Existe el temor. El temor jamás está en el ahora; está antes o después del presente activo. Cuando hay temor en el presente activo, ¿es ello temor? Está ahí y no hay modo de escapar, de evadirse de él. Ahí, en ese momento, hay atención total al instante de peligro físico o psicológico. Cuando hay completa atención, no hay temor. Pero el momento presente de inatención es el que engendra el temor; el temor surge cuando se elude el hecho, cuando se escapa de él; entonces el escape mismo es el temor.
El temor y sus múltiples formas, culpa ansiedad, esperanza, desesperación, está ahí en cada momento de la relación; está ahí en toda búsqueda de seguridad; está ahí en el llamado amor y en la adoración, en la ambición y el éxito; está ahí en la vida y en la muerte, en las cosas físicas y en los factores psicológicos. El temor existe en muchísimas formas y en todos los niveles de nuestra conciencia. La defensa, la resistencia y el rechazo provienen del temor. Temor a la oscuridad y temor a la luz; temor de ir y temor de venir. El temor empieza y termina en el deseo de estar seguro, de tener permanencia. La continuidad de la permanencia es buscada en todas las direcciones, en la virtud, en la relación, en la acción en la experiencia, en el conocimiento, en las cosas externas y en las internas. Encontrar un refugio y estar seguro, ése es el eterno clamor. Esta insistente demanda es la que engendra el miedo.
¿Pero existe la permanencia, sea externa o internamente? Tal vez podría haberla, hasta cierto punto, en lo externo, y aún así eso es precario; hay guerras revoluciones, hay progreso, accidentes, terremotos. Uno tiene que tener comida, ropa y techo; eso es esencial y necesario para todos. Aunque se la busque, ciegamente o con razón, ¿existe certidumbre interna alguna, continuidad interna, permanencia? No existe. El escape de esta realidad es temor. La incapacidad de hacer frente a esta realidad engendra todas las formas de esperanza y desesperación.
El pensamiento mismo es el origen del temor. El pensamiento es tiempo; el pensamiento acerca del mañana es placer o dolor; si es placentero, el pensamiento lo perseguirá temiendo que termine; si es doloroso, el huir de ello es miedo. Ambos, el placer y el dolor, son la causa del miedo. El tiempo como pensamiento y el tiempo como sentimiento, producen temor. El cese del temor es la comprensión del pensamiento, del mecanismo de la memoria y de la experiencia. El pensamiento es el proceso total de la conciencia, la evidente y la oculta; el pensamiento no es meramente la cosa acerca de la que se piensa sino el origen mismo de ese pensamiento. El pensamiento no es sólo la creencia, el dogma, la idea y la razón, sino el centro desde el cual estas cosas surgen. Este centro es el origen de todo temor. ¿Pero existe la experiencia del temor, o hay conciencia acerca de la causa del temor, de la cual el pensamiento está escapando? La autoprotección física es una cosa sensata, normal y sana, pero internamente toda otra forma de autoprotección implica resistencia y siempre acumula, fortalece esa energía que es el temor. Este temor interno hace de la seguridad externa un problema de clase, de prestigio, de poder, y entonces hay crueldad competitiva.
Cuando este proceso total de pensamiento, tiempo y temor es visto –no como una idea, como una fórmula intelectual—hay completa terminación del temor tanto consciente como oculto. La comprensión de sí mismo es el despertar y el fin del temor.
Y cuando el temor cesa, también cesa el poder de engendrar ilusión, mitos, visiones con esperanza y su desesperación, y sólo entonces comienza un movimiento que va más allá de la conciencia, la cual es pensamiento y sentimiento. Este movimiento es un vaciar de los recónditos rincones de la mente y de los más profundos y escondidos deseos y necesidades. Entonces, cuando existe este total vacío, cuando no hay absoluta y literalmente nada, ni influencia, ni evaluación, ni frontera, ni palabra, entonces en esta completa quietud del tiempo-espacio, está eso que es innominable.
15 de Septiembre de 1961
Editorial Sudamericana, Páginas. 112 y 113
Todos los textos, tanto del Diario I como del II, son, a diferencia de la mayoría de sus libros que reflejan sus charlas, producto de lo que él directamente escribía en estados de profunda meditación. Aquí nos plantea el vínculo entre el pensamiento y nuestros miedos.