimiento del mar, o el cielo con la luna naciente, cuando uno está íntegramente atento con la totalidad de sus sentidos, ésa es la atención completa en que no hay un centro. Lo cual implica que la atención es el silencio total del cerebro, en el que ya no hay parloteo sino una completa quietud ‑un silencio absoluto de la mente y el cerebro.
[…] Sólo observo este movimiento y no me aparto de él, no escapo del temor sino que vivo con él, lo miro, pongo toda mi energía en el mirar. Veo entonces que el temor comienza a disolverse porque no he hecho nada al respecto, simplemente he observado, le he concedido al temor mi atención total. Esa atención misma es como arrojar luz sobre el temor. Atención quiere decir que uno pone toda su energía en esa observación.
La madeja del pensamiento, Editorial Edhasa, Barcelona.