ETIENNE BONNOT DE CONDILLAC

No nos cansaremos de repetir que al investigar el pensamiento de otros personajes debemos intentar despojarnos de nuestros prejuicios y esquematismos respecto a las palabras y conceptos. De esa forma es más sencillo descubrir el real sentido de lo que nos quieren transmitir y quizás encontrar muchos puntos de contacto inimaginados. Veamos con tal espíritu lo que nos dice este filósofo francés del siglo XIX:

«Nuestros sentidos son las primeras facultades que notamos. Las impresiones de los objetos llegan al alma únicamente a través de los sentidos. Si hubiésemos nacido privados de la vista, no conoceríamos la luz ni los colores; si hubiésemos nacido privados del oído no tendríamos ninguna noción de los sonidos, en una palabra: si jamás hubiésemos poseído ningún sentido, no conoceríamos ninguno de los objetos de la Naturaleza.

Pero: ¿es suficiente poseer sentidos para conocer estos objetos? Sin duda que no, pues los sentidos nos son comunes a todos; y , sin embargo, no todos tenemos iguales conocimientos.

Un niño aprende únicamente porque siente la necesidad de instruirse. Por ejemplo: tiene necesidad de conocer a su nodriza, y la conoce desde muy pronto, la distingue entre varias personas, no la confunde con nadie; y conocer solo es esto. En efecto, nosotros no adquirimos conocimiento más que en la proporción en que discernimos un mayor numero de cosas y observamos mejor las cualidades que nos las diferencian. Nuestros conocimientos empiezan en el primer objeto que hemos aprendido a diferenciar.

Pero apenas comenzamos a salir de la infancia nos permitimos una multitud de juicios, acerca de los cuales la Naturaleza no nos asesora. Por el contrario, parece que el placer acompaña tanto a los juicios falsos como a los verdaderos, y nos engañamos confiadamente; esto ocurre, porque, en estas ocasiones, la curiosidad es nuestra única urgencia y la curiosidad ignorante se conforma con todo. Goza de sus errores con una especie de placer; muchas veces se apega a ello porfiadamente, tomando una palabra que significa por una respuesta, y no siendo capaz de reconocer que aquella respuesta es más que una palabra. Entonces nuestros errores son duraderos. Si, como es demasiado frecuente, hemos juzgado cosas que no están a nuestro alcance, la experiencia no sabrá desengañarnos; y si hemos juzgado otras cosas con precipitación, tampoco nos desengañará, puesto que nuestra prevención no nos permite consultarlo.

Así pues, los errores comienzan cuando la Naturaleza cesa de advertirnos nuestras equivocaciones; es decir, cuando, juzgando cosas que tienen poca relación con las de urgencia de primera necesidad, no sabemos experimentar nuestros juicios para reconocer si son verdaderos o falsos.

Puesto que hay cosas que juzgamos acertadamente desde la infancia, no hay más que observar como nos hemos conducido para juzgarlas, y sabremos como debemos conducirnos para juzgar las demás. Bastará con continuar según como la Naturaleza nos ha hecho comenzar, es decir, observando y sometiendo nuestros juicios a las pruebas de la observación y de la experiencia; así es como hemos procedido en nuestra primera infancia; y si pudiésemos acordarnos de aquella edad, nuestros primeros estudios nos pondrían en camino de hacer otros con fruto. Entonces, cada uno de nosotros avanzaría hacia descubrimientos debidos únicamente a sus observaciones y experiencias, y los haríamos todavía hoy si supiéramos seguir el camino que la Naturaleza nos abrió.

Así pues, no se trata de inventar un sistema para saber como tenemos que adquirir conocimientos; guardémonos de ello, La Naturaleza misma ha creado este sistema; sólo ella podía hacerlo, lo ha hecho bien, y no nos queda más que observar lo que nos enseña…

…Supongo un castillo que domina una extensa campiña donde la Naturaleza se ha complacido en sembrar la variedad, y donde el arte ha sabido aprovechar la ocasión para variarla y embellecerla todavía más. Llegamos a esta mansión durante la noche. Al día siguiente, las ventanas, que se abren en el momento en que el sol comienza a dorar el horizonte, se vuelven a cerrar inmediatamente.

