Hemos estado discutiendo lo esencial que es tener amor, y vimos que uno no puede adquirirlo ni comprarlo; no obstante, sin amor todos nuestros planes de un orden social perfecto en el que no haya explotación ni regimentación, no tendrán sentido alguno, y pienso que es muy importante comprender esto mientras somos jóvenes.
Dondequiera que uno vaya por el mundo, no importa en qué lugar, ve que la sociedad se encuentra en un perpetuo estado de conflicto. Están siempre el poderoso, el rico, el próspero por un lado, y los obreros por el otro; y cada cual compitiendo envidiosamente, anhelando una posición más alta, un salario mayor, más poder, más prestigio. Ese es el estado del mundo, y así hay siempre una guerra en marcha, tanto interna como externamente.
Ahora bien, si ustedes y yo queremos dar origen a una revolución completa en el orden social, lo primero que tenemos que comprender es este instinto por la adquisición de poder. La mayoría de nosotros anhela el poder en una u otra forma. Vemos que mediante la riqueza y el poder, podemos viajar, relacionarnos con personas importantes y llegar a ser famosos; o bien soñamos con producir una sociedad perfecta. Pensamos que por medio del poder lograremos aquello que es bueno; pero la persecución misma del poder – poder para nosotros mismos, poder para nuestro país, poder para una ideología – es nociva, destructiva, porque crea inevitablemente fuerzas opuestas y entonces siempre hay conflicto.
¿No es bueno, entonces, que la educación los ayude para que, a medida que vayan creciendo, perciban la importancia de dar origen a un mundo en el cual no haya conflicto ni interno ni externo, un mundo en el que uno no esté en conflicto con su vecino ni con grupo alguno de personas, porque el impulso de la ambición, que es el deseo de posición y poder, ha cesado por completo? ¿Y es posible crear una sociedad así, en la que no haya conflicto ni interna ni externamente? La sociedad es la relación entre ustedes y yo; y si nuestra relación se basa en la ambición – cada cual deseando ser más poderoso que el otro – entonces, obviamente, siempre estaremos en conflicto. ¿Puede, pues, eliminarse esta causa de conflicto? ¿Podemos todos nosotros educarnos para no ser competidores, para no compararnos con algún otro, para no desear esta posición o aquella, en una palabra, para no ser ambiciosos en absoluto?
Cuando fuera de la escuela están ustedes con sus padres, cuando leen los diarios o hablan con la gente, tienen que haber notado que casi todos quieren producir un cambio en el mundo. ¿Y no han advertido también que estas mismas personas están siempre en conflicto unas con otras sobre esto o aquello – sobre ideas, propiedad, raza, casta o religión? Sus padres, los vecinos, los ministros y los burócratas, ¿no son todos ambiciosos, no están luchando por una posición mejor y, en consecuencia, no están siempre en conflicto con alguien? Ciertamente, sólo cuando toda esta competencia sea erradicada, habrá una sociedad pacífica en la que todos nosotros podremos vivir con felicidad, creativamente.
Ahora bien, ¿cómo puede hacerse esto? ¿Pueden la regulación, la legislación o el adiestramiento de la mente para que no sea ambiciosa, eliminar la ambición? Exteriormente, puede uno disciplinarse para no ser ambicioso, socialmente puede dejar de competir con otros; pero internamente seguirá siendo ambicioso, ¿no es así? ¿Y es posible erradicar completamente esta ambición que está trayendo tanta desdicha a los seres humanos? Es probarle que no hayan reflexionado sobre esto antes, porque nadie les había hablado así; pero ahora que alguien les habla sobre ello, ¿no quieren averiguar si es posible vivir en este mundo plenamente, creativamente, de una manera rica, feliz, sin el impulso destructivo de la ambición, sin la competencia? ¿No quieren saber cómo se puede vivir sin que la vida de uno destruya a otra persona ni proyecte una sombra en su camino?
Vean, pensamos que éste es un sueño utópico que jamás podrá convertirse en realidad; pero yo no hablo de una utopía, ése sería un disparate. ¿Podemos ustedes y yo, que somos personas sencillas, corrientes, vivir creativamente en este mundo sin el impulso de la ambición – que se manifiesta de distintas maneras, tales como el deseo de poder, de posición? Descubrirán la respuesta correcta cuando amen lo que están haciendo. Si uno es un ingeniero solamente porque tiene que ganarse la subsistencia o porque eso es lo que esperan de uno los padres o la sociedad, entonces ésa es otra forma de compulsión; y la compulsión, en cualquiera de sus formas, crea contradicción, conflicto. Mientras que si uno ama realmente su profesión de ingeniero, o de científico, si puede plantar un árbol, o pintar un cuadro, o escribir un poema, no para obtener reconocimiento sino sólo porque uno ama eso que está haciendo, entonces descubrirá que jamás compite con otro. Pienso que ésta es la verdadera clave: amar lo que uno hace.
