HERMANN HESSE

No hace muchos meses rescatamos bellísimos pasajes de su novela emblemática: Sidhartha; hoy traemos su pensamiento personal por intermedio del ensayo: «Mi Credo».

Si tuviésemos la capacidad de profundizar sobre el sentido de la Unidad de la que nos habla en estos párrafos, seguramente viviríamos menos fragmentados, menos divididos y quizás pudiésemos ser realmente solidarios:

SOBRE LA UNIDAD

Nada en el mundo me inspira una fe tan profunda, ningún concepto es para mí tan sagrado como el de la unidad, el concepto de que el mundo entero  y todo cuanto éste contiene es una unidad divina, y de que todo sufrimiento y todo lo malo proviene de que los individuos ya no nos sentimos partes indisolubles del Todo y damos excesiva importancia al Yo. He sufrido mucho en mi vida, he obrado mal muchas veces, he hecho muchas cosas inútiles y crueles, pero siempre he conseguido liberarme, entregarme y olvidar mi Yo, sentir la unidad, reconocer que la discrepancia entre lo interno y lo externo, entre el Yo y el mundo es una ilusión, e incorporarme a la unidad voluntariamente y con los ojos cerrados. Nunca me ha resultado fácil,  nadie puede tener menos inclinación a la santidad que yo; pero a pesar de ello he reconocido una y otra vez aquel milagro que los teólogos cristianos designan con el hermoso nombre de “gracia”, aquella divina experiencia de la reconciliación,  de la sumisión, de la entrega voluntaria, que no es otra cosa que el abandono cristiano del Yo o el reconocimiento hindú de la unidad. ¡Ah!, pero después volvía a encontrarme totalmente alejado de esta unidad, volvía a ser un Yo individual, doliente, resentido, hostil. Cierto es que había muchos otros en mi misma situación; no estaba solo, a mi alrededor abundaban los hombres cuya vida entera era una lucha, una violenta afirmación del Yo contra el mundo circundante; para ellos la idea de la unidad, del amor, de la armonía resultaba extraña y absurda, porque toda la religión práctica del hombre consistía en una exaltación del yo y su lucha. Pero solamente los ingenuos, los seres fuertes e indómitos podían sentir bienestar en esta lucha; los curtidos por el sufrimiento, a los diferenciados por el dolor les estaba prohibido encontrar la felicidad en esta disensión, y sólo concebían la dicha en la entrega del Yo en la experiencia de la unidad.

La clase de unidad que venero no es una unidad aburrida, gris, imaginaria y teórica, Por el contrario, es la vida misma, llena de acción, de dolor, de risas. Está representada por la danza del dios Shiva, que baila sobre el mundo hecho pedazos, y por muchas otras imágenes, pero se resiste a ser representada, comparada. Es posible entrar en ella en cualquier momento, nos pertenece siempre que carecemos de tiempo, espacio, conocimiento o ignorancia, siempre que desechamos los convencionalismos, siempre que nos entregamos con amor a todos los dioses, a todos los hombres, a todos los mundos, a todas las épocas.

Para mí la vida consiste sólo en la fluctuación entre dos polos, en el ir y venir de un pilar del mundo al otro. Desearía subrayar continuamente y con entusiasmo la bendita diversidad del mundo, y recordar siempre que esta diversidad se basa en una unidad; querría poner continuamente de relieve que belleza y fealdad, oscuridad y luz, santidad y pecado sólo son cosas opuestas durante un momento y que siempre acaban fundiéndose entre sí. Para mí, las palabras más elevadas de la humanidad son las que señalan esta duplicidad con signos mágicos, aquellas sentencias y comparaciones, pocas y misteriosas, que señalan las grandes contradicciones del mundo cono necesidad e ilusión a la vez. El chino Lao-tsé ha formulado varias de esas sentencias en las cuales ambos polos de la vida parecen tocarse durante una fracción de segundo. Más noble y sencillamente, con mayor claridad, se produce el mismo  milagro en muchas palabras de Jesús. No conozco nada más emocionante en el mundo que el hecho de que una religión, una doctrina, una enseñanza espiritual propague durante milenios, cada vez con mayor sutileza y precisión, la lección del bien y del mal, de la justicia y la injusticia, que formule sentencias cada vez más elevadas, sobre la unidad y la obediencia, y finalmente culmine con el mágico reconocimiento de que ante Dios valen menos noventa y nueve justos que un pecador en el instante del arrepentimiento.

Pero tal vez sea un grave error por mi parte, incluso un pecado, creer que deba dedicarme a     anunciar estos sublimes pensamientos. Tal vez la desgracia de nuestro mundo actual resida precisamente en que esta altísima sabiduría se ofrezca en todas las esquinas; que en todas las iglesias del Estado se predique, junto a la fe en la autoridad, el dinero y el orgullo nacional, la fe en el milagro de Jesús; que el Nuevo Testamento, portador de la más valiosa y peligrosa sabiduría, sea vendido en cualquier tienda y propagado inútilmente por los misioneros. Tal vez sería conveniente ocultar y proteger con murallas los increíbles, audaces y hasta aterradores mensajes y profecías contenidos en muchas palabras de Jesús. Tal vez fuera bueno y deseable que el hombre, para enterarse de ellos, tuviese que sacrificar años de su vida y arriesgar su vida misma, como ha de hacerlo por otras cosas valiosas, De ser así (y muchas veces creo que lo es), el último de los novelistas obra mejor y más justamente que aquel que se esfuerza por expresar las verdades eternas.

Este es mi dilema y mi problema, Se puede hablar mucho acerca de ellos, pero es imposible hallar la solución. Jamás conseguiré unir los dos polos de la vida, escribir sobre el papel los dos  polos de su melodía, Por ello, seguiré la oscura voz de mando de mi interior, y me dedicaré a intentarlo una y otra vez. Esta es la pluma que impulsa mi insignificante reloj.

(1923)

Como se sabe, una parte de las antiguas doctrinas y religiones se basa en la inmemorial idea de la unidad. La gran diversidad del mundo, el rico y variado juego de la vida, con sus múltiples formas, está incluido en la unidad divina, a la cual se remonta. La totalidad de las formas del mundo aparente son consideradas, no como existentes por sí mismas y necesarias, sino como un juego, un efímero juego de imágenes que proceden del aliento de Dios y que dan la impresión de formar el mundo, pero que, en realidad, todas ellas, tú y yo, amigo y enemigo, hombre y animal, son meras manifestaciones momentáneas, partes encarnadas de la Unidad original, a la cual tienen que volver.

A este concepto de la unidad, que permite al creyente y al sabio considerar el sufrimiento del mundo como algo pasajero e insignificante y liberarse de él mientras va en pos de dicha unidad,  se pone como antítesis la siguiente idea: que pese a la unidad original, en esta vida sólo podemos percibir sus formas limitadas y aisladas. Una vez adoptado este punto de vista, el hombre, a pesar de la unidad, es un hombre y no un animal, unos son buenos y otros malos y la diversa y múltiple realidad es un hecho innegable.

Los pensadores asiáticos, que son maestros de la síntesis, se ejercitan de modo periódico  cultivan hasta la perfección, el juego intelectual de las consideraciones opuestas, ambas afirmativas, ambas concordantes.

(1926)

Mi Credo, 33/37, Editorial Bruguera, 1978.-

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