De diversas formas y modo se ha intentado definir al Yo, recurriendo incluso a distintas palabras alternativas que intentan, quizás, darle precisión conceptual a aquello que por su propia naturaleza es difícil de enmarcar y encasillar. Resulta altamente valioso el aporte de Jung al respecto, ya que lo hace, no desde el marco meramente teórico, sino especificamente desde su experiencia profesional, veamos:
EL YO
El quehacer con la psicología del inconsciente me ha puesto frente a ciertos hechos que requieren establecer conceptos nuevos. Uno de ellos es el de sí-mismo. Se entiende por este término una magnitud que no corresponde a la desde siempre designada por el concepto de “Yo”, sino que más bien la contiene como concepto de mayor extensión. Ha de entenderse por “Yo” ese factor complejo al que se refieren todos los contenidos de conciencia. Constituye en cierto modo el centro del campo de conciencia, y, en la medida en que éste abarca la personalidad empírica, el Yo es el sujeto de todos los actos de conciencia personales.
La relación entre un contenido psíquico y el Yo constituye el criterio de lo consciente, pues no es consciente ningún contenido que no sea una representación para el sujeto.
Con esta definición queda descrita y delimitada ante todo la extensión del tema. Por cierto, que no pueden fijarse limites teóricos al campo de conciencia, siempre indefinidamente ampliable. Pero, desde el punto de vista empírico, el campo de conciencia encuentra su límite en el ámbito de lo desconocido. Este consiste en todo aquello que no se sabe, o sea, lo que no está en relación con el Yo como centro del campo de conciencia. Lo desconocido se divide en dos grupos de objetos: los externos, sensorialmente aprehendibles, y los internos, de aprehensión inmediata. El primer grupo representa lo desconocido del entorno, el segundo lo desconocido del mundo interno. A este segundo ámbito damos el nombre de inconsciente.
El Yo como contenido de conciencia no es en sí un factor simple y elemental, sino complejo, que no puede como tal ser exhaustivamente descrito. Según lo muestra la experiencia, se sustenta en dos bases aparentemente diversas: primero, una somática; segundo, una psíquica. …
…Los conceptos demasiado amplios se muestran por regla general como instrumentos inadecuados, porque resultan demasiado vagos y nebulosos…
…el Yo se sustenta por una parte en el campo de conciencia en conjunto, y por otra en el conjunto de los contenidos inconscientes. Estos a su vez se dividen en tres grupos: primero, el de los contenidos temporariamente subliminales, o sea voluntariamente reproducibles (memoria); segundo, el de los inconscientes no voluntariamente reproducibles; y tercero, el de los totalmente inaccesibles a la conciencia. El segundo grupo puede inferirse de los casos en que irrumpen espontáneamente en la conciencia contenidos subliminales. El tercero es hipotético, vale decir, constituye una consecuencia lógica de los hechos que fundamentan al grupo dos: éste, en efecto, comprende aquellos contenidos que aún no han irrumpido en la conciencia, o que nunca irrumpirán…
…El Yo es sólo el punto de referencia, fundado y limitado por el antes mencionado factor somático del campo de conciencia…
…El Yo, no obstante el carácter relativamente desconocido e inconsciente de sus bases, es un factor consciente por excelencia. Es incluso, una adquisición empírica de la existencia individual. Surge primeramente, al aparecer del choque de los factores somáticos con el entorno y, una vez puesto como sujeto, se desarrolla por medio de nuevos choques con el entorno y con el mundo interno.
Pese a la incognoscible amplitud de sus bases, el Yo no es nunca más ni nunca menos que la conciencia en general. Como factor consciente, podría hacerse de él, teóricamente al menos, una descripción completa. Pero ello no daría sino una imagen de la personalidad consciente, en que faltarían todos los rasgos que permanecen desconocidos o inconscientes para el sujeto; mientras que la imagen conjunta de la personalidad debería incluir esos rasgos. Ahora bien, una descripción total de la personalidad es absolutamente imposible, aun desde el punto de vista teórico, porque no se puede aprehender la parte inconsciente.
Esta, como la experiencia lo muestra a saciedad, no es en modo alguno insignificante: cualidades realmente decisivas son a menudo inconscientes, y sólo pueden ser observadas por las personas del entorno, o aun, muchas veces, deben ser laboriosamente descubiertas con ayuda de recursos técnicos.
