Hace ya casi un año publicábamos un comentario sobre la corrupción en el que terminábamos el muy vigente análisis destacando la fantasía de creer que los problemas de esta magnitud generalizada se «curan» con unas cuantas personas presas, cuando la cuestión es, lamentablemente, de una raíz cultural profunda en la que todos estamos involucrados. Como en muchas otras cuestiones vinculadas a la naturaleza humana, el mayor problema o dificultad a resolver es el de nuestras propias corrupciones personales, la que nos debería llevar a preguntarnos, si fuéramos lo suficientemente observadores en el camino del conocimiento propio, si ese modo de vida en el que el poder y el dinero son el eje, nos hace más felices o mas plenos. La respuesta está en las «pobres» vidas de los poderosos y «ricos». La astucia para producir dinero (y por ende poder), no eliminan su incapacidad para comprender lo que es una verdadera vida íntegra, en paz y plenitud. Existe una conocida historia que cuenta, resumidamente, el diálogo entre un humilde pescador y un poderoso en el cual el primero le pregunta finalmente al segundo para qué debería seguir sus consejos para hacer negocios y acumular dinero, concluyendo el círculo de sus recomendaciones en que, en realidad, lo que debería buscar era que al final del camino, simbólicamente, encontrara la paz y la tranquilidad, justamente lo que ese humilde pescador sentado con su caña frente al río, poseía sencillamente sin desarrollar ese ambicioso proyecto de muchos años de esfuerzo . Y es que el ego como eje de nuestra vida no solo es nocivo, sino que es la cuna de nuestra ignorancia…