Este autor, de nacionalidad estadounidense y precursor de la denominada psicología humanística, realiza aquí una intensa reflexión sobre aquello que percibimos, nos lleva a interrogarnos sobre la naturaleza de la realidad y nos pone, a nuestro entender, ante un distinto escenario de aquel que convencionalmente nos conduce a creer que lo que vemos es «lo que es»: Entonces: ¿desde que autoridad juzgamos, cuando a la vez concluimos que nuestra percepción está teñida de condicionamientos?
(…) Desde tiempo inmemorial, la tribu o la comunidad o la nación o la cultura han coincidido en lo que constituye el mundo real…
Así la comunidad repudiaba, condenaba, perseguía y hasta mataba a aquellos que no estaban de acuerdo, que percibían la realidad de modo diferente..
Copérnico, aunque mantuvo en secreto sus hallazgos durante mucho tiempo fue eventualmente declarado hereje. Galileo estableció pruebas de las visiones de Copérnico, pero a los sesenta años fue forzado a retractarse de sus enseñanzas. Giordano Bruno fue quemado en la pira en 1600, por enseñar que había muchos mundos en nuestro universo…
… En nuestras propias colonias americanas, aquellos sobre los que se sospechaba que poseían poderes psíquicos eran considerados brujos y eran ahorcados o aplastados con grandes rocas. La historia ofrece una serie continua de ejemplos del terrible precio pagado por aquellos que perciben una realidad distinta del mundo real sobre el que existe acuerdo. Aunque la sociedad ha llegado a menudo a un acuerdo eventual con sus disidentes, como en las instancias que he mencionado, no cabe duda de que esta insistencia sobre un universo cierto y conocido ha sido parte del cemento que sostiene cohesionada una cultura. Hoy nos enfrentamos con una situación diferente. La facilidad y rapidez de la comunicación mundial significa que cada uno de nosotros es consciente de una docena de «realidades»
Esto crea un dilema de los más molestos, como nunca se experimentó antes en la historia.
Ya no podemos existir más en un seguro capullo, sabiendo que todos vemos el mundo de la misma manera.
Debido a este cambio quiero formular una pregunta muy seria: ¿podemos hoy darnos el lujo de tener una realidad? ¿Podemos todavía preservar el credo de que existe un «mundo real» sobre cuya definición todos estamos de acuerdo? Estoy convencido de que se trata de un lujo que no podemos afrontar, un mito que no osamos mantener.
…En la cultura occidental durante este siglo –especialmente en los Estados Unidos– también ha existido un acuerdo establecido sobre la realidad de los valores. Este evangelio puede resumirse muy brevemente: «Más es mejor, más grande es mejor, más rápido es mejor, y la tecnología moderna va a lograr estas tres eminentemente deseables metas». Pero ahora este credo es un desastre desmoronado en el que pocos creen. Se está disolviendo en el smog de la polución, el hambre de la superpoblación, la espada de Damocles de la bomba nuclear. Hemos alcanzado tan exitosamente la meta de «una explosión más grande por un dolar», que estamos en peligro de destruir toda la vida de este planeta.
Nuestros intentos, entonces, de vivir en un «mundo real» que todos percibamos de la misma manera nos han llevado, según mi opinión, al borde de la aniquilación como especie. Seré tan osado como para sugerir una alternativa
Me parece que la modalidad del futuro será basar nuestras vidas y nuestra educación sobre la aceptación de que hay tantas realidades como personas, y que nuestra prioridad más elevada es aceptar tal hipótesis y proceder a partir de allí. ¿Proceder hacia dónde? Proceder, cada uno de nosotros, a explorar con la mente abierta las muchas, muchísimas percepciones de la realidad que existen. Podríamos, creo, enriquecer nuestras propias ideas en el proceso. Podríamos también ser más capaces de enfrentarnos con la realidad que existe en cada uno de nosotros, porque seríamos conscientes de muchas más opciones. Esto bien podría representar una vida llena de perplejidad y elecciones difíciles, demandando gran madurez, pero sería una vida excelente y aventurera.
Puede formularse la cuestión, sin embargo, de si podríamos tener una comunidad o sociedad basada en esta hipótesis de realidades múltiples. ¿No sería una sociedad así una anarquía completamente individualista? Esta no es mi opinión. Suponte que mi refunfuñante tolerancia de tu visión separada del mundo se convirtiera en una completa aceptación de tu persona y tu derecho a tener tal punto de vista. Suponte que en vez de cancelar las realidades de los demás como absurdas o peligrosas o heréticas o estúpidas, yo estuviera dispuesto a explorar y aprender acerca de esas realidades. Suponte que estuvieses dispuesto a hacer lo mismo. ¿Cuál sería el resultado social? Pienso que nuestra sociedad no estaría basada en un compromiso ciego con una causa o credo o visión de la realidad, sino en el compromiso común hacia cada uno como personas separadas acertadas, con realidades separadas. La tendencia humana natural de cuidar al otro ya no sería «me importás porque sos igual que yo», sino «te aprecio y valorizo porque sos diferente a mí».
