En un libro que el que escribe leyó recientemente, la protagonista de la historia, cercana a la muerte, escribía a su nieta imaginando en ese momento cómo sería la vida de los seres humanos en el siglo XXI, recordaba a su vez, en un esfuerzo de especulación futurista, que había leído siendo muy joven a comienzos del siglo XX un cuento de ciencia ficción en el que se describían las características de nuestro mundo en este siglo. La especulación en el terreno de los avances tecnológicos se encontró muy cerca de la realidad presente (vuelos masivos interoceánicos de rutina, comunicaciones al instante a cualquier lugar del planeta, máquinas con imágenes que permiten todo tipo de tareas, incluso en la propia casa, etc, etc), pero, en donde el desacierto se observaba notorio, era en la evolución de las personas en el ámbito de sus relaciones interpersonales y, por ende, en la atinente a la organización social en su más amplio sentido; ya que nos hablaba de un mundo sin pobreza, sin guerras y sin violencia, en donde el ocio permitía el desarrollo del espíritu humano; en síntesis: un mundo en donde el amor era el eje de nuestra vida. La pregunta obligada que surge, no por obvia deja de ser menos urgente responder:¿ Qué falla en el cerebro humano para que exista un abismo paradojal entre su capacidad técnica y su incapacidad de amor?