Pregunta: Siento que mi vida diaria no tiene importancia, que yo debería estar haciendo otra cosa.
KRISHNAMURTI: Cuando usted esté comiendo, coma. Cuando está dando un paseo, pasee. No diga: “Debo estar haciendo otra cosa.” Cuando esté leyendo dé a ello su atención completa, ya sea que lea una novela policíaca, una revista, la Biblia o lo que guste. La atención completa es completa acción y, por tanto, no hay el “debería estar haciendo otra cosa”. Es sólo cuando no estamos atentos que tenemos el sentimiento de: «¡Por Dios, yo debería estar haciendo algo mejor!” Si prestamos completa atención cuando estamos comiendo, ello es acción. Lo importante no es lo que estamos haciendo, sino si podemos darle total atención. Quiero significar por esa palabra, no algo que aprendemos por medio de la concentración, en una escuela o en los negocios, sino atender con nuestro cuerpo, nuestros nervios, ojos, oídos, nuestra mente, nuestro corazón: completamente. Si hacemos esto, hay una tremenda crisis en nuestra vida. Entonces algo requiere nuestra total energía, vitalidad, atención. La vida demanda esa atención cada minuto; pero nosotros estamos tan entrenados en la inatención, que siempre estamos tratando de escapar de la una a la otra. Decimos: “¿Cómo voy a tener atención? Soy perezoso.” Sean perezosos, pero estén totalmente atentos a la pereza. Estén totalmente atentos a la inatención. Sepan que no tienen atención en absoluto. Entonces, cuando ustedes saben que están totalmente atentos a la inatención, ya están atentos.
El despertar de la sensibilidad, 28 de julio de 1966, pag 147 y 148
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KRISHNAMURTI: Señor, por favor, escuche lo siguiente: Consideremos el tiempo. Ahondemos en ello despacio. No se impaciente. Usted mira un árbol. ¿Qué ocurre en realidad? Cuando sus ojos miran un árbol, al verlo hay vibraciones e inmediatamente surge el conocimiento de ese árbol. Usted dice «Ese es un pino»; «me gusta», o «no me gusta», «me produce fiebre de heno y debo alejarme de él». Usted mira ese árbol con todo un trasfondo, con todo su conocimiento, con todos sus pensamientos. Usted no puede parar sus pensamientos, su conocimiento, todas las cosas que surgen como reacción al mirar el árbol. ¿Qué está usted mirando? Usted no está mirando al árbol, sino al trasfondo. ¿Cómo lo mira usted? ¿Lo condena? ¿Dice usted: «Él está evitando que yo vea el árbol y por lo tanto debo detenerlo, debo abrirme paso a través de él»? ¿Cómo mira usted el trasfondo? ¿Como alguien que está fuera de él? ¿Lo mira usted como el observador y lo observado, o simplemente lo mira sin el observador? Y si no hay un observador, ¿hay acaso un trasfondo?
El árbol no tiene importancia alguna. Lo importante es cómo usted mira. De suerte que el propio conocimiento es de la mayor importancia. Sin conocer todo el trasfondo, la conciencia, las exigencias, los temores, todo lo que constituye el «yo»; sin conocer todo eso, es absolutamente inútil tratar de mirar el árbol sin el observador. Lo que usted ansía es ver el árbol, tratar de identificarse con él y sentir algo muy extraordinario. Si es eso lo que usted anhela, entonces ahí está el ácido lisérgico, L.S.D., que produce una gran sensibilidad por cierto tiempo, y entonces, no hay separación entre usted y el árbol. No es que usted sea el árbol; pero entonces no hay división, ni tiempo, no hay intervalo; hay una tremenda sensación de que todo el universo es usted y que usted no está separado del universo. Lo que no significa que yo haya tomado L.S.D.
Usted tiene que comprender su propia naturaleza: sus tendencias, su idiosincrasia y sus prejuicios; la estructura de su relación con los demás, la anatomía del temor en que está sujeto, la urgencia de realización, la urgencia de ser alguien con todas sus frustraciones, con la búsqueda de placer, sexualmente y en tantas otras diferentes direcciones. Si la mente no se da cuenta de todo eso, tanto de lo consciente como de lo inconsciente, entonces el intervalo entre uno y la naturaleza jamás puede ser trascendido.
Es muy importante descubrir cómo uno se mira a sí mismo y quién es la entidad que mira. ¿Es el observador que se mira a sí mismo diferente de lo que observa? ¡Evidentemente no! El centro, el pensador que mira, el evaluador, el juez que se mira a sí mismo, es fabricado, compuesto por el pensamiento; son uno. Cuando eso se realiza totalmente, no de manera parcial, entonces todo el contenido del inconsciente se expone fácilmente porque no hay defensa, condenación o juicio. Se produce un movimiento en que todo el trasfondo se mueve y fluye, termina. Cuando algo está en movimiento constante, no hay sitio de descanso y por ende no hay residuo.
He aquí el problema real para cualquier hombre inteligente, serio. Viendo el mundo, viendo la humanidad, el «yo» y la necesidad de una completa y radical revolución, ¿cómo es posible producirla? Sólo puede producirse cuando el observador ya no hace esfuerzo alguno por cambiar, por él mismo es parte de lo que trata de cambiar. Por lo tanto, toda acción de parte del observador cesa completamente, y en esa total inacción, surge una acción muy diferente. Nada hay misterioso o místico en todo esto. Es un hecho sencillo. Yo no empiezo con el resultado final del asunto, que es la cesación del observador. Empiezo con cosas sencillas. ¿Puedo mirar una flor a la orilla del camino o en mi alcoba, sin que surjan todos los pensamientos, el pensamiento que dice, «he ahí una rosa, me gusta su perfume, etcétera, etcétera?» ¿Puedo simplemente observar sin el observador? Si ustedes no han hecho esto, háganlo al nivel más bajo y sencillo. En realidad, no se limita al nivel más bajo. Si uno sabe hacer eso, el individuo lo ha hecho todo. Entonces, puede mirarse a sí mismo sin el observador; de igual modo puede mirar a su esposa, esposo, a todas las exigencias de la sociedad, a su jefe de oficina. Verá uno que sus relaciones sufren un cambio total, porque no hay defensa, no hay temor.
El Despertar de la Sensibilidad, 12 de julio de 1966, pgs;. 31 a 34.-