El fenómeno total de la personalidad, no coincide evidentemente con el Yo, es decir, con la personalidad consciente, sino que constituye una magnitud que debe ser diferenciada de aquél. Tal necesidad se impone sólo, como es natural, para una psicología que se aboque al hecho del inconsciente. Y para ésta resulta de la más extrema importancia esa distinción. ..Por eso he propuesto dar a esta personalidad conjunta, presente pero no íntegramente aprehendible, la denominación de sí- mismo. El Yo está, por definición, subordinado al sí-mismo, respecto del cual se comporta como una parte con relación al todo. Tiene, dentro de los alcances del campo de conciencia, libre albedrio, como suele decirse. Por este concepto no entiendo nada filosófico, sino el notorio hecho psicológico de la llamada decisión libre. Pero, tal como nuestro libre albedrio choca en el entorno con el orden de lo necesario, así también encuentra sus límites, màs allá del campo de conciencia, en el mundo interno, subjetivo, es decir, allí donde entra en conflicto con los hechos del sí-mismo. Del mismo modo que las circunstancias externas nos sobrevienen y restringen, así también el sí-mismo se comporta, respecto del Yo, como dato objetivo, en el cual la libertad de nuestro querer no puede sin más ni más producir modificaciones. Y hasta es un hecho conocido que el Yo no sólo no puede nada contra el sí-mismo, sino que, eventualmente, es asimilado y modificado en gran medida por partes inconscientes de la personalidad entendidas en curso de desarrollo.
Está en la naturaleza de las cosas que no se pueda dar ninguna descripción general del Yo, como no sea puramente formal. Cualquier otro modo de consideración debería tomar en cuenta la individualidad, inherente al Yo como una de sus cualidades capitales. Si bien los numerosos elementos que componen ese complejo factor son para todos los mismos, varían sin embargo hasta lo infinito en cuanto a claridad, tonalidad afectiva y alcance. El resultado de su combinación, el Yo, es por lo tanto, en la medida en que puede establecerse, una individualidad irrepetible, que en determinada medida permanece idéntica a su propia esencia. Esta permanencia es relativa, por cuanto, en ciertos casos, pueden sobrevenir profundos cambios de la personalidad. Tales transformaciones no son siempre, en modo alguno, patológicas, sino que pueden estar determinadas por el desarrollo y entrar por consiguiente en la extensión de lo normal.
Como punto referencial del campo de conciencia, el Yo es el sujeto de todos los procesos de adaptación, en la medida en que son realizables por la voluntad. En la economía psíquica, pues, el Yo desempeña un papel muy significativo. Su posición en ella es tan importante, que en modo alguno carece de buenos fundamentos el prejuicio de que el Yo sea el centro de la personalidad, o de que el campo de la conciencia sea simplemente idéntico a la psique…
…la nueva psicología, desde el siglo XIX, con su método inductivo, ha descubierto las bases de la conciencia y demostrado empíricamente la existencia de una psique extra consciente. Con este descubrimiento se ha relativizado la posición hasta entonces absoluta del Yo; o sea, si bien éste conserva su cualidad de centro del campo de la conciencia, queda cuestionado en cuanto punto central de la personalidad. Sin duda tiene parte en ella, pero no es el todo. Según ya se ha mencionado, resulta imposible apreciar cuán grande o pequeña sea esa parte, o, en otras palabras, hasta donde es libre o es dependiente de las condiciones de la psique extra consciente. Sólo podemos decir que su libertad está demostrablemente limitada, y probada su dependencia en aspectos decisivos. Según mi experiencia, se hará bien en no subestimar la dependencia respecto de lo inconsciente. Por supuesto, no ha de decirse eso a quienes ya sobreestiman la significación de este último. Cierto criterio para la justa medida lo dan los fenómenos psíquicos que son consecuencia de una estimación inadecuada, sobre lo cual volveremos màs adelante.
Antes hemos dividido el inconsciente, desde el punto de vista de la psicología de la conciencia, en tres grupos; pero, desde el punto de vista de la psicología de la personalidad, la psique extra consciente admite una bipartición, a saber: una parte cuyos contenidos son personales, y otra cuyos contenidos se caracterizan por ser impersonales o colectivos. El primer grupo corresponde a contenidos que constituyen partes integrantes de la personalidad individual y por lo tanto podrían igualmente ser conscientes; el segundo viene a ser una condición o base de la psique constante y general, continuamente idéntica a sí misma. Esto no es, naturalmente, sino una hipótesis, impuesta sin embargo por la peculiaridad del material experimental; aparte de que resulta altamente verosímil que la semejanza general de los procesos psíquicos en todos los individuos se funde en un principio constante, igualmente general e impersonal, por lo tanto, exactamente como el instinto que se hace manifiesto en el idividuo no es sino la manifestación parcial de una base general instintiva.
Jung, Carl: Aion, contribución a los símbolismos del sí mismo.