Aunque esta campiña solo se nos haya mostrado durante un instante, lo cierto es que hemos visto todo cuanto contiene. En un segundo momento, hecho sobre nosotros esta primera mirada. Lo mismo ocurriría la tercera vez. Por tanto, si no se hubiese cerrado la ventana, solo hubiésemos continuado viendo lo que ya habíamos visto primero.

Pero aquel primer instante no fue suficiente para darnos a conocer esta campiña, es decir, para hacernos conocer los objetos que encierra: por eso, cuando las ventanas se han vuelto a cerrar, ninguno de nosotros hubiese podido dar cuenta de lo que vio. He aquí como se pueden ver muchas cosas de una vez sin aprender nada.

Para formarse ideas, es preciso observarlas unas después de otras.

Finalmente, las ventanas se vuelven a abrir para no cerrarse mientras esté el sol sobre el horizonte, y así volvemos a ver durante largo tiempo lo que ya habíamos visto. Pero si, semejantes a hombres en éxtasis, continuamos como en el primer instante, viendo simultáneamente esta multitud de objetos diferentes, no sabríamos, al llegar la noche, mas de lo que sabíamos cuando la ventana acabada de abrir se cerro de improviso.

Para tener un conocimiento de esta campiña, no basta haberla visto toda de una vez; es preciso ver cada parte, una después de otra; y, en lugar abarcarla toda con una mirada, es necesario detener la vista sucesivamente en cada objeto. Esto es lo que nos enseña la Naturaleza a todos. Si nos ha dado la facultad de ver una multitud de cosas de una vez, también nos ha dado la facultad de mirar solamente una, es decir, de dirigir nuestros ojos solo sobre una; y a esta facultad, que es consecuencia de nuestra constitución, es a la que se deben todos los conocimientos que adquirimos por la vista.

Esta facultad nos es común a todos. Sin embargo, si a continuación queremos hablar de esta campiña, se observara que no todos la conocen igualmente bien. Algunos harán descripciones mas o menos verdaderas, donde se volverán a encontrar muchas cosas como son en realidad: mientras que otros, confundiéndolo todo, harán cuadros donde no será posible reconocer nada. No obstante, cada uno de nosotros ha visto los mismos objetos; pero las miradas de unos fueron conducidas al azar, mientras que las de otros lo fueron con un cierto orden.

Y, para concebirlas, es menester que el orden sucesivo en que se las observa las reúna en el orden simultaneo que existe entre ellas

Cual es este orden? La misma Naturaleza lo indica; es aquél en el cual ella presenta los objetos. Hay algunos que atraen la atención más particularmente, son los más llamativos y destacados, y todos los demás parecen situarse en torno a ellos para hacerlos resaltar. Los dominantes son, desde luego, los que se observan primero y, cuando se ha apreciado su situación respectiva, los otros se colocan en los intervalos, cada uno en su lugar.

Así pues, se comienza por los objetos principales: se les observa sucesivamente y se les compara, a fin de juzgar las relaciones en que se encuentran. Cuando por ese medio se comprende su respectiva situación, se observan sucesivamente todos aquellos que llenan los intervalos, se les compara a cada uno con el objeto principal más próximo, y se determina su posición.

Entonces se aprecian todos los objetos de los que se ha captado la forma y situación y se los abarca de una sola mirada. El orden que hay entre ellos en nuestras ideas ya no es sucesivo, sino simultaneo. Es el mismo en el que existen y los vemos todos a la vez de una forma distinta.

Por este medio, el alma puede abarcar una gran cantidad de ideas.

Estos son los conocimientos que debemos únicamente al arte con que hemos dirigido nuestras miradas. Los hemos adquirido uno tras otro. Pero, una vez adquiridos, están todos presentes al mismo tiempo en el espíritu, como los objetos que nos representan lo están ante los ojos que los ven. Por tanto, sucede igual con el alma que con la vista; ve a la vez una quién pertenecen todas las sensaciones de la vista…

…Un alma ejercitada ve, en el asunto sobre el que medita, una multitud de relaciones de las que nosotros no nos damos cuenta; como la experta mirada de un gran pintor distingue al instante en un paisaje una multitud de cosas que vemos como él, y que, sin embargo, se nos escapan.

