Era él miembro del gobierno y se daba cuenta tímidamente de su importancia. Hablaba de su responsabilidad para con su pueblo; explicó cómo su partido era superior a la oposición y podía hacer cosas mejores; cómo estaban tratando los suyos de poner fin a la corrupción y al mercado negro, pero cuán difícil era encontrar personas incorruptibles y a la vez eficientes, y cuán fácil era para los que estaban fuera, criticar y censurar al gobierno por las cosas que no se hacían. Continuó diciendo que cuando las personas llegaban a su edad, deberían tomar las cosas con más sosiego; pero que la mayor parte de la gente anhelaba el poder, aun los ineficientes. Decía que en lo más profundo todos éramos desdichados y nos interesábamos en nuestro provecho, aunque algunos de nosotros nos ingeniábamos en ocultar nuestra desdicha y nuestro anhelo de poder. ¿Por qué existía este afán de poder?
¿Qué queremos expresar al decir poder? Todo individuo y grupo va en busca del poder; poder para sí mismo, para el partido, o la ideología. El partido y la ideología son una prolongación de uno mismo. El asceta busca poder mediante la abnegación, y lo mismo hace la madre mediante su hijo. Existe el poder de la eficiencia con su crueldad, y el poder de la máquina en manos de unos pocos; existe la dominación de un individuo por otro, la explotación del estúpido por el astuto, el poder del dinero, el poder del nombre y la palabra, y el poder de la mente sobre la materia. Todos queremos alguna clase de poder, sobre nosotros mismos o sobre otros. Este afán de poder trae una especie de felicidad, una satisfacción que no es demasiado pasajera. El poder de la renunciación es como el poder de la riqueza. Es el anhelo de satisfacción, de felicidad, que nos impulsa a buscar poder. Y ¡cuán fácilmente nos satisfacemos! La facilidad de lograr alguna forma de satisfacción nos ciega. Toda complacencia ciega. ¿Por qué buscamos este poder?
“Yo supongo ante todo que es porque nos da comodidades materiales, una posición social, y respetabilidad en las cosas tradicionales”.
¿Existe el anhelo de poder en un solo nivel de nuestro ser? ¿No lo buscamos en lo interior, lo mismo que exteriormente? ¿Por qué? ¿Por qué rendimos culto a la autoridad, ya sea de un libro, de una persona, del Estado o de una creencia? ¿Por qué existe ese afán de aferrarse a una persona o a una idea? En un tiempo fue la autoridad del sacerdote la que nos retenía, y ahora es la autoridad del experto, del especialista. ¿No os habéis fijado en cómo tratáis a un hombre con un título, un hombre de posición, al poderoso jefe ejecutivo? El poder, en alguna forma, parece dominar nuestras vidas: el poder de uno sobre muchos, la utilización de uno por otro, o la utilización mutua.
“¿Qué queréis decir con la utilización de otro?”
Esto es bastante sencillo, ¿no es así? Nos utilizamos el uno al otro para satisfacción mutua. La actual estructura de la sociedad que es nuestra relación de uno con otro, se basa en la necesidad y la utilización. Necesitáis votos para alcanzar el poder; usáis a las personas para lograr lo que queréis, y ellas necesitan lo que vosotros prometéis. La mujer necesita al hombre y el hombre a la mujer. Nuestra relación actual se basa en la necesidad y el uso Semejante relación es inherentemente violenta, y por esto es violenta la base misma de nuestra sociedad. Mientras la estructura social se basa en la necesidad y la utilización mutuas, tiene que ser violenta y destructiva; en tanto que yo use a otro para mi personal satisfacción, o para la realización de una ideología con la cual yo esté identificado, sólo podrá haber temor, desconfianza y oposición. La relación es entonces un proceso de autoaislamiento y desintegración. Todo esto es dolorosamente evidente en la vida del individuo y en los asuntos mundiales.
“Pero ¡es imposible vivir sin necesidad mutua!”
Yo necesito al cartero, pero si lo utilizo para satisfacer algún interno afán, entonces la necesidad social se convierte en necesidad psicológica, y nuestra relación habrá sufrido un cambio radical. Es esta psicológica necesidad y utilización de otro lo que contribuye a la violencia y a la desdicha. La necesidad psicológica crea la búsqueda de poder, y el poder es utilizado para nuestra satisfacción en diferentes niveles. El hombre que es ambicioso para sí o para su partido, o que quiere alcanzar un ideal, es evidentemente un factor desintegrante en la sociedad.
“¿No es inevitable la ambición?”
