Tenemos especial interés en publicar las reflexiones y pensamientos de todos aquellos que tuvieron la suerte de compartir con Krishnaji un período de su vida. Más aún cuando se trata de aquello que la misma autora interpreta como lo que ha «comprendido».
El conocimiento propio no sólo es un proceso de observar las manifestaciones externas de nuestras acciones, sino también su origen. Es comprender el lugar legítimo del pensamiento, ver que el movimiento y la matriz del pensar son el tiempo interno, observar el empuje de la actividad egocéntrica y el modo en que el tiempo, la causación y la historicidad operan en nuestra mente.
Así el viaje del conocimiento propio consiste en ver, en observar; es un despertar al medio externo y a lo interno de la psique, una penetración en las capas de la conciencia, una expansión de sus límites; es ver cómo opera el «yo». El yo es para nosotros el centro, el punto de continuidad y estabilidad.
Hoy día, más que nunca en la historia del hombre sobre este planeta tierra, con todas sus búsquedas, sus descubrimientos extraordinarios en tecnología espacial, ingeniería genética, ciencias de la computación, etc., sus vastas luchas y logros espectaculares, es imperativamente necesario tener una nueva visión, una calidad nueva de mente, un modo diferente de percibir los acontecimientos, las cosas, las ideas y las relaciones recíprocas entre personas. La crisis no es sólo de la civilización y la cultura, sino también del individuo. La civilización humana está fragmentada en sus raíces, privada de valores éticos y morales. La causa de esta fragmentación y degeneración se encuentra en la mente y el corazón del hombre. Ya no existe más un sentido de lo sagrado en la relación del hombre con el cosmos, con el medio ambiente y con sus semejantes humanos.
Enfrentado a la muerte, al dolor, a la profunda inseguridad, a la soledad, al miedo y a la competencia, el hombre está preso en la confusión de las alternativas. Siente que tiene libertad para elegir, pero ¿cómo ha de elegir y sobre qué base elige? Lo impulsa su necesidad de placer, de seguridad, de experiencias más intensas (y más carentes de sentido), y su necesidad de escapar del dolor y de la pena, de encontrar un centro de estabilidad en medio de la corriente, Está atrapado en la corriente de la vida y en todas las consecuencias que surgen de esta confusión y este conflicto de las opciones. Es un prisionero que pregunta, cuestiona y busca respuestas.
Uno también sabe, siente y se da cuenta de que nuestra perspectiva del mundo está limitada por nuestro condicionamiento familiar, educativo y por el mundo de acción recíproca de las relaciones, y que su base común es la matriz de la propia conciencia humana. Los contenidos de la conciencia pueden estar en parte ocultos, en parte expuestos, pero el conocimiento de que nuestro mundo interno es el mundo externo de los valores, de los conceptos y de las siempre cambiantes formulaciones, aporta una visión nueva de la vida. En cierto sentido, pone de manifiesto agudamente la insignificancia de lo “personal”, la falta de originalidad y la vanidad del pequeño “yo” que uno crea, alimenta y sostiene. Por otro lado, uno también tiene un sentido de participación con otras personas, al compartir con ellas el universo semántico y emotivo de las características universales de las experiencias.
Una de las cosas más extraordinariamente sencillas y, sin embargo, difíciles, es ser honestos con nosotros mismos, no engañarnos. Si uno está buscando fama, poder, si es ambicioso, agresivo, si persigue la propia realización, tiene que conocer estas tendencias e impulsos y no fingir ni vivir la ilusión de que es inmune a ellas. Krishnamurti me dio una vez un mensaje: “Sea usted misma”. Significaba no imitar, no compararme con otro: implica terminar con el mundo del devenir, del “llegar a ser”. Cuando somos honestos entonces podemos escuchar las verdades acerca de nosotros mismos, sean agradables, feas o no demasiado halagadoras.
Es comparativamente fácil sentirse relacionado con la naturaleza, con el cosmos exterior: sentarse en un anochecer dejando abiertas las puertas de la conciencia a la infinita variedad de sonidos, al sonido de la brisa y al de la charla de los hombres, de manera que haya un sentido de inmensidad de la mente. Aquí, los instrumentos sensorios del ver del escuchar y del sentir están totalmente despiertos. Existe una cualidad viviente, vibrante y, sin embargo, apacible. La mente puede moverse dentro de esta cualidad, puede deslizarse, sin esfuerzo alguno, en este estado de espacio, sonido y silencio. Esta atención pasiva es, para el sadhaka, parte integral del proceso meditativo, Pero una pasividad similar, una atención sin preferencias, es mucho más difícil al observar los propios deseos, apegos y necesidades, la propia codicia…
…Otro factor que observamos en nosotros mismos es que queremos alterar la situación que afrontamos, especialmente si es desagradable; por lo tanto, esperamos soluciones, Uno desea soluciones satisfactorias. Somos impulsados por deseos y guiados por experiencias. El modo de abordar las cosas es juzgando, sopesando, y el intento es cambiar la situación, mientras que uno ha de ver los estados, las «cosas» tal como son. Esto significa sostener nuestras circunstancias, permanecer con ellas, así como con las características, las tendencias, los movimientos que nos motivan, sin negar nada de ello; no sentirnos deprimidos con los atributos así llamados indeseables ni irritarnos con los problemas, con el incesante parloteo de la mente o con la interminable sucesión de los pensamientos. A medida que tiene lugar la percepción y se profundiza, hay una retardación en la rapidez del pensamiento, de la emocional e intensa identificación con el surgimiento de una cualidad o un pensamiento en la conciencia.
El sentimiento de soledad, de aislamiento, es algo común en nuestras vidas. Las relaciones se rompen, cambian. Un amigo de confianza nos decepciona; las personas entran en nuestra vida en medio del río y nos dejan librados a nosotros mismos al cabo de un tiempo. No existe realmente una seguridad sostenida en las relaciones. La insuficiencia propia nos hace buscar un asidero en otros, sólo para saber que nada permanece igual. El pensamiento aísla a la gente. Representémonos una o dos escenas: unas pocas personas sentadas a la mesa comparten la cena, cada una inmersa en sus pensamientos, tan cerca y, no obstante, tan lejos. Es una mañana hermosa, no escuchamos los sonidos del amanecer sino que estamos ocupados con la carga del día anterior, Así es como una mente ocupada implica una barrera para la comunicación, para el escuchar, para un estado alerta de observación.
Uno recorre el camino de la vida, continúa escuchando, ve y aprende acerca del vivir, tanto interna como externamente. El despertar a una perspectiva nueva mantiene fluyendo las aguas de la vida sin dejar jamás que se estanquen. Hay charcas que se forman y se disuelven. La charca puede ser el deseo de gratificación, el aferrarse a las ilusiones de una seguridad imaginaria, el compromiso con una norma de acción…pero lo que mantiene las aguas fluyendo es la sensibilidad, la percepción alerta, el afecto, las múltiples pequeñas acciones del compartir. A todos nos sucede que los límites y el peso del “yo” y de la memoria cesan por completo en ciertas situaciones: cuando escuchamos a otro con verdadero interés, cuando contemplamos la belleza. Vivir una vida arraigada en la percepción alerta y la atención añade una dimensión nueva a la calidad del diario vivir, a la percepción y a la comunicación.
Dentro de la Mente, Acerca de lo que he comprendido, Editorial Kier, pags: 189/205.-