Pero cuando ustedes son jóvenes, a menudo les resulta difícil saber qué es lo que quieren hacer, qué es lo que aman, porque son muchas las cosas que desean hacer. Uno quiere ser un ingeniero, un maquinista, un piloto de avión que recorre zumbando los cielos azules; o tal vez desea ser un orador famoso o un político. O quizá quiera ser un artista, un químico, un poeta o un carpintero. O trabajar con la cabeza, o hacer algo con las manos. ¿Es cualquiera de estas cosas algo que uno realmente ama, o el interés que siente por ellas es una mera reacción a las presiones sociales? ¿Cómo descubrirlo? ¿Y no es el verdadero propósito de la educación ayudarlos a descubrirlo, de modo que cuando crezcan puedan dedicar por completo la mente, el corazón y el cuerpo a eso que realmente les gusta hacer, a eso que aman?
Descubrir eso requiere mucha inteligencia; porque si ustedes tienen miedo de no poder ganarse el sustento, o de no encajar en esta corrupta sociedad, entonces nunca lo descubrirán. Pero si no tienen miedo, si se niegan a que sus padres, sus maestros y las exigencias superficiales de la sociedad los empujen dentro de la rutina de la tradición, entonces hay una posibilidad de que descubran lo que realmente quieren hacer en la vida. Para descubrirlo, pues la subsistencia no ha de inspirarles temor alguno.
Pero casi todos nosotros tenemos miedo de no poder subsistir; decimos: “¿Qué me sucederá si no hago lo que dicen mis padres, si no encajo en esta sociedad?” Estando atemorizados, hacemos lo que nos dicen, y en eso no hay amor, sólo hay contradicción. Y esta contradicción interna es uno de los factores que dan origen a la destructiva ambición.
Por lo tanto, es un objetivo básico de la educación ayudarlos a que descubran lo que verdaderamente quieren hacer en la vida, a fin de que puedan entregar a ello la totalidad de la mente y del corazón, porque eso crea la dignidad humana, la cual barre con la mediocridad, con la mezquina mentalidad burguesa. Por eso es muy importante que tengan los maestros apropiados, la atmósfera apropiada, para que puedan desarrollarse con el amor que se expresa a sí misma en lo que están haciendo. Sin este: amor, sus exámenes, sus conocimientos, sus capacidades, la posición o las posesiones que tengan, son sólo cenizas, no tienen sentido alguno; sin este amor sus acciones van a traer más guerras, más odio, más daño y destrucción. Todo esto quizá no signifique nada para ustedes, porque exteriormente son aún muy jóvenes, pero espero que signifique algo para sus maestros – y también para ustedes en alguna parte muy profunda del ser.
Dondequiera que uno vaya por el mundo, no importa en qué lugar, ve que la sociedad se encuentra en un perpetuo estado de conflicto. Están siempre el poderoso, el rico, el próspero por un lado, y los obreros por el otro; y cada cual compitiendo envidiosamente, anhelando una posición más alta, un salario mayor, más poder, más prestigio. Ese es el estado del mundo, y así hay siempre una guerra en marcha, tanto interna como externamente.
Ahora bien, si ustedes y yo queremos dar origen a una revolución completa en el orden social, lo primero que tenemos que comprender es este instinto por la adquisición de poder. La mayoría de nosotros anhela el poder en una u otra forma. Vemos que mediante la riqueza y el poder, podemos viajar, relacionarnos con personas importantes y llegar a ser famosos; o bien soñamos con producir una sociedad perfecta. Pensamos que por medio del poder lograremos aquello que es bueno; pero la persecución misma del poder – poder para nosotros mismos, poder para nuestro país, poder para una ideología – es nociva, destructiva, porque crea inevitablemente fuerzas opuestas y entonces siempre hay conflicto.
¿No es bueno, entonces, que la educación los ayude para que, a medida que vayan creciendo, perciban la importancia de dar origen a un mundo en el cual no haya conflicto ni interno ni externo, un mundo en el que uno no esté en conflicto con su vecino ni con grupo alguno de personas, porque el impulso de la ambición, que es el deseo de posición y poder, ha cesado por completo? ¿Y es posible crear una sociedad así, en la que no haya conflicto ni interna ni externamente? La sociedad es la relación entre ustedes y yo; y si nuestra relación se basa en la ambición – cada cual deseando ser más poderoso que el otro – entonces, obviamente, siempre estaremos en conflicto. ¿Puede, pues, eliminarse esta causa de conflicto? ¿Podemos todos nosotros educarnos para no ser competidores, para no compararnos con algún otro, para no desear esta posición o aquella, en una palabra, para no ser ambiciosos en absoluto?
Cuando fuera de la escuela están ustedes con sus padres, cuando leen los diarios o hablan con la gente, tienen que haber notado que casi todos quieren producir un cambio en el mundo. ¿Y no han advertido también que estas mismas personas están siempre en conflicto unas con otras sobre esto o aquello – sobre ideas, propiedad, raza, casta o religión? Sus padres, los vecinos, los ministros y los burócratas, ¿no son todos ambiciosos, no están luchando por una posición mejor y, en consecuencia, no están siempre en conflicto con alguien? Ciertamente, sólo cuando toda esta competencia sea erradicada, habrá una sociedad pacífica en la que todos nosotros podremos vivir con felicidad, creativamente.