Es inevitable sólo mientras no haya transformación fundamental del individuo. ¿Por qué hemos de aceptarla como inevitable? ¿Es inevitable la crueldad del hombre para con el hombre? ¿No queréis darle fin? ¿No indica completa irreflexión el aceptarla como inevitable?
“Si no sois cruel hacia otros, algún otro lo será hacia vos, de modo que tenéis que manteneros sobre los demás”.
Estar por encima de los demás es lo que tratan de hacer todos los individuos, todos los grupos, todas las ideologías, y así sostienen la crueldad, la violencia. Sólo puede haber creación en la paz; y ¿cómo puede haber paz si hay utilización humana? Hablar de paz es completo disparate mientras nuestra relación con uno o con muchas se base en la necesidad y el uso. La necesidad y la utilización de otro tienen qué llevar inevitablemente al poder y a la dominación. El poder de una idea y el poder de la espada son semejantes; ambos son destructivos. Idea y creencia ponen al hombre contra el hombre, lo mismo que lo hace la espada. La idea y la creencia son la antítesis misma del amor.
“Entonces ¿por qué nos consume consciente o inconscientemente este deseo de poder?”
¿No es la persecución del poder una de las reconocidas y respetables evasiones de nosotros mismos, de lo que es? Cada uno trata de escapar de su propia insuficiencia, de su pobreza interna, de su soledad, aislamiento. Lo actual es desagradable, pero la evasión fascina e invita. Considerad lo que pasaría si estuvierais a punto de ser privado de vuestro poder, de vuestra posición, de vuestra riqueza difícilmente ganada. Lo resistiríais, ¿verdad? Os consideráis indispensable para el bien de la sociedad, y así os resistiríais con violencia, o con argumentación racional y astuta. Si voluntariamente fuerais capaz de dejar de lado todas vuestras muchas adquisiciones en diferentes niveles, seriáis como nada, ¿no es verdad?
“Supongo que si, lo cual es muy depresivo. Desde luego, yo no quiero ser como nada”.
Tenéis pues toda la apariencia exterior, sin la sustancia interna, el incorruptible tesoro interior. Queréis vuestra apariencia externa, y lo mismo le pasa a otro, y de este conflicto surgen el odio y el miedo, al violencia y el deterioro. Con vuestra ideología, sois tan insuficiente como la oposición, y así os estáis destruyendo uno a otro en nombre de la paz, de la suficiencia, del adecuado empleo, o en nombre de Dios. Como casi todos anhelan estar por encima de los demás, hemos edificado una sociedad de violencia, conflicto y enemistad.
“Pero ¿cómo va uno a desarraigar todo esto?”
No siendo ambicioso, codicioso de poder, de nombre, de posición; siendo lo que sois, sencillo y un nadie. El pensar negativo es la más elevada forma de inteligencia.
“Pero la crueldad y la violencia del mundo no pueden ser detenidas por mi esfuerzo individual. Y ¿no invertiría un tiempo infinito el cambio de todos los individuos?”
El otro sois vos. Esta pregunta surge del deseo de evitar vuestra propia transformación inmediata, ¿no es así? Estáis diciendo, en efecto: “¿de qué sirve que yo cambie si todos los demás no cambian?” Tiene uno que empezar cerca para llegar lejos. Pero vos realmente no queréis cambiar; queréis que las cosas sigan como están, especialmente si estáis en lo alto, y así decís que se tardará tiempo infinito en transformar el mundo a través de la transformación individual. El mundo sois vos, vos sois el problema; el problema no está separado de vos; el mundo es la proyección de vos mismo. El mundo no puede ser transformado hasta que lo seáis vos. La felicidad está en la transformación y no en la adquisición.
“Pero yo soy moderadamente feliz. Claro que hay muchas cosas en mí que no me gustan, pero no tengo tiempo ni inclinación para ocuparme de ellas”.
Sólo un hombre feliz puede producir un nuevo orden social pero no es feliz el que está identificado con una ideología o una creencia, o que se pierde en cualquier actividad social o individual. La felicidad no es un fin en si misma. Viene con la comprensión de lo que es, Solo cuando la mente está libre de sus propias proyecciones puede haber felicidad. La felicidad que se adquiere es meramente satisfacción; la felicidad mediante la acción, el poder, no es otra cosa que sensación; y como la sensación pronto se marchita, existe el anhelo de más y más. En tanto que el más sea un medio para la felicidad no es un recuerdo; es ese estado que surge con la verdad, siempre nuevo, nunca continuo.
Comentarios sobre el vivir, Segunda Serie, Editorial Kier, Buenos Aires, pág 35.