Cambiándonos de una mansión a otra, podemos estudiar nuevas campiñas y representárnoslas como la primera. Entonces nos ocurrirá que, o bien demos preferencia a alguna, o bien encontremos que cada una tiene su atractivo. Pero sólo las juzgamos porque las comparamos, y sólo las comparamos porque nos las representamos todas al mismo tiempo. Luego el alma ve más de lo que pueden ver los ojos.

Por lo que, observando así, descompone las cosas para recomponerlas, y se hace ideas exactas y distintas.

Si ahora reflexionamos sobre la forma en que adquirimos los conocimientos por la vista, observaremos que un objeto muy complicado, como una gran campiña, se descompone hasta cierto punto, puesto que sólo lo conocemos cuando sus partes integrantes han venido, una después de otra, a disponerse con orden en nuestra alma.

Hemos visto en que orden se verifica esta descomposición. Primero, los objetos principales vienen a situarse en el alma; los demás vienen a continuación, y se coordinan según las relaciones que tienen con los primeros. Nosotros verificamos esa descomposición sólo porque no nos basta con un instante para estudiar todos estos objetos. Pero descomponemos únicamente para recomponer, y cuando se han adquirido estos conocimientos, las cosas, en lugar de ser sucesivas, tienen en el alma el mismo orden simultáneo que posee fuera de ella. Es en este orden simultáneo en el que consiste el conocimiento que tenemos: pues, si no pudiésemos representárnoslas en conjunto, no podríamos jamás juzgarlas relaciones que tienen entre si, y las conoceríamos mal.

Esta descomposición y recomposición es lo que se llama análisis.

Por tanto, analizar no es más que observar en un orden sucesivo las cualidades de un objeto, a fin de darle en el alma el orden simultaneo en el que existe. Es esto lo que la Naturaleza nos obliga a realizar a todos.

El análisis que se cree sólo, conocido por los filósofos es, por tanto, conocido por todo el mundo, y yo nada he enseñado aun al lector; solo le he hecho observar lo que él practica continuamente.

El análisis del pensamiento se hace de igual forma que el análisis de los objetos sensibles.

Aunque de una mirada distingo una serie de objetos en una campiña que ha examinado, la vista, sin embargo, nunca es mas distinta que cuando ella misma se circunscribe, y sólo miramos unos pocos objetos de una vez; nosotros discernimos siempre menos de lo que vemos.

Igual sucede que la vista del alma. Yo tengo presentes simultáneamente muchos conocimientos con los que me he familiarizado: los veo todos, pero no los distingo por igual. Para ver de una manera clara todo lo que se ofrece de una vez en mi espíritu, es necesario que lo descomponga como he descompuesto lo que se ofrecía a mis ojos; es preciso que analice mis pensamientos.

Este análisis no se hace de forma distinta a como se realiza el de los objetos externos. Se descompone igual; se representan la partes del pensamiento en un orden sucesivo para restablecerlos en un orden simultáneo: esta composición y esta descomposición se realizan conforme a las relaciones que hay entre las cosas como principales y subordinadas: y, lo mismo que no se analizaría una campiña si la vista no la abarcase en su totalidad, tampoco se analizaría el pensamiento si el alma no la abarcase por entero. En uno y otro caso, es preciso verlo todo con una acción; de otro modo, no se tendría seguridad de haber visto todas las partes una después de otra…

…Cada uno de nosotros puede observar que solo conoce los objetos sensibles por las sensaciones que reciben de ellos; son las sensaciones las que nos los representan.

Si estamos seguros de que, cuando están presentes, no los vemos mas que en las sensaciones que causan en el momento sobre nosotros, no estamos menos seguros de que, cuando están ausentes, solo los vemos en el recuerdo de las sensaciones que nos han causado. Todos los conocimientos que podemos tener de los objetos sensibles no son, y en principio no pueden ser, otra cosa mas que sensaciones.

Las sensaciones, consideradas como representando a los objetos sensibles, se llaman ideas; expresión figurada que significa, realmente, lo mismo que imágenes.

Distinguimos tantas clases de sensaciones diferentes como clases de ideas; y estas ideas, o son sensaciones actuales, o no son otra cosa que el recuerdo de las sensaciones que hemos tenido».

Extracto razonado del Tratado de las Sensaciones. Páginas: 23,25,26,27,28,29,30,31 y 32.

Ediciones Orbis, S.A. Hyspamerica.-

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