¿Idealista dicen? Por supuesto que sí. ¿Cómo puedo ser tan ingenuo a ultranza e «irrealista» para tener esperanza de que un cambio tan drástico pueda ser concebible y concretable? Baso en parte mi experiencia en la visión de la historia del mundo tan aptamente testimoniada por Charles Beard: «Cuando los cielos se oscurecen, las estrellas comienzan a brillar». Así que puede ser que veamos el surgimiento de líderes que se muevan en esta nueva dirección.
Baso mi esperanza, todavía más sólidamente, en el punto de vista enunciado por Lancelot Whyte, historiador de ideas, en su libro final previo a su muerte. En su teoría, en la cual no está solo, sostiene que los grandes pasos de la historia humana son anticipados, y probablemente logrados, por cambios en el pensamiento inconsciente de millones y millones de individuos durante el período que precede al cambio. Entonces, en un espacio de tiempo relativamente corto, una idea nueva, una nueva perspectiva, parece encenderse en la escena mundial, y el cambio tiene lugar. Da como ejemplo que antes de 1914, el patriotismo y el nacionalismo eran virtudes incuestionables. Entonces comenzó el tenue cuestionamiento inconsciente que construyó una tradición inconsciente revirtiendo una pauta íntegra del pensamiento. Esta nueva perspectiva irrumpió a la vista entre 1950 y 1970. «Mi país, acertado o equivocado», ya no es un credo por el cual se vive. Las guerras nacionalistas están fuera del calendario y fuera del favor público, inclusive aunque sigan ocurriendo. La opinión mundial se halla hondamente opuestas a ellas. Whyte (The Universe of Experience, 1974), señala que «en cualquier momento los niveles inconscientes están adelante de los conscientes en la tarea de unificar la emoción, el pensamiento y la acción» (p.107).
Para mí, esta línea de pensamiento es congenial. He sostenido que somos más sabios que nuestros intelectos, y que nuestros organismos como un todo tienen una sabiduría y un propósito que va bien más allá de nuestro pensar consciente. Creo que esta idea se aplica a los conceptos que he venido presentando en este relato. Pienso que los hombres y las mujeres, individual y colectivamente, están interior y orgánicamente rechazando la idea de una realidad única aprobada por la cultura. Creo que nos estamos moviendo inevitablemente hacia la aceptación de millones de percepciones de la realidad, individuales, separadas, desafiantes, excitantes, informativas. Considero posible que esta visión –como el repentino y separado descubrimiento de los principios de la mecánica cuántica por parte de los científicos de diversos países– podría comenzar a tomar existencia efectiva en muchas partes del mundo a la vez. De ser así, estaremos viviendo en un mundo totalmente nuevo, diferente de cualquier otro en la historia. ¿Es concebible que un cambio tal pueda llegarse a producir?
Aquí reside ese desafío a los educadores –probablemente los más inseguros y asustados entre todas las profesiones– cañoneados por las presiones públicas, limitados por restricciones legislativas, esencialmente conservadoras en sus reacciones. ¿Podrán posiblemente defender una visión de múltiples realidades como la que he estado describiendo? ¿Podrán comenzar a desencadenar los cambios en las actitudes, las conductas y los valores que demanda tal visión del mundo? Ciertamente por ellos mismos no pueden. Pero con el cambio subyacente en lo que Whyte llama «la tradición inconsciente» y con la ayuda de la nueva persona que ya muchos otros vemos emergiendo en nuestra cultura, es concebible que tal cosa llegue a suceder.
Concluiré diciendo que si las naciones siguen sus sendas del pasado, entonces, debido a la velocidad de la comunicación mundial de puntos de vista separados, cada sociedad tendrá que ejercer más y más coerción para lograr un acuerdo forzado en lo que constituye el mundo y sus valores. Estos acuerdos coercionados diferirán de nación en nación, de cultura en cultura. La coerción destruirá la libertad individual. Detonaremos nuestra propia destrucción mediante choques causados por diferentes visiones del mundo.
Pero he sugerido una alternativa. Si aceptamos como un hecho básico de toda la vida humana que vivimos en realidades separadas; si podemos ver a estas realidades diferenciadas como el más promisorio recurso para el aprendizaje en toda la historia del mundo; si podemos vivir juntos a fin de aprender el uno del otro sin miedo, entonces una Edad Nueva puede estar amaneciendo. Y quizás –solamente quizás– la honda sensorialidad orgánica de la humanidad esté pavimentando la ruta hacia semejante cambio (…)
Extracto del libro A Way o Being ( Las Nuevas Visiones)-.