Ahora bien, ¿cómo puede hacerse esto? ¿Pueden la regulación, la legislación o el adiestramiento de la mente para que no sea ambiciosa, eliminar la ambición? Exteriormente, puede uno disciplinarse para no ser ambicioso, socialmente puede dejar de competir con otros; pero internamente seguirá siendo ambicioso, ¿no es así? ¿Y es posible erradicar completamente esta ambición que está trayendo tanta desdicha a los seres humanos? Es probarle que no hayan reflexionado sobre esto antes, porque nadie les había hablado así; pero ahora que alguien les habla sobre ello, ¿no quieren averiguar si es posible vivir en este mundo plenamente, creativamente, de una manera rica, feliz, sin el impulso destructivo de la ambición, sin la competencia? ¿No quieren saber cómo se puede vivir sin que la vida de uno destruya a otra persona ni proyecte una sombra en su camino?
Vean, pensamos que éste es un sueño utópico que jamás podrá convertirse en realidad; pero yo no hablo de una utopía, ése sería un disparate. ¿Podemos ustedes y yo, que somos personas sencillas, corrientes, vivir creativamente en este mundo sin el impulso de la ambición – que se manifiesta de distintas maneras, tales como el deseo de poder, de posición? Descubrirán la respuesta correcta cuando amen lo que están haciendo. Si uno es un ingeniero solamente porque tiene que ganarse la subsistencia o porque eso es lo que esperan de uno los padres o la sociedad, entonces ésa es otra forma de compulsión; y la compulsión, en cualquiera de sus formas, crea contradicción, conflicto. Mientras que si uno ama realmente su profesión de ingeniero, o de científico, si puede plantar un árbol, o pintar un cuadro, o escribir un poema, no para obtener reconocimiento sino sólo porque uno ama eso que está haciendo, entonces descubrirá que jamás compite con otro. Pienso que ésta es la verdadera clave: amar lo que uno hace.
Pero cuando ustedes son jóvenes, a menudo les resulta difícil saber qué es lo que quieren hacer, qué es lo que aman, porque son muchas las cosas que desean hacer. Uno quiere ser un ingeniero, un maquinista, un piloto de avión que recorre zumbando los cielos azules; o tal vez desea ser un orador famoso o un político. O quizá quiera ser un artista, un químico, un poeta o un carpintero. O trabajar con la cabeza, o hacer algo con las manos. ¿Es cualquiera de estas cosas algo que uno realmente ama, o el interés que siente por ellas es una mera reacción a las presiones sociales? ¿Cómo descubrirlo? ¿Y no es el verdadero propósito de la educación ayudarlos a descubrirlo, de modo que cuando crezcan puedan dedicar por completo la mente, el corazón y el cuerpo a eso que realmente les gusta hacer, a eso que aman?
Descubrir eso requiere mucha inteligencia; porque si ustedes tienen miedo de no poder ganarse el sustento, o de no encajar en esta corrupta sociedad, entonces nunca lo descubrirán. Pero si no tienen miedo, si se niegan a que sus padres, sus maestros y las exigencias superficiales de la sociedad los empujen dentro de la rutina de la tradición, entonces hay una posibilidad de que descubran lo que realmente quieren hacer en la vida. Para descubrirlo, pues la subsistencia no ha de inspirarles temor alguno.
Pero casi todos nosotros tenemos miedo de no poder subsistir; decimos: “¿Qué me sucederá si no hago lo que dicen mis padres, si no encajo en esta sociedad?” Estando atemorizados, hacemos lo que nos dicen, y en eso no hay amor, sólo hay contradicción. Y esta contradicción interna es uno de los factores que dan origen a la destructiva ambición.
Por lo tanto, es un objetivo básico de la educación ayudarlos a que descubran lo que verdaderamente quieren hacer en la vida, a fin de que puedan entregar a ello la totalidad de la mente y del corazón, porque eso crea la dignidad humana, la cual barre con la mediocridad, con la mezquina mentalidad burguesa. Por eso es muy importante que tengan los maestros apropiados, la atmósfera apropiada, para que puedan desarrollarse con el amor que se expresa a sí misma en lo que están haciendo. Sin este: amor, sus exámenes, sus conocimientos, sus capacidades, la posición o las posesiones que tengan, son sólo cenizas, no tienen sentido alguno; sin este amor sus acciones van a traer más guerras, más odio, más daño y destrucción. Todo esto quizá no signifique nada para ustedes, porque exteriormente son aún muy jóvenes, pero espero que signifique algo para sus maestros – y también para ustedes en alguna parte muy profunda del ser.
El Propósito de la Educación, Editorial Edhasa, España, 1992, pág. 61.-