La inteligencia no es la mera capacidad de concebir, recordar y comunicar; es más que eso. Uno puede estar muy informado y ser hábil en un nivel de existencia y completamente torpe en otros niveles. En cuanto a eso, el conocimiento por muy profundo y amplio que pueda ser, no indica necesariamente inteligencia. La capacidad no es inteligencia. La inteligencia es una sensible y lúcida percepción de la totalidad de la vida; la vida con sus problemas, contradicciones, desdichas, alegría.
Darse cuenta de todo esto sin preferencia alguna y sin ser atrapado por ninguno de sus eventos sino fluir con la totalidad de la vida, es inteligencia. Esta inteligencia no es el resultado de influencia alguna ni del medio circundante; no es la prisionera de ninguna de estas cosas y, por lo tanto, puede comprenderlas y así estar libre de ellas. La conciencia es limitada, tanto la evidente como la oculta, y su actividad, por alerta que sea, está confinada dentro de los límites del tiempo; la inteligencia no lo está. La percepción alerta y sensible, sin opciones, de la totalidad de la vida, es inteligencia. Esta inteligencia no puede ser usada para obtener ganancia o provecho de ninguna especie, sea en lo individual o en lo colectivo. Esta inteligencia es destrucción y, por tanto, la forma no significa nada y la reforma es una regresión. Sin destrucción, psicológica de todo lo que ha sido, no el mero cambio exterior, eso es esencialmente inteligencia. Sin esta inteligencia toda acción conduce a la confusión y a la desdicha. El dolor es la negación de esta inteligencia.
La ignorancia no es la falta de conocimiento sino la falta del conocimiento de sí mismo; sin el conocimiento de sí mismo no hay inteligencia. El conocimiento de sí mismo no puede acumularse como conocimiento; el aprender es de instante en instante. No es un proceso aditivo; en el proceso de acumular, de sumar, se forma un centro, el centro del conocimiento, de la experiencia. En este proceso, positivo o negativo, no existe el comprender, porque en tanto haya una intención de acumular o de resistir, el movimiento del pensar y del sentir no pueden comprenderse, no hay conocimiento de sí mismo. Sin el conocimiento de sí mismo no hay inteligencia. Ese conocimiento es presente activo, no es un juicio; todo juicio acerca de uno mismo implica acumulación, una evaluación a partir de un centro de experiencia y conocimiento. Es este pasado el que impide la comprensión del presente activo. En la acción de conocerse uno a sí mismo, hay inteligencia.
Diario I, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, pág. 106 y 107.-
El arte de la inteligencia consiste en poner al conocimiento en su lugar apropiado. Sin los conocimientos es imposible vivir en esta civilización tecnológica y casi mecánica, pero estos conocimientos de por sí no han de trasformar al ser humano y a la sociedad. El conocimiento no es la excelencia de la acción inteligente; la inteligencia puede y debe usar el conocimiento, y de esta manera transforma al hombre y a su sociedad. La inteligencia no es el mero cultivo del intelecto y de su integridad. Ella se revela con la comprensión de la conciencia humana total, con la comprensión total de uno mismo y no de una parte, de un segmento separado de uno mismo. El estudio y la comprensión del movimiento de nuestra propia mente y corazón da nacimiento a esta inteligencia. Uno es el contenido de su conciencia; al conocerse uno a sí mismo conocerá el universo. Este conocimiento está más allá de la palabra, porque la palabra no es la cosa. La libertad con respecto a lo conocido, en cada minuto, es la naturaleza esencial de la inteligencia. Es esta inteligencia la que opera en el universo si la dejamos tranquila. Estamos destruyendo esta condición sagrada del orden, debido a la ignorancia que padecemos acerca de nosotros mismos. Esta ignorancia no se disipa por los estudios que otros han hecho de nosotros o de sí mismos. Es uno el que debe estudiar el contenido de su propia conciencia. Los estudios que otros han realizado sobre sí mismos y, por tanto, sobre nosotros, son las descripciones pero no lo descrito. La palabra no es la cosa.
Únicamente en la relación puede uno conocerse, no en la abstracción y, por cierto, no en el aislamiento. Incluso en un monasterio está uno relacionado con la sociedad que ha construido el monasterio como un escape, o que ha cerrado las puertas de la libertad. El movimiento de la conducta es la guía segura que tenemos; es el espejo de la propia conciencia. Este espejo revelará su contenido, las imágenes, los apegos, los temores, la soledad, la alegría y el dolor. La pobreza radica en escapar de esto, ya sea en sus sublimaciones o en sus identificaciones. Negar, sin resistencia alguna, este contenido, es la belleza y compasión de la inteligencia.
Jiddu Krishnamurti, Diario II, Editorial Edhasa, 1983, pág. 115 y 116